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Grads en manos de Ucrania

Desde la localidad de Druzhkovka, al sur de Kramatorsk, The Wall Street Journal comentaba esta semana que “los gobiernos occidentales han enviado a Ucrania algunas de las armas más sofisticadas del mundo. Sin embargo, el comandante de batería Volodymyr Shujilov utiliza un lanzacohetes soviético de sesenta años que se ha convertido en esencial para ambos bandos de esta guerra”. Pese a las enormes cantidades de armamento enviado por los socios occidentales de Ucrania, según el artículo, dos tercios del arsenal ucraniano son aún de origen soviético, una dependencia soviética que choca a quienes la constatan y molesta a las autoridades civiles ucranianas, deseosas de deshacerse de ese legado.

El cálculo no parece exagerado teniendo en cuenta que, salvo contadas excepciones, el armamento del que ha dispuesto el ejército ucraniano durante el periodo de guerra en Donbass ha sido de origen soviético, ruso o ucraniano incluso a pesar de la creciente presencia y ayuda de la OTAN en este periodo. No es un secreto que desde el estallido de la guerra en el verano de 2014, Ucrania había suplicado a sus socios occidentales armas con las que luchar contra Rusia. En esa lista de deseos no estaban aún los tanques Leopard alemanes, los F16 estadounidenses o el Iron Dome israelí sino armas mucho más modestas como los sistemas antitanque Javelin primero o los drones Bayraktar después. Las necesidades de esa guerra de baja intensidad frente a un enemigo que no era el ejército ruso limitaban el calibre de las exigencias de Ucrania en su entonces imaginaria batalla contra Moscú.

Ucrania contaba aún con una parte de la enorme industria militar heredada de la Unión Soviética, legado que ha dejado caer progresivamente en su ímpetu de sustitución del sector industrial por los servicios y la agricultura. Frente a la industria, cuyos productos no tenían su mercado en la Unión Europea sino fundamentalmente en el espacio postsoviético, Ucrania vio en la agricultura una forma de convertirse en una superpotencia sectorial. El abandono de la industria, también de la industria militar, y de los efectos que el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea tendría sobre ella fue uno de los factores para la división entre quienes veían contrapartidas negativas al camino europeo de Ucrania y quienes lo veían como la salvación del país y su retorno natural a la familia europea. En estos años, Ucrania ha contado aún con empresas de capital importancia como Motor Sich, que no consiguió privatizar en manos de los inversores chinos a causa de la intervención in extremis de John Bolton. Capaz de producir motores aeroespaciales, la ahora bombardeada fábrica de Zaporozhie suministraba material a la Federación Rusa en lo que, en tono jocoso, solía incluso calificarse de relación neocolonial de Rusia por parte de Kiev: Rusia vendía materias primas, fundamentalmente energía, barata, mientras que Ucrania exportaba productos industriales finalizados.

Ese legado soviético industrial prácticamente ha desaparecido ya entre las reformas de los años noventa, el ansia privatizadora y desindustrializadora de la Ucrania post-Maidan y la actual guerra, que ha destruido una parte importante de la industria que había sobrevivido a las diferentes terapias de choque neoliberales. Sin embargo, Ucrania cuenta aún con otro legado soviético: la preparación para la defensa ante una posible guerra con la OTAN, que hacía de la República Socialista Soviética de Ucrania uno de los territorios geográficamente más occidentales y, por ello, más vulnerables. Mucho se ha hablado ya de la cantidad de bases y otras infraestructuras militares, pero ese legado ha de ampliarse también a los enormes arsenales de armas y munición heredados por Kiev tras su independencia y que, en algunos casos, ha sido saqueado y expoliado para ser exportado a terceros países o vendido a empresas militares privadas que los han utilizado -al igual que el material saqueado y expoliado en Rusia y otras repúblicas postsoviéticas- en conflictos fundamentalmente de África.

A pesar de todo, desde 2014, Ucrania ha hecho uso activo de ese legado del país que quiere borrar de su memoria y de su historia. Es más, una parte relevante de las entregas de armamento por parte de países miembros de la OTAN ha sido precisamente en forma de armamento de procedencia rusa o soviética. Países como Eslovaquia, Polonia, Lituania, Letonia o Estonia, parte de la Unión Soviética o miembros del antiguo Pacto de Varsovia, han aprovechado la oportunidad para ofrecer a Ucrania su aviación MiG o sus tanques de diseño soviético a cambio de que esas existencias fueran repuestas por Estados Unidos y sus aliados con equipamiento moderno e ideológicamente adecuado a las circunstancias.

Frente a las necesidades logísticas y de instrucción que implican los sistemas occidentales que tanto ha suplicado Ucrania, el equipamiento de origen ruso o soviético puede ser introducido sin problemas en la doctrina militar ucraniana, muy a pesar de los deseos de las autoridades de Kiev, que siempre habrían preferido sustituir completamente su armamento de origen o diseño soviético con equipamiento de la OTAN. Sin embargo, esos sistemas son más caros, requieren de una munición menos accesible y son más escasos que otros tipos de armamento que Ucrania está utilizando activamente, especialmente en Donbass.

The Wall Street Journal menciona concretamente el caso de los HIMARS, a los que otorga el crédito de haber logrado grandes éxitos tácticos para Ucrania. Es bien conocido su uso contra infraestructuras civiles y militares importantes bajo control ruso como el puente Antonovsky donde, utilizado de forma conjunta con munición de origen ruso, consiguieron destruirlo y hacer inviable la defensa rusa de los territorios en la margen derecha del río Dniéper. Ucrania ha utilizado sus HIMARS también contra un hotel de Melitopol, tan pequeño que era inviable que se encontrara allí un grupo de soldados rusos, o el depósito de autobuses de Alchevsk. Rusia acusó a Ucrania de utilizar ese armamento contra la prisión de Elenovka, algo que Ucrania negó, y que, como otros muchos incidentes de esta guerra, posiblemente nunca quede aclarado.

Como es habitual, cada éxito es adjudicado al armamento occidental, ignorando deliberadamente que es generalmente utilizado junto al armamento propio de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Lo mismo ha ocurrido en la contraofensiva de Zaporozhie, donde pese al protagonismo de equipamiento occidental como los Leopard o Bradley, las columnas blindadas siempre han contado con una significativa presencia de tanques y blindados de origen ruso.

El uso de este armamento, aunque lógico teniendo en cuenta que procede de un país que es una potencia industrial importante en el sector militar, llama la atención de la prensa, se sorprenda de la dependencia del armamento soviético. “Pocas armas simbolizan esa dependencia como el BM-21 Grad, un icono del armamento soviético que entró en servicio en 1963 y dispara hasta cuarenta cohetes no guiados desde la parte trasera de un camión”.

Llama la atención que sorprenda, a estas alturas, el uso constante de Grads, más de nueve años después de que comenzara a ser utilizado contra blancos militares, pero también civiles, en la guerra de Donbass. La naturaleza del conflicto, una guerra terrestre en la que la aviación no ha entrado en juego hasta 2022, hizo de la artillería y de los sistemas lanzacohetes múltiples la base del armamento utilizado. Mientras el armamento moderno -el estadounidense, por supuesto- utiliza misiles guiados en los que la precisión es el objetivo, la ventaja de los Grad es la facilidad con la que puede elegirse un blanco, la rapidez con la que puede dispararse una carga de munición y el hecho de que “cubre todo un campo”. Según afirma el Sukilov, comandante de la 60ª Brigada, “en un corto periodo de tiempo podemos lanzar un montón de cohetes sobre el enemigo”.

El uso de Grads en esta guerra, fundamentalmente en Donbass, ha sido ampliamente documentado a lo largo de los años. Esta munición fue una de las grandes causantes de las elevadas bajas de las Fuerzas Armadas de Ucrania en el verano de 2014, cuando sus pobres tácticas llevaron a grandes agrupaciones de soldados a quedar incomprensiblemente sitiadas por las milicias de la RPD y la RPL. Un arma sencilla y disponible, los Grad siempre han sido parte integral de defensa de las Repúblicas Populares y del esfuerzo bélico de Ucrania, que durante grandes fases de la guerra ha buscado fundamentalmente saturar sus objetivos con fuego, ya fuera para su destrucción o como preludio del avance de su infantería. En ese afán de cubrir campos, Ucrania ha encontrado todo tipo de objetivos, en ocasiones difícilmente justificables. También las milicias de las Repúblicas Populares sufrieron los efectos del fuego de Grad, que causó grandes bajas en los primeros meses de la guerra.

Desde 2014, el uso de estas armas no se ha limitado a objetivos legítimos. El fuego de Grad sigue siendo utilizado a día de hoy contra pueblos y ciudades de Donbass, incluso contra barrios residenciales de Donetsk, donde, junto a la artillería de 155 mm que Kiev tanto ha suplicado a sus socios, han creado un peligro constante para la población civil en todas y cada una de las calles. Fácil de utilizar y de mover tras su uso, por lo tanto también difícil de destruir, el fuego de BM-21 Grad se ha convertido, para Donbass, en signo de los bombardeos ucranianos indiscriminados con los que las autoridades de Kiev están dispuestas a castigar a la población. Mientras las carísimas armas de precisión occidentales son utilizadas contra objetivos tácticos y estratégicos, sistemas más económicos siguen siendo utilizados fundamentalmente como forma de castigo colectivo contra la población civil desleal. Deshumanizada desde 2014 y denigrada como sovoks, insulto dedicado a los nostálgicos de la era soviética, la población de Donbass es también castigada utilizando armas soviéticas de las que Ucrania trata de deshacerse.

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