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Batallón Azov, Bratstvo, Ejército Ucraniano, Extrema Derecha, Fascismo, Rusia, Ucrania

«Rebeldes» al servicio de Ucrania

Esta semana medios y expertos occidentales han querido ver, con un entusiasmo que en ocasiones ha sido difícil de ocultar, la posibilidad de una rebelión interna en la Federación Rusa. El lunes, una serie de grupos y batallones perfectamente conocidos comenzaban una redada transfronteriza en la región de Belgorod en la que temporalmente dijeron haber capturado una serie de aldeas, obligando a las autoridades rusas a movilizar recursos y enfrentarse a las unidades que se habían infiltrado en el territorio de la Federación Rusa en una acción claramente organizada y coordinada. Rápidamente, los medios de comunicación comenzaron a difundir la noticia de que “luchadores anti-Kremlin” realizaban un asalto en la región de Belgorod. Antes, el líder del batallón Bratstvo, Dmitro Korchinsky, cuyos vínculos con la inteligencia ucraniana se remontan a décadas atrás, había anunciado que sus soldados habían comenzado el “asalto a una fortaleza enemiga”. Esa “fortaleza” no eran sino una serie de aldeas fronterizas no defendidas y escasamente pobladas en las que Ucrania preparaba una acción propagandística, pero también ensayaba una posible vía para obligar a las autoridades militares rusas a desviar recursos, efectivos y equipamiento a lugares alejados del frente a lo largo de toda la frontera común.

Jactándose del inicio de una rebelión contra “el régimen de Putin”, el asesor de la Oficina del Presidente de Ucrania Mijailo Podolyak, resumía la estrategia ucraniana confirmando implícitamente que las incursiones transfronterizas forman parte del plan ucraniano. Aunque sin mencionar expresamente Belgorod, el oficial ucraniano escribía que “hay docenas de acciones diferentes para destruir las fuerzas de ocupación rusas en diferentes direcciones, que ya comenzaron ayer, continúan hoy y continuarán mañana”. El objetivo de Kiev es extender el frente, no solo a la línea de separación entre los dos ejércitos, sino a toda la frontera común entre Ucrania, Rusia y Bielorrusia. De ahí que no pueda sorprender la afirmación ucraniana de que “es posible” que las acciones similares a lo ocurrido esta semana en Belgorod, se repitan en varias regiones rusas. Curiosamente, pese a alegar que los grupos participantes, “grupos clandestinos rusos”, “partisanos”, “luchadores contra Putin” o “patriotas rusos” no actúan bajo las órdenes del comando ucraniano, todas las regiones mencionadas comparten frontera con Ucrania. Kiev, que tantas veces ha anunciado la inestabilidad y fragilidad del régimen de Putin, contra el que pronto se producirá un alzamiento nacional, no parece ver posibilidades en el resto de Rusia.

La acción de Belgorod se saldó con un éxito mediático y propagandístico, pero, como se esperaba, ya que ese no era el objetivo, sin ninguna captura de territorio ni hazaña militar resaltable. Rusia movilizó rápidamente sus recursos y mantuvo en todo momento el control de los hechos sin que se produjera una situación de pánico que la propaganda proucraniana pudiera explotar en su favor. A medida que avanzaron las horas, la prensa comenzó a publicar sus crónicas y análisis improvisados, entre los que destaca un titular publicado por La Vanguardia en el que, junto a una imagen de dos de los participantes en la incursión en Belgorod se podía leer “Riesgo de guerra civil en Rusia tras la incursión anti-Putin en Belgorod”.

Para entonces, si es que el anuncio de Dmitro Korchinsky no dejaba claro qué grupos participaban en la redada, periodistas y expertos más conocedores de la escena de la extrema derecha en Rusia y Ucrania habían comenzado ya a identificar, en ocasiones con la facilidad que supone que estos grupos sean perfectamente conocidos, a las caras visibles de los principales grupos participantes. Aunque no los únicos, ya que participaron en los hechos batallones como Bratstvo o Stugna, dos fueron los grupos resaltados como principales: el Cuerpo de Voluntarios Rusos (RDK) y la Legión Rusa.

Con el retraso que caracteriza a los medios en este conflicto, varios días después de los hechos, los medios europeos y norteamericanos comenzaban a dar cuenta de la ideología dominante en estos grupos. Dominados por personas procedentes de la escena clandestina de la extrema derecha rusa, algunos expulsados de la Unión Europea por ese motivo, incluso los medios occidentales se han visto obligados a admitir que el grueso de estos grupos está formado por ideologías neonazis, fascistas, racistas y violentas. Sin embargo, hasta entonces no habían llamado la atención ni el 1488 de la  matrícula del primero de los vehículos de la columna militar que se dirigía a Rusia en una fotografía elegida explícitamente como cabecera de la redada, ni el parche con una imagen del Ku Klux Klan mostrado en el pecho de uno de los protagonistas de una de las ruedas de prensa ni que el logotipo del RDK se asemeje tanto a la runa Algiz como al símbolo del “Centro Ruso” que se creó en Ucrania bajo el paraguas del movimiento Azov.

Ni la sorpresa ni la exageración de una hazaña militar inexistente están justificadas y no hay más que observar los antecedentes para comprender que la acción, aunque más amplia y mejor armada y preparada que en ocasiones anteriores, ni era nueva ni corrió a cargo de grupos y personas desconocidas para quienes hayan seguido atentamente el desarrollo de los acontecimientos, no ya en Rusia, sino en Ucrania.

Sin embargo, el desconocimiento del conflicto más allá de su capa más superficial y la eterna voluntad de ignorar todos aquellos aspectos menos favorecedores para el Gobierno ucraniano han hecho surgir todas las costumbres y contradicciones políticas y mediáticas que se han repetido a lo largo de esta larga guerra. Exultantes a su llegada de Rusia, donde en un momento dado alegan haber controlado un territorio de 42 kilómetros cuadrados, los luchadores contra Putin fueron recibidos por la prensa ucraniana y occidental, que reprodujo, sin mayor problema, el discurso que Ucrania quería trasladar.

Gran parte de los protagonistas eran conocidos y, como ya subrayamos en la anterior incursión en Belgorod, sus cabecillas cuentan con largas trayectorias en la clandestinidad ultraderechista o neonazi. Es el caso de Denis Kapustin, Nikitin o White Rex, vetado en Alemania por sus actividades neonazis y residente, desde entonces, en Ucrania, “único país en el que los nacionalistas blancos pueden defender sus ideas con armas”. “Quiero probar que es posible luchar contra un tirano”, afirmó en el propagandístico encuentro con la prensa según cita The New York Times.

Además de White Rex, participó también en los actos mediáticos Alexander Skachkov, un supremacista blanco ruso que, pese a la impunidad con la que la extrema derecha actúa en Ucrania, llegó incluso a ser detenido por las autoridades de Kiev. En las imágenes, pudo vérsele portando el emblema del Corpus de Voluntarios Rusos y un emblema del KKK en el pecho.

Se sabe también que participó en la redada Alexey Levkin, uno de los fundadores del Centro Ruso de Azov, del que Aric Toler, investigador de Bellingcat, afirmó que “es un neonazi que abandonó Rusia hace años. Su organización, Wontanjugend, calificó a Timothy McVeigh [ejecutado en 2011 por un atentado que costó la vida a 167 personas] y Breivik de héroes”. Toler añadió que “venerar a McVeigh, Hitler y Breivik solo es la punta del iceberg. Levkin tiene toda una serie de causas penales y alegaciones contra él que van desde vandalizar tumbas judías y musulmanas a asesinato”. Un artículo de 2018 a raíz de un vídeo del Corpus Nacional, partido político vinculado al movimiento Azov, sobre las actividades de Levkin afirmaba que “Levkin estaba obsesionado con las ideas del Reich y tenía un diario en el que escribió que Hitler era la última esperanza de la raza blanca y un luchador para la liberación de la raza blanca de los judíos”. Esta cita de su diario se publicó en internet y sirve como ejemplo: «Adolf Hitler, gran líder, se enfrentó a una lucha sin igualdad de fuerzas por nuestro Mundo Blanco. Es un gran símbolo de nuestra lucha»”.

La evidencia de que estos grupos de voluntarios rusos están formados por personas de ultraderecha, algunos de ellos miembros del Movimiento Imperial Ruso, considerado terrorista por Estados Unidos, ha sido excesiva e incluso la prensa más afín ha considerado la mala imagen que este tipo de redadas supone para Ucrania. “La retórica era de luchador por la libertad disidente”, escribió The New York Times sobre el discurso de White Rex, “pero había una nota discordante que emergía tan claramente como el emblema neonazi del Sol Negro [también presente en el escudo de Azov, ahora completamente normalizado por medios como el propio The New York Times] en el uniforme de uno de los soldados: el señor Kapustin y miembros prominentes del grupo armado que lidera, el Cuerpo de Voluntarios Rusos, abrazan puntos de vista de extrema derecha. De hecho, oficiales alemanes y grupos humanitarios, incluida la Liga Anti-Difamación, han identificado a Kapustin como neonazi”. En la rueda de prensa, el propio White Rex afirmó no considerar un insulto ser calificado de neonazi.

Ninguno de estos grupos esconde que su lucha no es solo contra el Kremlin sino por una Rusia blanca y étnicamente pura. En ese sentido, su visión de Rusia coincide con la de personas como Kiril Budanov, que abiertamente defienden la idea de partición de la Federación Rusa en zonas étnicamente homogéneas. Frente a ese discurso racista, esta semana el presidente Vladimir Putin resaltaba la diversidad étnica como una de las fortalezas de Rusia. Contra ese discurso de la Rusia unida en su diversidad, Ucrania espera utilizar a sus proxis para promover el separatismo. No es casualidad que, precisamente esta semana, Anton Gerashenko publicara en sus redes sociales un vídeo en el que diversas personas promovían la separación de varias regiones rusas. Bryan Gigantino, gran conocedor de la historia del mundo postsoviético, identificaba al primero de los participantes como el neonazi Mijaíl Oreshnikov, miembro de la Misanthropic Division, con un largo historial violento, protegido por Ucrania de una detención en Bali debido a su nacionalidad ucraniana. En una imagen compartida por Gigantino, Oreshnikov posa delante de una pancarta en la que se puede leer “El nacionalsocialismo es orden”.

Frente a la prensa occidental, cuya única preocupación esta semana parece haber sido la imagen que da de Ucrania el uso de neonazis como ejército proxy contra Rusia , algunos periodistas rusos afincados fuera del país han mostrado su desacuerdo por la redada y por sus protagonistas. “Enviar a nazis amantes de Vlasov a ocupar territorio ruso sobre vehículos blindados estadounidenses es un ejemplo de una decisión insultantemente demente”, comentaba el periodista liberal ruso Leonid Ragozin, residente desde hace varios años en Occidente y a quien de ninguna manera puede considerarse neutral o favorable al actual Gobierno ruso. El comentario de Ragozin, que añade que “blanquear e ignorar los hechos lleva al engaño, el engaño lleva a decisiones erróneas, las decisiones erróneas tienen resultados catastróficos” se producía a raíz de la publicación de otra periodista, Natalya Vasilyeva, corresponsal del británico The Telegraph y antes corresponsal de Associated Press en Moscú, que afirmó que “varios muy respetados comentaristas de guerra se niegan a discutir públicamente sobre los grupos rusos al ser contactados por The Telegraph, alegando que admitir en público que los soldados estaban dirigidos por militares ucranianos dañaría al ejército ucraniano”.

Este último argumento ha sido la segunda gran preocupación de los medios occidentales, que han querido insistir en que no hay vínculo jerárquico entre los voluntarios rusos y las estructuras militares ucranianas pese a que este vínculo es perfectamente conocido tanto por los propios medios, que en el pasado han mostrado acciones de fuerzas especiales del GUR ucraniano en el que han participado los miembros del RDK, como por quienes siguen al detalle el desarrollo del conflicto. Todos los grupos participantes en la redada de Belgorod han tomado parte tanto en la acción similar que se produjo en marzo, como en acciones a través del Dniéper o, como confirmó recientemente The Times, en el fallido y suicida intento de capturar la central nuclear de Zaporozhie el pasado octubre. Todas esas operaciones fueron organizadas, financiadas, armadas y dirigidas por el Directorio General de Inteligencia Militar (GUR) del Ministerio de Defensa de Ucrania, al que están adscritos todos los batallones.

Sin mucha sutileza, según informaba el diario ucraniano Strana, los líderes del Cuerpo de Voluntarios Rusos, Denis Kapustin, y de la Legión Libre Rusa, Maximilan Andronnikov, publicaron una fotografía conjunta tomada junto al cuartel general del GUR. Pese a la evidencia, incluso aquellos medios que, con algo más de sinceridad han admitido que Ucrania “coopera” con esos grupos, prefieren ocultar que todos ellos actúan bajo el comando del GUR de Kiril Budanov a modo de fuerzas especiales. Todo ello responde al objetivo de no dañar la imagen del Gobierno de Ucrania, ya sea por el uso de fuerzas formadas por neonazis y supremacistas blancos o por hacerlo además sobre vehículos donados por Estados Unidos, que de forma explícita ha pedido a Ucrania que el armamento entregado no sea utilizado para atacar territorio soberano ruso. Sin embargo, como afirmó Mijailo Podolyak, Ucrania considera ahora que existe un frente de 1500 kilómetros, es decir, toda la frontera entre Rusia y Ucrania. Un vídeo publicado ayer por Valery Zaluzhny en el que se afirma que “es el momento de recuperar lo que es nuestro” presagia el inicio de la anticipada ofensiva ucraniana. En ese contexto, es de esperar que toda indiscreción ucraniana, ya sea en forma de uso de rebeldes neonazis o armamento estadounidense en territorio de Rusia, sea justificado como un mal necesario en busca de un bien mayor.

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