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Munición de guerra

“Nuestras sanciones dañarán la economía rusa en el corazón”, prometió el primer ministro belga Alexander de Croo el 24 de febrero de 2022. Solo habían pasado unas horas desde que las tropas rusas violaran las fronteras de Ucrania por tierra, mar y aire. Ese día, la Unión Europea, y con ella el bloque occidental al completo, puso en marcha unas sanciones que Josep Borrell calificó como “el paquete de sanciones más duro que hemos implementado nunca”. Las autoridades occidentales no escondían que el ambicioso objetivo era destruir la economía rusa. De forma más específica, las medidas económicas occidentales buscaban “debilitar la capacidad rusa de financiar la guerra”. Las medidas coercitivas, el cierre de los mercados occidentales y las restricciones al comercio debían también destruir las posibilidades de Rusia de producir el material militar necesario para continuar la guerra. Pero, de la misma manera que Moscú subestimó la capacidad de Ucrania de resistir y la de Occidente de suministrar con rapidez equipamiento para la guerra terrestre de mayor intensidad que había vivido el continente desde la Segunda Guerra Mundial, Bruselas, Washington y Londres fracasaron en su guerra económica relámpago. El rublo cayó y la inflación subió más allá de lo razonable, lo que costó una parte de los ahorros de la población rusa, pero las medidas tomadas por las autoridades estabilizaron la situación que, con altibajos, se ha mantenido hasta ahora.

Dos años después, todas las guerras -la militar, la política y la económica- continúan en las trincheras, sin ganadores claros ni final a la vista. Al contrario que Occidente, que quiso ver en la contraofensiva de Zaporozhie la posibilidad de obtener una victoria tan significativa como para obligar a Rusia a negociar en posición de inferioridad absoluta, Moscú comprendió ya en 2022 que el conflicto se encaminaba a una guerra larga y se preparó para ello. Uno de los aspectos más importantes de la movilización de la economía para favorecer el esfuerzo de guerra ha sido precisamente incrementar la producción militar para garantizar el suministro de equipamiento a las Fuerzas Armadas. Ahora, fracasada ya la ofensiva terrestre de 2023 y con la iniciativa firmemente en manos de Rusia en los frentes de Donbass, Kupyansk y Zaporozhie -aunque no necesariamente con capacidad de generar grandes avances-, incluso los medios más afines a Ucrania se ven obligados a admitir que “la maquinaria de guerra rusa trabaja a toda marcha”. Es más, la capacidad rusa de producción de ciertos elementos imprescindibles para la guerra se ha convertido en el argumento para lograr el objetivo occidental de aumentar su propia producción industrial.

“Estados Unidos y sus aliados han proporcionado a Ucrania una serie de sistemas muy sofisticados, tanques M-1 Abrams y, próximamente, cazas de combate F-16. Pero los analistas militares afirman que la guerra probablemente se ganará o se perderá en función de quién dispare más proyectiles de artillería”, escribe esta semana CNN, un medio perfectamente alineado con la visión de la guerra que ha mostrado al administración Biden, que sigue luchando por aprobar los 60.000 millones de dólares de asistencia militar a Ucrania y que ha puesto sus miras en el aumento de la producción militar. Para ello, Biden ha apelado al argumento nacionalista y proteccionista, recordando que la financiación empleada para el aumento de la producción militar no solo genera empleo en Estados Unidos, sino que sus beneficios se quedan también en el país. La guerra, y la muerte al otro lado del Atlántico,  se transforma así en beneficio económico.

El objetivo apunta directamente a la naturaleza de la guerra de Ucrania: una guerra convencional terrestre en la que, pese al creciente uso de drones y la importancia que siempre tiene la aviación, es la artillería la que manda. El conflicto actual produce cierta disonancia cognitiva, al compaginarse una nueva forma de utilizar la dronería, nunca antes tan utilizada como arma de guerra en un conflicto de alta intensidad, con trincheras cuya apariencia no difiere en exceso de la de las grandes batallas de la Primera Guerra Mundial. Pese a la importancia de todos y cada uno de los elementos que han sido incorporados a la doctrina militar de ambos países, el peso de la artillería sigue siendo determinante. Evidente desde el inicio de la intervención rusa, Ucrania y sus socios creyeron que lograr equiparar o superar brevemente el potencial artillero ruso sería suficiente para lograr una victoria militar que no llegó. Entre las muchas lecciones que dejó la ofensiva de Zaporozhie está precisamente la importancia de la artillería, menos mediática que los tanques occidentales que iban a romper el frente, pero imprescindible a la hora de imponer la iniciativa sobre el bando contrario.

La importancia de la artillería y el fracaso occidental en su intento de destruir la capacidad de producción rusa, especialmente centrada en el aspecto artillero, han provocado el actual nerviosismo europeo y norteamericano por la supuesta escasez de proyectiles que sufre Ucrania, una situación que puede cronificarse en caso de que Washington y Bruselas no logren movilizar su industria militar. “Rusia tiene en funcionamiento fábricas de artillería «24 horas al día, 7 días a la semana», en turnos rotativos de 12 horas, explicó un oficial de la OTAN. Alrededor de 3,5 millones de rusos trabajan actualmente en el sector de la defensa, frente a los entre 2 y 2,5 millones que lo hacían antes de la guerra. Rusia también importa municiones: Irán envió al menos 300.000 proyectiles de artillería el año pasado – «probablemente más que eso», afirmó el oficial- y «Corea del Norte proporcionó al menos 6.700 contenedores de munición con millones de proyectiles», indica CNN en un artículo escrito desde un tono de alarma que busca simplemente actuar como reclamo de una movilización más rápida de los recursos occidentales centrados en la producción.

«La cuestión número uno que estamos observando ahora mismo es la munición», dijo el oficial de la OTAN. «Son esos proyectiles de artillería, porque ahí es donde Rusia realmente logra una ventaja significativa de producción y crea una ventaja significativa en el campo de batalla», insiste la fuente de CNN. El artículo apunta también a los objetivos de producción que se han planteado los países occidentales, un reflejo claro del estado de la guerra y las perspectivas de futuro.

Las cifras dadas por el artículo, un buen resumen de la situación actual, indican también las capacidades de la industria militar occidental. En esta ocasión, admitir -o quizá exagerar- la debilidad es el argumento principal, el único que puede provocar el temor que justifique un aumento drástico y muy costoso de la producción. “Los países europeos intentan compensar el déficit. Una empresa alemana de defensa anunció el mes pasado que tiene previsto abrir una fábrica de municiones en Ucrania que, según dijo, producirá cientos de miles de balas de calibre 155 mm al año. En Alemania, la misma empresa puso la primera piedra de una nueva fábrica que se espera produzca unos 200.000 proyectiles de artillería al año”, explica CNN. Y en cuanto a Estados Unidos, el artículo alega que “el ejército estadounidense se fijó el objetivo de producir 100.000 cartuchos de artillería al mes para finales de 2025 -menos de la mitad de la producción mensual rusa-, e incluso esa cifra está ahora fuera de su alcance con la financiación de 60.000 millones de dólares para Ucrania paralizada en el Congreso, según declaró a la prensa la semana pasada un alto cargo del ejército”.

Los datos aportados por CNN muestran el nerviosismo europeo con respecto a la producción artillera y la percepción de inferioridad con respecto a Moscú, que Occidente justifica confundiendo a la Rusia actual con la Unión Soviética y viendo una economía planificada que no existe. Sin embargo, los plazos marcados también son importantes, ya que reflejan las expectativas de Occidente con respecto al conflicto. El mero hecho de que países como Alemania estén invirtiendo en nuevas fábricas -especialmente teniendo en cuenta la tendencia desindustrializadora de Europa- señala ya la voluntad de continuar siendo parte del conflicto más allá de 2024. Y que conseguir rivalizar con Rusia en la producción artillera alarga aún más ese periodo. A finales de 2025 habrán pasado tres años y medio desde la invasión rusa y doce años desde el estallido del conflicto ucraniano. Pero parece que, hasta entonces, el único plan de Occidente seguirá siendo la guerra.

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