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Poroshenko, Rusia, Timoshenko, Ucrania, Zelensky

Por el camino del autoritarismo

Artículo Original: Andrey Manchuk

Se ha producido un golpe parlamentario en Kiev. El equipo de Zelensky ha derrocado a su antiguo aliado Dmitry Razumkov, que en el pasado había liderado el grupo del partido “Servidor del Pueblo” y había contribuido activamente a su triunfo. Antiguos compañeros de partido le apuñalaron por la espalda y le quitaron el cargo aliándose con facciones oligárquicas y con la ayuda de Yulia Timoshenko. Es más, se hizo infringiendo abiertamente la normativa y con gran prisa para coincidir con el cumpleaños del político. Porque ese tipo de pequeñas jugadas son lo más común en la política de altura en Ucrania.

Pero el cese de Razumkov es más que una disputa entre dos antiguos colegas o la venganza personal del ofendido Zelensky. Se trata de un hito significativo en la política ucraniana, que establece un nuevo régimen más autoritario, uno que en tiempos soviéticos habría sido calificado de bonapartista. El presidente de Ucrania ha concentrado en sus manos todos los poderes, limitando a la nada lo que había quedado de democracia tras Euromaidan.

Desde que comenzó el año, ha subordinado a su voluntad al Tribunal Supremo y después ha introducido la práctica de prohibiciones extrajudiciales a base de sanciones del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional para bloquear así la prensa de la oposición y acosar a los políticos opositores. Finalmente, se ha deshecho de un potencial rival en la persona del poderoso exministro del Interior Arsen Avakov, ahora en el exilio de la cata de vinos de su casa italiana. Y los insurgentes de ultraderecha ahora están bajo la supervisión de Bankova.

Lo único que faltaba era recuperar el dominio completo en el Parlamento, ya que Razumkov, antiguo “servidor”, se negó a apoyar las sistemáticas violaciones de la Constitución, no votó a favor de las sanciones del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional y no se mantuvo fiel al resto del equipo Ze. Así que Zelensky comenzó a verle como un rival en potencia en la lucha por el poder, lo que determinó el ejemplificante cese de ese presidente insuficientemente leal. Se espera que a ello le siga el intento de cesar a políticos regionales importantes: el alcalde de Kiev Vitali Klitschko o el alcalde de Odessa Gennady Trujanov. El proceso ya se ha iniciado y en un futuro a corto plazo su puesto podrá ser ocupado por personas leales al presidente.

La oposición patriótica representada por el retirado hetman Petro Poroshenko no supone una amenaza especial para Zelensky a causa de la escasa popularidad del exlíder ucraniano, sobre el que pesan numerosas causas penales. Lo mismo se puede decir de la debilitada Yulia Timoshenko. Y lo oligarcas ucranianos han sido los primeros en probar su lealtad a los “servidores del pueblo” para no caer en el círculo de las sanciones extrajudiciales. Es probable que eso haya mejorado las cosas en el círculo del presidente.

Se acerca el momento en el que Zelensky pueda pronunciar la famosa frase “L’état c’est moi” que se atribuye al Rey Sol. Sin embargo, el problema es que el motivo del dramático ascenso del presidente es su debilidad, que constantemente amenaza su dominio ilimitado, empujándole a privatizar el Estado.

Una severa crisis sistémica ahonda en el país, se acerca un aterrador invierno amenazado por el colapso del gas, la deuda nacional ha alcanzado los 90.000 millones de dólares y la popularidad de la fuerza política en el poder cae más rápido de lo que aumentan las tarifas. El histérico populismo del jefe de Estado no convence al desilusionado electorado desde hace mucho tiempo. Los habituales eslóganes de unificarse por el bien de luchar contra el agresor han perdido ya todo el potencial de movilización que una vez tuvieran., aunque los oficiales ucranianos siguen habituados a culpar a la guerra de todos los problemas del país. Ni siquiera puede depender de Occidente, porque sus servicios especiales han publicado información sobre las cuentas offshore de Zelensky y pueden perfectamente sustituirle por cualquiera de los aspirantes que están a la espera.

Todo esto empuja a los “servidores” al autoritarismo. Para mantener el poder, tienen que purgar a la oposición, bloquear la prensa opositora, anular los derechos de los sindicatos y expulsar del tablero político a toda figura que pueda canalizar el descontento popular. Ahora han visto esa amenaza en Dmitry Razumkov, a quien ya quieren privar de su acta de diputado presentándole como agente de Moscú, aunque no haya habido postura prorrusa alguna del expresidente del Parlamento y siempre haya sido leal a Bruselas y Washington.

El bonapartismo de Zelensky puede suponer una broma de mal gusto para el excómico. No es suficiente con tomar el poder del Estado, es preciso mantenerlo encontrando los recursos administrativos, de seguridad y financieros para ello de los grupos sociales influyentes. El presidente sigue intentando maniobrar entre los diferentes intereses utilizando las habituales herramientas de la retórica populista.

Tras conseguir gran poder, es fácil venirse abajo ante una situación de inestabilidad. Y entonces las élites que hasta entonces se habían arrodillado a sus pies, se levantan sobre el rey que cae, porque no perdonarán ningún error importante. Por no mencionar al agradecido pueblo ucraniano, dispuesto a presentar sus propios agravios a los “servidores”.

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