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El agua como arma

Un día después del colapso parcial de la presa de Kajovka, que provocó una gran inundación que va a suponer serias consecuencias para la población civil y las tropas a ambas orillas del Dniéper y especialmente en las islas, que se habían convertido en la línea del frente, el nivel del agua parece haber comenzado a descender. Así lo confirmaba, al menos, el alcalde de Novaya Kajovka, posiblemente la localidad más directamente afectada. En ambas orillas del río, tropas y equipos de rescate movilizaron recursos para evacuar a la población civil más vulnerable. Y aunque a lo largo del día descendió también el nivel de certeza de los medios de comunicación y la clase política sobre la autoría rusa de un supuesto sabotaje -que ni siquiera se ha confirmado, ya que no hay actualmente forma de confirmar la causa del colapso-, las miradas continúan puestas en Moscú.

El colapso de la presa de Kajovka y la consiguiente inundación coincidió en el tiempo con la publicación de las más recientes filtraciones de documentos del Pentágono, que la prensa está explotando lenta y controladamente. El martes, The Washington Post, que dice haber obtenido los documentos de la comunidad online en la que el miembro de la Guardia Nacional las publicó, afirmaba disponer de evidencias concretas sobre la autoría de los atentados contra el Nord Stream 1 y 2 el pasado 26 de septiembre. También entonces, la adjudicación de culpa -Rusia siempre es culpable- fue rápida e inequívoca. Hicieron falta varios meses y una teoría alternativa, la de Seymour Hersh, para que la prensa comenzara a plantearse abiertamente por qué no había aún ninguna prueba que confirmara la mano de Moscú. Las últimas informaciones publicadas no solo apuntan directamente a Kiev, sino que lo hacen, no ya a una trama al margen del Gobierno, sino con el conocimiento del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania Valery Zaluzhny, supuestamente la figura utilizada para evitar implicar al presidente Volodymyr Zelensky. Según el medio estadounidense, la inteligencia de un país europeo que el artículo no especifica por motivos de seguridad advirtió a Estados Unidos sobre los planes ucranianos el pasado junio, tres meses antes de que finalmente se produjeran las explosiones.

Lo publicado por The Washington Post, al igual que la teoría de Seymour Hersh, no prueban la autoría ni los métodos utilizados, pero sí suponen la confirmación de que la pista rusa jamás se ha sustentado sobre prueba alguna. Conocedores de unos planes de hacer explotar unas infraestructuras críticas copropiedad de un país europeo y aliado tan importante como Alemania, los países occidentales no solo no actuaron para impedir el atentado -que al margen de su autoría, se produjo tras constatarse la existencia de un peligro-, sino que utilizaron el sabotaje para crear la imagen de culpa de su enemigo. En esa tarea, Kiev y sus aliados europeos y norteamericanos caminaron de la mano, apuntando a Moscú y acusando a su enemigo de cometer un atentado. El tiempo transcurrido y el hecho de que todas las teorías sobre lo ocurrido apuntan a oponentes de Rusia debiera haber minado la credibilidad tanto de Kiev como de sus socios. Sin embargo, el silencio ha seguido siendo la norma y no se han producido grandes exigencias de una investigación independiente y real sobre los hechos ni sobre sus consecuencias. Ni siquiera los daños ecológicos que necesariamente tuvieron que producirse a causa de la fuga de gas han causado mayores protestas en la supuestamente ecologista Europa.

Al contrario que en el caso del Nord Stream, las preocupaciones ecológicas sí están siendo consideradas en el caso del desplome de la presa de Kajovka, que va a afectar tanto a la agricultura de la zona, situada en un área de extremadamente fértiles tierras negras, como para el ecosistema. Como si el guion estuviera preparado de antemano -la posibilidad de una catástrofe en Novaya Kajovka comenzó a aparecer en los medios el pasado octubre, por lo que no ha de considerarse necesariamente sospechoso que las consecuencias del colapso estuvieran ya estudiadas-, el presidente Zelesnky advirtió del vertido de sustancias tóxicas que se había producido en el río Dniéper. A lo largo del día de ayer, la versión del ecocidio continuó cogiendo forma. Anton Gerashenko, conocido asesor del Ministerio del Interior y cuya credibilidad debió ser cuestionada hace mucho tiempo -entre uno de sus muchos bulos, el que fuera mano derecha de Arsen Avakov afirmó que en Rusia habían comenzado los arrestos masivos de autoridades militares en lo que parecía presagiar como un golpe de estado- afirmaba que el embalse de Kajovka desaparecerá en unos días. El mensaje es claro y pasa por acusar a Rusia, sin necesidad siquiera de probar su culpabilidad, de crimen ecológico.

Siguiendo la línea habitual de considerar toda afirmación de Moscú como una simple alegación y de dar credibilidad a cada mensaje que llega de Kiev, no es de extrañar que Ucrania haya logrado fácilmente instalar su versión como oficial en toda la prensa. Los grandes medios no han considerado necesario realizar un análisis crítico sobre los precedentes de lo ocurrido y no se ha mencionado ni los planes ucranianos de hacer explotar la presa que The Washington Post citó en diciembre, ni los bombardeos que se han constatado en estos meses, pero tampoco un precedente anterior. En abril de 2022, The New York Times mencionaba el ejemplo de una zona inundada por Ucrania para evitar el avance ruso. En ese caso, la acción no solo estaba justificada, sino que era abiertamente enaltecida por el medio.

Ninguno de esos aspectos, como tampoco los otros momentos en los que Ucrania ha utilizado la mentira y manipulación para lograr sus objetivos -como ocurrió, por ejemplo, cunado Kiev alegó un ataque deliberado de Rusia contra Polonia en el episodio en el que un proyectil de las defensas aéreas ucranianas impactó en una aldea fronteriza y costó la vida a dos civiles- ha logrado minar la credibilidad de Kiev. Ayer, un artículo publicado por Newsweek, similar a otros muchos publicados por otros medios occidentales, se refería a las consecuencias del colapso parcial de la presa de Kajovka. El título del artículo afirmaba que “Asesor de Kiev: Crimea se enfrenta a décadas sin agua tras el colapso de la presa”. En la misma línea se manifestaba también Anton Gerashenko, que escribía que “el secado del canal del norte de Crimea llevará a problemas con el agua potable en Crimea y será crítico para la agricultura de la península”.

Repentinamente, la cuestión del suministro de agua a Crimea ha vuelto a la actualidad. Personas como Carl Bildt han considerado la posibilidad de que Crimea quedara sin agua corriente como algo positivo resultante de la tragedia. Otros representantes han considerado la posibilidad de desastre en la península como prueba que exculpa a Ucrania: Kiev no pondría en peligro el suministro de agua en este territorio que suponen que va a recuperar.

Curiosamente, quienes ahora utilizan el argumento del suministro de agua a Crimea o las consecuencias sobre su agricultura lo ignoraron durante los años en los que Ucrania deliberadamente impidió el paso del agua del Dniéper al canal del norte de Crimea por el que se preocupan ahora. Curiosamente, solo los más radicales, como Bildt, mantienen la coherencia. Durante los siete años en los que Kiev, por medio de un muro que impedía el paso del agua, detuvo el suministro, no se produjo exigencia alguna por parte de los socios de Ucrania, conscientes del castigo colectivo que su aliado infligía sobre la población civil, a la que condenaba a escasez de agua potable y la ruina de su agricultura a causa de su deslealtad. Crimea se arriesga a una década de falta de agua, recuerda Newsweek citando a una aparentemente preocupada Tetyana Tymochko, asesora del Ministerio de Protección Ambiental y Recursos Naturales.

Transcurrieron siete años entre el momento en el que Kiev bloqueó el paso del agua y el momento en el que Rusia hizo estallar la barrera que impedía el suministro de agua, más de un lustro en el que Ucrania destruyó deliberadamente esa misma agricultura por la que Ucrania y sus socios dicen preocuparse ahora. Como cínicamente recuerda Newsweek sin aclarar el motivo por el que las autoridades ucranianas decidieron impedir el paso del agua, hasta entonces, “el canal había suministrado el 85% del agua de la península, gran parte de la cual era utilizada para la agricultura”. Esa actuación deliberada por parte de Ucrania fue tan dañina como Kiev espera que lo sea la actual inundación. Y solo ahora dirigentes como Kaja Kallas, primera ministra de Estonia, denuncian el “uso del agua como arma”.

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