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Ejército Ucraniano, Energia, Ucrania, Zaporozhie

Por la seguridad, más peligro

La conferencia de donantes celebrada ayer en París, en la que los países occidentales reafirmaron una vez más su apoyo incondicional a Ucrania en la lucha común de todos ellos contra Rusia, no solo lanzó un mensaje político de apoyo y prometió mil millones de euros más para ayudar al país a superar el invierno, sino que se pronunciaron unas curiosas palabras. Como es natural debido a la gravedad de la situación de la población a causa de los ataques rusos contra las infraestructuras de distribución eléctrica, la cuestión energética fue uno de los temas principales. De ahí la participación del ministro de Energía de Ucrania, Herman Haluschenko, que aprovechó la plataforma internacional para volver sobre un tema recurrente.

A lo largo de las últimas semanas, la prensa internacional, siempre siguiendo el ejemplo de las autoridades estadounidenses y ucranianas, ha planteado en numerosas ocasiones la cuestión nuclear, generalmente para resaltar el peligro que la guerra supone en este sentido. Se han destacado tanto el peligro de uso ruso de armas nucleares, un temor que parece haber desaparecido de momento tras las palabras del presidente Vladimir Putin, como la amenaza que supone una situación en la que centrales nucleares operan en un contexto de guerra convencional. Ucrania heredó de la República Socialista Soviética toda una red de centrales eléctricas, hidroeléctricas y nucleares que no ha ampliado en los treinta años de independencia, pero que están suponiendo una salvación para la población civil actualmente. Pese a los enormes daños producidos por los ataques rusos, Ucrania dispone de una red de producción lo suficientemente diversa para continuar produciendo energía eléctrica. Sin embargo, la cuestión de las centrales nucleares supone un serio peligro, tanto por la posibilidad de impactos directos en las centrales como por un escenario más plausible: el de la pérdida del suministro eléctrico que las centrales requieren para su funcionamiento.

Desde el pasado marzo, cuando la central fue capturada por las tropas rusas en una noche en la que la prensa occidental no dudó en exagerar el peligro, la planta nuclear de Zaporozhie, situada en la localidad de Energodar, ha regresado periódicamente a los titulares debido a los bombardeos de artillería contra las instalaciones. Aunque bajo control ruso, ha sido la empresa nacional ucraniana la que ha continuado operando la central, que en todo este tiempo ha suministrado energía a Ucrania además de a las zonas del sur ahora bajo control ruso. Desde agosto, cuando Ucrania temió que Rusia desconectara la central del sistema energético ucraniano, el peligro a causa del uso de artillería ha sido constante. En aquel momento, la central suministraba un excedente energético que Ucrania aspiraba a exportar a los países de la Unión Europea en busca de un aumento de ingresos. Sin embargo, con el inicio de los ataques rusos contra las infraestructuras críticas ucranianas, la energía de la central se ha convertido en imprescindible para el uso interno del país.

En ambas situaciones, la estrategia de Ucrania ha sido la misma: una suma de presión militar y política. Es lo mismo que está ocurriendo actualmente. Como se preveía ya la semana pasada, Ucrania ha puesto sus miras en la región de Zaporozhie y ha comenzado ya a tratar de destruir los puentes, importantes para Rusia para garantizar el suministro a su agrupación de tropas del sur. El objetivo, también como era previsible, es Melitopol, una ciudad hasta ahora relativamente protegida de los ataques, pero cuya captura pondría en peligro a todo el frente sur y supondría acercar aún más a las tropas ucranianas a Crimea, su objetivo real. En este caso, no existe como sí existía en Jersón, una posibilidad de retirada. Como es natural, el aumento de la actividad militar en la región de Zaporozhie supone un aumento del peligro de las zonas situadas en plena línea del frente, como es el caso de Energodar.

En este contexto, el ministro de Energía de Ucrania afirmó en París que “el mundo debe repensarse la seguridad nuclear”. Al contrario que en otros aspectos referidos a la guerra, como es el caso de suministro de armas, en esta ocasión, el Gobierno ucraniano tiene en su mano actuar en favor de aquello que está exigiendo. Sin embargo, la táctica ucraniana a la hora de lograr recuperar el control de la central nuclear de Zaporozhie ha sido y sigue siendo la de aumentar al máximo el peligro y hacer así insostenible la presencia rusa allí.

Desde hace semanas, el director general del Organismo Internacional para la Energía Atómica, Rafael Mariano Grossi, negocia con Rusia y Ucrania una salida a la peligrosa situación en la central, que sigue siendo bombardeada por la artillería ucraniana. Frente a los primeros bombardeos, cuando Ucrania afirmaba que eran las tropas rusas las que bombardeaban la central que ellos mismos controlaban y desde la que Kiev afirmaba también que bombardeaban Nikopol, no existe ya necesidad de justificación. Lejos de los titulares, los bombardeos de Energodar se han convertido en rutina y el discurso se limita a las exigencias ucranianas y los comentarios de representantes occidentales. Hace unas semanas, en una entrevista, Grossi daba por hecha la creación de una zona de seguridad con la entrega rusa del control de la central, otro gesto de buena voluntad criticado en Rusia, aunque por ahora no se haya confirmado. El objetivo ucraniano es lograr la entrega de la central, ya sea a un organismo internacional o directamente a las tropas ucranianas, una concesión que Rusia no puede permitirse.

Reunido con la parte que bombardea la reunión, el siempre optimista Grossi resaltó los avances. Ayer, tras su reunión con el primer ministro ucraniano Denis Shmigal, volvió a hablar de progresos en las “discusiones sobre la seguridad nuclear y la creación de una zona de protección de seguridad alrededor de la central nuclear de Zaporozhie”. Grossi, que admitió no poder permitirse “perder más tiempo”, se mostró convencido de que esa zona de seguridad “se acordará y se implementará en un futuro próximo”. El precedente del incumplimiento de los acuerdos en esta guerra, con los siete años del proceso de Minsk como caso más flagrante, hace cuestionable ese optimismo, especialmente teniendo en cuenta que el uso del peligro nuclear por parte de Ucrania no busca únicamente que Rusia abandone la central, sino que abandone Energodar. Nada garantiza que la entrega de la central a la OIEA o a Energoatom fuera a detener los bombardeos. Kiev tiene además ocho años de experiencia a la hora de justificar sus bombardeos acusando al contrario de bombardearse a sí mismo.

Sin embargo, no fue Grossi sino Emmanuel Macron quien fue más allá. El presidente francés anunció que las próximas semanas serán clave para lograr la retirada de armamento pesado de la central, una afirmación que ha sorprendido en Rusia, que desde hace varios meses afirma repetidamente que no dispone de armamento pesado en la central, algo que puede comprobar la misión del OIEA destinada en Energodar. El presidente francés parece buscar así una victoria mediática dando por hechas unas concesiones rusas, una nueva retirada militar, que en realidad no lo es. Y para lograr esa “victoria”, Macron y sus aliados, envueltos en la bandera de defender al mundo de un incidente nuclear, continúan protegiendo y justificando a quien quiere buscar esa seguridad a base de aumentar el nivel de peligro hasta hacerlo insostenible.

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