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Armas, Crimea, Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Rusia, Ucrania

Guerra eterna

La principal novedad política de esta semana ha sido el artículo publicado por el medio estadounidense Político, que citaba a cinco oficiales de la administración Biden y que afirmaba que Estados Unidos se prepara para la posibilidad de un conflicto congelado entre Rusia y Ucrania que se alargue durante años y ha llamado la atención especialmente por referirse a este escenario como potencialmente aceptable para Washington. Ninguna de las partes podría cantar victoria, aunque tampoco admitir la derrota, ya que ninguno de los dos ejércitos habría sido realmente derrotado. Ese frente de centenares de kilómetros entre dos países entre los que la desconfianza es máxima y donde ninguno habría conseguido sus objetivos supondría un lastre de recursos humanos y económicos para mantener estable una línea de separación altamente militarizada y con peligro de recaer nuevamente en la guerra. Aunque es cuestionable que ninguna de las partes pudiera ver este escenario como favorable o deseable, la creciente seguridad de que ni Rusia ni Ucrania serán capaces de lograr completamente sus objetivos siempre ha indicado que la guerra se dirigía a un final no concluyente en el que ninguno podría cantar victoria completa, por lo que no es descartable que finalmente se produzca un escenario tal y como el que plantean ahora los medios estadounidenses.

Pese a lo publicado, que en cualquier caso se trata de un escenario posible en el futuro a medio plazo, los preparativos para la ofensiva ucraniana continúan y nada indica que la situación militar vaya a cambiar, por lo que esa anunciada ofensiva es prácticamente una obligación para Ucrania. Después de más de un año de apuesta por la opción militar como única vía de resolución del conflicto tras la ruptura de las negociaciones de paz en la cumbre de Estambul, ni el equipo de Zelensky ni sus socios extranjeros pueden permitirse ya el lujo de ceder. Ucrania necesita de esta ofensiva para justificar el apoyo de sus socios y garantizarse que la asistencia continúe en el futuro, ya que, a día de hoy, la dependencia militar y económica del exterior es absoluta: sin asistencia externa, Kiev carecería actualmente de la capacidad de mantener siquiera el pago de las miserables pensiones con las que sus ancianos han de pagar las crecientes facturas de luz o gas. Para los países occidentales que han donado, regalado o cedido equipamiento, no hay tampoco vuelta atrás. Se sigue aquí el principio del arma de Chéjov: «Si en el primer acto tienes una pistola colgada de la pared, entonces en el siguiente capítulo debe ser disparada. Si no, no la pongas ahí”.

Desde que se confirmara el abril de 2022 la ruptura de las negociaciones políticas y la opción militar quedara marcada para todas las partes en conflicto como el único camino, Occidente ha avanzado poco a poco cruzando líneas que hasta entonces parecían rojas: el envío de artillería de largo alcance, tanques occidentales, misiles de largo alcance y ahora se abre la posibilidad del envío de cazas F-16. Ese fue el principal objetivo de la visita a cuatro países europeos que Volodymyr Zelensky realizó la semana pasada. El discurso ucraniano, que hay que suponer es pactado con sus socios, planteaba la creación de una “coalición de cazas”, una idea que ya exigió hace unos meses Oleksiy Reznikov, pero que Zelensky ha recuperado ahora en un contexto más favorable. Repitiendo el guion seguido hasta el envío de tanques alemanes Leopard, a lo largo de esta semana, varios países europeos miembros de la OTAN habían comunicado su intención de comenzar a instruir a pilotos ucranianos en el manejo de F-16, preludio para un anuncio del país que ha de aprobar futuras entregas: Estados Unidos.

Por el momento, no se ha confirmado la promesa de envío de los ansiados cazas ni la aprobación a la reexportación de los F-16 en manos de otros países, pero todo indica que ese anuncio se producirá en un futuro próximo. Joe Biden inició el camino el viernes aprobando el entrenamiento de pilotos ucranianos, movimiento previo e indispensable para una promesa de envío de cazas de la OTAN que nunca estuvo en duda. Sin embargo, el momento en el que se produce este primer paso hacia el envío de aviación occidental es relevante. Como se ha podido observar en el ejemplo del envío de tanques occidentales, cuya llegada se ha demorado meses, esos cazas de fabricación estadounidense en ningún caso estarían disponibles para Ucrania como cobertura aérea del esperado avance de sus tanques occidentales hacia Crimea en su tan anticipada contraofensiva de primavera-verano.

“Ahora ya hemos entregado todo lo que dijimos que íbamos a entregar, así que hemos puesto a los ucranianos en posición de hacer progresos en el campo de batalla por medio de la contraofensiva. Hemos llegado al momento en el que es hora de mirar hacia adelante y decir qué va a necesitar Ucrania como parte de una futura fuerza para defenderse de la agresión rusa”, afirmó el viernes Jake Sullivan, Asesor de Seguridad Nacional de Joe Biden dando claramente a entender que lo prometido a partir de ahora busca ya preparar la estructura de seguridad de la Ucrania del futuro. Occidente no solo prepara la futura ofensiva, sino la Ucrania remilitarizada del futuro, ya sea para continuar la guerra hasta el desgaste definitivo de los dos ejércitos o para mantener una paz armada en un conflicto congelado siempre en riesgo de recalentarse.

En cualquier caso, la posibilidad de congelar el conflicto según los límites de control que mantienen ambos ejércitos contradice abiertamente el discurso que sigue manteniendo el Gobierno ucraniano, siempre dispuesto a calificar de prorrusa cualquier iniciativa que se desvíe mínimamente de la idea de victoria completa y garantizada de Ucrania. “Cualquier idea de conflictos congelados que se escucha periódicamente en los medios es ficción, un producto pseudoanalítico y el resultado de los esfuerzos de lobby de la diplomacia rusa. No hay tales escenarios en la agenda y no se están discutiendo en ninguna oficina. Todos los jugadores son perfectamente conscientes de los limitados recursos y tiempo que tienen la Federación rusa y la élite de Putin. El camino no ha cambiado. Lo terminaremos”, escribió en las redes sociales Mijailo Podolyak, principal voz de la Oficina del Presidente de Ucrania.

El discurso oficial ucraniano sigue pasando por la victoria militar, que ve incluso en las derrotas. En esta semana en la que la prensa ha insistido tanto en los avances ucranianos por los flancos norte y sur de Artyomovsk y ha restado importancia a los avances rusos en la ciudad hasta lograr ayer su captura completa, el ministro de Defensa Oleksiy Reznikov alegaba que Ucrania elimina un batallón ruso al día en los combates en Bajmut, unas cifras alocadas que recuerdan a los peores momentos del verano de 2014, en los que el parte de guerra de Kiev afirmaba diariamente haber eliminado a centenares de “terroristas”.

La insistencia en la victoria absoluta y segura se debe a factores internos y externos. Ucrania necesita mantener esa confianza en la victoria para mantener su capacidad de reclutamiento, pero también para garantizarse no perder centralidad en la agenda política internacional y seguir así manteniendo un suministro continuo y significativo en el futuro. De ahí que, pese a que ni siquiera sus socios crean en su capacidad de capturar Crimea, objetivo principal de Ucrania desde 2014, la península sea uno de los ejes sobre los que se construye la narrativa ucraniana. Así lo demuestran las palabras de esta semana de Zelensky, que afirmó que Ucrania es imprescindible para “reconstruir todo lo que Rusia ha destruido desde 2014”, los planes de desocupación de Danilov o las recientes declaraciones de Kiril Budanov. El poderoso director de la inteligencia militar de Ucrania, que hace meses afirmó que sus tropas capturarían Crimea antes de finalizar la primavera de 2022, sigue teniendo la vista puesta en la península del mar Negro y en su población.

“Ante la llegada de las unidades ucranianas a Crimea por la vía que sea, sea por una ofensiva u otra vía, la mayoría de la población radical prorrusa se marchará rápidamente a la Federación Rusa en ferry”, afirmó Budanov, que parece haber olvidado el cruce por medio del puente de Kerch o quizá espera que, para entonces, el puente haya sido ya destruido, puede que con otro atentado con camión bomba como ocurriera en el anterior intento. “Nadie se quedará allí”, espera Budanov, que como otros oficiales ucranianos aspiran a recuperar el territorio, pero no a la población. “Es evidente viendo todas las demás áreas liberadas: ¿dónde están aquellos que una vez clamaban que vinera Rusia? ahora están en Rusia. Esto no será una excepción”, afirmó Budanov, que no menciona que, en Crimea, la población que se identifica con Rusia y no con Ucrania es una inmensa mayoría.

El discurso de Budanov contrasta con las numerosas informaciones que medios occidentales han publicado en estos meses sobre la caza de colaboracionistas y prorrusos en los territorios recuperados por Ucrania. La venganza, ya sea a manos de grupos de extrema derecha que actúan con impunidad como del Estado, ha sido la norma tanto en Járkov como en Jersón, como han informado -y en algunos casos enaltecido- incluso medios tan afines al Gobierno ucraniano como The New York Times, Foreign Policy o Reuters esta misma semana. Efectivamente, Crimea no sería una excepción y Ucrania aspira a poder demostrarlo. Para ello seguirá exigiendo más armas y más financiación para mantener, no la guerra eterna aunque congelada a la que aspira Estados Unidos, sino la inercia militar.

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