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Economía, Energia, Estados Unidos, OTAN, Rusia, Ucrania

Proteger a un aliado

Ayer, tras su reunión con Josep Borrell y representantes ucranianos y moldavos, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken escribió en las redes sociales: “Importante discusión hoy en el Consejo Estados Unidos-Unión Europea sobre nuestro apoyo para las infraestructuras críticas de Ucrania y Moldavia y nuestros esfuerzos para aumentar la estabilidad y la transparencia en los mercados energéticos globales”. Habían pasado apenas unos días desde el rechazo de Estados Unidos y los países de la Unión Europea con derecho a voto a la petición rusa de una investigación independiente de las explosiones que inhabilitaron los gasoductos Nord Stream 1 y 2, tiempo en el que, como preveía un emocionado Blinken, se ha presentado una gran oportunidad para Washington para aumentar su peso en el mercado energético europeo. Transparencia y presencia de Estados Unidos, principal beneficiario de la desaparición de los gasoductos que unían directamente Rusia y Alemania, parecen actuar como sinónimos.

En los más de seis meses transcurridos desde el sabotaje del Nord Stream, el aumento de las ventas, la cotización en bolsa y los beneficios de empresas de gas natural licuado estadounidenses no han hecho más que aumentar, probando así que las palabras de Condoleeza Rice en 2014, cuando afirmaba que Estados Unidos llevaba años tratando de interesar a los europeos “en diferentes rutas de gasoductos” respondían a intereses económicos además de geopolíticos. Durante años, la lucha de Washington contra el Nord Stream se ha basado en calificar el proyecto como político, mientras Rusia y Alemania defendían su carácter comercial. Lo ocurrido tras el inicio de la intervención militar rusa, las palabras de Biden o Nuland garantizando acabar con el gasoducto en caso de invasión de Ucrania y el posterior sabotaje, que implica la ruptura de relaciones económicas y también políticas entre Berlín y Moscú demuestra que los aspectos económicos, políticos y geopolíticos no pueden separarse, especialmente en un contexto de guerra.

Más de seis meses después del atentado que inhabilitó tres de las cuatro vías de suministro de gas que componen el Nord Stream 1 y 2, las investigaciones supuestamente continúan, aunque siempre en la oscuridad del desinterés social y mediático por un caso que seguramente habría caído en el olvido si no se hubieran publicado versiones alternativas. El paso del tiempo sin que los diferentes países de la OTAN y de la UE a cargo de la investigación encuentren evidencia alguna con la que culpar a Moscú, chivo expiatorio desde las primeras horas, no había causado en los cinco primeros meses signos de nerviosismo o exigencias relevantes de la necesidad de resolver la cuestión de quién, cómo y por qué hizo explotar esas infraestructuras críticas copropiedad de Alemania y que habían causado un desastre ecológico en el Báltico. Rechazada oficialmente una investigación internacional, los países occidentales mantienen firmemente el control de la investigación y hasta el 8 de febrero mantuvieron también el control del relato.

La publicación de un extenso y detallado artículo con el que el periodista de investigación Seymour Hersh acusaba directamente a Estados Unidos y a su presidente Joe Biden de haber planificado y ejecutado el ataque supuso un punto de inflexión en la trayectoria mediática de este caso, que parecía ya condenado a caer en el olvido entre el desinterés y la certeza colectiva de que Rusia había hecho explotar sus propios gasoductos. Aunque sin documentos para probar las acusaciones ni forma de verificar su fuente o fuentes anónimas -a las que ha prometido proteger a toda costa-, el reportaje de Hersh no puede considerarse una prueba, pero su publicación ha tenido un efecto quizá más importante al crear la necesidad de contrarrestar un relato mucho más verosímil. Frente a la hipótesis original del autosabotaje ruso, la versión de Hersh presenta un sospechoso que dispone de los medios para realizar el ataque, la oportunidad y, ante todo, el motivo.

La acusación del periodista estadounidense es también más creíble que los hechos alternativos con los que varios medios estadounidenses y europeos intentaron en marzo responder a las crecientes dudas de la versión que culpaba a Moscú. Los medios, basándose en filtraciones interesadas de los diferentes servicios de inteligencia a ambos lados del Atlántico, publicaron entonces una versión tan inverosímil que ni siquiera ellos mismos consideran ya creíble. Tras meses alegando que lo sofisticado del ataque evidenciaba la participación de un actor estatal, la prensa apuntaba en marzo a un “grupo proucraniano” sin vinculación al Estado y que habría hecho explotar los gasoductos submarinos en una operación en la que habrían participado seis personas, dos de ellas los buzos que habrían colocado los explosivos, utilizando únicamente un yate alquilado, el Andrómeda, requisado e investigado por las autoridades alemanas, que habrían obtenido evidencias que probarían esa versión. A este extraño giro de guion hay que añadir un detalle más. El empresario ucraniano que habría financiado la operación hizo coincidir el atentado con su cumpleaños, filtración aparentemente dirigida al expresidente Petro Poroshenko, en cuyo cumpleaños se produjo el ataque. Lo burdo de la operación y lo absurdo de la versión de los hechos hizo al entonces recién nombrado ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, afirmar que no podía descartarse la posibilidad de una falsa bandera, en un intento desesperado por mantener a Moscú como principal sospechoso.

La versión del grupo proucraniano que habría hecho explotar los gasoductos desde un yate que no contaba con el equipamiento mínimo necesario para tal operación no ha podido consolidarse incluso a pesar del contexto favorable a presentar cada acto de sabotaje como inevitablemente ruso. Un artículo publicado en The Washington Post esta semana pone en duda la viabilidad de esa versión afirmando que incluso los buzos más experimentados tendrían dificultades para realizar la labor en las condiciones existentes. Tampoco parece ya viable la idea de que el Andrómeda pudiera ser el arma del crimen y la nueva versión de los medios estadounidenses parece apuntar en la dirección marcada por Pistorius: es imposible admitir que el absoluto desinterés por ocultar las pruebas del delito sea compatible con lo sofisticado de la operación, por lo que el Andrómeda ha de ser necesariamente una pista falsa colocada ahí como distracción. La versión dada por el medio, al igual que todas las anteriores ofrecidas por fuentes occidentales basadas en las filtraciones oficiales de los diferentes servicios de inteligencia, continúan insistiendo en buscar a los sospechosos en Ucrania. Sin embargo, de la idea de ese grupo proucraniano formado por nacionales de Ucrania, Rusia o ambos países, se pasa ahora a mirar a Ucrania y Polonia, otro país beneficiado por la desaparición del Nord Stream, con acceso al mar Báltico e interés en minar los intereses rusos. La actual versión, que apenas ofrece nuevos datos más allá de poner en duda al Andrómeda como vehículo en el que se cometieron los actos de sabotaje, parece destinada a insistir en pistas alternativas a la dada por Seymour Hersh y que Rusia ha adoptado como principal hipótesis: la culpabilidad de actores estatales miembros de la OTAN y la participación de otros países en el intento de tapar los hechos culpando al enemigo común, Moscú.

La parte más relevante del artículo publicado por The Washington Post es quizá la normalidad con la que se trata la necesidad de mantener los hechos ocultos y la voluntad de los países europeos, especialmente de aquellos perjudicados por los hechos, de mantenerse en silencio. Citando a oficiales europeos, el medio afirma que la máxima en reuniones internacionales es “no hablar del Nord Stream”. Y sin apuntar a ningún sospechoso en particular, el artículo continúa explicando que “los líderes ven poco beneficio en escarbar demasiado y encontrarse con una respuesta incómoda”. La afirmación de ese diplomático anónimo de un país de la Unión Europea es coherente, según The Washington Post, con “los sentimientos de varios de sus homólogos en otros países, que afirmaron que preferirían no tener que lidiar con la posibilidad de que Ucrania u otros aliados estuvieran involucrados”.

La publicación del artículo de Seymour Hersh dio forma a sospechas ya existentes de que la ausencia de pruebas para inculpar a Moscú posiblemente evidenciaba que Rusia no participó en los hechos, pero acusó directamente a un actor al que ahora hay que defender a toda costa, incluso a costa del proxy en la guerra común contra Rusia. No es de extrañar así que todas las filtraciones se dirijan a buscar una opción alternativa con la que exculpar a Estados Unidos, incluso aunque haya de hacerse a costa de Ucrania. En cualquier caso, The Washington Post se reafirma en que, incluso aunque quedara probada la participación de Kiev, “es improbable que fuera a detener el suministro de armas a Ucrania, que disminuyera el nivel de ira hacia Rusia o que se alterara la estrategia de la guerra”. La maquinaria de la guerra está en marcha y no hay motivo alguno por el que modificar la estrategia. Además, “el ataque se produjo hace meses y los aliados han continuado comprometiendo más y más pesado armamento para la batalla, que se enfrenta a un periodo clave en los próximos meses”.

Ucrania debe ser protegida, pero también las relaciones entre los diferentes países en un momento en el que la unidad frente a un enemigo común se ha hecho tan importante. “Es como un cadáver en una reunión familiar”, afirma The Washington Post citando a un diplomático europeo, que añade que “es mejor no saber”. Instalados en la estrategia de evitar la realidad, los países europeos han optado por proteger, por acción u omisión, al actor estatal que cometió un atentado contra las infraestructuras críticas continentales. Pero “como ningún país ha sido exculpado de haber cometido el ataque, los oficiales afirman que odiarían compartir sospechas que pudieran enfadar accidentalmente a un Gobierno amigo que pudiera haber metido mano en el bombardeo del Nord Stream”. Las prioridades están claras.

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