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Belgorod, Budanov, Crimea, Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Rusia, Ucrania, Zaporozhie

Según el plan

En la guerra, como en un proceso electoral en el que todos los partidos afirman haber ganado, todo va siempre “según el plan”, especialmente para aquel bando que ha exagerado las expectativas de sus acciones presentes o futuras y se encuentra con dificultades para traducir esos planes en avances tangibles. Teniendo en cuenta la importancia de mantener la moral de las tropas en el frente y en la retaguardia y las apariencias, los partes de guerra suelen contar con altas dosis de ficción en la que se resalta la épica propia, se denuncian los pecados ajenos y se resaltan las grandes bajas enemigas generalmente subestimando las propias. En ocasiones, el choque entre la realidad y la ficción del discurso oficial supone un shock para la población una vez que las circunstancias son imposibles de ocultar. Fue el caso de la guerra de 2022 en Nagorno Karabaj, en la que prácticamente hasta la derrota final, la parte armenia alegó victorias que se producían cada vez más cerca de casa. Sin embargo, el manejo del discurso y la posibilidad de imponer la narrativa deseada puede tener como consecuencia un control de la información para mitigar los daños que pudiera causar un desviación excesiva de los hechos en su presentación a la población.

Desde que comenzó en el verano de 2014, Ucrania se ha destacado por el uso de la hipérbole para resaltar sus éxitos, reales o imaginarios, y la más fantástica creatividad a la hora de alegar planes ajenos. Lejos quedan ya las semanas en las que Ucrania alegaba a diario haber “liquidado” a centenares de “terroristas” en aquella primera fase de la guerra en la que aspiraba a derrotar por la vía militar a las Repúblicas Populares y negar toda legitimidad política a las protestas contra las que había enviado al ejército. Desde entonces, Kiev ha utilizado activamente para su beneficio la facilidad que supone el desconocimiento de Rusia y la voluntad de los países occidentales a dar credibilidad a cualquier plan ruso, por muy alocado que fuera. No ha importado tampoco que esas alegaciones alocadas hayan resultado ser falsas. En agosto de 2015, por ejemplo, The Times publicó los planes de la República Popular de Donetsk, entonces dirigida por Alexander Zajarchenko, que trabajaba para producir, con ayuda de científicos rusos, una bomba sucia. Ya en aquel momento, Ucrania era capaz de colocar en la prensa occidental mensajes absolutamente fuera de la realidad con los que acusar a Rusia de todo tipo de actos imaginarios.

La misma estrategia seguiría Kiev en el proceso de Minsk, en el que siempre se jactó falsamente de haber cumplido ya con sus compromisos y acusó a Rusia de negarse a cumplir los suyos. Teniendo en cuenta que Rusia era únicamente garante de los acuerdos y eran las Repúblicas Populares, con las que Ucrania se negaba a negociar, la falsedad del discurso ucraniano fue durante siete años mucho más dañina que cualquier fantástica historia sobre armas imaginarias que nadie iba a desarrollar. Sin embargo, la capacidad de Kiev de colocar esos mensajes, tanto los respectivos a las exigencias de Ucrania como los de los planes existentes únicamente en las mentes de oficiales ucranianos, ha sentado un precedente que marca ahora la realidad mediática y comunicativa.

Durante ocho años, Ucrania alegó constante y conscientemente que era Rusia la que bombardeaba las aldeas de la primera línea del frente de Donbass. Insultando la inteligencia de la población a la que había impuesto un bloqueo que se negaba a levantar, el presidente ucraniano llegó incluso a realizar discursos supuestamente dirigidos a los hombres y mujeres de la RPD y la RPL -los territorios ocupados según Ucrania- en los que se les explicaba que los bombardeos ucranianos que podían escuchar no eran más que propaganda rusa. El desinterés por el destino de una población que se identificaba con el bando calificado de enemigo en Occidente siempre facilitó la tarea. Tras ocho años de guerra, incluso los más jóvenes habían aprendido a detectar la diferencia de sonido entre las llegadas y salidas y a detectar el origen de los proyectiles. Sin embargo, alegar que la población de Donbass que no se manifestara como proucraniana estaba simplemente imbuida por la propaganda rusa siempre fue una de las bases de la narrativa de Kiev, que buscaba así eliminar toda legitimidad política a las exigencias de la población, que había comprendido correctamente desde la primavera de 2014 que el nacionalismo sería la base de la agenda del nuevo Gobierno. Consolidada como una herramienta de presión contra Rusia, Ucrania supo ver en su posición una posibilidad de imponer con aún más facilidad sus postulados.

De esta forma, mucho antes de que las tropas rusas cruzaran la frontera en dirección a Kiev, Járkov o Jersón, se había instalado ya la máxima de que Rusia siempre es culpable y había desaparecido de la conversación toda preocupación, incluso mínima, por los derechos, libertades e incluso la seguridad de la población de los territorios que Ucrania había tratado de recuperar por la vía militar. Ese desinterés, y quizá incluso desprecio, se extendía también a la población de Crimea, que pese a no haberse levantado en armas como la de Donbass, había logrado la adhesión a Rusia, algo que ni Kiev ni sus socios estuvieron nunca dispuestos a perdonar. De ahí que no hubiera quejas durante los años en los que Ucrania bloqueó el paso del agua del Dniéper al canal de Crimea, arruinando así la agricultura de sus tierras negras.

Kiev, que a lo largo de los años ha recomendado repetidamente a la población rusa -es decir, a la amplísima mayoría- abandonar la península y Donbass para mudarse a Rusia, añade ahora una amenaza más explícita a esa sugerencia. Las constantes declaraciones sobre lo que espera a la población de esos territorios que Ucrania espera recuperar y donde su cultura será, si hay que creer a los oficiales del Gobierno, prohibida para siempre dejan clara la voluntad de infligir un castigo colectivo por el crimen de no haber aceptado el cambio de Gobierno de febrero de 2014. Esta semana, Oleksiy Danilov recomendaba “a todos los rusos” huir por el puente de Kerch “mientras sea posible”, dando a entender que Ucrania aspira a destruirlo. Y ayer, siguiendo la línea de dar por hecha una victoria en Crimea en la que ni siquiera creen los oficiales del Pentágono, Ucrania insistió en su jugada de guerra psicológica.

Para ello, Kiev ha necesitado de esa creatividad en la redacción de los partes de guerra que es tan característica en cualquier conflicto. Aunque la noticia de este mes es la incapacidad de Ucrania de llegar a la primera línea de defensa rusa en el frente central, el de Zaporozhie, Hanna Maliar alegaba que “todo marcha según el plan previsto”. Las autoridades ucranianas dicen haber detenido el avance ruso en el este -una serie de ofensivas locales que en realidad no van más allá de la defensa activa de zonas vulnerables, por lo que son más importantes en sentido defensivo que ofensivo- y continúan afirmando que avanzan en el sur. Apenas un día después de comenzar un ataque que se prevé continuado contra el puente que une Crimea y Jersón en Chongar, Ucrania volvió a utilizar sus misiles británicos para atacar Genichesk, ciudad a la que se trasladaron las autoridades rusas tras su salida de Jersón. Las tropas ucranianas no avanzan hacia Crimea como esporádicamente afirman expertos proucranianos, pero estos ataques son suficientes para mantener el discurso triunfalista de la victoria segura.

“La inteligencia ucraniana apunta a que Rusia podría estar preparándose para abandonar Crimea”, titulaba ayer Europa Press en una nota en la que ni siquiera era necesario leer el cuerpo para adivinar la fuente, que solo podía ser Kiril Budanov o, ahora que su puesto de gestión mediática del discurso ha sido asumido por su segundo, Andiy Yusov. La inteligencia militar ucraniana, que ha mentido repetidamente en lo que respecta a su participación en redadas transfronterizas en Rusia, que ha alegado que sus partisanos controlan parte del oblast de Belgorod y que es seria candidata a haber cometido todo tipo de asesinatos en la retaguardia rusa y en territorio de la Federación Rusa, alega ahora que Moscú estaría preparando su retirada del territorio más importante, mejor defendido y donde la población es, de forma más clara, prorrusa y antiucraniana.

En un contexto de periodismo de declaraciones sin necesidad de contexto ni verificación de la credibilidad, Ucrania puede permitirse la misma semana alegar que Rusia planea un ataque a la central nuclear bajo su control y con el que causar una catástrofe humanitaria mientras recomienda a la población que no caiga en el pánico a causa de una alerta nuclear que ella misma ha inventado. Al mismo tiempo, Kiev puede compaginar defender que Rusia se prepara para retirarse de Crimea con alertar de que las tropas rusas refuerzan sus posiciones en la península. La coherencia no es una de las características de la guerra, especialmente cuando el objetivo es causar pánico entre la población civil, en este caso, a ambos lados del frente. En ese sentido, desde luego, todo marcha según el plan.

En las últimas horas, a la capacidad de Ucrania de controlar el discurso y minimizar los daños de la ausencia de victorias militares se ha unido un regalo caído del cielo. El enfrentamiento entre el Ministerio de Defensa y Evgeny Prigozhin ha estallado finalmente y el dueño de Wagner ha declarado la rebelión, no al Estado ni a su presidente, pero sí a sus autoridades militares. En un momento en el que Rusia podía argumentar que sus planes defensivos estaban cumpliendo con sus objetivos, la desestabilización interna causada por la dependencia del ejército privado de una persona con aspiraciones de poder ha llevado al país a uno de los momentos más tensos desde que Boris Yeltsin utilizara el fuego de los tanques contra la Duma en Moscú en 1993. Prigozhin se encuentra en Rostov, donde su ejército paramilitar dice haber tomado todos los objetivos militares. Moscú ha amanecido blindada y «con medidas antiterroristas» entre una rebelión abierta causada por la incapacidad del Estado de detener un enfrentamiento que llevaba meses en aumento. El presidente ruso no se ha pronunciado aún, aunque deberá hacerlo en las próximas horas.

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