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Artyomovsk, Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, Rusia, Ucrania

Artyomovsk

Artículo Original: Alexander Kots / Komsomolskaya Pravda

“¿Es esto nuestro?”, el rugido del motor de un tanque (es difícil confundirlo con otra cosa) llena el vacío del silencio un par de calles más allá, así que lo compruebo por si acaso con nuestro guía, soldado de la empresa militar privada Wagner. Ya hemos caminado por el distrito central de Bajmut (Artyomovsk) y nos aproximamos a las afueras al oeste. Dos manzanas más lejos, los soldados de asalto se preparan para atacar varios edificios en el sector residencial. “Nuestros preciosos hombres”, sonríe el músico. Al final de la calle aparece un tanque T-90 con armadura añadida. Cuando nos alcanzan, al llegar a la intersección, desmontan, giran la torre hacia la izquierda, mueven el barril, que apunta a algo, expulsando humo blando del cañón. El dilapidado edificio detrás de él parece temblar y los restos de ladrillos me caen sobre el casco.

Entro para salir del peligro, pero, salvo las escaleras, nada más ha sobrevivido aquí. Subo al tercer piso, apunto con la cámara por la ventana y el tanque ruso más moderno desarrollado para el ámbito urbano se muestra aterradoramente fascinante. Cada disparo hace temblar las escaleras bajo mis pies y el tanque sigue y sigue disparando. Tras disparar casi toda la munición (he contado 17 disparos), salta de la intersección, gira bruscamente mientras simultáneamente coloca la torre en la dirección correcta y se retira por la calle a cubierta de los edificios.

“También es nuestro turno”, se apresura uno de nuestros guías. “Hasta que llegue la respuesta”.

Así comenzó mi segundo día en Artyomovsk. En esta ocasión, había llegado desde la parte sur. Antes de eso, había pasado por el norte y el este, pero es más fácil llegar al centro desde Opitnoe, una ciudad satélite de Bajmut, en la que no queda una sola piedra que no haya dado la vuelta durante la batalla. Es lo mismo en casi todos los pueblos del camino desde Debaltsevo: cobertizos destruidos, equipamiento quemado, restos de los motores de la aeronave que se estrelló en Zaitsevo… La fina lluvia añade un toque de tristeza a un paisaje que de por sí ya es deprimente.

Miras por la ventana y tratas de imaginar lo difícil que han tenido que ser estos territorios para los grupos de asalto. En los informes diarios del frente todo parece simple e impersonal. Pero aquí te das cuenta de que decenas de kilómetros de tierra han sido liberados a costa de las vidas de nuestros soldados en los últimos meses. Porque esto no son solo puntos en el mapa, son enormes espacios que se encuentran entre las localidades a las que se aferra el oponente.

Al volante de un Ford capturado hay un alegre bromista (los chicos piden que no pregunte siquiera sus nombres de guerra). Ha servido en el ejército de tierra y la marina. Al acabar el contrato, incluso antes de que comenzara la movilización, se unió a la compañía.

“¿De dónde ha salido el coche?”

“Se perdió. Se confundió de dirección y llegó a nosotros. Pregunta: “¿Dónde está Sashko?” y le contestamos: “Contraseña”. Él: Mariupol. Nosotros: Mal, aquí es Rostov. Eso es todo, aquí está, guiñando los ojos. Gracias por el coche”.

Volamos pasado Opitnoe a lo largo de una carretera convertida en cementerio de equipamiento quemado. Es como si nuestro chófer se hubiera pasado la vida participando en un rally tras otro.

“Normalmente, es necesario moverse rápido por aquí. Hace un par de días, un francotirador estaba posicionado en ese edificio. Así que el movimiento aquí es a alta velocidad. Hay un par de edificios de pisos desde los que pueden atacarnos”.

La vista es de los edificios de pisos de Artyomovsk. Algo explota a la derecha, a unos 200 metros. Algo explota en alguna parte cada diez segundos. Te acostumbras a este ambiente con rapidez.

“Ese es el centro”, dice nuestro guía. Pasamos por varios cruces, giramos a un patio, salimos del coche y avanzamos al sótano, donde se ha organizado el punto de control de la unidad de reconocimiento de Wagner. Un minuto después, llegan varios civiles. Mientras avanzan, los músicos sacan a los civiles de la zona de peligro. “Luda”, dice sonriendo una mujer con un perro en brazos. “Hemos salido gracias a los chicos. ¿Por qué nos quedamos en la ciudad? En primer lugar, porque ya somos mayores, construimos una casa para nosotros para cuando fuéramos viejos, todo está aquí. Sería una pena huir. Y segundo, los perros..”. La mujer tiene las mejillas extrañamente rojas y se le notan todas las venas. Seguramente le haya subido bruscamente la tensión. Pero sonríe alegre. Aunque, francamente, no hay nada de alegría en esta situación.

“Los chicos llegaron”, explica, “ayudaron con la evacuación, nos dijeron que nos lleváramos la documentación. Pasamos media hora saliendo del fuego, fue duro. Pero el chico que nos acompañaba era muy bueno, no se apresuró, paró, nos esperó. Gracias a él hemos llegado sin aventuras”.

“Somos vecinos, hemos venido juntos. Todavía están trayendo a mi padre, está herido, va en camilla”, explica el hombre intentando recuperar el aliento. “La metralla le cortó la pierna hace cuatro días. Estábamos sentados, esperando la evacuación solo a este lado, el otro no nos gusta. Me habrían llevado al ejército ucraniano. Además, tengo animales y mis padres no se pueden mover, así que me quedé”.

“Yo resulté herida, me trataron durante un mes”, cuenta Tatiana, una madre mayor. Lleva unas flores en las manos. “Las he cogido mientras nos evacuaban, algo a modo de protección, para distraer la atención del horror que nos rodea”.

Les pregunto cómo se comportaron los defensores ucranianos. “Apenas los veíamos”, dice el hombre. “Aparecen y desaparecen. Hoy he ido a mirar a una casa vecina y había unos cinco sentados ahí. Ucranianos. Me agarraron del cuello y pensé que ya está, hasta aquí he llegado, no me van a soltar. Me dicen: “No tienes fe en absoluto”. Estaba casi llorando, mis padres están aquí, están en la cama, no se pueden marchar. Al final me han soltado. Literalmente a tres casas de la nuestra estaban sentados con las ametralladoras y lanzagranadas cuando los chicos han llegado hasta nosotros”.

“También han venido a nuestra casa, todos llenos de polvo, han preguntado el camino para llegar a la estación. “¿Cómo vivís aquí?”, les imita Tatiana en ucraniano. “Así es como vivimos. Parece que les echaron, tuvieron que salir corriendo muy rápido”.

“¿De qué habéis vivido este tiempo?”

“Fundamentalmente de ayuda humanitaria. Los voluntarios abrieron un punto con enlace de Starlink, nos daban comida enlatada, se podía entrar en internet…Llevamos desde el verano sin luz. Hemos recogido agua de lluvia y nieve para derretir”.

Tatiana es de Dagestan, de Derbent. Estudió en Volgogrado, donde conoció a su marido, un oficial soviético que venía de Artyomovsk. Se mudaron aquí cuando se jubilaron. Es a él, herido, a quien los soldados de Wagner sacan en camilla. “Tenemos familia en Norofominsk y Murmansk. ¿Dónde nos vas a enseñar? Tengo canas y no me he maquillado. Normalmente soy muy feliz, tengo 75 años”, dice con sorprendente alegría.

“Ahora iremos al centro de evacuación, os recibirán los médicos y os dirán dónde ir”, explica el comandante de la unidad de reconocimiento, un hombre de 53 años, cuyos subordinados conocen simplemente como Batya [Padre]. “Todas las cosas terribles han pasado ya, ahora todo saldrá bien”. Se llevan a Tatiana y a su marido herido.

“¿Qué te pasó?”

“Hubo un ataque, no tuve tiempo de ponerme a salvo. Me caí. Inmediatamente noté algo en el brazo, en la espalda y en la pierna. Mi hijo y el vecino me sacaron. De no ser por ellos, me habría desangrado”.

“Serviste en el ejército soviético. ¿Es duro ver todo esto ahora?”

“Qué duro es. Para mí, la Unión Soviética es mi patria. De lo contrario, no habría estado aquí escondido esperando a los rusos. Me habría marchado con los ucranianos. Estaba esperando. Pensé que llegaríais rápido. Tengo la Orden de la Gloria del Trabajo”, dice el hombre con lágrimas en los ojos.

Los chicos de uniforme se marchan estirando los músculos. Los civiles se suben a un dilapidado coche que les llevará a la retaguardia. Junto a Batya, salimos por el centro de Artyomovsk, corriendo a través de los espacios abiertos, propicios para el ataque.

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