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El desgaste de la guerra

Se cumplen exactamente tres meses desde la reactivación de las hostilidades a gran escala en el frente de Zaporozhie, cuando los primeros tanques Leopard alemanes, vehículos Bradley estadounidenses y otros blindados occidentales comenzaron a avanzar sobre localidades como Rabotino o Pyatnashka camino de los objetivos de verdad: las ciudades de Melitopol y Berdiansk. Desde el inicio de la planificación de la contraofensiva, radiada en directo, Rusia ha contado con un constante flujo de información ofrecida por los medios de comunicación y las declaraciones oficiales, que han anunciado tanto los objetivos como las armas de las que Ucrania iba a disponer. El objetivo de la ofensiva, como esta semana han dejado más claro aún Volodymyr Zelensky y Mijailo Podolyak, siempre ha sido poner contra las cuerdas a Rusia en Crimea. Para ello es imprescindible capturar la ciudad de Melitopol, nudo principal de las comunicaciones del sur, y Berdiansk o Mariupol, lo que no solo destruiría el corredor terrestre a la península del mar Negro, sino que cortaría en dos el territorio bajo control ruso en la zona sur, haciendo así prácticamente inviable su defensa.

Para lograr ese objetivo, Ucrania ha contado con la asistencia continuada en la planificación táctica y estratégica y el suministro de inteligencia en tiempo real por parte de sus socios. Y aunque no con la rapidez que el exigente proxy ucraniano demandaba, Kiev ha dispuesto de los tanques, vehículos blindados, equipamiento para el desminado y munición que ha exigido. Pese a las esperanzas rusas de que la industria y las reservas occidentales no fueran capaces de lidiar con la enorme demanda de proyectiles que causa la intensidad de la guerra, los anuncios de nuevas entregas de armamento se producen semanalmente. Esta misma semana, Ucrania ha confirmado que, de forma, inmediata contará con los primeros tanques estadounidenses Abrams, que se unirán a los antaño tan deseados Leopard, cuyo resultado no ha cumplido con las exageradas expectativas de su supuesta invencibilidad. Las tropas de Kiev pronto contarán también con munición de uranio empobrecido aprobada esta semana por Estados Unidos, que se unirá a la ya aprobada por el Reino Unido.

Tan polémica o más que las bombas de racimo, los proyectiles de uranio empobrecido recuerdan que todo está justificado en la guerra común que Occidente lucha contra Rusia a través del uso del ejército ucraniano como herramienta. La escasez de munición o la dificultad de la industria militar occidental para producir las cantidades necesarias para compensar las caídas en los almacenes occidentales no se ha producido por ahora, pero la cantidad de artículos que, desde hace meses, resaltan esa posibilidad recuerdan que ninguno de los países proveedores han librado en las últimas décadas una guerra con la intensidad de la rusoucraniana. El suministro a corto plazo está garantizado, pero las dudas sobre cuánto tiempo puede Occidente mantener el actual flujo de asistencia militar a Ucrania no son solo tema de la prensa rusa.

Esta semana, Ucrania y, sobre todo, sus medios afines y aliados, han querido resaltar el gran resultado del avance de una decena de kilómetros en casi trece semanas hasta la localidad de Rabotino, primera línea de defensa rusa. El pueblo, vacío y destruido, ha sido dado por liberado por Ucrania, aunque los combates continúan en sus alrededores y las tropas de Kiev no han podido, en más de una semana, consolidar sus posiciones o utilizar ese mínimo avance para poner en peligro otras posiciones rusas. La declaración de que la liberación de Rabotino abría la puerta al avance hacia Crimea que realizó la semana pasada Dmitro Kuleba no era sino un mensaje de propaganda en un momento en el que cada vez más medios se plantean como certeza la guerra larga que esperaban evitar con la actual contraofensiva y tratan de negar que exista un incipiente estancamiento. La actual ofensiva era la única apuesta de los aliados de Kiev para 2023 y los actuales avances no se corresponden con el optimismo exagerado que durante meses han mostrado los representantes políticos, que han ignorado las filtraciones del establishment militar, que, más conscientes de las dificultades, calificaba de poco realistas las aspiraciones de victoria completa de Ucrania entendida como la posibilidad de captura de Crimea. Con tan altas expectativas, el fracaso en la captura de objetivos importantes, fundamentalmente Melitopol, pondría a Ucrania y sus socios en una posición de debilidad frente a Rusia, que habría consolidado sus posiciones más importantes creando una guerra de desgaste que puede minar la capacidad ucraniana de recibir suficientes suministros y, sobre todo, de reponer sus fuerzas.

El secretario general de la OTAN, Jens Stortenberg, resaltaba esta semana los progresos ucranianos y los vinculaba a la asistencia occidental, una escasamente velada forma de justificar que esas entregas continúen indefinidamente. Los socios de Ucrania son conscientes de que, aunque las tropas de Kiev seguirían luchando contra Rusia mientras dispusieran de munición, la derrota sería un hecho en caso de no contar con la enorme asistencia de la que disfrutan hoy. “El apoyo que juntos estamos suministrando a Ucrania está marcando una gran diferencia ahora mismo en el campo de batalla porque los ucranianos han lanzado una ofensiva”, afirmó para añadir que “están haciendo avances, están ganando territorio”. Lo vago del comentario, sin presentar ciudades concretas ni direcciones en las que se están produciendo avances contrasta con las declaraciones que se producían hace un año al comentar la rápida y exitosa ofensiva de Járkov. Los acérrimos defensores de Ucrania cuentan aún con la posibilidad de un avance rápido tras sobrepasar Rabotino, algo que contrasta con la certeza de que las defensas rusas no se limitan a esa primera línea que Ucrania dice haber sobrepasado y, sobre todo, subestima la capacidad de las tropas rusas, que han mostrado una solvencia defensiva mucho mayor que la de hace un año.

La narrativa oficial se ha visto obligada a adaptarse para matizar que la victoria no será tan rápida como se esperaba, pero intenta mantener la percepción de que todo va según el plan y las pequeñas contingencias que surgen por el camino no son sino problemas de sencilla explicación. Occidente parece haber decidido que el problema fundamental es la táctica ucraniana que, aún dependiente de su herencia soviética, prefiere evitar las enormes pérdidas que garantizarían los planes exigidos por Estados Unidos, que intenta utilizar un plan de gran ataque terrestre sin cobertura aérea al que jamás enviaría a sus propias tropas. Ucrania, por su parte, achaca la lentitud de la ofensiva al gradual en lugar de masivo suministro de armas y al retraso en la entrega de aviación occidental. Los F16 llegarán a Ucrania una vez que los pilotos hayan sido entrenados en su manejo. Por ahora, pese a los anuncios de un puñado de países europeos sobre el inicio del programa de instrucción, oficialmente son solo ocho los pilotos ucranianos que han comenzado ese entrenamiento.

Esa cifra apunta a otro de los grandes problemas de esta guerra: la capacidad de relevar a las tropas caídas o exhaustas tras meses en la batalla. Durante más de un año, la capacidad occidental para monopolizar el discurso ha hecho parecer ese problema como exclusivo a Rusia. Es evidente por la dependencia que a lo largo del pasado invierno mantuvo de las tropas de Wagner, muchas de ellas reclutadas en las prisiones rusas para ser enviadas como carne de cañón a la batalla por Artyomovsk, que el Ministerio de Defensa de la Federación Rusa ha sufrido a causa de la inferioridad numérica en la que se ha encontrado en Ucrania, muy probablemente a causa de la mala planificación y los fallos de inteligencia al inicio de la operación militar especial. En aquel momento, las autoridades militares rusas subestimaron la capacidad de defensa, voluntad de lucha y capacidad de movilizar ayuda exterior del Estado ucraniano y la operación rápida que esperaban se ha convertido en una larga guerra de trincheras que ha requerido un replanteamiento y una movilización parcial con la que Moscú ha intentado equilibrar fuerzas en términos de efectivos sobre el terreno.

La cifra de bajas ucranianas es el secreto de Estado mejor guardado, pero los indicios apuntan, no solo a enormes pérdidas -no puede ser de otra manera teniendo en cuenta la intensidad de la guerra- sino a dificultades para reponer esos efectivos por medio de la movilización. Prueba de ello son los vídeos de reclutamiento forzado en plena calle que llevan viéndose desde hace meses, pero, sobre todo, las informaciones que comienzan a proliferar en las últimas semanas. Aunque se trataba de una realidad evidente, medios occidentales han comenzado a publicar artículos sobre esa parte de la población que, por diferentes motivos, no quiere luchar en la guerra contra Rusia y que huye del país a base de sobornar a agentes de fronteras, a través de los Cárpatos o simplemente se esconde del reclutamiento. El hecho de que Zelensky cesara a todos los oficiales de las oficinas regionales de reclutamiento, dejando el lucrativo negocio en manos del SBU, es otro indicio de las dificultades de reposición de personal. En los últimos días, Zelensky ha propuesto a la Rada una legislación que haga de la corrupción, para lo que menciona el ejemplo de los sobornos para evitar el reclutamiento, un delito de traición a la patria en tiempos de guerra, otro indicio más de la necesidad de reforzar las medidas para impedir la pérdida de recursos humanos que enviar al frente. No es casualidad tampoco que la prensa occidental, en este caso la española, informe de la aparición de empresas que buscan reclutar personas -mercenarios- para acudir a la guerra de Ucrania.

A esas noticias hay que añadir el persistente rumor de ampliación de la movilización, que ha aumentado en las últimas semanas y que no fue desmentido por Zelensky ante una pregunta de la prensa. Pese a los meses de propaganda ucraniana sobre la inminente movilización rusa, que no se ha producido por ahora, es Ucrania quien parece sufrir de dificultades para reponer sus pérdidas. Las declaraciones de David Arajamia, líder de la delegación ucraniana en las fallidas conversaciones de Ankara el año pasado, han añadido incluso más certeza de la existencia de esas dificultades. El diputado del partido del presidente Zelensky ha abierto la posibilidad de que aquellos hombres en edad militar que abandonaron el país amparándose en informes médicos falseados sean devueltos a Ucrania para ser enviados a la guerra. La idea, de difícil logística, requeriría que los países occidentales expulsaran o extraditaran a personas que posiblemente hayan recibido incluso el estatus de refugiados en países de la Unión Europea.

Aunque posiblemente inviable, la propuesta de Arajamia es un indicio más del evidente desgaste que las tropas están sufriendo en la guerra y que es común a Rusia y Ucrania. Ambos países comparten también una negativa tendencia demográfica heredada de las consecuencias de la disolución de la Unión Soviética, aunque la mayor población de la Federación Rusa puede ser, a largo plazo, un elemento diferencial en la capacidad de reclutamiento. Sin una posibilidad mínimamente clara de que vaya a producirse a medio plazo una resolución política al conflicto, una derrota militar de una de las partes o un alto el fuego, el desgaste de las tropas y las dificultades para reponer esas pérdidas pueden convertirse en un aspecto decisivo a lo largo de los próximos meses.

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