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Una brigada «legendaria»

En una extensa publicación en su perfil de Twitter cuyo objetivo era, como es habitual, exigir más armamento a sus socios occidentales, el asesor de la Oficina del Presidente de Ucrania Mijailo Podolyak se quejaba el martes de las preguntas de la prensa en relación a la esperada contraofensiva ucraniana. “¿Cuándo comenzará la contraofensiva? ¿En qué dirección? ¿Cuántos efectivos y equipamiento habrá? ¿Cuál es el plan de batalla? Los periodistas hacen las mismas preguntas a todo el que puedan considerar oficial”, sentenciaba Podolyak antes de pasar a la moraleja de prácticamente todos sus mensajes: pregonar que Occidente no hace suficiente para que la ofensiva ucraniana tenga el éxito que espera. Frente a sectores algo más moderados, Podolyak se encuentra en el ala más radical del nacionalismo ucraniano en lo que respecta a los objetivos de la guerra. En su visión, no puede haber lugar al compromiso y el resultado de la guerra, uno que considera matemáticamente inevitable, ha de ser la recuperación de la integridad territorial del país según sus fronteras de 1991. Tras ello llegaría el momento de expulsión de la población no deseada en lugares como Crimea y el castigo a los colaboracionistas. El mediático asesor no ha escondido que esos son sus objetivos. El hecho de que ni sus palabras ni el plan de desocupación de Crimea publicado por Oleksiy Danilov, presidente del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa, hayan sido refutadas o matizadas puede considerarse un indicador de que no difieren en exceso de la política oficial del actual Gobierno, cuyo discurso se basa únicamente en la búsqueda de la victoria, no de la paz.

Sin respuestas oficiales a gran parte de las preguntas de esta guerra -como, por ejemplo, el nivel de bajas que está sufriendo Ucrania y si el país será capaz de sostener más ofensivas sustituyendo a los soldados muertos, heridos o capturados-, la prensa continúa especulando y buscando otras fuentes para cubrir esas carencias que la censura militar impide lograr de las autoridades oficiales. Sin ninguna certeza sobre las intenciones ucranianas ni sobre el resultado, algunos medios comienzan ya a buscar a sus protagonistas. En un nuevo ejemplo de blanqueamiento del movimiento Azov, que se suma a todos aquellos acumulados desde su aparición en el año 2014, The Washington Post ha entrevistado recientemente a uno de los soldados del regimiento, del que anuncia que ha sido designado como una de las “seis brigadas ofensivas que ayudarán a encabezar el intento ucraniano de recapturar zonas ocupadas”. Aparentemente convertido en brigada, Azov ha absorbido, según el medio, a otras unidades de la Guardia Nacional de Ucrania.

Lejos quedan ya los años en los que la brigada, entonces batallón, era ampliamente considerada peligrosa y se argumentaba que su discurso, prácticamente marginal, no representaba al del país en general. Eso sí, Azov era lo suficientemente preocupante como para ser designado en dos ocasiones como una milicia neonazi o supremacista blanca por el Congreso de Estados Unidos, que prohibió que fuera armado, entrenado o financiado por Washington. Aunque en ambas ocasiones la prohibición fue levantada, los resquicios de esa preocupación por un batallón cuya simbología se asemeja al wolfsangel utilizado en la Alemania nazi han llegado hasta este mismo año. En la sección 8138 de la propuesta de ley de adquisiciones presupuestarias de Estados Unidos para 2023 se afirmaba que “ninguno de los fondos disponibles según esta Ley puede ser utilizados para suministrar armas, instrucción o cualquier otra asistencia el batallón Azov”.

Hace tan solo un año, el 14 de marzo de 2022, un artículo del mismo medio que ahora entrevista a sus soldados y argumenta que su discurso se ha moderado, dejando de lado la ideología para centrarse en la eficiencia militar, afirmaba que “Azov fue incluido en la Guardia Nacional de Ucrania en 2014 y ha sido la base de la falsa alegación de Putin de que el Gobierno de Ucrania está gestionado por neonazis. Aunque Azov sigue siendo un movimiento marginal en Ucrania, es una exuberante marca entre muchos extremistas. Ha dado la bienvenida abiertamente a occidentales a través de páginas web supremacistas blancas. Han podido verse pegatinas y parches de Azov alrededor del mundo: desde una mochila en una contramanifestación neonazi en julio de 2020 en Tennesse a la motocicleta de un intento de colocar una bomba en una mezquita en Italia”. El artículo no mencionaba el sol negro utilizado por el terrorista de Christchurch, que en su manifiesto de odio alegaba haber sido instruido en campos del regimiento Azov, un detalle cuya veracidad es cuestionable, pero que aparentemente nadie ha tratado de comprobar.

La invasión rusa de febrero de 2022 supuso un punto de inflexión para todo tipo de grupos radicales cuya ideología dejó de tener importancia. La única prioridad era el aspecto militar, por lo que incluso aquellos veteranos de la guerra encarcelados por los crímenes cometidos en Donbass fueron puestos en libertad y enviados al frente. La guerra contra Rusia no solo ha rehabilitado definitivamente al regimiento Azov, ahora recibido prácticamente con honores en Estados Unidos o Israel, sino también a grupos incluso más radicales y, sin duda, mucho más sanguinarios como el batallón Tornado. Sin embargo, el proceso no es nuevo sino una repetición, a mucha mayor escala y con el apoyo de la maquinaria de propaganda occidental, de lo ocurrido en el verano de 2014, momento en el que grupos como Azov alcanzaron relevancia pública.

El artículo de The Washington Post, como otros muchos publicados en los últimos trece meses, califica de “legendario” a un regimiento del que alega que ha apartado a los elementos más radicales. Poco importa que Andriy Biletsky continúe siendo su líder espiritual, ideológico y político o que abandonara el puesto de líder militar ya en 2014. Tampoco es relevante que tanto Denis Prokopenko, el “héroe de Ucrania” que lideraba al regimiento durante la batalla por Mariupol, o Maksym Zhoryn, miembro del Corpus Nacional que ha liderado la reconstrucción del regimiento tras la derrota de Mariupol, procedan del núcleo duro de Azov desde sus comienzos, la división Borodach, cuyo símbolo es un totenkopf modificado. El discurso referente a Azov como movimiento militar, falsamente diferenciado de su movimiento político, se basa en la legitimidad de la defensa de Mariupol. Ucrania, con ayuda de la prensa occidental, ha instalado como verdad absoluta el falso mito de la defensa de Azovstal, una lucha épica en la que un regimiento eligió defender hasta el final la acería propiedad de Rinat Ajmetov pese a que fue Azovstal quien defendió a los héroes del regimiento y otras unidades de las Fuerzas Armadas de Ucrania hasta la entrega final. Como se observó en los meses posteriores, esa rendición se produjo por medio de un acuerdo que ha dado como resultado el retorno del grueso del regimiento a Ucrania y la entrega de sus altos mandos a un tercer país, Turquía, hasta que acabe la guerra. La realidad oscurece la leyenda, por lo que es el relato el que se ha impuesto.

The Washington Post ensalza las capacidades de reclutamiento de Azov en la actualidad, ahora que el nacionalismo se ha generalizado gracias a la guerra y recuerda los momentos iniciales, en los que el surgimiento del batallón respondió al estado en el que se encontraban las Fuerzas Armadas de Ucrania durante la guerra en Donbass. Quizá por desconocimiento o puede que por desinterés, este discurso ignora la forma en la que el movimiento vinculado a Andriy Biletsky, asociado de Arsen Avakov en sus negocios comunes en Járkov, se convirtió en unidad militar y en batallón policial de la Guardia Nacional antes incluso de que estallara la guerra. Días antes de la proclamación de la operación antiterrorista, altos cargos del Ministerio del Interior de Ucrania se reunieron con Biletsky y Korchinsky para integrar al movimiento que Avakov ya había utilizado contra las protestas prorrusas o anti-Maidan.

La guerra de 2014 justificó integrar a un movimiento con importante presencia fascista y neonazi y con un líder con una amplia trayectoria en grupos de extrema derecha. Ya en aquel momento, pese a ejercer de comandante en el batallón en sus primeras semanas, Biletsky era el líder político, no militar. Su paso a un lado y su puesto en el Corpus Nacional en lugar de en Azov nunca se debió a la separación de las dos vertientes. Como s1e puede comprobar a día de hoy, esa separación a la que habitualmente se refiere la prensa no existe. Tampoco la moderación o la eliminación de elementos más radicales se ajusta a la realidad. Pero ahora Azov es recibido internacionalmente, realiza eventos para recaudar fondos y, como el protagonista del reportaje de The Washington Post anuncian la posibilidad de seguir el ejemplo de los militantes chechenos capturando ciudades rusas para utilizar a su población como rehén, una idea perfectamente compatible con el modus operandi de personas como Kirilo Budanov, jefe del Directorio Principal de Inteligencia Militar del Ministerio de Defensa, con el que actúan unidades de la brigada como Kraken. La moderación del regimiento Azov solo lo es en relación a la diferencia entre su discurso y el del Gobierno, que se ha reducido progresivamente a lo largo de los años mientras se oficializaba el discurso nacionalista como el oficial del Estado. Que ambos discursos apenas difieran actualmente no se debe a la moderación de la extrema derecha sino a la radicalización del Estado, proceso ciertamente acelerado desde el 24 de febrero de 2022, pero que se ha gestado a lo largo de los últimos nueve años en la guerra de Donbass y en la institucionalización del odio a todo lo ruso, que incluía también a la población de los territorios de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.

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