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Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, Rusia, Ucrania

Venganza

Artículo Original: Dmitry Steshin / Komsomolskaya Pravda

Es indecente ir a Donetsk con el coche vacío. El mío estaba lleno hasta el techo, los últimos paquetes entraron a base de empujar con la rodilla. El francotirador Moscva vuelve al frente conmigo. Ha pasado unos días de permiso en la retaguardia buscando cuadricópteros con visión termal. Gente con buena conciencia se los ha conseguido. También han adquirido para él capas especiales para francotiradores, que les esconden de las imágenes de visión térmica, chalecos con calor que funcionan con carga, botiquines de primera necesidad y muchos bienes necesarios, entre ellos té “masala” para calentarse y chocolates Alyonka.

La pareja de mi colega, corresponsal de KP, ha tejido durante las vacaciones diez pares de calcetines de lana y ha metido un paquete de cigarrillos en cada uno. También llevo jabón. Mi hermano se dedica a fabricarlos, tiene una gran producción, alrededor de 100.000 al mes. Ha preparado un lote especial de jabón antiséptico conífero para la unidad médica del batallón Vostok. Así que el coche lleva el aroma a bosque de pino de un caluroso día de verano. Tatiana, una ciudadana de Gomel que ha escuchado de mis streamings en la web de KP, me entregó 12 kilogramos de leche condensada para una unidad de exploradores para endulzar las vidas de los chicos y dos aparatos para tratar los catarros, el principal problema de las trincheras de invierno. Están hechos en Bielorrusia, no en China, y tengo un poco de envidia por ello.

La frontera de la RPD es ahora algo administrativo. Abren las tres puertas del coche y el oficial de aduanas coge al azar una bolsa verde. “¿Qué es esto?”, pregunta. Respondo que son mis pertenencias. No la abre, le basta mi palabra, así que seguimos. Cinco minutos para cruzar la frontera es un récord para mí en los nueve años en Donbass. “No vas a reconocer la ciudad”, me dice Moscva de camino, “con lo que ha pasado el último mes”. Moscva tampoco va a Donetsk muy a menudo desde la línea del frente, pero nota los cambios. Son visibles. El domingo, todas las carreteras estaban vacías. Solo están reviviendo los hipermercados. El centro, su principal punto geográfico del bulevar Pushkin, está extinto. En el centro del bulevar, a lo largo de las galerías, la gente intenta no quedar a la vista, se aprietan hacia las paredes. El patio del edificio en el que vivo ahora siempre solía estar lleno de coches. Es “la milla de oro” de Donetsk, la zona de oficinas. Pero tras una serie de ataques en el centro, por decreto del presidente interino de la RPD, toda esa población ha pasado a trabajar a distancia y los residentes más ricos de la ciudad se han marchado. Yo, en cambio, vuelvo.

“Me lo han regalado por las fiestas”, dice orgulloso Rotislav, mi casero y amigo desde los 14 años. “Vas a tener agua. Funcionan la lavadora, el baño y la ducha”. Todavía no me lo creo. ¿Cómo es posible? Me encuentro un fantástico diseño en la cocina: un tanque de agua de media tonelada. La bomba eléctrica está escondida debajo de la mesa de la cocina y los tubos pasan por todo el apartamento.

“¿De dónde viene el tanque de agua?”

“La traje en coche hasta la acera y la metí en casa por la ventana. Por cierto, el agua no es potable. Está descontaminada, pero eso es todo. Te puedes lavar. Si ahorras, bajará unos dos o tres palmos al día”. Me muestra el nivel del tanque con la mano mientras yo experimento una especie de shock cultural y técnico, pero, al mismo tiempo, estoy orgulloso de mi indomable compatriota. Toco las baterías. Están calientes, todo está preparado.

Al despedirnos, le cuento a Rotislav las buenas noticias. Toda la zona cerca de la frontera de Uspenka está llena de camiones: llevan tuberías de un metro de diámetro para una tubería de agua. Desde la parte de la RPD, está igual. Ya han instalado el marco para una enorme estación de bombeo. Trabajan hasta los domingos. ¡Va a haber agua! La cara de mi amigo es impenetrable. En Donetsk, los cambios se perciben solo cuando son un hecho. Creo que es consecuencia de vivir en una ciudad en la que un proyectil puede caer en cualquier esquina y en cualquier momento. La realidad ha corregido la percepción del mundo. Nueve años son suficientes para parpadear. Mientras no caiga un proyectil, estamos vivos. Uno cayó y tuve suerte. O no.

No me quedo en el centro. Dejo las cosas en el piso para aligerar el coche al menos un poco. De camino hay unas carreteras intransitables que espero que estén congeladas. Después de veinte minutos circulando por la ciudad, aparece un familiar bosque y el sonido de un mortero pasando literalmente por encima de mi coche. Suspiro. “Compatriota, otra vez ha estado a punto de pasar. En cuanto salgo hacia vosotros, empiezan a disparar con mortero en mi oreja”. Moscva sonríe: “No es solo por ti. Según mis observaciones de varios meses, están esperando a que pase cualquier coche. El mortero dispara y dispara”. Moscva descarga rápidamente, veo que tiene prisa. Nadie le ayuda, los chicos están en sus posiciones. Me dice que le dé la vuelta al coche. Pregunto qué está alcanzando el mortero. “Una granja de Marinka. Vete, vete, no te quedes aquí”. Los Grad se unen al mortero y me doy cuenta de que no haces nada aquí si no tienes una tarea especial. Nos despedimos rápidamente.

En el patio, escondo el coche bajo la pared de la casa y voy a la tienda. Pago 2000 rublos [28€], pero no me doy cuenta de lo que compro con ellos: unas salchichas, un queso, dos pizzas caseras, leche, pan y algo de agua para beber. Los precios son más altos que en Moscú y sinceramente no entiendo por qué no han caído desde la desaparición de la frontera. Nadie lo entiende. Se puede decir que esta es una pregunta retórica de toda la población de Donbass.

Por la mañana, me despierto con los bombardeos. El edificio tiembla. Miro automáticamente el reloj: las 8:40. Proyectiles, posiblemente HIMARS, han impactado en el centro comercial de la calle Ilich. Esta es la avenida más concurrida de entrada a Donetsk, aquí incluso hay atascos. Las Fuerzas Armadas de Ucrania no han elegido este lugar al azar. Recojo las cosas y salgo rápidamente. Me cuesta alrededor de diez minutos en coche, aquí todo está cerca. No queda una sola pared exterior en el centro comercial. Hay un golpeado y polvoriento todoterreno. Junto a él hay un hombre mayor con la cabeza vendada y que ya tiene sangre seca en el jersey, cortes de los cristales. Pregunto lo más importante: “¿Está intacto el motor?”

“Está bien, está bien. Incluso arranca”. Dmitry no tiene mucho que decir. Es un soldado retirado, por edad y por salud. Iba a trabajar cuando hubo una explosión y el coche se golpeó, pero no volcó. Dmitry cree que Ucrania se venga de Donetsk. Por todo. Porque una vez se rebeló, por Soledar, por la explosión de un edificio de pisos en Dnipropetrovsk. No es nuestra culpa, pero a quién le importa al otro lado del frente. La venganza es la opinión general de todas las personas que se acercan a las ruinas ardiendo.

Se nos acerca una mujer, Elena, una ingeniera retirada. “¿Has visto la tienda Pressa? Mi amiga trabaja ahí. Hoy tenía el día libre y la persona que hacía ese turno llegó tarde. Se ha salvado a sí misma y ha ayudado a salvar a otros. Normalmente, abren a las ocho de la mañana. Como suelen decir, ha vuelto a nacer. La farmacia no ha tenido tanta suerte.

Aquí discutimos los bombardeos como en Moscú charlan sobre el tiempo. El distrito Kalininsky solo fue bombardeado en 2014, desde entonces había tenido un largo descanso hasta diciembre del año pasado, cuando las Fuerzas Armadas de Ucrania designaron el hospital Kalinin como objetivo. Los bomberos intentan apagar el humo de las ruinas. Ya se ha anunciado varias veces el “modo silencio”, pero nadie ha respondido. La familia de una chica desaparecida espera junto a la sucia carretera, saben que estaba en el edificio. No me acerco a ellos, no es momento de atormentar a estas personas. Especialmente cuando aún hay esperanza.

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