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Anticomunismo, Canadá, Fascismo, Rusia, Ucrania

Ocultar el presente, borrar la historia

El hecho de que un parlamento al completo se levantara para ovacionar unánime y sentidamente a un soldado veterano de las Waffen SS ha sorprendido a propios y extraños e incluso a quienes participaron en el acto. El homenajeado, Yaroslav Hunka, fue presentado como un héroe que luchó “por la independencia de Ucrania contra Rusia en la Segunda Guerra Mundial”, dato que debió ser suficiente para comprender en qué bando lo había hecho. El veterano no era siquiera miembro de OUN o UPA, cuyo grito “Slava Ukraina. Geroyam Slava” (gloria a Ucrania, gloria a los héroes”) ha sido abiertamente asumido por el Estado post-Maidan en la institucionalización del discurso nacionalista como único discurso nacional posible. Gracias a Ivan Katchanovski, ucraniano-canadiense y profesor de la Universidad de Ottawa, que ha trabajado estos días para dar visibilidad a los textos escritos por Hunka y las imágenes que él mismo había publicado sobre sus vivencias bélicas, el episodio ha causado un escándalo político en la aparentemente tranquila Canadá, donde los tres principales partidos políticos parlamentarios coinciden en armar y suministrar la guerra contra Rusia hasta el último ucraniano.

Las imágenes y las opiniones publicadas por Hunka en las últimas décadas, que muestran a un hombre que vio los años de la guerra y de su instrucción militar en la Alemania nazi como los más felices de su vida, no solo no muestran arrepentimiento, sino que sumadas a las lágrimas de emoción del pasado domingo, son evidencia del orgullo que el veterano siente por haber servido en la SS-Freiwilligen-Division “Galizien”, un nombre excesivamente alemán como para evitar el escándalo justificando los hechos. El escándalo ha sido inevitable incluso en Canadá, uno de los países más avanzados en lo que respecta a la reescritura de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Al fin y al cabo, como recuerda un artículo publicado a raíz del escándalo por el medio judío The Forward citando al historiador Irving Arbella, mostrar los tatuajes nazis era una forma de conseguir avanzar en el proceso de inmigración al país en los años de posguerra: era la prueba de que la persona era anticomunista. Con el anticomunismo como ideología oficial, Canadá aceptó, sin preguntas, acoger a miles de veteranos de unidades de las SS y otros colaboracionistas que, como el abuelo de Chrystia Freeland, han sido, poco a poco, convertidos, si no en héroes, sí al menos en figuras complejas que, en situaciones de extrema presión, actuaron de una forma que no puede juzgarse desde el cómodo presente.

El sociólogo ucraniano Volodymyr Ischenko, cuyo ensayo sobre las voces ucranianas destacadas por la prensa occidental, todas nacionalistas y conservadoras, fue ampliamente debatido y odiado a principios de año por el actual establishment, recogió su argumento para recordar que lo que ahora ocurre es una prueba más de que “se están amplificando las voces de quienes representan nada más que las páginas más vergonzosas de la historia de Ucrania, mientras se legitima sistemáticamente el borrado de las que son universalmente más relevantes”. Ischenko critica además que, pese al escándalo político generado, una parte de la población y de la inteligentsia está activamente tratando de justificar, no solo la presencia de Hunka en el Parlamento, sino su opción de presentarse voluntario para una unidad nazi o de calificar de “ocupación civilizada” la ocupación alemana del este de Europa, escenario de las mayores masacres de la guerra y del Holocausto.

Ayudan en esta distorsión de la historia la historiografía anticomunista de las últimas décadas y todo tipo de teorías como las de Timothy Snyder, la teoría del doble genocidio o la generalización de la idea del imperio del mal. Entre todos los regímenes de la historia de la humanidad, fue a la Unión Soviética a la que el establishment occidental decidió dar ese calificativo. En el caso de la generalización del enaltecimiento de quienes lucharon contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial en grupos como OUN o UPA, una pequeña minoría comparada con los millones de ucranianos y ucranianas que lucharon en el Ejército Rojo o como partisanos, es útil también la narrativa del Holodomor y la forma en que una hambruna en todo el sur de la Unión Soviética se ha convertido artificialmente en una acción planificada de Stalin específicamente contra Ucrania. Canadá encabeza la lista de países en los que Holodomor es considerado genocidio. El odio obsesivo a la Unión Soviética y hacia todo lo que representó y la voluntad por justificar y hacer desaparecer los crímenes de quienes lucharon contra ella de la mano de la Alemania nazi incluso en los momentos en los que la URSS era un aliado -puramente circunstancial en el caso de Canadá- no son solo más que el reflejo de quién era considerado el verdadero enemigo. De ahí que un héroe de OUN o UPA no hubiera causado en Canadá el más mínimo escándalo pese a haber colaborado con el nazismo y haber participado en el Holocausto con balas y el asesinato masivo de personas de etnia polaca, romaní o rusa además de, por supuesto, comunistas.

Por desgracia para el presidente del Parlamento de Canadá, Athony Rota, que se ha visto obligado a asumir toda la culpa, la normalización de soldados de las Waffen SS aún no ha llegado a la agenda. El foco mundial que implica una aparición política de Zelensky también ha impedido que la cuestión pase desapercibida, por lo que se ha procedido a un intento de control de daños que apenas ha comenzado. Ante todo, la respuesta canadiense se ha gestado a partir de una doble reacción: la tendencia del ser humano a negar todo conocimiento y el temor a que el episodio sea utilizado por la temida propaganda rusa. Mención especial merecen medios como EuromaidanPR, que aspiró a realizar un ejercicio de fact-check recordando que una comisión de crímenes de guerra de Canadá no encontró nada punible en los miembros de la División Galizien asentados en el país. La propagada ucraniana, un paso por delante de la canadiense, ha aceptado ya la opción Vyatrovich de calificar de luchadores por la libertad a quienes lucharon en la división, que el exguardián de la memoria de Ucrania afirmaba sin ruborizarse que no se trataba de una unidad nazi.

Dos discursos han sido en estos días de escándalo made in Ottawa los más representativos. El primero es el intento de disculpa de Justin Trudeau, que en un vídeo aparentemente grabado en un pasillo apela al comunicado del presidente del Parlamento exculpando a todo el arco parlamentario de un error que asume personalmente. “Obviamente es extremadamente molesto que esto haya pasado”, afirmó el primer ministro canadiense mirando al suelo para continuar diciendo que “el presidente del Parlamento ha admitido su error y se ha disculpado, pero esto es algo que es profundamente bochornoso para el Parlamento de Canadá y, por extensión, para todos los canadienses. Creo que especialmente para los diputados judíos para todos los judíos del país que hoy celebran Yom Kippur”. A partir de ahí, Trudeau se centra en lo que verdaderamente importa. “Creo que va a ser muy importante que todos nosotros hagamos fuerza contra la propaganda rusa, la desinformación rusa y que continuemos nuestros inequívoco apoyo a Ucrania”. No se trata de la única mención que se ha realizado esta semana al peligro de que la propaganda rusa utilice el episodio, aunque seguramente sea la más relevante. Evidentemente, la propaganda y desinformación rusa no ha tenido que trabajar en exceso en esta ocasión y ha sido suficiente con publicar los hechos. Quizá el comentario más relevante lo ha hecho Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin, que acusaba a Occidente de haber creado una generación que no sabe quién luchó contra quién en la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de los diputados canadienses fue capaz de comprender que “luchó contra Rusia en la Segunda Guerra Mundial” significaba también contra Canadá y sus aliados y del lado nazi. De ahí que la dimisión del presidente del Parlamento, que se anunció ayer por la tarde fuera solo una cuestión de tiempo. Es así como la clase política quiere pasar página de una crisis que ha mostrado en todo su esplendor la vergüenza que han sentido las autoridades canadienses, que han escenificado, sin quererlo, la verdadera ideología e ignorancia de su país.

El segundo discurso relevante lo ha pronunciado la líder de la facción mayoritaria en el Parlamento Karina Gould, también del partido de Justin Trudeau. Su argumento ante la cámara fue el de la necesidad de eliminar del diario de sesiones el momento de la presentación de Yaroslav Hunka como un héroe y la reacción que ello provocó. Tras alertar del peligro de la propaganda rusa, borrar la historia es la segunda solución que ha encontrado el Partido Liberal de Canadá para tapar sus vergüenzas. Por motivos evidentemente políticos y el futuro uso electoral del episodio, la oposición conservadora ha rechazado la petición de Gould, que no hace más que profundizar en la notoria incapacidad de la clase política canadiense de comprender qué ha pasado, cómo ha podido pasar con tanta naturalidad y, sobre todo, cómo borrarlo de la memoria colectiva. Culpar a una única persona por haber invitado y honrado a un soldado nazi parece la forma de justificar que ni uno solo de los diputados canadienses comprendiera a quién estaba aplaudiendo. Alertar del peligro de que la propaganda rusa puede utilizar los hechos como argumento, por su parte, parece ser la forma de pasar página lo más rápidamente posible.

Ninguna de esas dos posturas da respuesta a la pregunta con la que cierra su comunicado de condena la Fundación Wiesenthal en Canadá. “El hecho de que un veterano que sirvió en una unidad militar nazi haya sido invitado y haya recibido una ovación en el Parlamento es sorprendente”, condena Wiesenthal, que añade que “en un momento de creciente antisemitismo y distorsión del Holocausto, es increíblemente perturbador ver al Parlamento de Canadá levantarse a aplaudir a un individuo que fue miembro de una unidad de las Waffen SS, un ala militar nazi responsable del asesinato de judíos y otras poblaciones y que fue declarado organización criminal en los juicio de Nuremberg. No debe haber confusión en que esta unidad fue responsable de asesinatos masivos de civiles inocentes con un nivel de brutalidad y malicia que es inimaginable”, continúa el comunicado.

Al final del texto, Wiesenthal llega a la pregunta que nadie está haciendo en este momento. La Fundación exige una “disculpa a cada superviviente del Holocausto y veterano de la Segunda Guerra Mundial que luchó contra los nazis”, pero, ante todo afirma que “se debe suministrar una explicación sobre cómo este individuo entró en los sagrados pasillos del Parlamento de Canadá y recibió el reconocimiento del presidente del Parlamento y una ovación en pie”. La aceptación personal de la culpa por parte del presidente del Parlamento parece ser respuesta suficiente para la pregunta de quién eligió a Yaroslav Hunka para ser homenajeado. Quizá la pregunta no deba dirigirse únicamente a las autoridades políticas canadienses, sino también al Congreso Ucraniano Canadiense, un grupo de presión que, sin duda, dispone de los contactos de los miembros de la diáspora nacionalista ucraniana en el país.

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