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«Nosotros, la gente corriente, somos carne de cañón»

Artículo Original: Kristina Melnikova / Eadaily

El pueblo de Petrovskoe, en el distrito de Starobeshevksiy, está situado justo al sur de Dokuchaevsk, que, junto a Gorlovka, es uno de los lugares en los que el Ejército Ucraniano acostumbra a probar las defensas de la RPD. Según los acuerdos de Minsk, Petrovskoe es una zona desmilitarizada y con un puesto de observación de la OSCE que de vez en cuando visitan los observadores de la misión. Sin embargo, aquí no es un secreto para nadie que los acuerdos de Minsk existen solo sobre el papel. La historia de Petrovskoe es una prueba más de ello.

A finales de mayo, se llegó a decir que el pueblo había sido capturado por el Ejército Ucraniano, aunque más adelante resultó que simplemente habían reforzado sus posiciones en esta zona “desmilitarizada”. “No le da vergüenza ni a la OSCE”, afirmó entonces Eduard Basurin. Actualmente el distrito de Petrovskoe está mucho más tranquilo que en los primeros años de la guerra, pero, según el testimonio de los civiles, la proximidad al frente aún se hace sentir.

La ruta a Petrovskoe es pintoresca. Los campos dorados dan paso al verde de la estepa y pequeños pueblos entre las amenazantes trincheras y restos de tanques. A lo largo de la carretera, las señales rojas en las que se puede leer “Cuidado, minas” recuerdan periódicamente lo cerca que está el combate. Antes de la guerra, Petrovskoe era un pueblo muy pequeño y ahora, como cuentan los residentes, quedan sobre diez patios en los que viven dos o tres personas. En Petrovskoe no hay tiendas donde comprar comida u otros productos, así que para ello los residentes tienen que trasladarse hasta la vecina Stila.

Ahora aquí viven principalmente jubilados. “Nadia, ven. Han venido los periodistas”, grita el tío Vania. Lleva 38 años viviendo con Nadezhda. “Qué sufrimiento”, ríe la mujer. “¿Cómo que sufrimiento? Hemos vivido bien. Bueno, yo hablo mal algunas veces, ¿pero ¿quién no lo hace?”, le abraza su marido. Se puede ver que están en perfecta armonía cuando hablan de sus hijos, recuerdan cómo empezaron a salir, enseñan las fotos de la boda. Ahora Vania y Nadia viven solos. Sobreviven con una pequeña pensión que ayuda a su economía. Tienen una vaca, cuya leche venden por solo 50 rublos el litro. Pero, en las actuales circunstancias, al menos ayuda un poco. Antes recibían ayuda de Cruz Roja, que les llevaba carbón y comida. Y el Consejo Local les entregó material para reparar los daños que había sufrido su casa por el fuego.

Ellos, como toda la población de Donbass, están cansados de esta incesante guerra. “Bueno, dime, ¿quién no quiere la paz? Pero resulta que no tenemos ni paz ni guerra. ¿Qué estamos haciendo? ¿Desde 2014 hemos avanzado algo? Los soldados nos dicen: “hay órdenes de que no”. En algún momento prometían: cuando venga Trump, la guerra acabará, después dijeron que después de las olimpiadas. Hablan, hablan y no pasa nada. La cosecha, el curso escolar, Semana Santa, a todo le llaman tregua, pero no tiene ningún sentido”, explica el indignado Vania. “Alguien sigue poniendo dinero en esta guerra, de otra forma no habría durado tanto”, se queja.

No quieren volver a Ucrania. “¿Por qué tenemos que querer a esta Ucrania? Tenemos que seguir nuestro camino. Y para eso, tiene que acabar la guerra”, explica. Su vecino, Alexander, que trabajó como conductor de camión, cuenta que vive al día. “¿Qué hacer? No hay nadie a quien buscar, nadie nos necesita. Tenemos vacas y cerdos para dar de comer a la familia”, cuenta al hablar de la granja. Ahora el pueblo está más tranquilo que en años anteriores, pero aún hay bombardeos. “Ahí nos bombardearon el día 29, la bomba cayó entre la granja y el río”, señala en dirección a los campos más allá del pueblo. “¿Han llegado a vosotros los rumores de que había llegado el Ejército Ucraniano?”, pregunto. “¡Que vengan! Aquí tenemos a alguien que nos defiende. Confiamos en nuestros soldados, si no fuera por ellos, ya estaríamos muertos”, insiste Alexander.

Sobre el pueblo en los viejos tiempos, recuerda: “se vivía bien. Se cultivaban semillas, grano, trigo. Así era. Y ahora nada. En el hangar está en equipamiento destrozado, algunas semillas crecen salvajes. Salvajes como los lobos”, se lamenta. Le pregunto sobre Ucrania. “¿Qué bien nos ha hecho? Vino a matarnos, a quitar las pensiones a los mayores. Gracias a la RPD me han subido un poco la pensión”, explica. Y añade: “Y diré algo más, si hay una guerra es que alguien se está llenando los bolsillos. Y nosotros, la gente corriente, somos carne de cañón. Así es, amigos”.

Tengo que decir que esta es una opinión bastante común en las zonas del frente. Gran parte de la población no quiere volver a Ucrania, confía en las milicias, cree en el futuro de la RPD, pero no entiende esta guerra y sus reglas, con treguas que se acumulan como anillos en un tronco, y no esperan una paz rápida. Pero, pese a todo, viven e intentan hacer sus vidas más prósperas, incluso en estas circunstancias.

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