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Agresividad en el frente diplomático

Hace unos días, el secretario de prensa del Kremlin Dmitry Peskov afirmó que Ucrania puede parar la guerra de forma inmediata rindiéndose a las exigencias rusas, unas declaraciones fuera de lugar, que no se corresponden con la realidad y que en nada ayudan a la comunicación entre los dos países. Sin embargo, la salida de tono de Peskov no es más que el reflejo de algo que ocurre también al otro lado del frente diplomático, con constantes declaraciones de Kiev y de sus socios occidentales, que han repetido hasta la saciedad que librarán una lucha hasta el final para lograr una victoria militar contra Rusia. Así se ha manifestado el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, el líder de la diplomacia de la Unión Europea Josep Borrell y, ante todo, el principal defensor de Ucrania, Boris Johnson. Y también han explotado ese discurso viejas glorias de la diplomacia, como el exembajador Michael McFaul, que en su estilo infantil escribía “Señor Putin, detenga su invasión. Declare la victoria y váyase a casa”, o del ámbito militar, como el excomandante de las tropas de la OTAN en Europa Philip Breedlove, que aboga abiertamente por atacar el puente de Kerch.

Al margen de la situación en el frente y de la agresividad mostrada por sus respectivas autoridades políticas, los contactos entre las fuerzas armadas de Rusia y Ucrania continúan en varios ámbitos, fundamentalmente en el de los intercambios de prisioneros y de los cuerpos de los soldados caídos en el frente y en busca de un mecanismo para reanudar las exportaciones de trigo ucraniano por vía marítima. Sin embargo, las negociaciones en busca de una solución diplomática al conflicto entre los dos países continúan suspendidas sine die desde la ruptura que se produjo el pasado marzo. A un acercamiento diplomático que resultó ser solo un espejismo le han seguido semanas de lucha militar y política que hacen impensable que pueda existir un acuerdo a medio plazo.

En ese contexto, las condiciones de creciente destrucción, ataques y contraataques y las dificultades económicas asociadas a la guerra difícilmente favorecen a la diplomacia, que recientemente vive una escalada que posiblemente aumente a medida que el paso del tiempo haga necesarios grandes titulares para mantener el conflicto como prioridad de la agenda política de las principales potencias mundiales.

Las últimas semanas han visto un aumento de los ataques mutuos en busca de la destrucción de depósitos de armamento y munición y también de los centros de decisión de ambas partes. El corresponsal militar ruso Sladkov, sin dar detalles, se refirió la semana pasada a golpes en los centros de toma de decisión de las Repúblicas Populares. Al otro lado del frente, de forma mucho más visible, misiles rusos atacaron la Casa de Oficiales de Vinnitsa, donde Rusia alega que se realizaba una cumbre importante de las autoridades del Ejército del Aire de Ucrania y proveedores internacionales de armas. Desde ese día, Ucrania ha dado a conocer la muerte de al menos tres coroneles de la aviación ucraniana, heridos ese día en Vinnitsa.

La destrucción que se está produciendo ahora mismo en Donbass, los territorios capturados por Rusia y los que se mantienen bajo control ucraniano ha dado imágenes espectaculares acompañadas de concienzudos análisis sobre las armas que precisa Ucrania para cumplir con sus objetivos en el frente. Pero no han dado grandes avances territoriales. Rusia prepara el acercamiento a la ciudad de Seversk en Donbass, tras lo que previsiblemente pondrá en el punto de mira a la zona Slavyansk-Kramatorsk, posiblemente la más importante de Donbass. Y Ucrania, por su parte, prepara su tan anticipada -y anunciada- ofensiva por Jerson, en la que, por el momento, parece centrada en la destrucción de objetivos claros, como, por ejemplo, la ciudad de Novaya Kajovka, donde los daños materiales son crecientes y diarios.

En lo que puede calificarse de pausa operativa en preparación de futuras acciones ofensivas, las circunstancias favorecen el protagonismo de las autoridades políticas sobre las militares y de las amenazas sobre la realidad. Las amenazas al puente de Kerch se han convertido ya en un recurso repetido. Ucrania ha constatado ya la reacción que causa en Rusia cualquier mención a esa infraestructura, que en los años de su construcción, Kiev afirmó repetidamente que Moscú no sería capaz de completar. Crimea es, posiblemente, la amenaza que mayor reacción ha causado en Rusia. Esta misma semana, Dmitry Medvedev prometía “el juicio final” en caso de ataque ucraniano contra el puente de Kerch. Sin embargo, en las últimas horas, tras las declaraciones del expresidente ruso, las amenazas no han hecho más que aumentar y ya no se limitan a unas infraestructuras completas, sino a cualquier objetivo en la península, “legal”, ya que a nivel internacional Crimea continúa siendo reconocida como territorio ucraniano.

Esa ha sido esta semana la base de las amenazas de Volodymyr Havrylov, viceministro de Defensa de Ucrania. Apenas unos días después del anuncio del ministro de Defensa Reznikov, que tuvo que retirar sus palabras sobre la ofensiva ucraniana en Jerson, Havrylov afirmó en una aparición en el Reino Unido que “antes o después tendremos los suficientes recursos para atacar a Rusia en el mar Negro y en Crimea. Crimea es territorio ucraniano, por eso cualquier objetivo allí es legítimo para nosotros”. Más allá de si las palabras del viceministro son más un deseo que una intención o si pretenden dar a entender que la advertencia estadounidense de no utilizar las armas occidentales para atacar territorio ruso no se refiere a la península rusa, Havrylov busca exactamente lo mismo que Reznikov en su entrevista a The Times: obtener más armas de sus socios occidentales. Es más, ya en mayo, Estados Unidos hubo de desmentir que planificara junto con Ucrania la destrucción de la flota rusa del mar Negro, idea que Havrylov trata de recuperar otra vez.

Aunque constante, la exigencia de mayor cantidad de armamento aumenta en cada ocasión que se plantea siquiera la posibilidad de una resolución no militar al conflicto o se pone en cuestión la posibilidad de victoria militar ucraniana sobre Rusia. Así se puede explicar el enfado de Mijailo Podoliak, asesor de la Oficina del Presidente, ante las palabras del almirante James Stavridis, excomandante de la OTAN en Europa, que presagió para la guerra entre Rusia y Ucrania un final similar al de la guerra de Corea en los años cincuenta. El desarrollo de los acontecimientos en el frente apunta a una resolución no concluyente, sin una victoria definitiva de una de las partes, que sería capaz de imponer sus condiciones de forma unilateral. Las palabras de Stavridis apuntan a una situación de un frente estable y aceptado por ambas partes, aunque sin un armisticio que pusiera fin a la guerra. Aunque se trata de uno de los escenarios posibles, la experiencia de Donbass hace surgir dudas de la viabilidad de mantener un alto el fuego estable en el frente en ese tipo de circunstancias. “Ucrania no es la República de Corea y Rusia no es la República Popular de Corea. Son diferentes contextos, diferente escala. Cualquier conflicto congelado significa que la guerra volverá en unos años, bien preparada y más sangrienta”, escribió Podoliak, que dio paso a la línea habitual de Bankova: “La única manera de poner fin a la guerra y devolver la seguridad a Europa es derrotar a la Federación Rusa y liberar los territorios”.

Sin aparente preocupación por la destrucción que está sufriendo el país -Ucrania cuenta con que exista un plan Marshall para que sean sus socios occidentales los que paguen la reconstrucción con una financiación que se sume a los fondos requisados a Rusia y que Kiev exige que se le entreguen- y sin necesidad de justificar el elevado número de bajas o la situación económica crecientemente preocupante, el gobierno ucraniano sigue manteniendo que la guerra es su única opción. Reprochando a Occidente la lentitud a la hora de entregar la artillería pesada solicitada, que en su opinión habría impedido la pérdida de Lisichansk y Severodonetsk, Dmitro Kuleba se reafirmó, no solo en la opción militar, sino en el rechazo absoluto a cualquier opción diplomática. “Todos entienden que las negociaciones están directamente vinculadas a la situación en el frente”, afirmó el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania. “Les digo a los socios algo muy simple: Rusia debe sentarse en la mesa de negociaciones tras haber sido derrotada en el frente. Si no, volverá el lenguaje del ultimátum”, afirmó ayer. Aparentemente, ni esas palabras ni la exigencia de Havrylov de que Rusia abandone Crimea si quiere sobrevivir como Estado, son expresiones del lenguaje del ultimátum.

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