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No es momento para el diálogo

La última semana ha supuesto en el frente cambios mínimos. Los ligeros avances rusos en el frente de Artyomovsk, aunque lentos, costosos y escasos, son los únicos reseñables en un momento de duras batallas posicionales en las zonas fortificadas de Donbass. Posiblemente con el objetivo de lograr más cobertura aérea y más medios, Evgeny Prigozhin se quejaba esta semana de la “monstruosa burocracia rusa” y advertía que la captura de Artyomovsk llevará meses más de lo debido. La lucha continúa siendo prácticamente cuerpo a cuerpo en una ciudad ya destruida y en la que Ucrania llama a la población a una evacuación inmediata.

En su habitual tono, la viceprimera ministra de Ucrania, Irina Vereschuk, conocida por haber apelado a la ciudadanía de los territorios bajo control ruso a no escolarizar a la infancia, apelaba a “todo ciudadano correcto, respetuoso de la ley y patriota” a abandonar inmediatamente la ciudad. La presencia de civiles, alega Ucrania, condiciona una batalla en la que Ucrania se defiende a toda costa con el único objetivo de concentrar los esfuerzos rusos en un punto, tratando así de infligir el mayor número de bajas posibles y limitar la capacidad de combate de las tropas de la Federación Rusa y desgastarlas al máximo mientras Kiev y sus socios preparan la gran ofensiva de primavera-verano.

En el plano político e informativo, Volodymyr Zelensky ha disfrutado esta semana de dos grandes actos en los que presentar sus exigencias. El presidente ucraniano no solo abrió ayer la Conferencia de Seguridad de Múnich, en la que la guerra de Ucrania será la cuestión principal, sino también la Berlinale. Ante una audiencia, la de su anterior profesión, que se ha volcado con la causa ucraniana, Zelensky se preguntó si “el arte puede mantenerse al margen de la política”. Los casi nueve años de guerra han mostrado que el arte, como otros aspectos de la cultura y de la vida, nunca se han mantenido al margen. Ejemplos como el de la premiada película de Sergey Loznitsa, que deshumanizaba a la población de Donbass hasta convertirla en una parodia, muestran que Ucrania siempre ha contado con el favor de la industria cultural, dispuesta a presentar a la parte ucraniana, también en momentos en los que era la única agresora, como víctima inocente de un malvado e inhumano adversario interno o externo.

La Conferencia de Seguridad de Múnich, desde 2014 un foro en el que Ucrania ha buscado armamento y apoyo de sus socios para una guerra que, en su manipulada visión, siempre fue contra Rusia, comenzó ayer sin la presencia rusa. Según su presidente, el exasesor de Angela Merkel en materia de Asuntos Exteriores Christoph Heusgen, la cumbre no debía convertirse en “un espacio para la propaganda del Kremlin”. Sin embargo, como recordaba el periodista de Televisión Española Víctor García Guerrero, “en 2004, con Irak en llamas, Rumsfeld impartía doctrina en Baviera”.

En su discurso de la apertura de la conferencia, el presidente ucraniano regresó a su discurso habitual: la exigencia de armas a sus socios, con los que prepara esa ofensiva con la que Occidente pretende amenazar Crimea. Sin embargo, como recordaba en su última aparición Victoria Nuland, que explícitamente aprobó la idea de ataques ucranianos contra Crimea, Ucrania deberá avanzar sobre un territorio extenso antes de poder atacar la península, “línea roja de Rusia” según Anthony Blinken y territorio que Moscú defenderá con todos sus recursos. Acercar la guerra a Crimea implica necesariamente una escalada significativa en términos de violencia, intensidad del uso de armamento y, sobre todo, peligro.

Nada de eso, ni siquiera las dificultades de suministro de munición que están padeciendo los países occidentales a causa de la rapidez con la que Ucrania dilapida las reservas, es de la incumbencia de Zelensky que, como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, siempre exige más armamento, más munición y más rapidez. “Tenemos que darnos prisa. Necesitamos velocidad: velocidad de nuestros acuerdos, velocidad de nuestra entrega… velocidad de las decisiones para limitar el potencial ruso. No hay alternativa a la velocidad porque es la velocidad de la que depende la vida”, afirmó en el discurso que va a marcar la Conferencia de Seguridad de Múnich. Sin necesidad de mantener una mínima consistencia, el motivo para ese intento de acelerar los tiempos es, en ocasiones, acelerar la paz -en realidad, la victoria-, pero recientemente también evitar una ofensiva rusa. Al igual que Kiev, los socios occidentales de Ucrania navegan indistintamente entre la idea de que Rusia planea una ofensiva similar a la que abrió la intervención militar del 24 de febrero y las constantes alegaciones de que las tropas rusas han sufrido tales bajas que se encuentran al borde del colapso.

La idea de acelerar los acontecimientos fue también el centro del discurso de Olaf Scholz, que repitió en su intervención la idea planteada por Jens Stoltenberg de que Occidente debe prepararse para una guerra larga. La ayuda alemana está, según el canciller Scholz, “destinada a durar”. Tras semanas de presiones y reticencias, el canciller alemán no solo aceptó la exportación y el envío de tanques Leopard-2, sino que se ha convertido en el principal suministrador de tan preciado material. Ayer, conocedor de que aquellos países que le presionaban para los envíos ofrecen apenas un puñado de tanques, el líder alemán apelaba a sus socios a enviar los tanques necesarios y a “hacerlo ahora”. El canciller alemán vuelve a encontrarse solo. Primero fue para evitar el envío de tanques Leopard y ahora para lograr el material y la munición para ellos. Hay que recordar que, con dificultades para suministrar a Ucrania de la munición necesaria para la ofensiva, Scholz exigió ayuda incluso a aquellos países de América Latina que, sin intención alguna de contribuir a la guerra, desean actuar de mediadores precisamente para evitar su prolongación.

Frente a esa postura mostrada, por ejemplo, por Lula da Silva, a la sombra de Estados Unidos, el Reino Unido, los países bálticos y Polonia y la OTAN, las dos potencias de la vieja Europa muestran también su creciente beligerancia. Los países occidentales de la Unión Europea, que no han presentado plan de paz alguno desde la propuesta de Mario Draghi, en realidad una propuesta de rendición unilateral de Rusia presentada en la primavera de 2022, se han adaptado ya, no solo a la idea de una guerra larga, sino al discurso crecientemente beligerante y belicista.

“No es momento para el diálogo con Rusia”, sentenció en su discurso Emmanuel Macron, instalado también en la dinámica de más guerra. Pese al cambio de discurso que pudiera percibirse en el único líder europeo que intentó hasta el final mantener el diálogo con Rusia en 2022, la postura de los países europeos no ha cambiado: nunca ha sido el momento para el diálogo con Rusia, a quien únicamente se exigían concesiones y a quien nunca se escuchó, especialmente en los largos años del proceso de Minsk, en el que ni Berlín ni París buscaron presionar a Kiev a cumplir con los acuerdos firmados ni a negociar políticamente con Moscú, Donetsk y Lugansk. Macron abogó por una contraofensiva ucraniana para “forzar a Rusia a negociar”. Como muestra el precedente de los siete años de Minsk y de la actitud de Kiev, con París y Berlín en ellos, el término negociación ha de entenderse siempre como negociación bajo el dictado de Ucrania.

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