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La épica del presidente de guerra

Pese a haber llegado al poder con eslóganes de búsqueda y compromiso para acabar una guerra, la de Donbass, que debió haber pasado a la fase de resolución diplomática tras los acuerdos de 2015, el presidente Zelensky rápidamente se adaptó a las circunstancias y abandonó esa retorica de paz y se centró en el continuismo de las políticas de su predecesor. Un outsider en la política, con apariencia de juventud frescura y capacidad de modelar el discurso según las necesidades del momento, Zelensky presentó una administración aparentemente tecnócrata y un partido cuya ideología era una incógnita. Quizá el ejemplo más claro de continuidad con respecto a los tiempos de Poroshenko fue la actitud del nuevo Gobierno ante la ley del uso de la lengua, que pretendía apartar a la lengua rusa, principal vehículo de comunicación de gran parte del país, del ámbito público, especialmente de la educación.

El rechazo del candidato Zelensky se convirtió en aceptación y profundización del Zelensky presidente y de una administración que pronto probó ser nacionalista en lo político y liberal –libertario en el sentido estadounidense- en lo económico. Sus objetivos seguían siendo los mismos: integración en la Unión Europea y en la OTAN y acercamiento tanto a Estados Unidos como a los países del este de Europa, esos mismos que forman la idea de Intermarium que defiende la extrema derecha y con los que Ucrania comparte sus características principales de nacionalismo: odio a Rusia, rechazo a todo aspecto social heredado de la etapa socialista y privatización.

La guerra en Donbass, que ya era presentada como un conflicto contra Rusia, supuso una herramienta útil para avanzar en esos objetivos, algunos de los cuales, especialmente el de la imposición del discurso nacionalista como discurso nacional, se veían obstaculizados por los acuerdos de Minsk. El documento firmado implicaba que una parte del país, los territorios entonces bajo control de la RPD y la RPL, dispondría de derechos lingüísticos, un claro obstáculo para el intento ucraniano de una ruptura política, pero también social y cultural con Rusia. Los motivos del cambio de postura de Zelensky sobre la política lingüística y su rechazo a implementar los acuerdos de Minsk tenían así una misma causa.

La intervención rusa del 24 de febrero de 2022 no solo liberó a Ucrania de Minsk como esperaba con ansiedad el entonces asesor de la Oficina del Presidente Oleksiy Arestovich, sino que favoreció también la imposición nacionalista y dejó a Zelensky vía libre para utilizar todos los recursos del Estado al servicio de su modelo económico ultraliberal sin oposición alguna. En nombre de los valores europeos y la democracia, Volodymyr Zelensky prohibió por decreto todo partido político no nacionalista -eliminando así a todo partido de izquierdas, por muy pequeño que fuera- y limitó aún más una política mediática ya controlada por un puñado de oligarcas.

Con gran parte del círculo del presidente con un pasado en el campo de la comunicación, el frente informativo fue, desde finales de febrero y especialmente a lo largo de marzo, tan importante como el frente militar. Ucrania no solo logró defender Kiev del asedio ruso, sino que logró imponer una imagen de su presidente como líder a quien era preciso apoyar. Zelensky rápidamente abandonó el traje de político para adoptar el uniforme de camuflaje y su famosa camiseta verde, que durante el invierno cubre con una sudadera con la inscripción “I am Ukrainian”.

Esa estética ha querido acompañar a un discurso que busca presentar a Zelensky como héroe guerra, una figura a proteger a toda costa y que, pese a los riesgos, rechazó abandonar el país. En esa labor, Kiev ha utilizado su experiencia comunicativa para manejar la imagen de su presidente como una figura cercana a la población, pero también como comandante en jefe siempre al tanto del desarrollo de los acontecimientos y dispuesto a correr cualquier riesgo para acudir hasta los lugares más peligros del frente para visitar a las tropas y planificar la defensa de las ciudades asediadas o celebrar la liberación de los territorios recapturados a Rusia. De ahí que Zelensky haya combinado con habilidad las comunicaciones diarias, los selfis con los mensajes a la población, con aparentemente intrépidas visitas al frente. Unas horas antes de su visita a Estados Unidos, por ejemplo, el presidente ucraniano visitó las posiciones fortificadas de las Fuerzas Armadas de Ucrania en Artyomovsk. Lo mismo había hecho meses antes en Lisichansk, cuando la batalla se centraba en Severodonetsk y la ciudad estaba a punto de caer en manos rusas. En el caso de los territorios recapturados a Rusia, como Izium o Jersón, las visitas nocturnas y subterráneas se produjeron a plena luz del día y en lugares públicos y dentro del rango de la artillería rusa. La imagen del héroe dispuesto a arriesgar su vida por el país o por sus ciudades ha sido una de las bases de la presentación de Zelensky, que siempre ha resaltado, abierta o más sutilmente, el peligro.

En su reciente entrevista con Sky News, preguntado por los intentos de asesinato, Volodymyr Zelensky restaba importancia a esa idea que su propio equipo filtró interesadamente el pasado febrero. En aquel momento, era necesario exagerar el peligro, no para el país, sino para su presidente. En la entrevista, Zelensky negaba conocer el número de intentos de asesinato y apelaba a la inteligencia del país, quizá más conocedora de esos detalles, un intento de mantener esa épica personal que comenzara en febrero de 2022 y que ha justificado fotorreportajes en el búnker o bien iluminadas entrevistas en el metro, lejos de bombardeos inexistentes, pero bajo la luz de la que carecía la población.

Sin embargo, los hechos y el desarrollo de los acontecimientos contradicen esa épica que los guionistas de Kiev han querido dar a la figura de Zelensky. En una aparición mediática, el exprimer ministro israelí Naftali Bennett, una de las varias figuras que en las primeras semanas de la intervención rusa trató de ganarse el papel de mediador principal entre los dos países, ha relatado una conversación con el presidente ucraniano tras su encuentro con Vladimir Putin. En aquel momento, el 5 de marzo, Bennett trasladó a Zelensky la garantía de que no sería asesinado, ya que así lo había prometido Vladimir Putin. Según el político israelí, que meses antes había tratado de conseguir, a petición de Zelensky, una reunión con su homólogo ruso, tras su conversación, el presidente ucraniano grabó uno de sus mensajes desde su oficina en el que la idea principal era trasladar a la población que no tenía miedo.

Para entonces, Rusia había invitado ya a Ucrania a celebrar negociaciones de paz y se habían realizado dos reuniones. Dos días después del encuentro Bennett-Putin y de la conversación con Zelensky, se produciría la tercera toma de contacto entre los dos países en guerra. La noche anterior sería asesinado uno de los negociadores ucranianos, Denis Kireyev. Entre la confusión del momento, Kireyev fue acusado de traición, pero también celebrado por haber muerto defendiendo a Ucrania en un cruce de acusaciones entre los servicios secretos y la inteligencia militar del país. Fue el SBU y no la inteligencia rusa o la mano negra de Vladimir Putin quien asesinó a uno de los miembros del grupo negociador ucraniano. El interés de Moscú no estaba en eliminar a la élite política ucraniana sino en lograr un acuerdo con el que Ucrania renunciara a la OTAN y aceptara las concesiones territoriales que Rusia le exigía. Para ello no son necesarias revelaciones de conversaciones entre jefes de Estado o de Gobierno sino el análisis de los hechos y la observación de los acontecimientos.

Zelensky no fue buscado para ser eliminado en las primeras horas de caos en Kiev ni la artillería rusa trató de eliminar al Gobierno en las anunciadas visitas a Izium o Jersón. Tampoco ha sido Rusia quien ha realizado actividades de sabotaje y asesinatos selectivos en los territorios ucranianos como Ucrania realiza habitualmente, generalmente utilizando el método del coche bomba, para eliminar colaboracionistas. Y pese a que Ucrania haya dejado abierta la posibilidad de que fuera Rusia quien derribara el helicóptero que costó la vida al ministro del Interior, no ha habido signo alguno de ese tipo de actividades por parte del mando ruso contra políticos actuales o pasados, incluso los más odiados, como Oleksandr Turchinov o Arsen Avakov. La épica que Zelensky o Poroshenko han querido dar a su persona no responde a la realidad, sino a las necesidades del guion, pero en un contexto de guerra común contra Rusia, ese relato es también útil para quienes financian y fomentan la continuación de la guerra.

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