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La paz y la victoria

Cumplidos ya los primeros seis meses desde el inicio de la intervención rusa, el conflicto se enfrenta ya a una fase de cronificación en su vertientes política, económica y militar, una situación especialmente grave para la población civil de una parte importante del territorio ucraniano, donde la población se enfrenta a la llegada del que el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky ha advertido que puede ser el “invierno más duro desde la independencia”. Con millones de personas fuera del país como refugiadas -tanto en la Unión Europea como en Rusia-, la paralización de grandes sectores de la economía y con una forma de evitar la hiperinflación que en estos meses se ha basado en la impresión de moneda en grandes cantidades, la población ucraniana se enfrenta, no solo a una situación de incertidumbre en términos militares, sino al abandono del Estado.

De forma no excesivamente diferente a la reacción del Estado ruso, Ucrania ha optado por una respuesta neoliberal, o incluso libertaria (en su sentido estadounidense) a la situación económica causada por la guerra. Desde el ministerio de Economía han respondido a la destrucción de la industria -ya sea por los misiles rusos o por los efectos económicos de la guerra- sin intención alguna de proteger a ese sector antaño clave en la economía del país. La guerra ha sido entendida como una forma con la que lograr realizar esas reformas que los tiempos de paz habían ralentizado. Es el caso de la terciarización de la economía, que dejará a miles de personas sin empleo y que afectará desproporcionadamente al este del país, curiosamente esa parte más cercana a la zona de guerra activa y con posibilidades de acabar al otro lado del frente bajo control ruso. Es también el caso de la desregulación del mercado laboral. Acelerando una tendencia existente desde los años noventa y que el presidente Zelensky siempre ha llevado en su programa, Ucrania ha aprovechado la coyuntura de la guerra para aprobar, sin posibilidad de protesta alguna, una serie de reformas que dejan sin representación sindical ni posibilidad de negociación colectiva a una parte importante de la clase trabajadora en el momento de mayor vulnerabilidad.

En realidad, el desinterés del Gobierno ucraniano por su población es anterior a la guerra. Con un comentario que de forma implícita es la admisión del uso de la población como escudo humano, el presidente Volodymyr Zelensky afirmaba recientemente en una entrevista haber optado por no advertir a la población de la posibilidad de una inminente intervención rusa con el argumento de que, en ese caso, el éxodo del país habría colapsado su economía antes incluso del inicio de las hostilidades. Colapsada la economía, pero con la confianza de que ni la suspensión de pagos ni el abandono absoluto de la población tendrán consecuencias negativas para la imagen del Gobierno o de su estrategia, Ucrania busca ahora prepararse para una guerra larga.

El discurso se ha modificado ligeramente para seguir manteniendo el favor de la población y de sus socios extranjeros prometiendo una victoria segura, pero que llevará un tiempo. Atrás quedan las previsiones de victoria en dos o tres semanas que el entonces portavoz del Gobierno Oleksiy Arestovich realizaba en las primeras semanas de guerra rusoucraniana y el discurso oficial marca ahora que serán los próximos dos o tres meses los que determinarán el curso de la guerra y de su resolución. Zelensky parece haber desistido en su intento por lograr tal suministro de armas occidentales que Ucrania pudiera acabar la guerra antes del temido invierno, cuando la crisis energética podría comprometer el flujo de asistencia financiera al país. Como ha admitido esta semana el ministro de Defensa, Oleksiy Reznikov, la principal amenaza para Ucrania es la “fatiga de la guerra”, un temor tanto interno como externo.

La evidente crisis energética en un contexto de alta inflación y desacoplamiento de las cadenas de suministro de productos esenciales supone un riesgo de pérdida de financiación para Ucrania de sus países aliados, principalmente los países europeos, que a medida que la guerra se alargue tendrán que centrar sus esfuerzos en sus necesidades internas y Ucrania teme quedar en un segundo plano. A nivel interno, como admitía Reznikov, Ucrania se ve obligada a convencer a su población de que el sufrimiento que implica la guerra no solo es necesario sino que es la opinión compartida por todo un país unido. Para ambos casos es necesario mostrar capacidad militar para hacer frente a un enemigo más potente, pero a su vez también recordar las carencias propias, especialmente la falta de armamento, que los socios extranjeros tienen la obligación moral de compensar. Un difícil equilibrio entre confianza ciega en una victoria que tratan de hacer ver como inevitable y el victimismo de quien sufre una dependencia absoluta tanto militar como financiera de sus socios para mantener el país a flote, que se quiebra poco a poco ante la realidad.

Han pasado meses desde que Ucrania comenzara a hablar de una contraofensiva para la captura inminente de Jerson, única capital ucraniana más allá de Donbass bajo control ruso. Ucrania ha insistido en que atacará el puente que une Crimea y la Rusia continental y ha prometido recuperar los territorios capturados por Rusia, primero aquellos capturados desde el 24 de febrero, pero también Donbass y Crimea. Sin embargo, la ofensiva de Jerson ha dado, como único resultado, la captura rusa de una localidad que abre el camino a Nikolaev. En Járkov, donde Ucrania cantaba victoria tras la captura de una localidad en la zona de Izium, la batalla se asemeja ya a lo vivido en Donbass durante ocho años: una guerra de trincheras que solo puede causar muerte y destrucción. Y en Donbass las fortificaciones de los últimos años ayudan a Ucrania a aguantar el asalto de la artillería de Rusia, pero la bajas hacen imposible cualquier avance ucraniano.  Pese a haber dejado clara su capacidad destructora, esta táctica de causar daños con la esperanza de que el enemigo simplemente se retire de esa quinta parte del país que tiene bajo su control es una ingenuidad difícilmente sostenible en el tiempo.

Sin ningún éxito que presentar a su población o a sus socios extranjeros desde la retirada rusa de la Isla de las Serpientes, Ucrania debe contentarse con mostrar su capacidad de destrucción. Es así como pretende lograr sus éxitos militares. Consciente de que una ofensiva en campo abierto hacia Jerson implicaría grandes bajas e inciertas posibilidades, Kiev ha optado por la táctica de hacer inviable la situación para las tropas rusas, que según algunos expertos, se verían obligadas a abandonar la ciudad en pocos días (Dmitry Alperovitch presagiaba hace dos semanas esa retirada en dos-tres semanas). De ahí que el objetivo de la artillería estadounidense en manos ucranianas siga siendo el puente Antonovsky, donde Rusia ha instalado ya un pontón en caso de cualquier incidencia. Pese a los varios anuncios de destrucción del puente, Ucrania continúa disparando contra él, aún sin posibilidad de destruirlo.

Mucho más peligrosa es la situación alrededor de la central nuclear de Zaporozhie, bajo control ruso desde marzo y donde se viven combates que en estos días han llegado a interrumpir el suministro eléctrico, algo que podría comprometer el funcionamiento de la planta. El jueves, Estados Unidos, siempre dispuesto a culpar a Rusia en caso de la más mínima evidencia, afirmó no poder determinar quién bombardea la central. Sin embargo, Washington, como el resto de sus socios, se mantiene en la estrategia de alegar que solo el abandono ruso de la central impedirá el peligro, una forma sutil de confirmar que Ucrania continuará utilizando su artillería como herramienta de presión pese al peligro que supone jugar con fuego alrededor de una central nuclear.

En su discurso del Día de la Independencia de Ucrania, que se produjo en el momento de mayor dependencia del país de sus socios extranjeros, Volodymyr Zelensky, que afirmó que Ucrania ha cambiado el mundo en estos seis meses, afirmó que cada día es un motivo para no rendirse. “Solíamos decir paz, pero ahora decimos victoria”, sentenció el presidente ucraniano, que abandonó la retórica de paz que le había llevado al poder nada más tomar posesión de su cargo. Para Zelensky, como para Poroshenko y Turchinov antes que él, la paz nunca implicó compromiso y siempre significó la rendición de su enemigo, la RPD y la RPL hasta el 24 de febrero y Rusia desde entonces. La exigencia de entrega del control de la frontera como prerrequisito para continuar con el proceso de paz, el rechazo al diálogo con Donetsk y Lugansk y a la concesión de los mínimos derechos de autonomía que implicaba Minsk siempre estuvieron presentes en el discurso de Ucrania que, con el apoyo de sus socios, prefirió siempre mantener el estado de guerra y el peligro de una escalada bélica en lugar del compromiso. Desde 2014, no desde el 24 de febrero, Ucrania ha tenido siempre una única versión de la paz: la victoria, una paz impuesta según sus términos y sin ningún compromiso posible.

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