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Alemania, Armas, Crimea, Ejército Ucraniano, Francia, Rusia, Ucrania

Política de misiles

La espiral de reproches iniciada a raíz de las palabras de Emmanuel Macron tras la cumbre de los países de la Unión Europea para mostrar la unidad del bloque en su apoyo a Ucrania alcanzó su punto álgido apenas unas horas después, cuando uno a uno, prácticamente todos los países miembros -a excepción de los siempre beligerantes países bálticos- rechazaron toda posibilidad de enviar tropas terrestres al país en guerra. A las declaraciones cruzadas en las que Alemania acusaba a Francia de no haber enviado suficiente asistencia militar a Ucrania y las francesas sobre la negativa alemana a enviar misiles de largo alcance siguió la filtración de una conversación en la que el jefe de la Luftwaffe planificaba la forma de reducir los tiempos de entrega en el momento en el que las autoridades políticas tomaran la decisión de aprobar los envíos de misiles Taurus, material que Ucrania lleva meses exigiendo. La publicación rusa del audio de la conversación, cuya veracidad ha sido confirmada por las autoridades alemanas, ha servido como una medida de presión contra el canciller Scholz, el hombre que puede desbloquear los envíos, pero que actualmente parece la última autoridad alemana consciente de las implicaciones del envío de misiles de crucero a un país que ha dejado claro que los utilizaría contra el territorio ruso.

Como era de esperar, la defensa activa de Scholz, que desveló que el uso de misiles occidentales en Ucrania implica la presencia de soldados de los países proveedores en labores de utilización de ese equipamiento, no ha ofendido únicamente a Francia, sino también al Reino Unido, afectado por la confirmación alemana de su presencia militar en la guerra. Pero la postura de Scholz, que ha querido mostrarse inflexible en una línea roja que tendrá que demostrar ser capaz de no cruzar, ha tenido también implicaciones mediáticas. Pese a haberse convertido, con su creciente apoyo militar, en el segundo donante de equipamiento militar en términos absolutos, Alemania continúa siendo criticada -y presionada, especialmente su canciller, mucho más moderado que el ala dura de su gobierno o la opositora CDU- tanto por sus pasadas relaciones con Rusia como por sus reticencias a seguir los pasos dados por Estados Unidos, el Reino Unido y Francia en la eliminación progresiva de los tabúes de los primeros meses de la guerra rusoucraniana.

“La política alemana con respecto a Ucrania es incoherente por un motivo”, titulaba la semana pasada Político en un artículo que calificaba de incoherente y contradictoria la postura alemana de aumentar su asistencia militar, pero hacerlo por debajo de otros países en términos de PIB per cápita. El artículo, que por supuesto menciona los misiles Taurus que exige que Alemania envíe a Ucrania, no se limita a esa crítica, sino que ve hipócrita una política cuyo objetivo califica de incoherente por motivos estratégicos. “Desde que Scholz se dio cuenta de que Ucrania era capaz de defenderse de Rusia, su estrategia ha consistido en actuar en tándem con Washington suministrando a Ucrania el armamento y el equipo justos para sobrevivir, incluidas baterías antiaéreas y tanques, mientras le retenía las herramientas que necesitaría para ganar”, explica Político que posteriormente reprocha a Scholz su insistencia en que “Rusia no debe ganar y Ucrania no debe perder”.

“Esto puede parecer solo semántica, pero para muchos ucranianos, oír al líder de la potencia política y económica de Europa unirse a su lucha por la victoria supondría un importante impulso psicológico y que enviaría un claro mensaje a Moscú sobre el compromiso de Berlín”, reprocha Político, que parece dar más importancia al efecto psicológico de una frase del canciller alemán que a los datos de los miles de millones de euros con los que Alemania contribuye diariamente al esfuerzo bélico ucraniano. Sin embargo, perdido el respeto del que Berlín ha disfrutado durante años como principal potencia europea, el tono de acusación, reproche y el tratamiento de Alemania como el eslabón más débil de la Unión Europea se han convertido no solo en la norma, sino en la opción estratégica de Estados Unidos y los países y líderes de opinión cercanos a Washington.

Por supuesto, el motivo por el que Político entiende que la política alemana con respecto a Ucrania es incoherente, contradictoria e insuficientemente belicista es “un arraigado temor a Rusia”, a lo que hay que añadir, según el medio, el interés del débil canciller Scholz de presentarse a sí mismo como “el canciller de la paz”. “El Urangst de Scholz es que suministrar a Ucrania armas como los misiles de crucero Taurus -con los que podría derribar el puente de Kerch que une Crimea con Rusia y posiblemente incluso golpear a Moscú- pondría nervioso al Presidente Vladimir Putin hasta tal punto que tomaría represalias contra Alemania”, afirma Político, que ve en el siglo XX y las dos guerras mundiales que Alemania luchó contra Rusia el principal motivo de ese temor. “Al igual que las terribles pérdidas que sufrió Rusia a manos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial están grabadas a fuego en la psique colectiva de ese país, sería difícil encontrar una familia alemana que no estuviera traumatizada por la invasión de Rusia, ya fuera un padre o un abuelo perdido en Stalingrado o civiles atrapados en la boca del Ejército Rojo que se aproximaba”, afirma el artículo confundiendo Rusia con la Unión Soviética en su particular visión del país víctima y el que no lo fue. Curiosamente, la postura de Alemania con respecto a Israel en su férrea defensa de la actual guerra, en la que la actuación israelí está siendo estudiada por un tribunal internacional ante la acusación creíble de que pudiera constituir delito de genocidio, no causa el rechazo de la prensa estadounidense al escudarse en el argumento histórico. El hecho de que los pueblos soviéticos no pudieran ser eliminados de la faz de la tierra como la Alemania nazi trató de hacer con la población judía precisamente por la existencia del Ejército Rojo para defenderlos tampoco es algo que parezca relevante en el análisis histórico de cómo se ve actualmente lo ocurrido durante la guerra.

Contradiciendo la premisa con la que se inicia el artículo, Político menciona también un segundo argumento por el que Scholz busca evitar la escalada en la guerra con Rusia. Tras admitir la relativamente buena opinión de la población de los territorios de la antigua República Democrática Alemana, el artículo busca en la historia reciente el origen de la forma de actuar del actual canciller. “Muchos alemanes atribuyen a la estrategia de compromiso de la Alemania Occidental durante la Guerra Fría -denominada Ostpolitik y promovida en los años setenta por Willy Brandt, el primer canciller socialdemócrata alemán de la posguerra- el final de la Guerra Fría. Como hijo de aquella época, Scholz comprende mejor que nadie la influencia de la Ostpolitik en la psique alemana”, explica para presentar la diplomacia y la voluntad de acuerdo no solo entre aliados como un lastre y un defecto. La diplomacia, no la guerra, consiguió para Alemania, por ejemplo, la recuperación de los territorios del este en condiciones, no de reunificación, sino de anexión. Y la diplomacia y el diálogo hicieron posible una relación económica con Rusia que dio a la industria alemana acceso a una fuente energética fiable y barata, durante décadas una de las bases de su competitividad.

El artículo, que recuerda las malas perspectivas electorales de Scholz, se sorprende, eso sí, por el hecho de que la política ucraniana del canciller sea el aspecto en el que más aceptación obtiene de la población. “El canciller no está solo en la habitación del pánico alemana”, parece lamentarse para posteriormente admitir que el 60% de la población alemana está de acuerdo en el rechazo a enviar misiles de largo alcance. Es más, según una encuesta publicada la semana pasada el diario Welt, tan solo hay dos partidos -los verdes y liberales, socios del SPD en el Gobierno- en los que enviar misiles a Kiev es la opinión mayoritaria.

En el habitual estilo de simplificar los problemas hasta prácticamente la parodia, el artículo, que es representativo de la actitud de la prensa hacia la postura del Gobierno alemán, presenta a un canciller débil atado por su miedo a que cualquier paso reciba una respuesta recíproca en su propio territorio. Alemania, hasta ahora de acuerdo con Estados Unidos, ha buscado realmente que la guerra se mantenga contenida al territorio ucraniano. El temor no es, en realidad, un posible ataque ruso contra Alemania, que activaría la cláusula de defensa colectiva de la OTAN y, por lo tanto, es absolutamente inviable. Ese pánico al que se refiere Político es una escalada ucraniana en territorio ruso, que hiciera que la guerra es escapara de todo control. Porque cualquier analista mínimamente serio ha de comprender, observando la forma de actuar de Rusia, que las represalias por el uso de armamento occidental contra sus posiciones se han producido siempre en Ucrania. El riesgo no es un ataque ruso contra Alemania, Francia o el Reino Unido -Rusia ni siquiera trata de derribar los drones occidentales que patrullan el mar Negro, casualmente siempre antes de los ataques ucranianos contra la flota rusa-, sino una nueva escalada en Ucrania que Occidente no pueda controlar.

No es una sorpresa tampoco que ni este ni otros artículos que critican al canciller alemán por su debilidad y por su apego a la diplomacia no mencionen la cuestión de la desconfianza en las intenciones de Ucrania. Su pasado pacifista no ha impedido a Scholz aprobar el envío de tanques a un ejército que ha integrado a grupos cuya simbología se inspira en el Tercer Reich. Sin embargo, cualquier elemento de la guerra terrestre va a quedar contenido al territorio ucraniano. La fortaleza de la defensa rusa lo ha dejado claro. Alemania no ha dudado tampoco en enviar defensas aéreas a Ucrania y Berlín es uno de los candidatos a haber entregado a Kiev el sistema con el que fue derribado el IL-76 que transportaba a decenas de prisioneros de guerra ucranianos que iban a ser intercambiados. La cuestión de la confianza y de lo que Ucrania está dispuesta a hacer para infligir pérdidas a Rusia no se limita únicamente al armamento puramente ofensivo. En términos de ataque, como muestra la conversación filtrada por la inteligencia rusa, Alemania es consciente de que los misiles serían inmediatamente utilizados contra territorio ruso, provocando inevitablemente una nueva escalada militar.

Para lograr el envío de armamento, Kiev no ha dudado en prometer que el material no será utilizado contra territorio ruso. Eso sí, fuera de ese territorio queda siempre la península de Crimea, internacionalmente reconocida como parte de Ucrania, pero aceptada desde hace diez años como región rusa por su población. Cualquier ataque a Crimea puede causar el mismo efecto que un golpe en territorio de la Rusia continental, algo de lo que prefieren no ser conscientes los defensores de la guerra total.

Pero quizá el argumento más importante contra el envío de misiles o equipamiento pesado y contra la búsqueda de una victoria de Ucrania en lugar solo de evitar una derrota es precisamente la palabra de Kiev. Es probable que el hecho de que Ucrania haya prometido represión, limitación de derechos o incluso expulsión a parte de la población de Donbass y Crimea no sea un factor especialmente relevante para las autoridades políticas europeas y alemanas, pero quizá sí lo sea lo ocurrido en septiembre de 2022 en el mar Báltico. Pese a las declaraciones, promesas y garantías de Ucrania de no haber participado en un acto de terrorismo internacional contra, entre otros países, Alemania, todos los indicios publicados desde entonces apuntan a que Berlín no ha de buscar al culpable entre sus enemigos sino entre sus aliados. Esos a los que desde artículos de los grandes medios internacionales le exigen ahora que envíe misiles con capacidad, quizá, de alcanzar incluso Moscú.

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