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Armas, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania

Dinámicas de la guerra proxy

La guerra de Ucrania no es la primera que se produce en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial, pero sí es la más intensa y la que más consecuencias económicas está teniendo para los países que, sin intervenir directamente, participan apoyando al proxy ucraniano. En ese contexto, la posibilidad de obtener beneficios del sufrimiento ajeno se limita fundamentalmente a Estados Unidos y se puede resumir en las consecuencias de la guerra en varios sectores clave de la economía: la producción de armas y el sector energético.

Los datos sobre las ganancias de las grandes empresas armamentísticas y su crecimiento en la bolsa han quedado más que constatados en el año y medio transcurrido desde el inicio de la intervención militar rusa. En esos beneficios destacan, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta que se trata de la primera industria militar mundial, las empresas estadounidenses. Frente a los países europeos, que han sufrido los efectos secundarios de las sanciones que ellos mismos han impuesto contra Rusia, Estados Unidos vive una realidad muy diferente en la que es capaz de lucrarse gracias a la guerra en Europa sin sentir sus consecuencias. La situación es especialmente evidente en el caso de los productos energéticos, fundamentalmente el gas. No es casualidad que Estados Unidos haya sido uno de los principales sospechosos del caso Nord Stream, un proyecto conjunto de Alemania y otros países europeos que habría beneficiado las relaciones económicas, base de las relaciones políticas, en el continente.

Washington, que luchó contra el proyecto desde que fue planteado, celebró abiertamente la oportunidad que suponía la desaparición del tan odiado gasoducto. La sonrisa de Blinken y el júbilo de Victoria Nuland confirmaron la alegría de Estados Unidos, que con la guerra y el cierre, posiblemente definitivo, de los dos Nord Stream, no solo la ampliación que jamás entró en funcionamiento, han conseguido un objetivo que llevaban décadas buscando.

Los países europeos reaccionaron a la invasión rusa prometiendo renunciar a la adicción a la energía barata y fiable que suministraba Rusia e impusieron sanciones contra el gas y petróleo que transitaba a través de las tuberías. Sin embargo, como se ha conocido esta misma semana, Rusia continúa siendo el segundo proveedor de gas licuado en el continente europeo, con fuertes aumentos de ventas a países que, como España o Bélgica, han sido dos de los más firmes defensores de las sanciones. En el caso español, la situación es especialmente paradójica teniendo en cuenta que la ministra de Medio Ambiente, ahora en funciones, Teresa Ribera, calificó de “vergüenza” que el gas licuado ruso no haya sido sancionado ya. Pese a estar dispuestos a adquirir el gas en otros mercados a precios más elevados, los países europeos no han conseguido aún sustituir al gas ruso, aunque el notable aumento de las adquisiciones energéticas a Estados Unidos muestra el camino que Bruselas está intentando seguir.

Sin embargo, el principal beneficio para Washington no es el aumento de sus entregas, sino la desaparición del principal competidor de sus aliados. El objetivo de Estados Unidos no solo es económico sino que es fundamentalmente político. Romper los vínculos energéticos entre Berlín y Moscú supone obstaculizar notablemente cualquier posibilidad de reanudar en un futuro, incluso a largo plazo, los vínculos políticos entre los dos países, impidiendo también todo intento de formar un eje Berlín-Moscú-Beijing.

También el aspecto militar de esta guerra tiene objetivos políticos en el caso de Estados Unidos. Los beneficios de las grandes empresas armamentísticas y el ímpetu de rearme que se está produciendo a nivel mundial, especialmente a nivel europeo, suponen un argumento económico para la administración Biden, especialmente en términos de justificar la continuación de la ayuda militar a Ucrania. Las elecciones presidenciales del próximo año implican un proceso de primarias en el que una parte del Partido Republicano, la más vinculada a Donald Trump y los sectores más a la derecha, pueden utilizar la cuestión ucraniana como argumento. De ahí que pesos pesados del Partido Demócrata hayan comenzado a realizar labores de propaganda sobre los beneficios políticos que la asistencia a Ucrania -en realidad la guerra común contra Rusia- están suponiendo para Washington.

Esa postura se extiende también a una parte del establishment Republicano, como el excandidato presidencial Mitt Romney, que esta semana ha calificado la guerra en Ucrania como “la mejor inversión en seguridad nacional que Estados Unidos ha realizado nunca”. El discurso de Romney no ha cambiado, aunque sí el contexto en el que se produce y, sobre todo, la respuesta que obtiene de sus oponentes Demócratas. Durante la campaña electoral que finalmente llevaría a la Casa Blanca a Barack Obama y Joe Biden, Romney fue ridiculizado por utilizar, en su mentalidad de la Guerra Fría, la amenaza rusa como argumento para el aumento de gasto militar.

Las palabras de Romney no difieren en absoluto del mensaje de una de las figuras históricas del Partido Demócrata, el senador Richard Blumenthal, recién regresado de un viaje a Kiev que ha compartido con el Republicano Lindsey Graham y la progresista Elizabeth Warren. Graham, que junto a John McCain llegó incluso a visitar a las tropas de Azov y otras unidades ucranianas en Mariupol en los años de guerra en Donbass, fue uno de los primeros representantes políticos en admitir lo evidente: Estados Unidos es consciente de que está luchando una guerra proxy contra Rusia y está dispuesto a luchar contra Moscú “hasta el último ucraniano”. Esa idea se ha generalizado tanto como argumento a favor de la continuación del suministro militar a Ucrania como para criticarlo y se ha convertido en la base de la política estadounidense hacia la guerra. Es de esperar que sea también uno de los centros del debate político en referencia a la política exterior durante la campaña para las primarias Republicanas primero y las elecciones generales después.

El mensaje está claro y busca fundamentalmente resaltar la importancia de Estados Unidos, en realidad primer paso para adjudicarse el mérito de cualquier éxito ucraniano. De vuelta de su viaje a Ucrania, Blumenthal ha afirmado que “como dice franca y abiertamente Zelensky, Ucrania no podría haber sobrevivido sin América y nuestros aliados”. Y pese a admitir que la actual contraofensiva está “lejos de ser un éxito seguro”, “la única forma en la que puede perder es si América se desconecta”.

La lógica de la guerra proxy es evidente en ese discurso, como lo es también en la descripción que Blumenthal realiza con la segunda parte del argumento, que explota los beneficios que está logrando su país, un mensaje que no se dirige a Ucrania ni a los aliados europeos, sino al público nacional. “Incluso los americanos que no tienen un interés especial por la libertad e independencia de las democracias en el mundo deben estar satisfechos de que estamos haciendo valer nuestro dinero con nuestra inversión en Ucrania”, escribió el 29 de agosto en un artículo publicado por el Connecticut Post, en el que quiso dejar claro que la guerra está saliendo barata a Estados Unidos. “Por menos del 3% del presupuesto militar de nuestra nación, hemos habilitado a Ucrania para degradar a la mitad el potencial militar ruso, escribió, añadiendo que “todo ello sin ningún soldado americano ni soldado americana heridos o muertos”.

El mensaje es el mismo que el planteado hace meses por Condoleeza Rice y Robert Gates, que en un artículo publicado por The Washington Post escribieron que Estados Unidos cuenta con un socio “dispuesto a soportar las consecuencias de la guerra para que no tengamos que hacerlo nosotros mismos en el futuro”. Hace tiempo que ninguna de las facciones del establishment político estadounidense esconde que Ucrania es una herramienta útil para lograr importantes objetivos políticos, económicos y militares. En esa lógica, el coste que la guerra tiene para Ucrania en forma de destrucción, muerte y endeudamiento no es más que un daño colateral cuyas consecuencias no parecen ser un factor importante a tener en cuenta.

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