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El camino político a la confrontación

La Federación Rusa llamó ayer a consultas al embajador de Alemania para exigir explicaciones por dos temas principales: las trabas que está encontrando la prensa rusa para trabajar en el país y, sobre todo, la conversación filtrada la semana pasada en la que, con total ligereza, miembros de la Bunderswehr  parecían preparar la logística de la entrega de misiles de largo alcance alemanes Taurus con los que no dudaban en que Ucrania atacaría Crimea. Según la máxima de Clausewitz, la guerra es política por otros medios, algo que está quedando perfectamente claro a medida que los diferentes bandos que participan directa o indirectamente en el conflicto plantean sus líneas rojas y posteriormente las traspasan. Hace no tanto tiempo, Vladimir Putin proclamaba que era imposible que estallara una guerra entre Rusia y Ucrania y líderes occidentales decían estar dispuestos a negociar con Rusia soluciones de seguridad. Pero la guerra se produjo y nadie en Europa occidental o Norteamérica quiso negociar un acuerdo para detener la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas. Inicialmente, líderes como Olaf Scholz se resistían a enviar material letal a Ucrania, lo que le valió al canciller alemán los insultos del entonces embajador de Ucrania en el país, Joe Biden calificaba de tercera guerra mundial la posibilidad de enviar tanques y aviones con personal estadounidense y Macron, que había declarado a la Alianza Atlántica “en muerte cerebral”, negociaba durante horas para impedir la invasión rusa y meses después proclamaba la necesidad de una resolución que no humillara a Rusia. Incluso entonces, tras varios meses de la invasión rusa, en transcurso de la guerra de mayor intensidad vivida en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial, ciertos límites estaban claros.

Los grandes medios occidentales se llenan de titulares que proclaman la necesidad de prepararse para la posibilidad de guerra y ese discurso se utiliza como justificación para una política de aumento del gasto y la producción militar al mismo tiempo que comienza a exigirse a los países el retorno a la austeridad. Al otro lado de las trincheras que actualmente ejercen la labor de un nuevo telón de acero, Moscú recuerda que un enfrentamiento directo entre la OTAN llevaría, de forma prácticamente inevitable, a un enfrentamiento nuclear. Este comentario, que reaparece periódicamente, puede considerarse una amenaza concreta, aunque es también la constatación de algo que sí estaba claro en los años más tensos de la Destrucción Mutua Asegurada: la lucha entre grandes potencias ha de ser política o estar circunscrita a reglas claras. Soldados soviéticos y estadounidenses se enfrentaron directamente en países como Corea o Vietnam, guerras relativamente alejadas que no eran existenciales para ninguna de las partes y guerras como la de Afganistán, para la que Washington y sus socios movilizaron enormes cantidades de financiación para llevar a la ruina absoluta a ambos países -la Unión Soviética y el Afganistán socialista, lo que acabó, como era de esperar, suponiendo la ruina de Afganistán en su conjunto- fueron guerras proxy en las que los países occidentales ejercían de proveedores, pero no luchaban directamente.

Desde marzo de 2022, y con mucha más intensidad desde ese verano, cuando comenzó a llegar a Ucrania el equipamiento pesado con el que atacar la retaguardia rusa, los países occidentales han suministrado cantidades de financiación, armamento y munición sin precedentes en una guerra (proxy) terrestre convencional. Aunque las condenas rusas a las entregas de material como los carros de combate o la munición de uranio empobrecido han sido la norma tras los anuncios, Moscú se ha resignado a su intento de destruir ese material sin aspirar a interceptarlo antes de su llegada al frente Y si bien Rusia ha cuestionado repetidamente hasta qué punto Occidente como colectivo no es ya participante directo en este conflicto, la definición de guerra proxy sigue siendo la más adecuada, al menos por el momento. Ucrania, que ha abrazado con entusiasmo la idea, se presenta a sí misma como el ejército que, en nombre de Occidente y para evitar de sean sus hijos los que tengan que luchar en el futuro, libra una batalla contra el autoritarismo y la dictadura para defender la democracia liberal. Para ello exige armas, munición, financiación, apoyo político y diplomático y el favor de la prensa, de la que se espera que ni siquiera se plantee la posibilidad de que Ucrania no vaya a obtener la victoria completa contra las tropas de Moscú que lleva dos años  (en realidad prácticamente diez) prometiendo.

En la escalada política y verbal de la última semana, dos aspectos han elevado la tensión hasta poner en duda el futuro de la guerra proxy. En su énfasis por mostrar que la Unión Europea -y, por extensión, Occidente- no abandonará a Ucrania a su suerte como hiciera con el Estado afgano creado sobre las ruinas de la intervención de 2001, los políticos franceses y los militares alemanes han dado rienda suelta a la creatividad y, de forma intencionada en el primer caso y por una más que oportuna filtración de inteligencia en el segundo, han permitido que la audiencia escuche unos planes que van mucho más allá del actual statu quo.

Las palabras de Macron sobre no descartar la posibilidad de una presencia de tropas occidentales en Ucrania causaron el enfado de sus socios pese a que la ambigüedad estratégica que el presidente francés decía utilizar quizá pretendiera ser solo una advertencia. Sin embargo, como escribía ayer el exembajador de Estados Unidos en la OTAN Ivo Daalder en Político, un medio cercano a la corriente Demócrata, “Semanas antes, el Jefe del Estado Mayor de la Defensa de Francia, General Thierry Burkhard, había escrito a la mitad de sus colegas de la OTAN, explorando la posibilidad de una coalición de voluntarios para asumir ciertas tareas de Ucrania – incluyendo la dotación de sistemas defensivos, el entrenamiento de fuerzas en el país, el lanzamiento de operaciones cibernéticas y la oferta de ayuda en el desminado”. Según Daalder, Francia recibió de sus aliados un no rotundo. El entusiasmo que han mostrado estos días Lituania, Letonia y Estonia, tres países demográfica y económicamente insignificantes, pero que por su cercanía a las posturas más radicales adquieren, en ocasiones, un aparente estatus de portavoz de los países preocupados por una posible invasión rusa de la OTAN, deja ver que el rechazo no es, ni mucho menos, unánime.

A las palabras de Macron le siguió la reacción alemana liderada por un hombre aparentemente solo, Olaf Scholz, que frente al criterio de la oposición y posiblemente de sus socios Verdes en el ejecutivo e incluso de su propio ministro de Defensa, se resiste a cumplir con la petición más repetida: el envío de misiles de crucero con los que llevar la guerra a Rusia. Si la idea de misiles rusos atacando bases militares e infraestructuras en Rusia no acarreaba ya el suficiente peso histórico, la acusación del canciller de que el envío de misiles occidentales implica la presencia de tropas de esos países en labores directas de ataque elevaba la cuestión a un nivel superior. El hecho de que Scholz haya calificado de “cruzar el umbral de la beligerancia” la presencia de soldados alemanes disparando misiles en Ucrania tiene también una doble consecuencia. Con sus palabras, el canciller alemán desvelaba, quizá aplicando la ambigüedad estratégica de Macron, la presencia de tropas británicas y francesas haciendo lo propio, de lo que se puede entender que Francia y el Reino Unido podrían haber cruzado ya ese umbral. La publicación esa misma semana, y de forma claramente intencionada para coincidir con la polémica, de un diálogo en el que el teniente coronel de la Luftwaffe comentaba la logística del envío de misiles Taurus puede llevar a la misma conclusión. Oficiales de la aviación alemana planificaban la forma en la que acortar los tiempos de entrega y la vía para un suministro constante lo más efectivo posible de un material que implicaría, según el líder del Gobierno, la presencia de soldados alemanes sobre el terreno, disparando misiles contra Rusia y cruzando la línea entre la guerra proxy y la sombra del enfrentamiento directo.

Sin más defensa que acusar a Rusia de “guerra híbrida”, el ministro Pistorius, el político más popular de Alemania y posible aspirante a suceder al arrinconado Scholz, ha clamado contra la “desinformación rusa”. Nadie en el Gobierno alemán ha tratado de negar la veracidad de la conversación ni de poner en cuestión las identidades de los participantes. “Es un ataque híbrido de desinformación: se trata de división, se trata de socavar nuestra unidad”, ha manifestado el molesto Pistorius, incapaz de negar la veracidad de la conversación ni de poner en cuestión la actuación de unos militares que planean acciones que contradicen la línea actual de su Gobierno. Al menos por el momento.

Más triste aún resulta la respuesta del Reino Unido, que simplemente reaccionó contra Alemania en el momento en el que Scholz pronunció en voz alta lo que ya se conocía sin decirlo. “Tobías Elwood, exviceministro de Defensa, afirmó que la filtración ha sido un motivo de vergüenza para Berlín, aunque ha afirmado a la BBC que Rusia probablemente sabía de la presencia británica teniendo en cuenta la intensidad de las labores de espionaje”, escribía ayer The Guardian en relación a la polémica por la publicación de la conversación de los oficiales de la Bunderwehr. Todo era conocido por las partes implicadas, simplemente no debía darse a conocer al público, no precisamente para evitar el peligro, sino para proteger al Gobierno. En Alemania, con una mayor cantidad de población reticente a arriesgar que la guerra proxy deje de serlo, la única protección posible es la de la memoria, la misma que ha catapultado al Gobierno de Berlín a ser uno de los principales defensores de Israel en su actual guerra contra Gaza. El mismo jefe de la Luftwaffe que da por hecho que Ucrania tratará de derribar el puente de Kerch con los misiles Taurus quiso viajar a Israel para mostrar su apoyo a las Fuerzas de Defensa Israelíes. Su imagen donando sangre para los heridos fue justificada como la representación de Alemania recordando sus crímenes. El Holocausto, el genocidio del pueblo judío, fue, sin duda, el mayor de los crímenes de la Segunda Guerra Mundial, pero no fue el único. La crueldad de la Alemania de Hitler vio su esplendor también contra los pueblos soviéticos y fue allí donde gestó su derrota.

El peso de la historia ha cambiado con la guerra de Ucrania y la moderación alemana para prevenir una guerra más dura no pasó de las primeras semanas de presiones contra Scholz. Tampoco las líneas rojas de la Guerra Fría, con los límites y peligros siempre claros, están vigentes. Pero sí lo están los riesgos, que aumentan gradualmente con cada paso en dirección a la normalización del enfrenamiento. Gran parte es, por ahora, una forma de justificar el sobrecoste que supondrá para los presupuestos nacionales el aumento del gasto militar, para el que se precisa de un enemigo claro y cuya amenaza ha de ser creíble. Sin embargo, en la distancia de las trincheras, unas para las que ningún ejército europeo occidental está preparado, el peligro aumenta de forma exponencial y las posibilidades de hacer estallar algo que no pueda contenerse crecen con cada paso político hacia la confrontación.

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