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Crimea, Estados Unidos, Rusia, Ucrania

Juego peligroso en el mar Negro

Ayer, Estados Unidos desclasificó unas imágenes en las que se podía observar, desde el dron MQ-9 Reaper derribado dos días antes, las maniobras de la aviación rusa. Se trata de uno más de los muchos encontronazos que se han producido en los últimos años entre la aviación de los dos países. Sin embargo, la localización de la nave no tripulada estadounidense y su evidente labor de espionaje, posiblemente para entregar a Ucrania datos en vistas a futuras ofensivas, no hace más que aumentar la tensión en una región en la que la militarización ha sido creciente en la última década. La publicación de las imágenes estadounidenses se produce después de que Rusia publicara un breve vídeo en el que se observaba a su aviación superando en velocidad al dron, detectado y perseguido hasta su derribo en una maniobra que Estados Unidos ha calificado de irresponsable. Las imágenes muestran lo que se especuló prácticamente desde el inicio: el dron no fue derribado con un impacto de uno de los Su-27 rusos, sino que sufrió daños debido al combustible derramado sobre él por los cazas rusos hasta caer a las profundidades del mar Negro, donde Rusia trata ahora de recuperar sus restos.

El incidente, supone un ejemplo más de un juego peligroso en una región excesivamente cercana a la zona de operaciones militares como para esperar completa inacción por parte de la Federación Rusa. Y es también uno más de los muchos incidentes producidos en el mar Negro en los últimos años, un lugar especialmente útil para provocaciones tanto de los países de la OTAN como de Ucrania. En un episodio que selló la derrota final de Petro Poroshenko, Ucrania envió a su marina a atravesar las aguas bajo el puente de Kerch, en aguas territoriales rusas, sin comunicación previa a Rusia en un episodio que únicamente buscaba una provocación para escalar políticamente la situación. El contexto actual es mucho más complejo y el riesgo de choques entre Rusia y los países de la OTAN ha demostrado ser real. Sin embargo, la actitud de Estados Unidos, que ha buscado utilizar una retórica más moderada que la que acostumbra, muestra que el objetivo no es un enfrentamiento directo con la Federación Rusa. Washington, satisfecho con la dinámica de guerra proxy, pretende simplemente mantener el statu quo: continuar utilizando el espacio aéreo cercano a Crimea para realizar labores de reconocimiento para posteriormente entregar los datos de inteligencia a su ejército subsidiario, encargado de enfrentarse directamente a las tropas rusas.

Artículo Original: Colonel Cassad

El episodio del derribo dron de reconocimiento y ataque MQ-9 Reaper en el mar Negro ha mostrado una vez más que las historias de Washington sobre la lucha por “el orden internacional basado en reglas” significan exclusivamente la defensa de las normas estadounidenses, que imponen a los demás y son descartadas tan fácilmente en cuanto dejan de ser útiles.

No es ningún gran secreto que los drones estadounidenses han participado en operaciones de combate en la región del mar Negro actuando como herramienta de reconocimiento y corrección de fuego para las Fuerzas Armadas de Ucrania. En realidad, el Pentágono no se molesta en negarlo y regularmente indica que está transmitiendo a Ucrania datos de las plataformas de inteligencia estadounidenses.

Estados Unidos utiliza su presencia en el espacio aéreo internacional para esconderse de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, pero ni siquiera esto es suficiente para ellos. Regularmente se pueden observar provocaciones, ya sea con intentos de buques de la OTAN de acceder a las aguas territoriales rusas o de volar con aeronaves o drones en el espacio aéreo ruso. Si nos referimos al mar Negro, es bien conocido el episodio en el que las fuerzas de la flota del mar Negro expulsaron con fuego [disparos de advertencia] a un buque británico que intentaba entrar en las aguas territoriales rusas [en la zona de Crimea, alegando que, según la legislación internacional, se trata de aguas territoriales ucranianas, pero perfectamente conocedores de que se trataba de una provocación gratuita y peligrosa-Ed].

En el caso de Crimea, Estados Unidos se otorga a sí mismo una indulgencia afirmando que no reconoce el espacio aéreo y aguas territoriales rusas alrededor de Crimea, ya que no considera que sea parte de Rusia. Al mismo tiempo, se ve obligado a tener en cuenta el actual estado de la cuestión, ya que estas fronteras están patrulladas por la aviación y la flota del mar Negro de la Federación Rusa. De ahí que los actos de buques y aeronaves sean una provocación por naturaleza, pero se evite (o así se ha logrado hasta ahora al menos) una colisión directa.

De esta forma, una reacción dura a una provocación es un gesto de gran importancia que, cuando menos, convence a los oponentes a moderar su ardor. Se puede garantizar que, aunque Estados Unidos continuará volando sus drones en el mar Negro, lo hará con más cuidado, posiblemente asegurando sus operaciones de reconocimiento con la patrulla de cazas. Y cuando se sienta seguro de nuevo, volverá a escalar.

Es así como se comprueba la capacidad de combate y si Rusia se pliega, determinando los límites de aquello que se pueden permitir. El hecho de que esté sucediendo en las fronteras rusas no significa nada para Estados Unidos: ellos consideran que todo el mundo es su esfera de influencias mientras que, por principio, niegan a Rusia la capacidad de tener cualquier interés. En este caso, la conversación con ellos se produjo en el idioma que se ha podido ver. Después se ha observado una reacción mixta en Washington y una serie de declaraciones un tanto cómicas en este sentido.

Por supuesto, varias decenas de millones de dólares de daños (el coste final depende de la configuración del dron) no cambiarán las intenciones del hegemón, especialmente teniendo en cuenta el inmenso presupuesto de defensa que se prepara para 2024. Pero si la marina rusa puede obtener fragmentos valiosos del dron y su composición interna, el daño puede ser más significativo, ya que fue la preocupación por estas tecnologías lo que motivó al Pentágono a rechazar oficialmente el suministro de drones MQ-9 para Ucrania, temiendo que esos dispositivos cayeran en manos de los rusos, que los transferirían a los iraníes.

Al mismo tiempo, el episodio muestra que, en una situación diferente, un dron mucho más serio como el RQ-4 Global Hawk podría ser también víctima de “extrañas circunstancias”.

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