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Ucrania y el mundo

Como cada año desde 2014, y especialmente desde 2022, Ucrania ha preparado a conciencia la semana en la que la diplomacia mundial se da cita en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Con reproches cruzados sobre la falta de un éxito decisivo en la contraofensiva de verano, principal apuesta occidental para 2023, el principal objetivo del ejecutivo de Zelensky era precisamente mantener la centralidad que la cuestión ucraniana adquirió hace un año y medio. Un protagonismo, que Kiev ha logrado por medio de una trabajada estrategia de comunicación y el favor del aparato mediático occidental, dispuesto a resaltar el sufrimiento ucraniano de una manera muy diferente al de otras guerras más lejanas y en las que la población no es europea.

Conseguir mantener ese favor es el prerrequisito fundamental para poder seguir exigiendo el armamento y la financiación que hacen posible que las Fuerzas Armadas de Ucrania puedan continuar luchando y que el Estado pueda mantener al menos una parte de su estructura y su economía. En una guerra en la que Ucrania dice estar luchando por su independencia y su soberanía, la realidad es precisamente la contraria: la dependencia de Kiev de sus socios no solo es máxima, sino que es creciente. Eso implica la necesidad de mantener el favor de los países occidentales y garantizar que las dificultades de producción de material y munición en los países europeos no supongan un problema de suministro  y que la fatiga de la guerra no obligue a Ucrania a una negociación en la que se viera obligada a un compromiso. A juzgar por las constantes declaraciones en contra, ese parece ser el mayor temor de los representantes de Kiev: verse obligados a una negociación en la que irremediablemente haya algo que ceder.

Pese a no corresponderse con la correlación de fuerzas ni con la situación sobre el terreno, Ucrania ha dejado claro que el único resultado que está dispuesta a aceptar es su victoria completa, una en la que no se tenga en cuenta el factor civil de la guerra y no haya concesiones ni de territorio ni de derechos a la población de esos territorios. Una vez más, Zelensky insistió en la idea de que “todos los rusos” han de abandonar Ucrania. Es posible que el presidente ucraniano esté refiriéndose únicamente a las tropas rusas, aunque los precedentes apuntan a que no es solo esa población sino toda aquella que se identifique con Rusia la que el Gobierno desea que se marche. Mucho antes de que las tropas rusas violaran las fronteras de Ucrania, de una forma un tanto condescendiente, Zelensky apeló a esas personas, “por el bien de sus hijos”, a abandonar sus hogares y mudarse a Rusia. Hace mucho tiempo que nadie esconde ya el objetivo de crear una Ucrania puramente nacionalista.

Ya entonces, las intenciones estaban claras. Ahora, la guerra ha dado a Ucrania el apoyo incondicional que llevaba años exigiendo para lograr resolver el conflicto, que precede a la llegada de las tropas rusas, por la vía unilateral, sin compromiso ni concesión alguna. La actuación de Ucrania en el proceso de Minsk es suficiente indicio del autoritarismo de las autoridades ucranianas. Durante los siete años de conversaciones, Kiev nunca dio pasos hacia la implementación de la hoja de ruta, que siempre consideró inaceptable por no resolver la cuestión de Crimea y por ver en los derechos culturales, lingüísticos y políticos a Donbass una concesión inasumible. La realidad es que esa mínima autonomía cultural rompía la posibilidad de crear una Ucrania unitaria, centralizada y con un nacionalismo impuesto desde arriba en las regiones que lo han rechazado. El compromiso, incluso cuando la contrapartida era la recuperación del territorio, siempre estuvo fuera de toda duda. La guerra con Rusia ha facilitado notablemente la narrativa ucraniana, que ya antes de 2022 partía de la base de la agresión rusa, pero que con la generalización del conflicto a todo el país ha supuesto la llegada del apoyo incondicional que Kiev llevaba años exigiendo.

Esa centralidad que ha adquirido la guerra en Ucrania, que no ha dejado lugar para otras guerras y otros sufrimientos humanos que se producen en lugares fuera de Europa, y el apoyo militar, financiero y político que ha adquirido Kiev le ha dado también una sensación de superioridad en la capacidad de dictar los únicos términos aceptables para la finalización de la guerra. Para un Estado que depende absolutamente del apoyo constante y creciente de sus aliados, esa arrogancia es precisamente la estrategia elegida para seguir exigiendo más apoyo de sus países aliados y también de aquellos que no lo son. De la misma manera que el discurso de unidad de la población ucraniana, ampliamente adoptado por la prensa, prefiere olvidar a la población ucraniana que se identifica con Rusia y que ha luchado y lucha contra las Fuerzas Armadas de Ucrania, la idea de unidad frente al agresor ignora que gran parte de los países del planeta se han mantenido neutrales. Entre ellos se encuentran los dos países más poblados, India y China, que no solo se han negado a imponer sanciones a Rusia, sino que se han beneficiado de las oportunidades económicas que ha supuesto la necesidad rusa de redirigir sus productos a mercados lejos de su tradicionalmente prioritario mercado europeo.

Sin embargo, nada de eso impide que Ucrania continúe explotando el discurso de íntegro apoyo nacional e internacional a Ucrania. “Pese a las diferencias de visión, el mundo está unido en cosas básicas: Rusia tiene que perder, el restablecimiento de la integridad territorial de Ucrania es imperativo de la restauración del respeto al derecho internacional”, escribió, confundiendo el mundo occidental y el mundo, Mijailo Podolyak tras la intervención de Zelensky. Horas antes, el ministro de Asuntos Exteriores de China, segundo país más poblado del planeta, se había reunido con Sergey Lavrov en una reunión en la que ambos estuvieron de acuerdo en que la guerra no puede resolverse sin tener en cuenta las exigencias rusas. Es más, gran parte de las propuestas de paz o negociación existentes tienen en cuenta cuestiones como la de Crimea, región que ha mostrado claramente su desinterés por regresar bajo control ucraniano.

Nada de eso importa ni para los políticos ucranianos ni para la prensa que les apoya.  “Zelensky llama a la unidad en un dramático discurso en la ONU”, tituló CNN después de la comparecencia del presidente ucraniano en la Asamblea General de Naciones Unidas, en el que utilizó todos y cada uno de los puntos principales de la narrativa ucraniana para exigir más ayuda militar a Ucrania y más sanciones y aislamiento de Rusia. Sin embargo, de forma un tanto extraña, el presidente ucraniano abrió su discurso con en una nota inesperada refiriéndose a las armas nucleares.

Zelensky, que aunque elogió la estrategia de no proliferación, afirmó también que “no debería ser la única estrategia para proteger al mundo de esta guerra final”. Como ya hiciera en el pasado el director de cine y activista nacionalista ucraniano Oleh Sentsov en su discurso de aceptación del Premio Sajarov -una persona que, no hay que olvidar, había luchado por la eliminación de las armas nucleares-, el presidente ucraniano recordó, sin mucha sutileza, la renuncia nuclear de Ucrania. En claro tono de reproche a sus aliados por obligar a Kiev a renunciar a unas armas nucleares que ni siquiera eran propias sino de la Unión Soviética y posteriormente a Rusia como Estado sucesor, Zelensky afirmó que “Ucrania renunció al que era el tercer arsenal nuclear más grande del mundo. En aquel momento, el mundo decidió que Rusia debía convertirse en el guardián de ese poder”. En realidad, los códigos de ese armamento se encontraban en Moscú, por lo que ese arsenal habría sido inútil sin la transferencia de esos mecanismos, algo que podría haberse considerado incluso proliferación nuclear. Aun así, Zelensky insistió en su discurso en que “la historia ha demostrado que era Rusia quien merecía más el desarme nuclear, allá por los años 90. Y Rusia lo merece ahora, los terroristas no merecen disponer de armas nucleares”, sentenció el presidente de Ucrania en lo que parece un primer paso para sugerir a sus socios la instalación de armas nucleares en su territorio a modo de defensa. No se trata de la primera ocasión en que Zelensky da a entender las aspiraciones nucleares de Ucrania, algo que en el pasado ha causado gran preocupación en Rusia y una respuesta de teoría de la conspiración de Occidente, dispuesto siempre a cegarse ante las tendencias autoritarias y tremendamente beligerantes de sus proxis ucranianos.

En su discurso, y en sus posteriores apariciones mediáticas en Estados Unidos, en las que ha repetido hasta la saciedad que “no se puede confiar en el mal”, Zelensky introdujo también otros aspectos habituales, como el de la deportación de niños -Ucrania ha calificado de deportación, por ejemplo, que se trasladara a niños y niñas de Donbass a pasar el verano en campamentos bielorrusos-, la idea del uso del hambre como arma y la utilización de las centrales nucleares como elemento de chantaje. En un gran ejercicio de proyección, Zelensky acusó a Rusia de causar hambre en el tercer mundo con el bloqueo del grano ucraniano que, como hemos conocido gracias a los datos de los envíos realizados durante el año en que estuvo en vigor la Iniciativa de Grano del Mar Negro, fue destinado fundamentalmente a países como China, España y Turquía. El argumento del uso del hambre como arma recuerda que el presidente ucraniano se negó a levantar el bloqueo de Donbass impuesto por su predecesor Petro Poroshenko precisamente para causar una situación humanitaria que hiciera imposible la viabilidad de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.

El tercer elemento, el del uso de las centrales nucleares como elemento de chantaje es también, cuando menos, curioso. Una vez más Zelensky acusó a Rusia de bombardear la central nuclear de Zaporozhie, la única central nuclear de Ucrania bajo control ruso y que ha sido bombardeada por Ucrania precisamente para crear una situación que hiciera inviable su defensa. La hipocresía del presidente ucraniano en este sentido es flagrante. Sin embargo, con un tono de telepredicador similar al de su patrón, Joe Biden, que afirmó que “el camino adelante será largo y difícil. Pero si perseveramos, prevaleceremos. Si mantenemos la fe, mostraremos que es posible”. Discursos vacíos que solo buscan mantener el statu quo y obligar a todos aquellos países que se han desmarcado de la intención de Ucrania de ampliar al máximo la guerra a plegarse a la versión oficial, una simplificación extrema de la guerra en la que el bien se enfrenta al mal.

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