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«El futuro en el que vivirán nuestros hijos»

En Francia camino a Bruselas para la celebración del 75º aniversario de la creación de la OTAN el 4 de abril de 1949, el Secretario de Estado de Estados Unidos Antony Blinken insistió ayer en que el futuro de Ucrania se encuentra en el bloque militar. Pese a que incluso Jens Stoltenberg ha admitido que la posible expansión de la Alianza hacia el este y la posible incorporación de Ucrania fue una de las causas de la guerra, la Alianza no solo no ha perdido ímpetu en su interés por el país, sino que lo utiliza a modo de provocación para remarcar su voluntad de asistir a Kiev mientras sea necesario. Junto al ministro de Asuntos Exteriores de Francia, que dio paso al comentario del diplomático estadounidense, Blinken insistió en que “como afirmaron los Aliados en Vilna, Ucrania será miembro de la OTAN.  Para nosotros, la cuestión es disponer de una buena y clara hoja de ruta para llegar a este destino. Y creo que la cumbre de la OTAN para el 75 aniversario estará muy centrada, y de forma bastante concreta, en cómo podemos establecer esta hoja de ruta.  O, por utilizar otra imagen, el puente, el puente necesario para que Ucrania pueda convertirse en miembro de la OTAN”.

Aunque no participa directamente, la Alianza está presente en la guerra no solo en términos políticos, sino también militares. Los países miembros son los principales proveedores del esfuerzo bélico ucraniano por separado y ahora quieren serlo también como bloque. Ante las dificultades de Joe Biden de lograr la aprobación de los 60.000 millones de dólares con los que esperaba financiar a las Fuerzas Armadas de Ucrania al menos hasta las elecciones de noviembre, la OTAN prepara ahora un paquete de 100.000 millones de dólares para los próximos cinco años, propuesta estrella del encuentro que se celebra hoy. El objetivo, según las fuentes del Financial Times, que ha publicado la noticia, es “proteger el mecanismo contra los vientos del cambio político”. El riesgo de que un relevo electoral suponga un vuelco en la postura del país es menor en Europa, donde los grandes partidos aspirantes a los gobiernos comparten generalmente el apoyo a Ucrania, pero preocupa en el caso de una posible victoria de Donald Trump, que ha hecho del rechazo a financiar eternamente a las tropas de Kiev uno de sus lemas de campaña. Aunque esa postura aparentemente radical favorable a la negociación contrasta con su política hacia el país durante su presidencia, que no varió en exceso de la de Obama-Biden, el nerviosismo ante el riesgo de un retorno Republicano a la Casa Blanca es una de las grandes preocupaciones de la OTAN, Washington y Bruselas.

Los aliados buscan la forma de mantener una financiación común mínima, a la que se sumarían las aportaciones individuales de los diferentes países, para garantizar que Ucrania pueda seguir, cuando menos, manteniendo su defensa. Las cantidades que se manejan probablemente no permitirían a Kiev planificar una ofensiva amplia, especialmente contra las partes más fortificadas y más importantes del territorio bajo control ruso, pero posiblemente sí para impedir una victoria rusa en la guerra. Lograr ese mínimo parece ser el objetivo de la propuesta de Stoltenberg, que se enfrenta a serias dificultades tanto logísticas como políticas para salir adelante. “Es peligroso hacer promesas que no podemos mantener”, afirmó, por ejemplo, Hadja Lahbib, ministra de Asuntos Exteriores de Bélgica. Como ha ocurrido en el pasado, las intenciones de reafirmar con actos, no solo con gestos, la voluntad de apoyar a Ucrania hasta la victoria final mostrando la unidad del bloque se enfrentan a la realidad de los diferentes intereses y puntos de vista sobre el qué hacer.

Sin embargo, incluso a pesar de las polémicas que se han producido durante las últimas semanas a raíz del endurecimiento de la postura de Emmanuel Macron, convertido en el líder del ala más dura contra Rusia, las diferencias en cuestión de táctica militar desaparecen completamente en lo que respecta a las cuestiones políticas. Así se puso de manifiesto ayer con el artículo conjunto publicado en Político por tres líderes de la diplomacia europea: la alemana Annalena Baerbock, el francés Stéphane Séjourné y el polaco Radosław Sikorski. No hay en él ni rastro de las evidentes diferencias que se han percibido entre Francia y Alemania desde que Olaf Scholz se mostrara firme y decididamente contrario, no solo a la posibilidad del envío de tropas europeas o de la OTAN a Ucrania sino también del suministro de misiles, cuya entrega supondría, como es consciente el canciller alemán, una peligrosa escalada del conflicto entre Rusia y los países occidentales.

“Hace 75 años se firmó en Washington el tratado fundacional de la OTAN para garantizar la seguridad de nuestro territorio, la seguridad de nuestros pueblos y la preservación de nuestros valores comunes: la libertad individual, los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho”, afirman en su apertura olvidando, por supuesto, las consecuencias que la libertad individual de la OTAN han tenido en los países que se han visto en el lado opuesto de los misiles de sus países miembros. Calificando al bloque como la “alianza defensiva más exitosa de la historia”, los tres líderes diplomáticos se centran fundamentalmente en las obligaciones de los países miembros ante el momento actual en el que “estos valores están siendo puestos a prueba como nunca antes”.  Centrándose ya en Ucrania y en la “invasión de Putin”, Baerbock, Séjourné y Sikorski se refieren a la obligación de “estar a la altura de que este momento puede definir el futuro en el que vivirán nuestros hijos”. Como ya hiciera el primer ministro polaco Donald Tusk, que calificó el actual momento como “prebélico”, el artículo insiste en las “ambiciones imperiales” de Vladimir Putin y el peligro que supone para otros países europeos. En la visión simplista del mundo en la que la OTAN es simplemente una alianza defensiva, no significa nada que Rusia comenzara, escasos días después de su intervención militar, unas negociaciones de paz en las que el presidente ruso estaba, según han confirmado miembros de la delegación ucraniana, dispuesto a abandonar todo lo capturado a excepción de Crimea y Donbass, los dos territorios que hace diez años rechazaron el irregular cambio de Gobierno en Kiev. Las ambiciones territoriales y el imperialismo de Putin se limitaban a una península que llevaba ocho años siendo parte de Rusia y una zona abiertamente rechazada por Ucrania, que optó por iniciar una operación antiterrorista en lugar de buscar para ella un acomodo político.

Quienes han olvidado que presidieron un encuentro entre el Gobierno de Yanukovich y la oposición que solo el entonces presidente estaba dispuesto a cumplir y posteriormente apoyaron a Ucrania en su guerra contra Donbass y flagrante incumplimiento de los acuerdos de Minsk acusan ahora a Putin de, “durante años”, haber “difundido mentiras y falsas narrativas para justificar su guerra. Una de ellas es que la OTAN representa una amenaza para Rusia. Pero lo cierto es lo contrario: en la actualidad, algunas naciones vuelven a unirse a la OTAN porque se sienten amenazadas por Rusia. Finlandia y Suecia han mantenido durante mucho tiempo una orgullosa tradición de neutralidad”, insisten, para añadir que “tras la invasión de Putin de un vecino pacífico, ejercieron su derecho soberano a elegir libremente alianzas y ahora han fortificado nuestras filas”. El país que durante siete años se negó abiertamente a cumplir con los compromisos adquiridos con su firma en un acuerdo negociado por la canciller Merkel y el presidente Hollande y que mantuvo artificialmente la guerra activa en Donbass es ahora un vecino pacífico.

Las complejidades del conflicto ucraniano son incómodas y el peligro del expansionismo ruso es más conveniente ahora que es necesario para justificar medidas militaristas que habrían resultado imposibles hace unos años. Baerbock, Séjourné y Sikorski proponen así un compromiso de invertir al menos el 2% del PIB de los países de la Alianza en defensa, “utilizar todo el potencial industrial de nuestro continente para actualizar nuestras capacidades militares, aumentar la producción y crear economías de escala” haciendo crecer las industrias nacionales a base de contratos a largo plazo e invertir en “tecnologías de futuro para mantener nuestra ventaja tecnológica y cerrar la brecha de capacidades”. Inversión, producción y desarrollo porque “en el 75 aniversario de la OTAN, estamos convencidos: la libertad y la seguridad de los próximos años exigen una alianza transatlántica moderna y fuerte”. Aunque los diplomáticos afirman defender que los países europeos deben “mostrar su disposición a asumir más responsabilidad por la defensa europea”, todo gira alrededor de la OTAN, es decir, de Estados Unidos.

La seguridad del continente, basada en sostener la actual guerra y prepararse para la siguiente, depende de la militarización. “Como europeos”, afirman, “estamos preparados para hacer nuestra parte”. Queda implícito en ello que también Estados Unidos debe hacer lo propio, en su caso, seguir sosteniendo el esfuerzo bélico ucraniano como su primer proveedor. De eso depende, aparentemente, el futuro en el que vivirán nuestros hijos.

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