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La guerra, razón de ser del Estado

Menos espectacular en términos mediáticos que las afirmaciones que aseguran que Ucrania se queda sin proyectiles para luchar contra Rusia, la pelea por encontrar la financiación necesaria para continuar la guerra y mantener el Estado sigue siendo una de las prioridades de Ucrania y de sus socios. “Meses de bloqueo político en el Congreso de Estados Unidos en el paquete de ayuda de 60.000 millones de dólares para Ucrania han dejado a Kiev buscando desesperadamente donantes alternativos para financiar su esfuerzo bélico contra Rusia y evitar recortes drásticos del gasto público”, escribía el pasado fin de semana Financial Times en un artículo que presenta las dificultades de Ucrania para sostener el statu quo de las prioridades bélicas sin la seguridad de que la asistencia económica de sus proveedores extranjeros vaya a cubrir sus necesidades.

El patrón de gasto de Ucrania, conocido gracias no solo a las partidas presupuestarias sino a los informes de gasto real, muestra una división prácticamente al 50% entre el gasto militar y todo lo demás, que incluye salarios y pensiones públicas, educación, sanidad, infraestructuras, el pago de sus deudas y demás aspectos del mantenimiento del Estado y sus instituciones. Es conocido también el reparto del trabajo entre los dos principales proveedores de Ucrania: la Unión Europea, cuyas inversiones a largo plazo permiten a Ucrania sostener el Estado, y las garantías a corto plazo de Estados Unidos, que aportan el grueso de la asistencia internacional para que las Fuerzas Armadas puedan seguir luchando por la libertad de Ucrania y bombardeando, pese a la supuesta carencia de proyectiles, de forma indiscriminada ciudades como Donetsk.

Pese a los retrasos y una amenaza de veto por parte de Hungría que, como en ocasiones anteriores, no iba a cumplirse, la Unión Europea aprobó hace varias semanas su aportación de 50.000 millones de euros para los próximos cuatro años. “La Unión Europea lo está haciendo bien a través del «Mecanismo Ucrania», recientemente aprobado por el bloque, que le permite conceder más de cincuenta mil millones de euros en subvenciones y préstamos a Ucrania a lo largo de cuatro años. Es un buen comienzo, pero no basta”, escribía uno de los muchos senior fellows del Atlantic Council tras el anuncio. En realidad, pese a las aparentes buenas palabras, el artículo pasa a detallar toda una serie de obligaciones a las que la UE debería comprometerse tanto en el sostenimiento del Estado, preparación de sus fuerzas armadas, creación de una industria militar y futura reconstrucción del país. En realidad, pese al tono aparentemente optimista, los mucho más costosos compromisos que exige hacen que el argumento no difiera en exceso de lo publicado por Político, que afirmó que el paquete es “prácticamente nada”. “Con las necesidades financieras del país creciendo día a día a medida que su intratable guerra con Rusia se prolonga por tercer año, Occidente -y Europa en particular- se enfrenta a la incómoda verdad de que va a tener que pagar mucho más”, escribía el artículo, que en ningún momento ponía en cuestión lo que percibe prácticamente como una obligación moral de la Unión Europea.

La tendencia a hacer recaer el peso del sostenimiento de Ucrania como Estado en la Unión Europea es evidente y no puede ser casual. A lo largo del desarrollo de la guerra, el gran capital estadounidense y sus principales fondos de inversión han mirado con interés a Ucrania y han llegado a mostrar entusiasmo en las posibilidades de la futura reconstrucción. Valorada por el FMI y el Banco Mundial en 500.000 millones de dólares, la reconstrucción de Ucrania es un mercado apetecible para quienes son conscientes de que hay mucho dinero que ganar en un país dispuesto a recortar del bienestar de su población en favor del gran capital internacional. A principios de marzo, Bloomberg afirmaba que “la carrera de un billón de dólares por reconstruir Ucrania se pone en marcha poco a poco”. La guerra no ha acabado ni está a punto de hacerlo, pero las aspiraciones de las grandes empresas han pasado ya a duplicar la estimación de los organismos internacionales.

Sin embargo, y pese a que Zelensky se reúne periódicamente con fondos de inversión y empresas especializadas en la construcción de infraestructuras, las necesidades de Ucrania actualmente son mucho más mundanas y urgentes. “Ucrania ha asignado casi la mitad de su presupuesto de 87.000 millones de dólares para este año a gastos relacionados con la defensa, pero sus ingresos nacionales ascienden solo a 46.000 millones, lo que significa que necesita cubrir la brecha con ayuda de socios internacionales y reduciendo su gasto no militar”, explicaba Fiancial Times, que advertía de que tanto el gasto militar como el déficit aumentarán “con una oleada de hasta 500.000 reclutas y se necesitarán miles de millones más para sus salarios, formación y equipamiento”. La factura de la guerra aumenta aunque no lo hagan necesariamente los ingresos. “Hemos alcanzado prácticamente el máximo de nuestras capacidades, todos los recursos internos se utilizan para financiar el ejército», afirma Roksolana Pidlasa, Presidenta de la Comisión Parlamentaria de Presupuestos, según cita el artículo. El Estado ucraniano es actualmente una maquinaria que hace seguir luchando a su ejército gracias a las armas que recibe de sus proveedores mientras espera que sus socios cubran todo lo demás.

“Según Pidlasa, el plan A original de Ucrania era que la ayuda de EE.UU. y la UE empezara a llegar en enero. Hungría retrasó el paquete de ayuda no militar de cuatro años por valor de 50.000 millones de euros de la UE, que finalmente se acordó a mediados de febrero. Estos retrasos han hecho que Kiev empiece a considerar un plan B e incluso un plan C, explicó Pidlasa”. «El gobierno está negociando una ayuda presupuestaria adicional con otros países del G7, especialmente Japón y Canadá», añadió definiendo el plan B. “También estamos estudiando recortar significativamente los gastos no militares y subir los impuestos”, terminó para definir el C. Como último recurso, Ucrania se plantea también imprimir moneda.

En otras palabras, los planes A y B implican aumentar la dependencia occidental de Ucrania y también las deudas del futuro, un aspecto que solo ahora empieza a ser tenido en cuenta. Solo el plan C implica aumento de impuestos, eso sí, a costa de recortes, sistemáticamente en la parte no militar del presupuesto. Ucrania, alumna aventajada de los países dependientes del FMI, siempre ha estado dispuesta a unos recortes en sanidad, educación, pensiones y subsidios estatales que fueran mucho más lejos de lo exigido por las instituciones internacionales, acostumbradas a obtener reticencias y rechazo por parte de los Gobiernos, no propuestas tan generosas con sus intereses. De ahí que no pueda sorprender que, mientas Rusia y los países de la Unión Europea tratan de movilizar su economía al servicio de las necesidades de la guerra -en el caso de Rusia invirtiendo grandes cantidades en el aumento de la producción industrial-, Ucrania responda a la situación actual a base de recortes, privatizaciones y, solo cuando esos recursos se agotan, aumento de impuestos como el previsto para los beneficios bancarios.

“Los líderes ucranianos han rechazado las sugerencias de que su país debería imitar la economía de guerra rusa, argumentando que más de la mitad de su producción económica se genera en el sector servicios y que gran parte de su base industrial fue desmantelada tras la desintegración de la Unión Soviética y destruida aún más desde la guerra”, escribe Financial Times, que no incide en cómo Kiev ha destruido deliberadamente su base industrial. La Ucrania formalmente independiente dejó caer la potente industria militar heredada de la Ucrania soviética, convencida de que la transformación capitalista debía dirigir la economía hacia el Occidente postindustrial. Además las armas, buques o carros de combate que aquella industria era capaz de producir no fabricaba las armas de la OTAN que la nueva élite ucraniana aspiraba a disponer. Por otra parte, la gran base industrial civil del país, situada en el este y el sur y con Donbass como uno de sus principales centros, tenía en Rusia y no en la Unión Europea su mercado prioritario. El artículo olvida también otros dos detalles importantes: parte de esa industria quedó hace diez años al otro lado del frente, como lo hicieron también los recursos energéticos necesarios para la producción industrial.

La dependencia occidental de la economía ucraniana no es solo consecuencia de la destrucción de la guerra, sino que ha sido un proceso deliberado y diseñado precisamente para lograr ese objetivo que ahora se justifica con argumentos sin la más mínima coherencia. «Si reclutamos a todo el mundo para trabajar en la producción militar, ¿quién va a pagar los pedidos de proyectiles y armamento? Alguien tiene que pagar impuestos», afirma Pidlasa, según cita Financial Times. La Presidenta de la Comisión Parlamentaria de Presupuestos parece no ser consciente de que mantener el empleo es la base del sostenimiento económico del Estado. En realidad, el argumento es comprensible desde el punto de vista de la ideología económica del entorno de Zelensky, que busca una economía de servicios en la que el Estado tenga un peso mínimo y que deje en manos del mercado gran parte de las necesidades de la población. Eso sí, sin olvidar los subsidios de sus aliados extranjeros, Estados sin los que Ucrania no podría mantener su ejército ni su economía.

Kiev espera con ansias la aprobación de los 60.000 millones de dólares que Estados Unidos quiere emplear en concepto de asistencia militar. Sin embargo, con el factor electoral muy presente este año, las noticias que llegan de Washington no son completamente satisfactorias para Kiev. “Entre las propuestas que se barajan está la de tratar parte de la ayuda no militar como un tipo de préstamo, según el presidente de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, el republicano de Texas Mike McCaul, que participa en las conversaciones, y el senador republicano de Carolina del Sur Lindsey Graham. Los activos rusos incautados por el gobierno de  Estados Unidos a través de sanciones también podrían ser utilizados como garantía para los préstamos a los ucranianos, dijo McCaul, añadiendo que el plan también podría tener un generoso sistema de reembolso para ayudar a Ucrania”, publicó NBC el pasado fin de semana. Entre esos senadores que proponen que la asistencia no militar se realice en forma de crédito, no de subsidio están acérrimos de la causa ucraniana como Lindsey Graham.

La guerra, razón de ser del Estado, no corre peligro, ya que es al sector militar al que Ucrania destina íntegramente sus ingresos propios. La ausencia o reducción de la asistencia estadounidense minaría el esfuerzo ofensivo ucraniano y dificultaría el defensivo, aspecto para el que los países de la Unión Europea están movilizándose con el objetivo de compensar esas pérdidas. Kiev, Bruselas y sus aliados no estadounidenses habrán de cargar con el coste añadido derivado de las luchas internas entre los partidos estadounidenses. La guerra debe continuar y no hay lugar para “la palabra valiente” que es negociar, tal y como exigía el pasado fin de semana el Papa en un comentario que tanto ha molestado al Gobierno de Zelensky. Aunque sea a costa de la población, cuyo bienestar solo es secundario.

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