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Ofensivas, armas y sanciones

A apenas unas semanas del aniversario del inicio de la intervención militar rusa, el ciclo informativo se ha acelerado en Ucrania en previsión de una nueva fase activa de la guerra, relativamente suspendida en gran parte del frente debido a las condiciones desfavorables que dificultan el tránsito de los vehículos pesados necesarios para avances más allá de ofensivas locales como las que han continuado en el frente de Donetsk. El nerviosismo del final del invierno, la escalada política que ha supuesto el significativo aumento de la asistencia militar occidental a Ucrania y el temor a la respuesta rusa a esa apuesta por una guerra más dura provocan actualmente todo tipo de noticias y un discurso contradictorio que, ante todo, busca más apoyo y más financiación para Kiev y más sanciones contra Moscú.

A lo largo de ayer, una delegación de la Unión Europea liderada por Ursula von der Leyen visitó Kiev para tratar cuestiones sobre los progresos de Ucrania en las reformas necesarias para su futuro acceso. Pese a las exigencias ucranianas, que esta semana se han repetido en la afirmación del primer ministro Shmigal de que el país espera ser admitido como miembro en los próximos dos años, la visita de ayer quiso dejar claro que el camino será “una maratón, no un sprint”. Pese a que Ucrania haya obtenido oficialmente el estatus de país candidato sin cumplir con las condiciones para ello, el intento de Kiev de conseguir un trato preferente y acceso inmediato no se ha visto, por el momento, correspondido. Así se ha filtrado también a la prensa y coincidiendo con esta reciente visita se han publicado varios artículos que apuntan a la lentitud con la que se llevará el proceso. Kiev obtuvo ese estatus de país candidato en un momento en el que precisaba de una victoria política que fue tan simbólica como la visita de ayer.

En el reparto de tareas relacionado con la guerra común contra Rusia, el papel de la Unión Europea es, además del apoyo político, el de financiar el mantenimiento del Estado. En esas condiciones, las exigencias de Ucrania de acceso privilegiado a la UE carecen de todo realismo y son solo la estrategia de Kiev para presionar a sus socios en busca de lograr sus objetivos. Al margen de las reticencias de Hungría, basadas más en el antagonismo actual entre Bruselas y Bucarest que en verdaderas contradicciones sobre el papel de la Unión en la guerra, Ucrania logró garantizarse los 18.000 millones de euros que requería de la UE para intentar, al menos, mantener el pago de pensiones y salarios, una asistencia sin la que la situación de la población civil sería aún más catastrófica en un contexto de caída de la producción industrial e incertidumbre generalizada.

Consciente de que el papel de la Unión Europea es político y económico, Volodymyr Zelensky sabía ayer que sus exigencias a la amplia e importante delegación llegada a Kiev debían apuntar en esa línea. El presidente ucraniano exigió a sus socios nuevas y más duras sanciones contra Moscú y para ello no dudó en utilizar el argumento de que Rusia se ha adaptado con rapidez a las sanciones existentes. No es un secreto que Kiev busca, como argumentaba en un reciente artículo el exembajador estadounidense en Rusia Michael McFaul, que parte de los activos incautados a Rusia como Estado o a personas de nacionalidad rusa sean entregados a Ucrania. En ese ímpetu por lograr escalar aún más unas sanciones que superan ampliamente lo esperado hace un año, el discurso no deja de ser contradictorio. Mientras se alega que, pese a las previsiones del FMI, que se ha visto obligado a mejorar notablemente sus previsiones para la economía rusa este año, las sanciones funcionan y Rusia ha sido aislada de los mercados, se exige también sanciones más severas que consigan lo que aún no han conseguido, expulsar al país de los mercados.

Pese a no recibir de sus socios europeos una promesa de ingreso en la Unión ni una hoja de ruta con una fecha estimada de adhesión, Volodymyr Zelensky sí logró ayer que se anunciara un nuevo paquete de sanciones, el décimo en este último año, que coincidirá con el aniversario de la invasión rusa. Kiev y Bruselas quieren conmemorar el momento del fracaso final de la diplomacia con un nuevo acto de guerra económica que alienará, aún más, al público ruso, pero que difícilmente logrará sus objetivos. Y es que los nueve paquetes anteriores han mostrado el peso de la Unión Europea en la economía política mundial y han dejado ver los límites del poder de Bruselas, que como Estados Unidos, no ha conseguido la adhesión mundial que esperaba a sus propuestas de sanciones.

Durante este año, y pese a las dificultades que supone para el país, especialmente en los sectores tecnológicos e industriales, la pérdida de acceso directo a bienes y servicios occidentales, no se ha producido ni una pronunciada caída del rublo ni una recesión catastrófica como se prometía. Es posible que la pérdida del mercado de la Unión Europea, hasta ahora el más privilegiado, pase factura a Rusia en el futuro, pero los altos precios de las materias primas han conseguido que Moscú mantenga, o incluso aumente, sus ingresos en sectores tan importantes como el energético a base de redirigir sus productos hacia Asia, con un papel importante para India, que actúa como intermediario hacia los países occidentales.

El anuncio de un nuevo paquete de sanciones de la Unión Europea coincide con la esperada confirmación de más asistencia militar de Estados Unidos, 2.200 millones de dólares más para las Fuerzas Armadas de Ucrania en los que Kiev espera que se incluyan misiles de largo alcance. Como ya ocurriera en las semanas anteriores a la confirmación del envío de tanques occidentales, las autoridades ucranianas han actuado dando por hecho esas inminentes promesas de los ansiados misiles, que Kiev alega que no utilizará contra territorio ruso. El posible anuncio del envío de misiles que, evidentemente pueden atacar Crimea, objetivo para el que Ucrania reclama esos misiles, coincide con varias publicaciones de medios occidentales que abiertamente dudan de la capacidad de Kiev para recuperar militarmente la península a medio plazo tal y como afirman repetidamente las autoridades ucranianas. Según publicaba ayer mismo Político, un medio cercano al partido Demócrata y con buenas fuentes en la administración Biden, miembros del Pentágono advirtieron de la incierta misión de recuperar la península a corto plazo. En la misma línea se muestra el reciente análisis de RAND Corporation, otra institución fuertemente vinculada al complejo militar estadounidense, que advertía de los riesgos que suponía una guerra larga, que en parte sería fruto del intento de Ucrania de recuperar territorios perdidos como Donbass y Crimea.

Pese a que cada vez son más las voces del establishment que ponen en duda la inevitable victoria ucraniana en la anunciada ofensiva de primavera, Kiev continúa con su rutina de exigir más armas y presentar una lista de equipamiento concreto. Al igual que ocurre en el caso de las sanciones, Ucrania no duda en utilizar argumentos no solo contradictorios, sino insostenibles. Como ya ocurriera con otras fechas señaladas, como el 9 de mayo del pasado año, miembros importantes del aparato político ucraniano alegan que Rusia busca conmemorar el aniversario de su entrada en la guerra con una gran ofensiva. Así lo anunció el presidente del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa Oleksiy Danilov. “Creo que el plan de Putin y su gente, personas como Valery Gerasimov [jefe del Estado Mayor de la Federación Rusa], su nuevo comandante en jefe de las fuerzas rusas, es acordonar Ucrania. Y se está preparando para eso, probablemente siente que necesita atacar desde dos o tres direcciones diferentes”, alegó Danilov, que añadió que “no se puede descartar una ofensiva desde Bielorrusia hacia el norte de Ucrania para rodear Kiev por el oeste”, para finalmente afirmar que esa gran ofensiva será en Lugansk.

Ayer, The New York Times, cada día más cercano a la línea oficial de Kiev, publicaba un artículo que apuntaba en esa dirección. Esta semana, el medio ya había presentado la batalla de Artyomovsk como el intento de Rusia de capturar la ciudad a base de un envío constante de soldados, sin tener en cuenta el masivo número de bajas, exactamente la versión dada por el Gobierno ucraniano, que actúa desde hace semanas de esa misma forma que critica. Ahora, citando a sus únicas fuentes, “oficiales ucranianos”, alega que desde hace semanas, Ucrania viene “preparándose para una nueva ofensiva rusa que podría rivalizar con la que abrió la guerra”, en referencia al fuerte avance en el sur y, sobre todo, la aproximación a Kiev. El medio añade que “ahora, advierten de que la campaña está en marcha, con el Kremlin en busca de redefinir el frente de batalla y coger inercia”.

El momento de reanudación de las hostilidades a gran escala se acerca y la anunciada ofensiva ucraniana en dirección a Melitopol y Crimea obliga a Rusia a contrarrestar esas amenazas e intentar adelantarse a los movimientos ucranianos mejorando sus posiciones y amenazando rutas de suministro y posiciones fuertes ucranianas. Con gran peso de Wagner en el frente de Artyomovsk y de los soldados procedentes de la RPD en Ugledar, es evidente que la ahora ampliada agrupación militar rusa reserva a sus mejores unidades para el desarrollo futuro. El discurso presentado por The New York Times es coherente con la línea ucraniana, pero choca con la realidad. A los ataques de tanteo en Zaporozhie, la lucha de trincheras en Ugledar y el lento y metódico avance en Artyomovsk, la única dirección en la que Rusia busca algún avance real es precisamente la mencionada por Danilov, Lugansk, con intentos de aproximación hacia Krasny Liman, fundamentalmente para aligerar la presión sobre Svatovo y Kremennaya. Aunque no puede descartarse una futura ofensiva rusa, por el momento, las advertencias ucranianas son solo parte de un discurso que busca lograr más armas de sus socios, un objetivo que no precisa de coherencia y que puede perfectamente mantenerse a base de anunciar victorias seguras mientras se advierte del peligro de caer derrotada en una ofensiva enemiga.

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