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El principal éxito de Ucrania

Hace ya varios meses, cuando se produjo el primer intercambio de prisioneros entre Rusia y las Repúblicas Populares y Ucrania, el acuerdo fue analizado como un signo positivo que hacía ver que existía comunicación entre las partes, capaces de llegar a un acuerdo. Lo mismo ocurrió en 2019, cuando tras la que sería la última cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del Formato Normandía, Ucrania, la RPD y la RPL realizaron un gran intercambio de prisioneros, que se vio, tanto en la prensa rusa como en la occidental, como un primer paso hacia un posible acuerdo político. Ese paso hacia la paz acabaría siendo el simple reflejo de un optimismo excesivo basado en falsas premisas. Las contradicciones políticas sobre el contenido y el significado de los acuerdos de Minsk, que implicaban una serie de concesiones que Ucrania nunca estuvo dispuesta a realizar, no habían desaparecido. Y pese a llegar al poder prometiendo la paz aunque esta exigiera duros compromisos, el discurso de Zelensky viró rápidamente hacia una línea continuista con el heredado de tiempos de Poroshenko.

Desde hace varios días, se había anunciado el inminente acuerdo entre Rusia y Ucrania para desbloquear las exportaciones del grano ucraniano, otro gesto de buena voluntad de la Federación Rusa hacia Ucrania y hacia la comunidad internacional. Pero si este acuerdo corría el riesgo de ser visto como un primer paso hacia un acuerdo más amplio entre las partes, la forma en la que se gestó ayer su firma disipó cualquier duda. Pese a que el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, calificó la firma de “signo de esperanza”, el hecho de que ni siquiera se trate de un acuerdo entre Rusia y Ucrania deja ver que, en las condiciones actuales, no hay pacto posible alguno entre los dos países, ni siquiera para tratar los temas menos controvertidos.

La cuestión del trigo ucraniano ha sido una constante en el discurso de la guerra desde que comenzó la intervención rusa. El bloqueo ruso ha impedido la exportación marítima del grano y otros productos alimenticios, importantes no solo para los ingresos ucranianos, sino también porque algunos de sus mercados corresponden a países en desarrollo ya golpeados por el aumento de la inflación. En este tiempo, con un discurso no carente de hipocresía -Estados Unidos hace posible el bloqueo de Yemen, un país con gran dependencia exterior para alimentar a su población-, los países occidentales han tratado de culpar a Rusia de una futura hambruna en los países más pobres del planeta. Rusia también sería culpable del aumento del precio de los alimentos, pese a que incluso fuentes occidentales como el Financial Times muestran que esa escalada comenzó ya en el año 2019.

Intentando buscar un único culpable –la guerra de Putin– para un problema causado por un cúmulo de factores entre los que la geopolítica es solo uno más, los países occidentales han preferido olvidar también el efecto que las sanciones contra Rusia han tenido en el mercado mundial de los alimentos. A pesar de no afectar directamente a su exportación, las sanciones sí afectan al transporte marítimo. Y aunque en estos últimos cinco meses se haya presentado al grano ucraniano como capaz de alimentar al mundo, en el año 2019 (último año del que FAO dispone de datos de Estados Unidos, uno de los grandes productores), la producción del país suponía el 3,70% de la producción mundial, muy por detrás de los tres principales productores -China, India y Rusia- e incluso de Estados Unidos y Canadá.

La producción rusa ascendió ese año al 9,73% de la producción mundial de trigo, aunque esa cantidad ha de alimentar a una población mucho mayor que la producción ucraniana. Sin embargo, la importancia de Rusia no se limita a la exportación de alimentos, sino que, como potencia mundial en el ámbito de los fertilizantes, las dificultades al comercio exterior ruso pueden poner en peligro la producción nacional de esos países que Estados Unidos y la Unión Europea afirman que son alimentados por el trigo ucraniano.

El acuerdo firmado ayer en Turquía afecta a ambos aspectos. Horas antes de la firma, el asesor de la Oficina del Presidente Mijailo Podoliak afirmó que Ucrania no firmaría un acuerdo con Rusia. Esa posibilidad había quedado clara ante el anuncio ucraniano de que sería el ministro de Infraestructuras quien firmaría el acuerdo. El hecho de que fueran titulares de diferentes ministerios -Shoigu, ministro de Defensa, fue el enviado ruso- quienes firmaran el acuerdo hacía previsible que no hubiera una ceremonia conjunta. Finalmente, Ucrania primero y Rusia después firmaron un mismo acuerdo que compromete a ambos, pero que no fue directo. Es más, Ucrania quiso insistir en que su acuerdo no es con Rusia, sino con Turquía y Naciones Unidas.

El acuerdo, válido para 120 días, implica a tres importantes puertos del mar Negro, Odessa, Chernomorsk y Yuzhny, y comporta un mecanismo de revisión de los buques para garantizar que no haya importación de armas. El acuerdo no solo desbloquea la exportación del trigo ucraniano, sino que, según Sergey Shoigu, facilita, a exigencia de Moscú, la exportación de los fertilizantes rusos. El trabajo para iniciar las exportaciones ha comenzado ya y el tránsito por rutas que el Ejército Ucraniano ha considerado seguras puede reanudarse en los próximos días. Es probable que, eliminada la incertidumbre sobre qué sería del grano ucraniano, exista un efecto, al menos temporal, sobre los precios, aunque las exportaciones ucranianas no “evitarán una hambruna mundial” como repetía ayer la prensa.

Habrá que esperar un tiempo para confirmar que este acuerdo indirecto entre Rusia y Ucrania se cumpla en su totalidad y también para comprobar cuál es el papel de Turquía, especialmente en lo que respecta a los buques procedentes del mar de Azov. En las últimas semanas, Turquía ha retenido a petición de Ucrania buques con cargamento de trigo que Kiev alegaba había sido “robado” por las autoridades rusas en los “territorios ocupados”. Ucrania pretende así bloquear la exportación del trigo cultivado en el sur de Ucrania, en las regiones ahora bajo control ruso. El factor de preocupación por la población mundial desaparece cuando se trata de exportaciones realizadas por Rusia.

Para lo que no ha hecho falta esperar ha sido para escuchar las primeras acusaciones. De forma preventiva, Mijailo Podoliak sembraba ayer por la tarde las primeras dudas sobre el cumplimiento ruso de su parte del acuerdo. Kiev elige así seguir el camino marcado en el proceso de Minsk, en el que cada incumplimiento ucraniano era presentado como incumplimiento ruso. El bloqueo ucraniano de todos y cada uno de los puntos políticos de los acuerdos de Minsk fue siempre culpa de Moscú, un discurso que no solo se generalizó en Ucrania, sino que se repitió, sin que fuera sometido a crítica o verificación alguna, tanto por los socios de Kiev como por la prensa occidental. El principal éxito de Ucrania en estos ocho años no ha sido reforzar a su ejército, mantener a flote su economía o garantizarse el completo apoyo de sus socios, sino instalar en la conciencia colectiva que Rusia siempre es culpable, ya sea del incumplimiento ucraniano de los acuerdos de Minsk o de una futura hambruna mundial que, al margen de la guerra en Ucrania, tendría causas muy diversas.

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