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Leopards, Abrams y la guerra terrestre

El 25 de enero de 2023, el Departamento de Defensa de Estados Unidos anunciaba su compromiso de enviar a Ucrania 31 tanques Abrams M-1. Con ello cumplía el principal deseo del Gobierno de Zelensky, que en aquel momento buscaba la creación de una “coalición de tanques” en previsión de la masiva contraofensiva con la que iba a romper el frente de Zaporozhie, cortar el corredor terrestre que Rusia había creado a Crimea y poner el peligro el control de la península del mar Negro. El objetivo ucraniano, y de ahí la dirección en la que se produciría la ofensiva, era tan evidente en aquel momento como lo que Washington intentaba conseguir con la promesa de enviar un lote de sus mejores tanques: presionar al canciller alemán para aprobar el envío de tanques Leopard, considerados los mejores carros de combate de la OTAN. Olaf Scholz, más prudente que algunos de sus homólogos, se veía entonces acorralado por sus socios, que le presionaban para que cruzara una más de las líneas rojas que se había marcado.

El rumor sobre la exigencia de Scholz de que Estados Unidos diera el paso de enviar sus propios tanques antes de que Alemania hiciera lo propio fue quizá una invención mediática o política interesada para obligar al líder alemán a cumplir una promesa previsiblemente inexistente ante el anuncio del Pentágono. Ese mismo día, Alemania daba la aprobación a los países europeos a enviar tanques Leopard de su propiedad y poco después comprometía un primer lote de su arsenal. Para entonces, Estados Unidos había movido ya la portería y dejado claro que, pese a que su anuncio había precedido al de Scholz, serían los tanques alemanes los que llegarían al frente ucraniano en primer lugar.

“Los Abrams, como saben, son tanques muy complicados. Requieren una seria instrucción. Aunque los aprobamos ayer, llevará un tiempo que lleguen al frente. No estarán ahí hasta la ofensiva de primavera”, afirmó Victoria Nuland en una audiencia en el Senado apenas 24 horas después del comunicado en el que se anunciaba el envío. Para entonces, otros países europeos habían comprometido ya sus Leopards y el canciller alemán no podía dar marcha atrás. En una jugada bien organizada, Estados Unidos y algunos de sus aliados más cercanos, fundamentalmente Polonia, habían logrado exactamente lo que querían: Alemania se haría cargo del grueso del envío de tanques para una ofensiva terrestre imposible sin una enorme cantidad de carros de combate.

El resultado fue, no solo el previsible, sino el deseado por Estados Unidos: en el momento en el que las tropas rusas se jactaron de la primera caza de un Leopard, faltaban aún meses para la llegada a Ucrania del primer Abrams estadounidense incluso a pesar del enorme retraso con el que comenzó la ofensiva de primavera, que fue en realidad la ofensiva de verano. “Un ataque de artillería rusa contra una columna de vehículos ucranianos durante un asalto diurno a la ciudad de Novopokrovka o sus alrededores -a 35 millas al sureste de la ciudad de Zaporozhie, en el sur de Ucrania- dejó aparentemente fuera de combate al menos un tanque Leopard 2 el miércoles”, escribió David Axe en Forbes el 8 de junio. Para entonces, las redes sociales se habían llenado de imágenes de los tanques de origen occidental, soviético y ruso -estos dos últimos formando el grueso de las columnas blindadas pese a la propaganda mediática centrada en el material de procedencia occidental- destruidos en los campos minados de la zona gris del lugar en el que las tropas rusas esperaban el ataque ucraniano.

Meses después, Volodymyr Zelensky achacaría el fracaso, que ya entonces se dio por hecho desde el Gobierno ruso, a la falta de material y a la filtración de los planes ucranianos. El conocimiento de los planes a causa de la existencia de algún tipo de quinta columna o enemigo interno había hecho posible, según esta versión, que Rusia tuviera en sus manos los planes y el retraso del envío de material por parte de los socios occidentales había contribuido dando a Moscú el tiempo necesario para preparar su defensa. Esta visión, que la prensa occidental ha dado por buena, ignora que las tropas rusas habían comenzado a cavar trincheras en el frente central de Zaporozhie en el otoño de 2022. Ya entonces, sin necesidad de filtraciones ni informes de inteligencia militar, era evidente que sería ahí donde se produciría el ataque. El objetivo de Ucrania solo podía ser Crimea y era en Zaporozhie donde el Dniéper no ejercía de barrera natural. Sin embargo, es más sencillo explicar los fracasos por errores ajenos -escasez de equipamiento pesado- o buscando enemigos internos.

Por el camino habían quedado numerosos tanques Leopard, vehículos Bradley y tanques de origen ruso o soviético a ambos lados del frente. Los campos de minas, que inexplicablemente Estados Unidos y Ucrania no quisieron prever, el uso de drones y la artillería hicieron imposible continuar con el plan de un avance acorazado rápido hacia Rabotino, Tokmak, Melitopol y más allá. Para desgracia de Alemania, especialmente de la empresa productora Rheinmetall, los tanques Leopard resultaron no ser los líderes de una manada que haría huir a las tropas rusas, sino que resultaron cazados al igual que los menos mediáticos blindados ucranianos. Por suerte para Estados Unidos, sus Abrams no compartieron destino ni fueron sometidos a la pena de telediario con la publicación de los tanques ardiendo entre cráteres causados por la artillería evitando así los negativos efectos comerciales que pudieran tener las imágenes de tanques destruidos.

El 25 de septiembre, exactamente ocho meses después del anuncio de su envío, la prensa ucraniana se hacía eco de la llegada de los primeros tanques Abrams estadounidenses, convenientemente entregados después del fracaso de los tanques europeos en la ruptura del frente. Zelensky rechazaba dar la cifra concreta de cuántos de los 31 Abrams comprometidos habían sido entregados y no sería hasta el 16 de octubre cuando Voice of America confirmara la llegada de todos ellos. “Se espera que los carros, que ofrecen mayor movilidad y potencia de fuego que los carros de tanques soviéticos, apoyen los esfuerzos defensivos y ofensivos de Ucrania. Los envíos pueden dar un nuevo impulso a la contraofensiva, que ha empezado a romper las líneas defensivas rusas”, escribía The Kyiv Independent con la ingenuidad o la manipulación necesaria para ocultar que la ofensiva llevaba meses fracasada. “La entrega se ha producido más rápido que las estimaciones iniciales y a tiempo para su uso potencial en las últimas semanas de las contraofensiva de Kiev contra las fuerzas rusas antes de que se asiente el invierno”, añadía Voice of América, que citaba a un portavoz del ejército estadounidense, que afirmaba que “el tanque Abrams es un gran vehículo blindado, pero no es una bala de plata. En última instancia, lo que más importa es la determinación de Ucrania para abrirse paso”.

Ucrania no iba a abrirse paso en ninguna de las tres direcciones en las que atacaba: el frente de Zaporozhie, el de Jersón con su fracasada cabeza de puente en la margen izquierda del Dniéper o los alrededores de Artyomovsk. Es más, la brigada a la que estaban destinados los Abrams, la 47ª, cuya labor debía ser entrar en combate una vez roto el frente de Zaporozhie y realizar el avance hacia Melitopol y Crimea, no participaría en las acciones ofensivas previstas sino que acabaría destinada a la finalmente fallida defensa de Avdeevka. Y pese a los constantes rumores sobre avistamientos de Abrams en las redes sociales rusas, que prácticamente se convirtieron en un meme, fue ahí allí donde finalmente fueron encontrados, también en la fase final de la batalla y, sobre todo, en el intento ucraniano de contener el avance ruso.

“Los Abrams son los tanques más capaces del mundo”, se jactaba el Pentágono hace un año, aunque advertía también de su complejidad en el manejo -de ahí el largo periodo de entrenamiento y entrega- y mantenimiento, otra de las excusas estadounidenses para esperar a que fueran los tanques alemanes los que ardieran primero en el frente. Más o menos capaces, todos los tanques son vulnerables en ciertas condiciones y era solo cuestión de tiempo que los Abrams aparecieran en los medios rusos ardiendo en el frente como lo hicieron los Leopard. “Así es como los rusos están acabando con los tanques Abrams M-1”, titulaba la semana pasada Forbes. El artículo de David Axe afirma que “los tanques de fabricación occidental -Challenger 2, Leopard 2, Abrams M-1- son un objetivo prioritario para las fuerzas rusas. Por evidentes motivos operacionales, por supuesto, pero también porque cada golpe a un tanque occidental es una buena pieza de propaganda”. Ambos aspectos son obvios, pero hay que añadir también el comercial: Ucrania y Occidente se han empleado en mostrar la superioridad del armamento occidental, por lo que cada joya occidental destruida es refutar ese falso halo de invencibilidad que busca rédito económico.

En apenas unos días, Ucrania ha perdido tres de sus 31 tanques Abrams recibidos de Estados Unidos, un 10% del total. “La 47ª Brigada Mecanizada es la única operadora de Abrams del ejército ucraniano. La brigada entró en acción al norte de Avdiivka, el centro de la ofensiva invernal rusa, a finales del otoño pasado, y los M-1 llegaron poco después, sustituyendo a los pocos Leopard 2A6 supervivientes de la brigada”, explica Axe. Es curioso que en un artículo sobre la destrucción de los poderosos tanques estadounidenses se haga una mención tan clara a la dificultad de supervivencia de los tanques alemanes, un guiño a la rivalidad comercial entre aliados.

En su artículo, Axe describe las circunstancias y las causas de la destrucción de los tres Abrams confirmados como perdidos para Ucrania:

“El 47º perdió su primer M-1 el 26 de febrero o antes, cuando un dron ruso de visión en primera persona impactó contra el compartimento de municiones del tanque y provocó un incendio que acabó destruyéndolo.

“El segundo Abrams quedó fuera de combate el 3 de marzo o antes, esta vez supuestamente por un misil antitanque guiado por láser Kornet que impactó en el lado relativamente poco protegido del casco del tanque y atravesó el blindaje reactivo explosivo M-19 acoplado. Los Kornet tienen ojivas en tándem: la primera carga atraviesa el blindaje y la segunda explota dentro del tanque”.

“Al parecer, la tercera pérdida confirmada de un Abrams, una semana después de la segunda, también se debió a un impacto de misil antitanque, que provocó un incendio que quemó las balas del cañón principal en el compartimento de munición. Debieron de fallar las compuertas anti explosión y el panel de explosión exterior del compartimento”.

Al final, contra el discurso de hace un año, que quería hacer parecer impenetrables a los tanques occidentales, la realidad de la guerra ha hecho ver la evidencia: no hay material imposible de destruir ni ningún arma milagrosa. La superioridad artillera rusa y la buena preparación de defensa hicieron fracasar la ofensiva de verano. Desgastada y frente a un intensivo uso de la aviación, Ucrania no pudo resistir el avance ruso y tuvo que retirarse de Avdeevka. Para ralentizar la marcha, Kiev introdujo su última bala, los tanques Abrams, que han sufrido las mismas dificultades que el resto de material sometido a un conflicto de alta intensidad. Pero incluso en los artículos que admiten que Rusia ha logrado las formas de hacer daño al mejor material occidental, hay que terminar recuperando el discurso oficial de exagerar hasta el absurdo las elevadas bajas ajenas y las mínimas bajas propias. “El M-1 es un tanque resistente. Pero no es más invulnerable que cualquier tanque en una guerra que se ha comido más de 6.000 tanques rusos y al menos 700 ucranianos”. Con esas pérdidas, casualmente con el mismo ratio del alegado por las autoridades ucranianas para minimizar sus bajas de personal y exagerar las rusas, cabría preguntarse cómo es posible que Ucrania no haya logrado ya doblegar a Rusia.

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