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Armas, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania, UE, Unión Europea

Si vis pacem

“Estados Unidos y los países europeos prometieron el martes mantener su apoyo militar a Ucrania aunque la futura ayuda estadounidense sigue bloqueada en el Congreso y las modestas donaciones de nuevo armamento reflejan una alianza a la que le queda relativamente poco que dar cuando la guerra contra Rusia entra en un tramo crítico”, ha escrito esta semana The New York Times tras la enésima reunión en Ramstein en la que los países occidentales buscaron, aparentemente sin éxito, soluciones a los problemas de Kiev. “Estados Unidos a Ucrania: confiad en nuestras palabras, no en nuestros actos”, añade Político, preocupado por la falta de progresos en la aprobación de nuevos fondos estadounidenses para la guerra. Todas las partes, como ya advirtió a finales de 2023 Volodymyr Zelensky, son conscientes de que los países de la Unión Europea no serán capaces de cubrir por sí mismos las necesidades de la guerra. Sin embargo, por el momento, la administración estadounidense no parece excesivamente preocupada por las demoras legislativas en la medida en que la Unión Europea ha elevado su nivel de implicación, busca formas de aumentar su asistencia militar y la retórica belicista continúa en alza.

En realidad, Estados Unidos ha conseguido ya una parte de sus objetivos de los últimos meses: reducir su implicación a costa del aumento del gasto en Europa. Al igual que Zelensky, Washington y Bruselas comprenden que la producción militar de los 27 países miembros de la UE carece de la capacidad de producción que requiere la actual guerra. El continente que dio lugar a la Revolución Industrial y que hizo crecer a las grandes potencias que provocarían dos guerras mundiales no es capaz de producir sus propios proyectiles de artillería de 155 milímetros que Ucrania debe disparar contra Donetsk, Belgorod o con los que ha de defender Rabotino, la pequeña aldea despoblada de la que muy pocos dirigentes europeos habrían oído hablar hace tan solo un año.

Cada vez más nerviosos con la ausencia de asistencia estadounidense, los países europeos han avanzado en varias direcciones diferentes y complementarias para compensar sus carencias. A iniciativa de Chequia, uno de los países más cercanos a Estados Unidos, representante de la nueva Europa nacida de la expansión de la Unión Europea y la OTAN hacia el este, Bruselas ha acordado movilizarse para adquirir material más allá de sus fronteras. El más Europa con el que la UE inició su participación en la guerra como proveedor y financiador de una de las partes ha quedado aparcado para aceptar la propuesta de adquirir material, especialmente munición, en el mercado mundial. Aunque la prensa se ha centrado en países como la República de Corea, India o Turquía, no hay que olvidar que la gran potencia militar industrial a nivel mundial es Estados Unidos, que ha basado parte de su defensa de la guerra hasta el final en el beneficio económico que la guerra reporta para su industria tanto en términos de ingresos como de aumento del empleo. Sin embargo, la Unión Europea debe aún sortear ciertas trabas burocráticas. “Bruselas está estudiando activamente la manera de eludir una cláusula del Tratado de la UE que prohíbe la compra de armas con cargo al presupuesto de la Unión, al tiempo que intensifica sus esfuerzos por aumentar la financiación de la defensa y Ucrania”.

La Unión Europea busca también ampliar su propia capacidad militar y en los últimos meses, han aumentado tanto la producción como la creación de nuevas factorías con las que poder competir a medio y largo plazo con la producción rusa. El hecho de que las cifras que se manejan estén pensadas más allá de 2025 indica que el inicio de la militarización no se debe únicamente a la guerra de Ucrania, sino que se trata de una política a nivel continental que prevé un conflicto político y tensión militar con Rusia más allá del actual conflicto o la continuación de una guerra eterna a escasos kilómetros de las fronteras de la UE.

Ambas opciones implican la completa renuncia a la diplomacia o a la búsqueda de una solución negociada al conflicto. Si vis pacem, para bellum parece ser el lema oficial de los países europeos. “Si queremos paz, debemos prepararnos para la guerra”, tituló Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, en un artículo publicado la semana pasada por El País. Más recientemente, en una entrevista a toda página, Maja Kallas, presidenta de Estonia, un país militarmente irrelevante pero que basa en su frontera con Rusia su extrema beligerancia y su exigencia de más militarismo, ha insistido en que “la forma de evitar una tercera guerra mundial es que Rusia pierda esta guerra, así no nos tendremos que preocupar por eso”. Para evitar una guerra, Kallas propone más guerra. En realidad, la experiencia de la contraofensiva ucraniana de 2023, preparada durante meses y que contó con miles de millones de euros en equipamiento y formación de brigadas, muestra que derrotar a Rusia en el frente requeriría por parte de los países occidentales y su ejército subsidiario ucraniano una importante escalada. En realidad, el discurso de la presidenta de Estonia no esconde que la actuación europea en estos momentos no se debe únicamente a la situación en Ucrania. A la pregunta de si el rearme busca “entregar armas a Ucrania o prepararnos para la guerra”, Kallas responde que “las dos. Un objetivo es suministrar material a Ucrania y otro reponer nuestros arsenales, invertir más en nuestra defensa colectiva”.

Esa defensa colectiva que ha buscado desde hace décadas enfrentar al continente en dos bloques que habían desaparecido y que ha preferido no dar pasos para que la guerra de Donbass no se extendiera a toda Ucrania pasa por la derrota de Rusia en el frente, para lo que, según Kallas, no se debe temer incluso a la guerra nuclear. “Rusia tiene miedo de ir a la guerra contra la OTAN, pero si ven que no nos rearmamos, no temerán”, añade la presidenta de uno de los países que más rápidamente quedarían destruidos en caso de una improbable guerra entre Rusia en la OTAN. Sin embargo, todo salvo la diplomacia está justificado para derrotar a Moscú. “Si Rusia amplía su territorio y no le pasa nada, tendremos un problema muy grave”, añade la presidenta de uno de los países que envió un contingente militar a -simbólicamente, ya que su inexistente potencia militar impide que su papel pudiera tener ninguna relevancia- apoyar a su aliado estadounidense en una guerra de agresión que quedó completamente impune.

La militarización a corto y medio plazo -la primera para suministrar a las Fuerzas Armadas de Ucrania y la segunda para una un conflicto político sostenido con la principal potencia militar del continente- requiere de financiación e inversión. La adquisición de munición en el mercado mundial y el aumento de producción militar que implica el rearme exigen nuevas vías para cubrir las nuevas necesidades creadas. “Un diplomático planteó la posibilidad de obligar a cada país a contribuir un 2% de su PIB a la defensa de la UE. Esto generaría, según alegó, 80.000 millones de euros”, escribía ayer The Guardian. Ese aumento del gasto militar se añadiría al 2% que ya exige anualmente la OTAN a sus países miembros. Además del aumento del peso de defensa -o ataque- en los presupuestos nacionales, la Unión Europea planea también utilizar los beneficios de los activos públicos y privados rusos requisados con el primer paquete de sanciones tras la invasión de Ucrania de febrero de 2022. Con ello, según Josep Borrell, se espera recaudar alrededor de 3.000 millones de euros al año, una cantidad considerable, aunque de ninguna manera la cifra con la que espera contar Volodymyr Zelensky que, pese a mostrarse agradecido por el aumento de las promesas europeas, espera aún más inversión y también la llegada de los fondos estadounidenses.

“Recibimos mucho apoyo de Europea y de Estados Unidos, pero en el frente no vemos muchas armas”, ha afirmado recientemente Dmitro Kuleba, ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, que no parece haber observado el flujo ininterrumpido de equipamiento, munición, instrucción, financiación e inteligencia que su país lleva más de dos años recibiendo. A las políticas que implican un cambio, especialmente si se requiere un esfuerzo presupuestario que repercutirá en los bolsillos de la población, ha de acompañarles un discurso acorde. En esta ocasión, se trata del peligro inminente. Mencionado abril como un mes en el que “estamos citados con la historia”, el presidente francés Emmanuel Macron alertó de la necesidad de reclutamiento de tropas y aumento de la asistencia militar. “Ucrania puede caer muy rápidamente”, insistió. Aunque Rusia ha recuperado completamente la iniciativa y en las últimas horas ha anunciado la captura de Orlovka y Tonenkoe en los alrededores de Avdeevka, sus avances en el frente se han ralentizado notablemente. No hay indicios para creer que pueda producirse el colapso militar que podría provocar la caída rápida de Ucrania de la que alerta ahora Macron.

El discurso de peligro puede, eso sí, convivir con los lugares comunes que tanto se han repetido en esta guerra. En marzo de 2022, el entonces portavoz del Gobierno ucraniano para la guerra, Oleksiy Arestovich, afirmó por primera vez que Rusia se quedaría sin misiles en unas semanas. Ahora, el argumento se repite de forma aún menos creíble. “El 17 de febrero, los invasores capturaron Avdeevka, una ciudad en el frente del este. Desde entonces, han tomado varias localidades cercanas. En el sur, los soldados ucranianos están defendiendo la aldea de Rabotino con apenas veinte o treinta proyectiles al día”, alega The Economist en un alarde de ficción de guerra para añadir que “la potencia de fuego de Rusia les da una clara ventaja. Pero, ¿tiene suficientes cañones para mantenerla?”. De repente, el principal problema de Ucrania, la escasez de munición, puede quedar solucionada simplemente con el tiempo. Al menos en el imaginario relato de quienes siguen sin comprender que en esta guerra luchan dos ejércitos bien armados y equipados y que disponen, ya sea por recursos propios o por la disponibilidad de los ajenos, de la capacidad de continuar luchando. Las declaraciones de líderes europeos indican además que ese conflicto continuará, en términos de amenazas y militarización, mucho más allá de Ucrania.

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