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Batallón Vostok, Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Rusia, Ucrania

«Ahora, la frontera rusa pasa por mi trinchera»

Artículo Original: Dmitry Steshin / Komsomolskaya Pravda

Quería pasar el día de la vuelta de Donbass a casa con el batallón Vostok, cerca de Ugledar. Quería ver las caras de los soldados en ese momento. Las de quienes han ido a la guerra recientemente y las de quienes llevan vistiendo el uniforme de soldado desde 2014. Los que se levantan en silencio, con la tenacidad del condenado y que, a veces, ya no tiene esperanza de nada.

Compré una bolsa de dulces -chocolate, dátiles, pasas, caramelos-, porque sé lo bien que entran después de un estofado de lata. Salí del supermercado de Donetsk y entonces me di cuenta de que no habría fiesta. Ni los soldados ni nosotros veríamos ni escucharíamos en directo cómo Putin admitía a Donbass en Rusia. No hay luz, internet, comunicación móvil en el lugar en el que se encuentra el batallón. “Ruido blanco”, una especie de vacío informativo. Por supuesto, todos sabrán de las felices noticias a través de los intercomunicadores, pero los soldados solo se enterarán más tarde de los detalles, cuando regresen a la civilización. ¿Qué hacer?, pensé de repente.

Encontrar un buen transistor en Donetsk resultó no ser un problema. Por algún motivo, no se me ocurrió pensar que cientos de aldeas cercanas al frente aún reciben la información al estilo tradicional, por medio de las ondas radiofónicas. “La radio es negocio de viejos”, insistió el vendedor cuando lo preparaba. “Por supuesto, los jóvenes se han marchado, por qué se iban a quedar aquí sin electricidad ni internet. Los viejos se han quedado, escuchan la radio y queman keroseno”.

Me encontré bajo el fuego durante la nubosa mañana. Como siempre, tapé el coche con la red de camuflaje e inmediatamente salí con los soldados a disparar lanzagranadas. Disparaban cartuchos vacíos a una distancia de 250 metros. Según el instructor, “es necesario que, si pasa cualquier cosa, tú mismo, sin esperar una segunda vez, dispares de vuelta, que te resistas”. Hay algo tenso e importante en estos ejercicios. No eran los artilleros los que disparaban, sino los conductores y jóvenes de la reserva. Todos entendían que era necesario. Los ejercicios de maniobras, “sin resultado”, se terminaron rápidamente y volvimos al pueblo. Quedaban unas horas para la esperada decisión.

Mi percepción sobre el cuartel de Vostok es de “información política” o incluso “trabajo político”, que es correcto. Comenzó así una placentera repetición: buscábamos una casa que pudiera acoger a 20-30 personas de una vez, todos los que no están en posiciones durante el día. Pero los edificios que han sobrevivido tienen todos impactos directos, sótanos oscuros y ventanas rotas tapadas con todo tipo de cosas para que no escape un rayo de sol. Entonces empezamos a buscar un cobertizo con un toldo sobre el patio. Lo encontramos. El jefe de personal Askold, que lo aprobó con gusto, me envió a la calle a probar la radio.

Temí la prueba: ¿qué pasa si no coge nada? Me escondí de los drones enemigos bajo un árbol. Primero encontré un viejo “Mayak” y después “Radio de Rusia”. La recepción era estable, de buena calidad, así que pude respirar. Más allá, en el dial había un atasco de emisoras ucranianas que emiten en los territorios de Donbass bajo control de Kiev. Pasando rápido de una a otra, voces masculinas y femeninas repetían una palabra que podía distinguir: “jarchuvannya” o “jarchi”. Los soldados que participaron en la prueba se reían. Entonces cambió la programación y todo quedó más claro. Hablaban de que las empresas europeas llegarán al liberado Izium y todo florecerá allí. Ni siquiera el locutor parecía creérselo.

Uno de los comandantes del batallón, Rossiya, se acercó a los sonidos del cambio de dial. Bromeó sobre las “voces enemigas”. ¿Había motivos para que preguntara cómo se siente el enemigo? Lo que dijo Rossiya contradice en cierta forma lo que se dice en internet: “No observamos nada en nuestra zona todavía. Llega información de que vienen y hacen algo. En general, parece que nuestro oponente se ha calmado la última semana. Sin embargo, los bombardeos siguen como siempre”.

“¿Cómo se sienten los soldados?”

“Hace frío en los bosques, hay soldados que están enfermos. Todos tienen catarros, tos, toda pastilla vale su peso en oro. Las botellas de agua caliente o las estufas de gas son pequeñas. La enciendes en las trincheras, te calientas en diez minutos e incluso te puedes secar”.

“Llevo un tiempo queriendo preguntar, especialmente en este día, por qué ese nombre de guerra, Rossiya”.

Rossiya ríe. “Soy Rusia. Nací en el lejano oriente, mi padre era piloto militar. Me mudé aquí a los doce años. Luego fui cinco años a Moscú y de vuelta a Donbass. Mi casa está destruida, vivo de alquiler. No sabría decir de dónde soy. De Rusia”.

A mi pregunta de qué espera de la entrada en Rusia, Rossiya respondió: “Que nuestros hijos no estén en sótanos”.

Los gatos y perros fueron los primeros en escuchar a Moscú. En estos pueblos abandonados, siempre se acercan a la gente. Los animales no pueden vivir sin las personas y las personas no pueden vivir sin los animales. Me habló un gracioso perro de nombre Barmaley, pero quedó claro cuál de los soldados es su patrón. El perro cojeaba, la metralla le rompió una pezuña en las batallas de primavera. Se lamió la herida y se curó, como buen perro. Barmaley fue adoptado hace mucho tiempo. Viaja por las posiciones con los soldados y después de la guerra su dueño se lo llevará a casa y Barmaley lo sabe. Se le ve confiado y ahora tiene aspecto de tener mucha vida.

Poco a poco el patio cubierto se fue llenando de gente. El zapador Georgy volvió de las posiciones, preparó unos fideos y dijo: “Chicos, hemos encontrado manzanos. Hay manzanas”.

“¿Rejuvenecen?”

“Ojalá. Para eso hay que ir en tanque, hay minas de 120 mm allí. Pero estas valen la pena”.

Uno de los soldados, dijo seriamente: “Con vigilantes, por supuesto”.

Estalló una carcajada. A las 14:30, en algún lugar de los campos, la artillería ucraniana empezó a ladrar. Las bombas cayeron lentamente en los borde del pueblo, lejos de nuestras posiciones, sin causar miedo, pero sí para que la tierra temblara. Barmaley se levantó y puso la cabeza en la rodilla de su amo. Cerró los ojos y apenas se movía con las explosiones. Después se produjo el placentero milagro. Atravesaron las nubes bajas unas sombras negras seguidas por el ruido de los motores. Escuchamos a nuestros aviones disparar misiles, uno detrás de otro, siempre en el mismo lugar. La artillería autopropulsada enemiga se detuvo. Silencio. Encendí la radio.

El ser humano moderno que vive en paz está apabullado de información. Ya no es un valor absoluto. Pero aquí, en el frente, todo es diferente. Como dijo un explorador, “si sabes exactamente qué día de la semana es, quiere decir que no están luchando”. Lis no recuerda exactamente cuándo tomó Azovstal, si fue en marzo o en agosto. No está bromeando, ha perdido la noción del tiempo, de la distancia entre la vida y la muerte. Un estado en el que se gana sabiduría.

Solo en las películas en blanco y negro se escucha así una radio. Como si lo hubiera planeado así, la radio que compré parece una vieja lámpara. Escuchamos los cuarenta minutos sin hablar. Alguien que habló de repente recibió reproches de todas partes: “Déjanos escuchar a Putin, te haremos caso luego”. Se levantaron dos veces, en silencio, se quitaron las gorras y lo hicieron sin ninguna orden previa: cuando se honró la memoria de los muertos y al final, durante la firma de los documentos.

Hemos escuchado lo demás. No hay fiesta, la guerra continúa y no se ha ido a ninguna parte. Me gustaría que todo se calmara mágicamente. Y a estos hombres les gustaría quitarse sus ropas sucias y su camuflaje mojado y ponerse ropa de civil, llevarse al perro e irse a casa. Y que la mañana siguiente pudieran pasear por Donetsk, ir a sus casas con sus familias. Salir de esta guerra, olvidar que ha pasado. Pero no va a haber milagros, todos lo han comprendido. Susurraron: “Hemos tenido un año 41, viviremos hasta el 43 y los buscaremos”. Solo el más joven de los soldados no se levantó y preguntó al comandante: “¿Puedo disparar al aire?”

El comandante respondió seria y imperturbablemente: “Te pegaré un tiro en la cabeza. Ahora ya sé quién enciende nuestro generador por la noche”. [los drones con visión nocturna los usan para dirigir la artillería]

Apagué la radio con las palabras: “Chicos, es un regalo, no me la llevaré, así podréis escuharla”. Miré al comandante esperando algún tipo de reacción a lo que habíamos oído. Y no decepcionó: “Ahora la frontera estatal rusa pasa por mi trinchera”. Hoy todo se ha hecho a la vez más simple y más serio.

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