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Culpar a un aliado

El pasado mes de octubre, después de demasiados escándalos que habían acabado por molestar incluso a la paciente Alemania, Andrij Melnyk, el conocido y polémico embajador ucraniano, abandonó su puesto en Berlín para regresar a Kiev. Melnyk había ocupado el deseado puesto diplomático en Berlín desde el año 2015 y había superado con éxito el cambio de administraciones que se produjo en 2019, cuando Zelensky, del que se esperaba una gestión muy diferente a la de su antecesor, arrebató con una amplia victoria electoral la presidencia a Petro Poroshenko. Los más de tres años que Melnyk, que nunca escondió sus radicales posturas, se mantuvo en el puesto de embajador de Ucrania en Alemania son una más de las evidencias de la continuidad que supuso la llegada al poder de Volodymyr Zelensky, el actor de habla rusa rodeado de tecnócratas que habían prometido buscar un compromiso para acabar con la guerra que desde 2014 asolaba Donbass y que condicionaba la política y la economía del país.

En sus años al frente de la embajada ucraniana en Berlín, Melnyk se destacó por su vocal defensa de la ideología banderista, un nacionalismo ucraniano que durante las dos primeras décadas de la independencia había tenido su centro en Ucrania occidental y que se había plasmado en la proliferación de homenajes a figuras como Stepan Bandera o Roman Shujevich o a grupos como OUN y UPA, pero que siempre se había enfrentado al rechazo mayoritario del resto del país. En 2015, el nuevo embajador causó polémica por su acto de enaltecimiento a Stepan Bandera en la visita a la tumba del héroe, ese al que, a pesar de su antisemitismo y colaboración con el nazismo, Alemania había aceptado en la República Federal, donde residió hasta que fue eliminado por un agente soviético. La polémica creada por la visita del embajador a la tumba de Bandera en Múnich y el acto de homenaje a una figura que aún entonces causaba amplio rechazo en amplias zonas de Ucrania, no supuso un motivo de moderación para el embajador, cuya capacidad de provocación creció proporcionalmente a la tensión que se vivía en su país.

Con el inicio de la intervención rusa, varias plazas diplomáticas, entre ellas Berlín, adquirieron una importancia especial. Pero si Washington y Londres respondieron de forma inmediata de la forma esperada por Ucrania, Alemania, por diversos motivos, se mostró inicialmente más reticente que sus socios a iniciar el suministro masivo de armamento pesado a Ucrania. En aquellas semanas, en las que Berlín comenzó a enviar asistencia militar y financiera pero no en la forma deseada por el Gobierno de Kiev, las manifestaciones de Melnyk carecieron absolutamente, no solo de la etiqueta diplomática sino de la más básica educación. Aun así, y pese a que la debilidad alemana se puso nuevamente de manifiesto ante la pasividad de Berlín, que aguantó estoicamente las provocaciones del embajador sin exigir su retirada, Melnyk fue finalmente cesado en su puesto.

La retirada del polémico embajador, abierta y orgullosamente banderista en un país en el que alentar héroes que colaboraron con los nazis está teóricamente penado, fue presentada por los medios como un cese para evitar ofender a un aliado imprescindible. Sin embargo, Melnyk no fue apartado ni públicamente rechazadas sus opiniones, exigencias ni críticas a Alemania. Pese a la importancia de la asistencia alemana a lo largo de todos los años de guerra en Ucrania y especialmente en el último año, incluso Volodymyr Zelensky se ha permitido criticar públicamente la actuación alemana. En declaraciones a un medio francés durante su visita a París, el presidente ucraniano insistió en que, en ocasiones, se veía obligado a presionar al canciller Olaf Scholz en busca del armamento necesario. En aquel momento, Alemania había cedido ya a las presiones internacionales, había autorizado el envío de tanques Leopard de terceros países dispuestos a entregárselos a Ucrania y había prometido ya enviar decenas de sus Leopard-2.

Sin embargo, como ahora, nada es suficiente. Kiev, que nunca ha considerado óptima la asistencia de sus socios, tampoco la que le permite, paralizada y destruida su economía, realizar pagos como las pensiones, sigue exigiendo más. La presión diplomática, especialmente a aquellos socios que, como Alemania, son considerados eslabones más débiles, es parte de la acción oficial del Gobierno ucraniano. En ese sentido, las palabras que esta semana ha pronunciado el exembajador Melnyk no pueden considerarse únicamente las opiniones de un diplomático aislado. Pese a su cese en el cargo de embajador de Ucrania en Alemania, Andrej Melnyk continúa siendo un miembro destacado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, uno de los escasos ministerios aún relevantes en el contexto de guerra. Melnyk, viceministro de Asuntos Exteriores, afirmó esta semana que “desde luego, más de 3.000 millones de euros en forma de armas que Alemania nos ha dado en más de trece meses de guerra están muy bien y estamos agradecidos por este apoyo (…). Pero, seamos sinceros, es claramente insuficiente”. Ni las exigencias de Ucrania ni su pretendida superioridad moral para dictar la política interior y exterior de los países de su entorno han alcanzado su límite.

El viceministro no se limitó a la crítica a la actuación actual del Gobierno alemán y quiso insistir en la crítica también a la postura alemana de los últimos años. Liberada, no solo de la obligación de cumplir los acuerdos, sino incluso de pretender haberlo intentado, Ucrania ya ha renegado en el pasado del proceso de Minsk. En ello han colaborado tanto el expresidente Poroshenko como la excanciller Merkel y el expresidente Hollande, que de formas ligeramente diferentes, han dejado claro que nunca hubo posibilidad de cumplimiento del tratado firmado en febrero de 2015 en la capital bielorrusa.

“¿Por qué fracasó Minsk? ¿Por qué se colapsó el Formato Normandía?”, se preguntó Melnyk para dar su respuesta. “Hubo muchos motivos, pero uno de los principales, en mi opinión, fue que Alemania nunca se molestó en convertirse, en palabras de Bismarck, en un negociador honesto”. Después de años de alegar que era Rusia quien incumplía Minsk mientras que Ucrania había cumplido ya con los suyos, Ucrania ha pasado en este año a admitir no haber tenido intención de cumplir con los puntos previstos por el tratado. Sin embargo, oficiales de su Gobierno buscan aún culpar a sus socios, especialmente a su socio europeo más cercano y que con más ahínco defendió el proceso de Minsk. “Los intereses de un intermediario neutral estaban demasiado mezclados con sus propios intereses egoístas, que a la larga se hicieron principales”, afirmó Melnyk en una grave acusación contra el país que mayor apoyo diplomático ofreció a Kiev a lo largo de los siete años del proceso de Minsk.

Con ese proceso, como ahora admite Merkel, Ucrania dispuso de tiempo para reforzarse y rearmarse. Pero, ante todo, en esos siete años, ni el Gobierno de Merkel ni el de Scholz presionaron realmente a Ucrania en busca del cumplimiento de los acuerdos firmados. Frente a las acusaciones de Melnyk, que en realidad solo reproducen quejas que se han planteado repetidamente a lo largo de los años, Alemania, igual que Francia, colaboró activamente con Ucrania para alargar un proceso siempre bloqueado, no por la voluntad rusa, sino por la negativa de Kiev a cumplir con las concesiones mínimas que le exigía Minsk para recuperar, sin haber conseguido ganar la guerra, los territorios perdidos en Donbass. Sin el apoyo diplomático de sus socios europeos, especialmente de la Alemania de Merkel, Ucrania jamás habría sido capaz de mantener vivo, aunque siempre herido de muerte, el proceso de Minsk, que como ahora todos los actores admiten, sirvió fundamentalmente para preparar el terreno para la fase actual del conflicto.

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