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Optimismo matemático y planes de futuro

El miércoles, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuleba, volvió a reunirse con sus homólogos de la OTAN para continuar plantificando el desarrollo de la guerra. Lo hizo la semana en la que Finlandia, antaño ejemplo de neutralidad, era oficialmente admitida en la Alianza. Sin perder la ocasión de plantear nuevamente la petición, el exigente proxy de Kiev, esta vez en boca del jefe de su diplomacia, volvió a exigir un acceso rápido a la OTAN, como se ha convertido en costumbre en los últimos años. “La OTAN y Ucrania se necesitan el uno al otro. No hay mejor solución estratégica para garantizar la seguridad en la zona euroatlántica que el ingreso de Ucrania en la alianza”, afirmó Kuleba, repitiendo nuevamente esa idea de que los países occidentales están moralmente obligados a asistir a Ucrania, que a su vez les protege conteniendo a Rusia. Al igual que la exigencia de entrada en la Alianza, la idea de Ucrania como frontera exterior de la civilización occidental frente a Rusia precede a la intervención militar de Moscú. En la práctica esa protección que ofrece Kiev se traduce en actuar abiertamente como proxy occidental en la guerra común contra Rusia, esa en la que, como afirmara Condoleeza Rice, Ucrania está dispuesta a poner los muertos “para que no tengamos que hacerlo nosotros”.

Frente a las nada sutiles sugerencias de Kiev de acceso rápido a la OTAN, tanto Jens Stoltenberg como Antony Blinken, cabeza visible de la diplomacia del país que dirige la Alianza, se han mantenido firmes en la idea de continuar suministrando armas a Ucrania para continuar la guerra, pero sin ofrecer una vía clara al acceso a medio plazo. La guerra contra Rusia es importante para la OTAN, que dispone ahora de un enemigo claro y concreto contra el que movilizar sus recursos ideológicos, mediáticos y militares, pero también el uso de un ejército subsidiario a través del cual evitar bajas propias. De ahí la declaración del Secretario General de la OTAN, que afirmó ayer que Ucrania se unirá a la Alianza tras la victoria contra Rusia, una en la que no confían ni siquiera sus socios más fieles.

La actitud de los miembros a lo largo de los casi nueve años de guerra en Ucrania ha mostrado el desinterés de muchos de sus principales países por buscar una resolución al conflicto, útil para presionar a un enemigo histórico, pero también para justificar su existencia y su refuerzo. En ese contexto, Ucrania ha sido y continúa siendo una herramienta útil que es preciso apoyar, aunque no necesariamente como un socio al que considerar como igual. “Nuestra atención se centra ahora mismo en hacer lo necesario para ayudar a Ucrania a defenderse de la agresión rusa y, de hecho, ayudarla a recuperar más territorio del que se ha apoderado Rusia”, afirmó ayer Blinken, desviando la atención de la posibilidad de admitir a Ucrania en la OTAN. Ese acceso supondría el compromiso de la Alianza a defender las fronteras ucranianas y, en la práctica, la necesidad de enfrentarse directamente a Rusia, un escenario indeseado para ambas partes.

Los principales aliados de Ucrania, como Polonia, continúan ejerciendo de lobby de Kiev. Ayer, durante la visita de Zelensky a Varsovia, el presidente polaco Andzej Duda afirmó que buscará garantías de seguridad adicionales para Ucrania en la cumbre de la OTAN que se celebrará en julio y a la que el presidente ucraniano ha sido invitado. Aun así, pese a las constantes demandas de los países del este de Europa, la actitud de la OTAN no ha cambiado y se centra en la preparación de la ofensiva ucraniana sin ofrecer, por el momento, promesas de futuro.

A corto plazo, el futuro de Ucrania pasa por su tan anunciada ofensiva, que según el ministro Reznikov comenzará en las próximas semanas. En la misma línea se ha mostrado esta semana Irina Vereschuk. La viceprimera ministra de Ucrania, que el año pasado se destacó llamando a las familias residentes en los territorios bajo control ruso a no escolarizar a sus hijos e hijas, recomendó a la población en esas zonas trasladarse a terceros países o “prepararse”. Polonia ha confirmado la entrega de cuatro MiG-29, comienzan a llegar, aunque con cuentagotas, los tanques Leopard prometidos por Alemania y sus socios y Estados Unidos se impacienta ante unos retrasos que, de continuar, podrían comenzar a comprometer la unidad alrededor de la necesidad de continuar la guerra hasta el final. Los anuncios públicos comienzan a acumularse, por lo que se puede asumir que se acercan ya los primeros intentos de avance ucraniano o, cuando menos, la preparación previa. El aumento de la actividad subversiva en lugares como Melitopol o Mariupol, donde en las últimas semanas han vuelto a producirse intentos de asesinatos selectivos utilizando la habitual herramienta del coche bomba, es otro indicio más de que la reanudación de las hostilidades a gran escala está cada vez más cerca.

Aunque todos ellos comparten la idea general de preparar una contraofensiva que cambie el curso de la guerra y devuelva definitivamente la iniciativa a Ucrania -una idea que no puede darse por hecha teniendo en cuenta el potencial del ejército ruso y los preparativos de defensa que llevan realizándose desde el pasado septiembre-, los socios de Ucrania parecen dividirse entre quienes optan por la lucha hasta recuperar las fronteras internacionalmente reconocidas y quienes buscan obligar a Rusia a negociar en posición de inferioridad y aceptar las condiciones ucranianas. Por el momento, ni en público ni por medio de filtraciones relevantes, ha aparecido una facción que dude de la capacidad de Ucrania de derrotar a Rusia en la batalla por la costa del mar de Azov.

No supone una sorpresa que los principales defensores de la certeza de la victoria total contra Rusia se encuentren en Kiev, que siempre ha dejado claro que no puede haber un acuerdo de resolución del conflicto en el que no dicte las condiciones. Así ocurrió la primavera pasada, cuando el principio de acuerdo entre Rusia y Ucrania alcanzado en Estambul quedo roto por medio de un simple tuit de uno de los asesores de la Oficina del Presidente, pero también a lo largo de los años de Minsk. Incluso en posición de debilidad, tras haber sido derrotado en las dos grandes batallas de la guerra de Donbass, Ilovaisk y Debaltsevo, el Gobierno ucraniano rechazó cada intento de obtener un compromiso con el que Ucrania habría recuperado los territorios perdidos del este del país a cambio de unas concesiones que siempre consideró inaceptables. Teniendo en cuenta los planes publicados por Oleksiy Danilov en relación con las intenciones de Ucrania de castigar e incluso privar del derecho al voto a una parte importante de la población de Crimea, la amnistía y el autogobierno que Minsk preveía para la RPD y la RPL eran líneas rojas que Kiev jamás tuvo intención de cruzar.

Tras las palabras de Danilov sobre cómo Kiev pretende gestionar el día después de la liberación de Crimea, Mijailo Podoliak, el asesor de la Ofician del Presidente más prolífico en sus apariciones mediáticas y que en los últimos meses ha marcado el ritmo político de la administración Zelensky, ha insistido en esa idea. La dirección de la ofensiva ucraniana nunca ha ofrecido ninguna duda y el objetivo siempre ha sido Crimea. Sin embargo, a diferencia de la idea de los socios más moderados de Ucrania, que buscan amenazar el control de la península para obligar a Rusia a retirarse del resto del territorio ucraniano, Kiev parece aspirar realmente a reconquistar el territorio perdido en 2014. Ayer, los medios publicaban las últimas declaraciones de Podoliak, en las que afirmaba que Rusia no dispone de los recursos suficientes para mantener el control de Crimea, Donetsk y Lugansk. Por el contrario, Ucrania, que semana tras semana suplica a sus socios por la necesidad de armamento y mantiene cierto aspecto de una economía propia a base de los subsidios occidentales, parece estar en condiciones de hacerlo según el oficial ucraniano. Es más, Podoliak afirmó que Ucrania “estará en Crimea” en poco tiempo, “en seis meses, o cinco, o siete”. Apelando a lo que califica un “optimismo matemáticamente verificado”, Podoliak parece adherirse a la teoría de ciertos liberales rusos que, como Yulia Latynyna, afirman que “Crimea caerá de forma automática”. La realidad puede ser más tozuda, como ya lo fuera en el pasado. No es la primera vez que un oficial ucraniano promete estar en Crimea en breve. El entonces viceministro de Defensa Volodymyr Gavrilov afirmó el pasado noviembre que Ucrania liberaría Crimea antes de finalizar 2022.

Frente a la prudencia de algunos de sus socios, incluso de miembros destacados del Pentágono que, como Mark Milley afirman que no habrá victoria de Ucrania este año, Kiev continúa sin preparar a su población para la posibilidad incluso de una victoria parcial que no implique la recuperación de Crimea, que parece haberse convertido en la principal obsesión del Gobierno. Esa es, al menos, la imagen que el equipo de Zelensky ha querido dar ante la población. Después de las palabras de Danilov, presidente del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa, Podoliak ha reafirmado las intenciones del Gobierno de imponer su dictado sobre la voluntad de la población. El matemáticamente optimista oficial insistió en la intención ucraniana de eliminar los medios de comunicación rusos, castigar penalmente a los colaboracionistas, y animar a quienes no estén de acuerdo con las normas de Ucrania a abandonar Crimea. Por supuesto, los planes ucranianos pasan por destruir el puente de Kerch, ese que ya trataron de hacer explotar por medio de un coche bomba. Y aunque todas estas declaraciones están destinadas al mercado doméstico para mantener el apoyo a la guerra, las constantes amenazas ucranianas a la población de Donbass y Crimea vuelven a mostrar que la seguridad y los derechos de la población dependen de que Kiev, con el inestimable apoyo de sus socios occidentales, no esté en condiciones de poner en marcha sus planes.

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