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El viaje de Zelensky a Norteamérica y el estado de la guerra

Lejos de las exageradas expectativas que Ucrania mantiene siempre sobre sus actos en el extranjero, la visita de Zelensky a Estados Unidos ha carecido del halo de apoyo incondicional, optimismo y victoria que el presidente ucraniano proyectó en su anterior viaje a Norteamérica, que se produjo en un momento mucho más favorable para los intereses ucranianos. La realidad de la política nacional y los tiempos hacia la campaña electoral del año que viene, en la que la cuestión ucraniana va a ser utilizada como argumento tanto a favor como en contra de la reelección de Joe Biden, hacen cada vez más difícil que se repita el prácticamente completo consenso que recibió a Zelensky con una ovación en pie en su anterior aparición ante el Congreso de Estados Unidos. Por motivos evidentes -Canadá acoge a la diáspora ucraniana más nacionalista y que, con los años, ha adquirido una enorme capacidad para influir en el poder-, la visita siempre iba a ser más agradecida en Ottawa que en Washington y Nueva York, donde al menos una parte del Partido Republicano comienza, por motivos puramente internos y que poco tienen que ver con Rusia o con Ucrania, a hacer dudar de si podrá continuar eternamente el suministro de armas a Kiev.

Esa es, sin duda, la gran preocupación de Zelensky, que ha querido plantear la actual guerra en su país como un punto de inflexión en la historia mundial, un momento en el que el mundo debe estar a la altura y suministrar lo que pida al ejército proxy dispuesto a luchar por todos. De ahí que presentar a Ucrania como salvadora del mundo occidental, o cuando menos de Europa, siga siendo uno de los principales argumentos del discurso ucraniano, que debe exagerar su importancia política y geopolítica para garantizarse así el armamento con el que poder continuar la guerra.

En esa narrativa que con tanto ahínco ha creado el entorno de Zelensky, la idea de victoria segura se cruza con la de la inevitable derrota en caso de no obtener el material requerido, algo que traería como consecuencia una catastrófica secuencia para el continente europeo. Recogiendo cínicamente la siempre falsa pero útil teoría del dominó, que en la Guerra Fría fue repetida hasta la saciedad para justificar golpes de estado, intervenciones militares abiertas o encubiertas o apoyo a dictadores de extrema derecha para evitar la caída de países en la órbita soviética, Ucrania ha creado un relato tremendamente simple, pero que sigue siendo eficaz para lograr sus objetivos.

“La lista de Putin de países que destruir era larga”, ha afirmado Zelensky en su visita a Estados Unidos. “Hasta hace poco. Si Ucrania caía, media Europa habría estado en riesgo de caer en la esfera de influencia de Moscú”, añadió pese a no haber el más mínimo indicio de que haya nada de verdad en sus afirmaciones. El objetivo no era otro que exagerar una amenaza imaginaria para enaltecer aún más el esfuerzo estadounidense.

Al contrario que Rusia, que planteó públicamente aspectos como la desnazificación o desmilitarización de Ucrania como objetivos de su intervención militar y que nunca ha sabido realmente explicar ni está cerca de conseguir, Kiev ha sabido crear un relato según el cual ha de convertirse en el centro de la agenda política y debe recibir el armamento preciso para derrotar a lo que Zelensky ha calificado esta semana de “segundo Hitler”. El interés de los grandes poderes occidentales en librar una guerra proxy contra un enemigo histórico, Moscú, ha hecho posible que este simple y falaz discurso haya sido suficiente para poner en marcha una maquinaria que ha hecho posible que Ucrania haya conseguido poco a poco sus objetivos políticos.

Frente a las críticas que se plantearon durante años sobre la cuestión de la corrupción, las reformas que había de realizar Ucrania para lograr siquiera obtener el estatus de país candidato a la entrada en la Unión Europea, los medios avanzaban la semana pasada que Úrsula Von der Leyen prepara cambios para facilitar la adhesión del país a la Unión. La entrada de Ucrania en la Unión Europea, incluso a pesar de no cumplir con las condiciones que sí se han exigido a otros países, parece solo cuestión de tiempo. El argumento, el mismo que Kiev pretende utilizar para su adhesión a la OTAN, algo más difícil, especialmente por la enorme destrucción del país, es que Ucrania ha pagado en sangre el precio para lograr ese objetivo.

La guerra ha conseguido también acelerar el proceso de separación continental entre Berlín y Moscú, algo por lo que tanto Kiev como Washington llevaban años luchando. Las explosiones en el Nord Stream, aún por resolver tras prácticamente un año de investigaciones, no son sino el reflejo más gráfico del final de una época en la que el diálogo entre los dos grandes países de Europa se traducía en una relación económica que siempre fue considerada una amenaza para Estados Unidos. Ucrania, consciente de ser una buena herramienta en ese objetivo de romper lazos políticos y económicos, explotó -metafórica y quizá literalmente- esa posibilidad en su beneficio. Lo hizo antes de que las tropas rusas se involucraran en la guerra y, por supuesto, aumentó su énfasis y sus posibilidades una vez que el conflicto se extendió a todo el país y se convirtió en centro de la agenda política occidental.

En este tiempo, Ucrania ha logrado también, aunque no con la rapidez que había demandado, gran parte de las armas que exigía. En los tiempos de guerra en Donbass, su lista de deseos se limitaba a los sistemas antitanque Javelin o drones Bayraktar y no hacían aún acto de presencia armas pesadas o sistemas antiaéreos. Aunque Ucrania siempre afirmó estar luchando contra Rusia, la diferencia entre su oponente en la guerra de Donbass y el ejército al que se enfrenta desde el 24 de febrero de 2022 es notable. Kiev ha logrado el envío de tanques Leopard, Challenger y otros blindados occidentales, ha recibido una cantidad importante de cazas de fabricación soviética -enviados por los países del antiguo Pacto de Varsovia, que han aprovechado la opción de enviar ese armamento ideológicamente incómodo para que sea reemplazado por otro más acorde a los tiempos-, artillería de precisión de largo alcance, sistemas antiaéreos Patriot, munición de uranio empobrecido e incluso bombas de racimo. Gran parte de esa lista era considerada una línea roja en el inicio de la guerra rusoucraniana y es entregada ahora sin que siquiera el armamento prohibido por algunos de los socios de Washington sea considerado ya polémico.

Pese a la tendencia social a perder rápidamente el interés por cualquier tema y la pérdida de la relevancia central que la cuestión ucraniana durante meses en 2022, Ucrania sigue dando buena publicidad para políticos y famosos de todo tipo que quieran promocionarse. De ahí que las visitas a Kiev sigan siendo una forma de iniciar mandatos o marcar fechas importantes y que Zelensky siga recibiendo invitaciones para acudir a todo tipo de foros políticos. En su visita a Estados Unidos, por ejemplo, Volodymyr Zelensky ha recibido un premio del Atlantic Council, la misma organización que durante su campaña electoral presentaba como un peligro su llegada al poder. Eran los tiempos en los que el discurso de compromiso del candidato Zelensky hacían de él un posible prorruso. Las visitas del presidente ucraniano suelen coincidir también con grandes anuncios. En este caso, era de esperar que el jefe de Estado de Ucrania pudiera celebrar el éxito de Biden en convencer al Congreso de ampliar en 24.000 millones de dólares el ya de por sí millonario suministro de armamento, unas cantidades que prácticamente han igualado el presupuesto militar ruso. Aun así, y pese al constante intento de presentar a las tropas rusas como ineficaces, mal entrenadas y mal equipadas, Ucrania no ha logrado aún equilibrar las capacidades en el campo de batalla, algo que está observándose en la contraofensiva en el sur del país.

Eso ha provocado la necesidad de exigir más esfuerzos a sus socios. Hace meses, Antony Blinken afirmaba que Ucrania contaba ya con el armamento y la instrucción necesarias para derrotar a Rusia. Los casi cuatro meses de ofensiva y las constantes exigencias ucranianas de aumento del suministro niegan esa posibilidad. La táctica de Ucrania para lograr convencer a los sectores más reticentes a continuar un suministro de armas prácticamente eterno ha sido en esta ocasión la de enaltecer la inversión que para Estados Unidos supone su gasto militar en Ucrania. “Las inversiones americanas en la seguridad ucraniana y la protección global de la libertad están funcionando. Al cien por cien. Hasta el último céntimo”, afirmó el presidente ucraniano antes de proceder a exigir, otra vez, más armamento y con mayor rapidez.

Zelensky no ha logrado obtener durante su viaje ni el aumento del presupuesto para su ejército ni algunas de las armas que había exigido con rapidez. Estos días, Estados Unidos ha anunciado un nuevo paquete de asistencia militar a Ucrania -de una cantidad más reducida que la anunciada hace unos días durante la visita de Blinken a Kiev- en la que destaca la llegada de los primeros tanques Abrams la próxima semana. Kiev obtendrá más munición de racimo, misiles antiaéreos y munición para sus preciados HIMARS. La intención de la Casa Blanca parecía no ser la de anunciar el envío de misiles tácticos ATACMS, la última wunderwaffe con la que derrotar a Rusia en Crimea. Desbloquear la entrega de esos misiles estadounidenses sería también el argumento para presionar al Gobierno alemán para entregar a Ucrania misiles Taurus, repitiendo así la estrategia con la que Kiev consiguió que Olaf Scholz aceptara aprobar el envío de tanques Leopard tras la aprobación estadounidense de la futura entrega de sus Abrams (que aún no han llegado, frente a los tanques alemanes, que llegaron hace meses y algunos de los cuales han ardido ya en el frente de Zaporozhie).

La negativa de Estados Unidos a enviar misiles de largo alcance y el retraso en la instrucción y envío de aviación occidental son dos reveses importantes a la estrategia de Kiev, ya que se trata de armas sin las que se sabe incapaz de luchar por Crimea. Es posible que, en caso de un mayor éxito en la contraofensiva, que aún lucha por romper la línea Surovikin y profundizar en territorio ruso en Zaporozhie, esas entregas se hubieran desbloqueado de forma más rápida. Es probable también que el ataque realizado ayer, cuando Ucrania alcanzó con misiles, posiblemente británicos, el cuartel general de la flota rusa del mar Negro, sea una muestra de lo que Ucrania es capaz de hacer con el armamento del que dispone, un argumento para exigir a Estados Unidos aquello que todavía le niega. Con acciones como esta, Ucrania ha demostrado nuevamente ser capaz de causar daños -incluso bajas- en Crimea, aunque no ha logrado acercarse a una distancia capaz de provocar un verdadero nerviosismo a Rusia.

El interés occidental pasaba por una ofensiva ucraniana rápida en la que se pusiera en cuestión el control de Crimea. El fracaso, al menos momentáneo, de ese plan ha obligado a Zelensky a insistir nuevamente en la posibilidad de catástrofe para Ucrania y para el mundo en caso de que el país no obtenga las armas requeridas. “Si no recibimos la asistencia, perderemos la guerra”, afirmó Zelensky según ha afirmado el líder de la mayoría en el Senado Chuck Schumer. La capacidad de Ucrania de cambiar de discurso ha sido notoria a lo largo de esta guerra. Dependiendo de las necesidades y fundamentalmente como un argumento para exigir más armas, Kiev pasó de negar la existencia de bajas a alertar de un insostenible número a causa del desequilibrio en el potencial artillero. El objetivo entonces era logra el envío de sistemas HIMARS con los que atacar la retaguardia rusa.

Ahora, después de meses alegando derribar la práctica totalidad de los misiles y drones rusos, las necesidades de llamar la atención sobre la cuestión de la exportación de grano y la preparación para posibles ataques a las infraestructuras energéticas a lo largo del invierno han hecho a Ucrania volver a mostrar las consecuencias de los misiles rusos y exigir a sus socios más munición antiaérea. De la misma forma, Kiev se balancea entre la victoria segura y la responsabilidad de sus socios de evitar la derrota inevitable, todo ello para poder llevar la batalla -no solo ataques esporádicos- a Crimea, el único objetivo político que Ucrania no ha logrado aún. Para ello, el proxy ucraniano no ha dudado en ser cada vez más exigente y mostrarse duro con los países que permiten que su ejército siga luchando y le suministran la financiación para pagar las pensiones de sus mayores. Ayer, el Gobierno ucraniano calificaba de insuficiente el último paquete de asistencia militar estadounidense, más de 300 millones de dólares (a los que hay que sumar los más de 600 anunciados por Canadá) que no incluían los esperados ATACMS. Minutos después de esa queja, y tras del ataque contra Sebastopol, los medios estadounidenses comenzaban a publicar que Estados Unidos está ya dispuesto a enviar los misiles a Ucrania. Kiev sigue con su tendencia de exigir armamento a sus socios hasta lograr su objetivo.

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