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Batallón Azov, Donbass, Ejército Ucraniano, Extrema Derecha, Holocausto, ONU, OUN, Rusia, Ucrania, UPA

Valores comunes

La imposición del discurso nacionalista como discurso nacional, un proceso que se ha producido de forma constante y abierta a lo largo de los últimos ocho años y que ha aumentado notablemente desde febrero de 2014, ha supuesto para Ucrania ciertas contradicciones diplomáticas a lo largo de este tiempo. Ejemplo claro de ello han sido las relaciones con Israel, un país aliado y con el que Ucrania ha afirmado repetidamente compartir valores. Kiev, tanto en tiempos de Poroshenko como en tiempos de Zelensky, ha aspirado siempre a repetir el ejemplo israelí en diferentes aspectos, fundamentalmente en las relaciones de amistad -o dependencia- de Estados Unidos. Como uno de los países más financiados y armados por Estados Unidos, Israel no podía dejar de ser un ejemplo a seguir para Ucrania. De ahí que tanto Poroshenko como Zelensky hayan tratado de acercarse al Gobierno de Tel Aviv para resaltar la unidad de los dos países. Pero si Petro Poroshenko debió realizar la tradicional ofrenda floral protocolaria en Yad Vashem, el museo del Holocausto en Jerusalén, Zelensky se ha valido simplemente de su origen judío primero y de la guerra con Rusia después.

Pero pese a las buenas palabras, la dependencia de un mismo aliado, Estados Unidos, y unos valores compartidos -como el uso de la violencia contra el enemigo dentro de las fronteras consideradas como propias-, los desencuentros han sido notables y públicos en los últimos ocho años. Frente a otros países, que han evitado pronunciarse o que han justificado cualquier actuación, Israel no podía permitirse dejar de criticar públicamente ciertas medidas puestas en marcha por el Gobierno ucraniano. Así ha sucedido con el enaltecimiento de figuras y grupos que colaboraron con el nazismo, divisiones de las SS ahora normalizadas o las liturgias vinculadas a ese enaltecimiento. Frente a los países o bloques políticos como la Unión Europea, que reaccionaron en 2010 cuando Viktor Yuschenko nombró héroe de Ucrania a Stepan Bandera, pero que en los últimos años han evitado ver problemas en ello, Israel ha sido relativamente constante en sus críticas a las marchas de antorchas que solían celebrarse el 1 de enero para celebrar su nacimiento, al enaltecimiento oficial que supuso la legislación que hace héroes de figuras y grupos de lucharon “por la independencia de Ucrania en el siglo XX” colaborando con la Alemania nazi o a nombrar calles o incluso estadios de fútbol en honor a figuras como Roman Shujevich.

El enfrentamiento público más vergonzoso para Kiev se produjo en 2016, cuando Reuven Rivlin, presidente de Israel, recordó desde la tribuna del Parlamento de Ucrania el papel de ciertos grupos del nacionalismo ucraniano, fundamentalmente OUN, en el asesinato masivo de la población judía de Ucrania, masacrada por todo el país en asesinatos masivos, pero también en los pogromos que acompañaron a los primeros momentos de la invasión alemana. Como explicó Eduard Dolinsky, presidente del Comité Judío Ucraniano y firme luchador contra el revisionismo histórico que trata de borrar el colaboracionismo en crímenes como el Holocausto del expediente de OUN o UPA, en ciertos lugares del oeste de Ucrania, esos pogromos contra la población judía comenzaron incluso antes de la llegada de las tropas nazis y continuaron cuando esta se produjo. En aquel momento, Rivlin fue irremediablemente acusado de ser víctima de la propaganda soviética.

Presa de sus propias contradicciones, la postura israelí siempre ha carecido de coherencia. Aunque el revisionismo, o incluso negacionismo, del Holocausto había de ser considerado una línea roja, no lo era la venta de armamento para batallones entonces considerados como neonazis o portadores de simbología de inspiración nazi. El diario Haaretz llegó a denunciar esas contradicciones con una imagen de un soldado del regimiento Azov portando un arma israelí, sin que eso supusiera problema alguno para el Gobierno. En esa misma línea, los mismos medios israelíes que normalizaron hace apenas dos semanas la visita de un contingente del regimiento Azov en su gira de propaganda, ayer criticaban un hilo publicado en la cuenta oficial de Twitter del Parlamento de Ucrania con expresa apología de Stepan Bandera. El hilo, que utilizaba una cita adjudicada (según algunas fuentes falsamente) al líder de OUN(B) en la que abiertamente especificaba que el objetivo era destruir Rusia, fue borrado ayer martes tras las críticas que habían surgido a través de las redes sociales de la tan explícita apología de quien lideró un grupo que colaboró con la Alemania de Hitler. El mensaje inicial mostraba a un sonriente Valery Zaluzhny frente al retrato del héroe de Ucrania Stepan Bandera, imagen publicada hace unas semanas por el propio comandante el jefe de las tropas ucranianas.

Los últimos diez meses han cambiado tendencias y objetivos geopolíticos y han eclipsado esas pequeñas disputas entre aliados que se habían producido a causa del enaltecimiento de colaboracionistas en el Holocausto. Al igual que otros países, Israel ha jugado en los diez meses de guerra rusoucraniana a un juego en el que ha tratado de mantener cierto equilibrio e incluso ha aspirado a ejercer de mediador. Sus buenas relaciones con ambos países hicieron el pasado febrero pensar al gobierno israelí que se encontraba en una posición óptima para lograr los beneficios que supone mediar en un conflicto en el que se mueven grandes intereses económicos. Ese papel le ha sido hábilmente arrebatado por Turquía, que ahora se beneficia de la venta de armas a Ucrania y de los flujos procedentes de su actuación como tercer país a través del cual Rusia trata de evadir las sanciones occidentales.

Al contrario que Turquía, Israel vio minadas sus aspiraciones por sus necesidades de mantener el equilibrio entre el apoyo a Ucrania y el intento de no alienar a Rusia, algo que continúa actualmente con el nuevo Gobierno de Binyamin Netanyahu. Israel no podía permitirse cumplir las exigencias de Kiev, que durante meses ha insistido públicamente en la obligación moral del Gobierno israelí de suministrar a Ucrania su Iron Dome, su escudo antimisiles. Esa entrega haría peligrar la impunidad con la que Israel es capaz de violar el espacio aéreo sirio para sus ataques “contra Irán” en Siria, cuyos cielos están controlados por la Federación Rusa, que hasta ahora ha dado vía libre a Tel Aviv.

La movilización de recursos y la centralidad que ha adquirido la guerra en Ucrania en los últimos diez meses ha reforzado la figura de Zelensky y ha creado en el Gobierno ucraniano la apariencia de obligación de suministrar todo lo exigido por Kiev. Zelensky personalmente, pero también su círculo más cercano, han afeado pública y repetidamente a Tel Aviv limitarse a la ayuda humanitaria y a la recepción de refugiados en sus suministros a Ucrania. A pesar de las exigencias, ni el pasado Gobierno ni el actual han mostrado interés alguno en poner en peligro su capacidad de bombardear Siria a su antojo por la entrega de armas antiaéreas a Ucrania.

La pasada semana, esa disputa geopolítica se plasmó en la Asamblea General de Naciones Unidas en una votación en la que la mayoría de países votó a favor de remitir la cuestión palestina a la Corte Penal Internacional, que según la resolución debe pronunciarse sobre la ocupación israelí de los territorios palestinos. La resolución se aprobó con el voto contrario de Estados Unidos y algunos de sus socios y el rechazo implícito o explícito de gran parte de la Unión Europea (que con excepciones como Polonia, Países Bajos o Portugal se abstuvo o rechazó la propuesta).

Axios ha publicado estos días los entresijos de la negociación entre Ucrania e Israel en torno al voto de Kiev en esta cuestión, con ambos ejecutivos utilizando el voto como forma de presión a la otra parte en busca de sus intereses particulares. Según el medio estadounidense, el Gobierno israelí exigió al ucraniano su voto contrario a la resolución. En lugar de ello, Tel Aviv recibió de Kiev una propuesta: Ucrania votaría tal y como exigía Israel a cambio de armamento antiaéreo. La negativa israelí a arriesgar sus privilegios en Siria a cambio de un voto que no iba a cambiar el resultado final -el apoyo a la causa de Palestina en la ONU es mayoritario a pesar de la postura de los países occidentales- provocó la espantada de Ucrania, que simplemente no se presentó a la votación.

Apenas unas horas antes, el presidente ucraniano había dado la bienvenida al Gobierno de Netanyahu, que ha llegado al poder reivindicando el derecho judío sobre todas las tierras que ocupa, incluida Cisjordania. En su mensaje, Zelensky deseaba suerte al nuevo presidente en la búsqueda de seguridad del país y resaltaba la “cercana cooperación de Ucrania para reforzar nuestros vínculos y enfrentarnos a retos comunes, lograr la prosperidad y la victoria sobre el mal”. Una afirmación muy similar a lo afirmado por Gandalf, miembro del regimiento Azov que visitó hace unos días Israel y que dejando atrás sus pasadas declaraciones negacionistas del Holocausto, afirmó que “ve a Israel y Ucrania en el mismo bando, el los civilizados luchando contra los no civilizados en una lucha por el futuro de la humanidad”. Es difícil no ver en ese “mal” y esos “no civilizados” una referencia a Palestina y un paralelismo entre el trato de Israel a la población palestina con el dado por Ucrania a la población de Donbass. Sin embargo, Ucrania e Israel tienen también otro enemigo común, Irán, chivo expiatorio elegido por Kiev y demonizado por el uso de drones iraníes en los ataques con misiles rusos, que son, en realidad, los causantes de los daños en las infraestructuras ucranianas, mientras que los drones son utilizados fundamentalmente como señuelo. En cualquier caso, ni el enaltecimiento del Holocausto, ni ciertos choques geopolíticos van a romper una alianza que verdaderamente está basada en “valores comunes”.

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