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Recurriendo a la ficción

“Es julio y el ejército ruso está a las puertas de Kiev. El Presidente Zelensky emite un mensaje de emergencia para repetir sus desafiantes palabras, pronunciadas por primera vez en febrero de 2022, de que no necesita que le saquen de Ucrania. No, necesita munición para quedarse y luchar contra los rusos”, escribe un artículo publicado esta semana por el diario británico The Times. “Si Occidente hubiera escuchado y hecho más cuando los valientes ucranianos pedían ayuda, podría haber cambiado la situación. Mientras los aliados discutían y Estados Unidos acababa proporcionando otros 60.000 millones de dólares en ayuda, a medida que la primavera se convertía en verano, las tropas de Putin rompían las líneas en el sur y el este. Las fuerzas ucranianas en retirada sólo pudieron frenar el avance. Cuando los rusos se acercaron a la capital, una nueva oleada de refugiados huyó de Ucrania en busca de seguridad frente a los incesantes bombardeos.”, continúa el relato.

No se trata de un ejercicio de ficción política, sino que el artículo pretende ser una llamada de atención a Occidente para evitar a tiempo la derrota colectiva en el frente ucraniano. “Este es el escenario de pesadilla que ahora mismo están contemplando los políticos occidentales”, se lamenta el artículo, que añade que “los acontecimientos están obligando a los líderes militares y civiles de Londres, Washington, París y Bruselas a trazar un mapa del catastrófico colapso de las fuerzas ucranianas a las que se les niegan las armas y municiones que necesitan”.

Los próximos meses son también una preocupación para The Economist, que estos días ha publicado un reportaje que coincide, no solo en el diagnóstico, sino incluso en sus términos. “A medida que la primavera se convierte en verano, el temor es que Rusia monte una nueva gran ofensiva, como hizo el año pasado. Y la capacidad de Ucrania para contenerla esta vez parece mucho menos segura ahora que entonces. Por eso necesita urgentemente movilizar más tropas y construir defensas más sólidas en primera línea”, escribe el medio, que no acaba de describir a qué se refiere con gran ofensiva rusa de 2023. A lo largo de gran parte del año, Rusia trabajó para preparar su defensa ante la inminente contraofensiva ucraniana, ejerció la defensa activa en el norte de Lugansk y tan solo realizó actividades abiertamente ofensivas en dos zonas: el área de Artyomovsk y los alrededores de Donetsk, un bagaje que difícilmente puede calificarse de gran ofensiva.

“En contra de la opinión predominante de que se trata de un perpetuo «conflicto congelado» en el que ninguna de las partes puede obtener una ventaja decisiva, la línea del frente está muy disputada y existe un riesgo real de que las fuerzas ucranianas se vean obligadas a retroceder”, alerta The Times, que advierte de la posibilidad de que la próxima cumbre de la OTAN “se vea consumida por una crisis semejante”. «Ucrania se está desangrando. Sin nueva ayuda militar estadounidense, las fuerzas terrestres ucranianas pueden no ser capaces de mantener la línea contra un implacable ejército ruso», insiste Foreign Policy en otro más de los muchos relatos catastrofistas que siguen publicándose pese a que el movimiento en el frente sigue siendo lento y dificultoso.

La caída de Avdeevka y la superioridad aérea que Rusia había podido utilizar ampliamente por primera vez en muchos meses hizo temer un cierto efecto dominó que inundara el frente de Donetsk e hiciera retroceder a las tropas ucranianas más allá de la segunda línea de defensa. Nada de eso ha ocurrido y los avances rusos -la captura de Orlovka o Berdichi- se han producido de forma consistente, pero extremadamente lenta, con lo que, de ninguna manera, peligra actualmente la configuración de este sector del frente, único en el que el movimiento es significativo. El mensaje de todos estos artículos es claro, el riesgo para Ucrania no es no ganar la guerra, sino perderla, y la solución es siempre más asistencia de Estados Unidos.

“Hace sólo un año, todo era muy diferente. Entonces se esperaba una ofensiva ucraniana de primavera que recuperara territorio. Eso no funcionó”, se lamenta The Times en un ejercicio de nostalgia de los tiempos pasados en los que la prensa y las autoridades políticas de los países aliados de Ucrania se vendaron los ojos con las promesas ucranianas. Ahora, lamiéndose las heridas de la derrota que supuso para Kiev no ser capaz de romper el frente de Zaporozhie, insisten en que Ucrania no disponía del armamento necesario para dicha operación, algo que también debieron comprender mientras presentaban los tanques occidentales como la última wunderwaffe que haría huir a las tropas rusas.

Moscú, que llevaba meses preparándose para la contraofensiva terrestre que Kiev había anunciado -y dejado claro en qué dirección se produciría-, disponía de una superioridad artillera que Ucrania no ha podido compensar debido a la capacidad de producción rusa. A ello hay que sumar que las tropas ucranianas iban a carecer de la cobertura aérea que requería el tipo de operación que Zaluzhny y sus subordinados, bajo órdenes de los socios extranjeros, pretendían realizar. La falta de aviación es ahora la justificación ideal para Volodymyr Zelensky, ya que ejerce de chantaje moral que justifica exigir, no solo el puñado de F-16 que Ucrania recibirá de Dinamarca en unos meses, sino toda una flota de aeronaves occidentales. Sin embargo, tanto Kiev como sus socios, think-tankers y lobistas afines eran conscientes de las carencias cuando prometían éxitos imposibles. Por ejemplo, Ben Hodges, excomandante general del Ejército de los Estados Unidos en Europa y habitual comentarista de esta guerra ahora en su versión de lobista y defensor de la necesidad de atacar Crimea con todo lo disponible, afirmaba en un artículo publicado el 21 de junio de 2023 que “Ucrania podría liberar Crimea antes del final del verano”. Para entonces, ya era evidente que la ofensiva terrestre había chocado con los campos de minas rusos y que romper la línea Surovikin no iba a llevar unas horas tal y como parecía esperar el comando estadounidense. Hodges, cuya exageradamente optimista postura ha pasado de ser la norma a una rara excepción, continúa insistiendo en la capacidad de Ucrania de liberar Crimea y niega incluso el fracaso de la contraofensiva de 2023, que califica de “multidominio”, no limitada a la guerra terrestre. Aunque, sin duda, Ucrania ha disfrutado de éxitos mucho más relevantes en la retaguardia, especialmente en el mar Negro, que en la línea del frente, ninguno de ellos ha logrado poner en peligro el control ruso de la península, ni tampoco del corredor terrestre que une su territorio con el de la Rusia continental a través de Donbass y la costa norte del mar de Azov, que Ucrania aspiraba a recuperar.

El optimismo enaltecido se ha convertido ahora en preocupación exagerada de quienes han comprobado que subestimar al enemigo crea grandes titulares con promesas de futuro, pero puede ser contraproducente a corto y medio plazo. Sin embargo, a excepción de personas que siempre fueron favorables a la negociación, como el excanciller Schroeder, que ha vuelto a insistir en la negociación como única salida posible, la vía diplomática sigue siendo la línea roja que Occidente no está dispuesta a cruzar. De ahí que todos y cada uno de los muchos artículos que alertan del imaginario peligro inminente de un colapso ucraniano que impida a Kiev defender sus líneas -no hay signos reales de colapso ucraniano ni señales de ofensiva desde Rusia o Bielorrusia- lleguen a la misma conclusión: es preciso aumentar la implicación occidental para evitar la derrota primero y lograr la victoria después.

“Un avance ruso sería obviamente desastroso para los ucranianos. También enfrentaría a Occidente a todo tipo de retos difíciles. ¿Enviarían los aliados tropas para defender Kiev? El presidente Macron ha percibido claramente el peligro e intenta orientar a Occidente hacia un enfoque más enérgico planteando la posibilidad de tropas terrestres. Otros países, como Alemania, se oponen enérgicamente. ¿Cuándo se entenderá por fin el mensaje de que la paz para las poblaciones europeas sólo se garantiza con la fuerza? ¿Cuándo caerá Ucrania y Putin pasará a amenazar al Báltico, Polonia, Finlandia, Suecia o Noruega?”, se pregunta The Times yendo aún más lejos en su relato de ficción. Normalizados el estado de guerra, el conflicto político de ruptura continental que se espera se prolongue más allá de la batalla y un suministro de financiación, armas y munición que implica recortes y austeridad en otros ámbitos sociales y económicos, el siguiente paso no es admitir que la guerra será difícil de ganar, sino exigir una aún mayor implicación. Aunque para ello sea preciso recurrir a la ficción en los artículos supuestamente periodísticos.

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