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Escalada verbal

Sin tiempo para pensar en posibles soluciones diplomáticas incluso a largo plazo, los países europeos parecen haberse lanzado a una carrera para presentarse como el más fiel aliado militar de Ucrania. Dos años después de la invasión rusa y casi diez desde el inicio de la guerra en Donbass, el interés mediático y de la población puede haber decaído, pero no lo ha hecho el de la clase dirigente de los países euroatlánticos. Aprobada ya la asistencia financiera con la que mantener el Estado y las instituciones ucranianas, líderes europeos como Olaf Scholz han apelado a los países de la Unión Europea a aumentar su aportación individual al esfuerzo militar ucraniano. Hasta ahora, la Unión Europea como bloque y Estados Unidos han sido los dos principales donantes de Ucrania, la primera centrándose en la asistencia económica para mantener las instituciones civiles y el segundo en el esfuerzo bélico. Sin embargo, el retraso en la aprobación de los nuevos fondos estadounidenses en un momento en el que las tropas de Kiev se encuentran a la defensiva y tratando de ralentizar los avances rusos en Donbass, ha provocado la necesidad de las autoridades europeas de incrementar su asistencia a Ucrania. Ese apoyo, que según explicó en su reciente visita a la capital ucraniana Úrsula von der Leyen, ha de ser económico, político y moral, puede manifestarse de diferentes maneras: por medio de promesas de futuro, con armamento y munición o mediante declaraciones que digan exactamente lo que Kiev quiere oír.

Aunque actualmente sin la capacidad industrial para sostener por sí mismos las necesidades de una guerra terrestre de alta intensidad como la actual, los países europeos, al igual que Canadá, han plasmado su apoyo a Ucrania por medio de acuerdos bilaterales de seguridad. Esos tratados, que comprometen cantidades concretas de asistencia militar para los próximos años y garantizan apoyo logístico y militar en caso de agresión, no implican en ningún caso cláusulas de intervención directa de los países firmantes. Tratando de restarles importancia, la prensa rusa los ha calificado de pequeños Budapests, en referencia a las garantías de mantenimiento de la integridad territorial de Ucrania al que se comprometieron las grandes potencias a cambio de la renuncia ucraniana a las armas nucleares soviéticas que se encontraban en su territorio (pero para la que no disponía de los códigos, en manos de Moscú) sin relevancia para la actual guerra. Sin embargo, los acuerdos implican compromiso económico para el mantenimiento militar y suministro de armamento y munición para los próximos años, esos en los que se mantendrá la promesa de futuro de adhesión a la OTAN. Aunque Jens Stoltenberg la ha dado por hecha, esa incorporación al bloque atlántico requiere de la aprobación de todos los países miembros, algunos de los cuales han mostrado abiertamente sus reticencias. Teniendo en cuenta que se trata de países tan importantes como Estados Unidos o Alemania, la propuesta cuenta con grandes dosis de incertidumbre que, en cualquier caso, no se resolverá de forma definitiva hasta la finalización de la guerra o, al menos, la existencia de un armisticio.

De ello depende el intento de contener la guerra en el territorio ucraniano (o rusoucraniano en lo que respecta a ataques en la retaguardia, para los que Ucrania parece haber obtenido cierta manga ancha de sus aliados y proveedores), algo que hasta ahora han compartido Rusia y Estados Unidos. A ello se debe, por ejemplo, que no hubiera represalias cuando Rusia derribó, por medio de una maniobra de sus cazas, uno de los drones Ripper que patrullaban la zona de guerra en el mar Negro o que Washington ni siquiera dejara unas horas de duda sobre el origen del proyectil que impactó en Polonia en 2022 y que costó la vida a dos civiles. Para disgusto de Zelensky, que insistió en que se trataba de un ataque deliberado de Rusia contra un país de la OTAN, las autoridades estadounidenses confirmaron con una rapidez inusitada que el origen de la explosión había sido un proyectil antiaéreo ucraniano.

Evitar la confrontación directa entre potencias nucleares ha sido, hasta ahora, una de las principales tareas de Rusia y de Estados Unidos que, a diferencia de otros aspectos, han compartido la necesidad de mantener a los países de la OTAN al margen de la intervención directa. De ahí que, en los dos años transcurridos desde la invasión rusa, las exigencias de Ucrania de intervención directa de la OTAN –cerrando los cielos imponiendo una zona de exclusión aérea, por ejemplo- hayan sido recibidos con frialdad y la entrada de tropas occidentales en el país no haya aparecido en la agenda política.

Ha sido Emmanuel Macron, el último líder europeo que se reunió con Vladimir Putin con la intención de intentar evitar un ataque a Ucrania, quien ha introducido la idea con unas declaraciones que han causado sorpresa y rechazo prácticamente a partes iguales. Los principales líderes de los países de la Unión Europea se reunieron en París en una cumbre que buscaba ampliar la asistencia militar a Ucrania, paliar la ausencia de aportación militar estadounidense y mostrar que los países continentales son capaces de mantener una política de seguridad propia y que no dependa de Washington. La reunión mostró la imagen de unidad que Zelensky espera de sus socios, que mostraron, además, el compromiso de asistencia militar que Kiev desea de ellos recordando, eso sí, las palabras del líder ucraniano, que hace unas semanas constató que Europa no podría, por sí misma, cubrir las necesidades de la guerra. Pero ha sido de uno de los países europeos, Francia, del que Zelensky ha escuchado por primera vez la posibilidad de la intervención directa de las tropas regulares occidentales.

Con pocas palabras, sin más explicación ni el más mínimo acuerdo con sus socios, el presidente francés, que ha querido mostrarse como un gran líder europeo capaz de aportar ideas y soluciones, afirmó que “no hay consenso para enviar oficialmente ninguna tropa terrestre. Dicho esto, no hay que descartar ninguna posibilidad. Haremos todo lo que podamos para garantizar que Rusia no prevalezca”. Es curioso que el presidente francés se haya referido a la “introducción oficial” en lugar de simplemente “intervención” a la hora de introducir en el discurso político y mediático la posibilidad de intervención directa de los países occidentales en Ucrania, especialmente teniendo en cuenta la reciente polémica entre Moscú y París. Anunciando la muerte de un ciudadano francés, Rusia acusó a Francia de enviar mercenarios a la guerra de Ucrania, algo que el Gobierno de Macron trató de negar con vehemencia, aunque con cuestionable credibilidad. La presencia de soldados de nacionalidad francesa ha quedado constatada y, teniendo en cuenta que cada soldado -voluntario o no- de cualquier nacionalidad que ha luchado en Donbass ha sido calificado de mercenario por países como Francia, es de esperar que la definición sea la misma al otro lado del frente. Macron, que apeló a la ambigüedad estratégica para no dar más detalles, insistió en la necesidad de “hacer lo que haga falta”, dando a entender que su Gobierno está dispuesto a aplicar medidas para las que no solo no hay consenso, sino que han causado el rechazo de sus aliados.

No es una sorpresa que el entusiasmo haya llegado de Ucrania. “Cualquier debate sobre aumentar, ampliar o cambiar los formatos de la ayuda proporcionada a Ucrania solo puede ser bienvenido. Porque se trata de una señal directa: los riesgos están claros, lo que Rusia se juega es evidente y Ucrania y Europa responderán a ello en consecuencia. Los líderes de varios países europeos sugieren ampliar el alcance del debate, introducir nuevas variables, esbozar lo que se puede hacer. Y esto es excelente. Ucrania necesita todas las soluciones posibles que aumenten sus capacidades militares aquí y ahora”, escribió Mijailo Podolyak ignorando el rechazo de gran parte de los líderes europeos.

Como era de esperar, Rusia ha condenado las declaraciones insistiendo en que la presencia de tropas occidentales en suelo ucraniano supondría una participación directa en el conflicto En rueda de prensa, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov se refirió al enfrentamiento directo con la OTAN que supondría. “En ese caso hablamos ya no de la posibilidad, sino del carácter inevitable”, insistió. Pero las críticas no han llegado únicamente desde Moscú. A nivel nacional, Jean Luc Melenchon ha afirmado que “una guerra contra Rusia sería una locura. Esta escalada verbal belicosa de una potencia nuclear con otra potencia nuclear mayor es de por sí un acto irresponsable”, rechazo al que se ha unido también Marine Le Pen.

A nivel internacional, incluso Jens Stoltenberg, que ha afirmado que no hay planes de enviar tropas de los países de la Alianza a Ucrania, se ha desmarcado de la idea francesa. Así lo han hecho países tan importantes para el esfuerzo bélico ucraniano como Alemania o Polonia. “Ayer en París acordamos que todos tenemos que hacer más por Ucrania. Ucrania necesita armas, munición, defensa aérea. Estamos trabajando en ello. Una cosa está clara: no habrá tropas terrestres de los países europeos o de la OTAN”, ha escrito el canciller alemán Olaf Scholz. También otros países de menor peso político o militar, como Suecia, Italia, España, Eslovaquia o Austria, se han rechazado la declaración francesa. Los dos últimos han sido los que con más vehemencia han criticado a Macron.

Por la mañana, Robert Fico afirmaba que la aparición de este tipo de ideas “sugiere que hay una serie de países de la OTAN y la UE que están considerando enviar tropas a Ucrania de forma bilateral”. “No puedo decir para qué propósito o qué harían allí”, ha continuado el primer ministro eslovaco para añadir que la reunión de París “es la confirmación de que la estrategia de Occidente en Ucrania ha fracasado completamente”. Austria, un país técnicamente neutral pero que ha apoyado abiertamente a Kiev, ha ido un paso más allá para criticar el debate causado por las palabras de Macron e insistió en que lo que hace falta ahora mismo es “una perspectiva diplomática”.

Frente al rechazo que han causado las palabras de Macron en gran parte de los líderes continentales -a excepción siempre de los países bálticos-, llama la atención la ambigüedad del Reino Unido. Aunque cómodos tanto el Gobierno británico como el estadounidense con la idea de la guerra proxy, que está suponiendo un importante desgaste para uno de sus oponentes sin necesidad de implicación directa y con grandes beneficios para su industria militar, ninguno de los dos países ha criticado la propuesta. Washington se limitó a negar estar planenado enviar tropas y Londres rechazó la posibilidad de “un despliegue de tropas a gran escala”, dejando, quizá, abierta la posibilidad a la presencia -oficial u oficiosa- de otro tipo de contingentes más pequeños y cuya presencia en Ucrania pueda ser negada.

Ni las críticas ni la falta de adhesiones a su propuesta han minado la moral de Francia, que se reafirmó por la tarde en su postura alegando que la presencia de tropas occidentales en Ucrania podría realizarse sin “traspasar el umbral de beligerancia”. En la misma línea se mostraron fuentes anónimas de la OTAN recogidas por varios medios. EFE, por ejemplo, afirmaba ayer que “Las fuentes de la OTAN consultadas al respecto inciden: “Debemos recordar lo que es esto: una guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, violando flagrantemente el derecho internacional”, recalcaron las fuentes. Según el derecho internacional, añaden, “Ucrania tiene derecho a la autodefensa y nosotros tenemos derecho a apoyarles”. El derecho a la autodefensa y la ficción de permanecer por debajo del “umbral de beligerancia” chocan con el evidente peligro de escalada que supondría la presencia de tropas europeas en el teatro de operaciones de Ucrania, una guerra incomparable con cualquiera de las libradas por esos ejércitos en las últimas décadas y para la que ni las tropas ni la industria militar están preparadas.

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