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África, Níger, Polonia, Prigozhin, Rusia, Sahel, Ucrania, Wagner

De Níger a Polonia

La semana pasada, analistas, periodistas que se consideran serios y algún oficial del Gobierno ucraniano confirmaban que Rusia era la mano que movía los hilos en el derrocamiento del Gobierno de Níger, un logro sorprendente teniendo en cuenta la nula presencia rusa en el país, en el que sí hay, por el contrario, importantes bases militares francesas y estadounidenses. En un tono algo más realista, Antony Blinken, Secretario de Estado de Estados Unidos, afirmó ayer que “lo que pasó, y lo que sigue pasando en Níger, no fue instigado por Rusia ni por Wagner, pero han tratado de aprovecharse de ello”. Al igual que la actual junta nigerina, los gobiernos maliense y burkinabé, nacidos del dobles procesos de golpe de estado en el que han derrocado a la anterior intentona golpista, han creado su discurso alrededor del rechazo a la antigua metrópoli, Francia, sobre el terreno en labores similares a las estadounidenses de luchar contra el yihadismo que asola la frontera entre los tres países. En ese contexto de rechazo a la presencia militar francesa -no hay una reacción tan marcada contra Estados Unidos, posiblemente porque su única presencia importante está en zonas aisladas de Níger y sus labores no son las de vigilancia y actuación sobre el terreno como sí era labor de Francia-, las banderas rusas han sido habituales en las movilizaciones favorables a esos tres gobiernos. Símbolo simplemente de rechazo a Francia y búsqueda de una alternativa al fracaso de la antigua potencia colonial en su misión de mejorar la situación de seguridad, esos símbolos rusos han sido considerados prueba suficiente para alegar intenciones ocultas de Moscú en su ímpetu de controlar el Sahel.

La presencia occidental en la zona es estratégica por tres motivos: el control de la inmigración, la contención del yihadismo para que no se extienda hacia el norte y acabe afectando a Europa y la lucha de grandes potencias. En una repetición del Gran Juego del siglo XIX en el que el Imperio Británico luchaba contra Rusia en Asia Central frente a la imaginaria posibilidad de una invasión rusa de India a través del Pamir, Occidente dice enfrentarse ahora a la posibilidad de que los países del Sahel caigan en la órbita rusa. En esa lucha de grandes potencias, que en realidad solo puede ser contra China, ya que Rusia no tiene ni la presencia ni el potencial económico para ser la amenaza que se está construyendo a nivel mediático, es imprescindible la presencia de Wagner. Rusia no puede, en términos económicos, suponer una amenaza para la presencia occidental o china, pero sí puede ofrecer sus servicios, o los del ejército privado de Evgeny Prigozhin, para realizar las labores de seguridad que hasta ahora realizaban los militares occidentales liderados por Francia. El temor a que esa presencia militar, que actualmente se limita a menos de dos mil efectivos en Mali y una supuesta presencia que no ha podido constatarse en Burkina Faso, vaya a traducirse en influencia política y contratos de explotación de recursos naturales justifica, para la prensa, analistas y políticos de todo tipo, generar una alarma antirrusa que no se corresponde con el insignificante papel que actualmente juega Moscú en lo que parece un nuevo reparto del control de África.

La histeria creada por la aparición de banderas rusas en un país, Níger, en el que Rusia no tiene presencia militar, pero que supone una línea roja para Occidente, que cuenta con activos estratégicos que no puede permitirse perder, ha creado una oportunidad mediática excelente para Evgeny Prigozhin. Mucho más hábil en el manejo de la comunicación que el Gobierno ruso, que se ha limitado a comentar la situación apelando al diálogo y calificándolo de asunto interno, Prigozhin ha rescatado el discurso anticolonial para denunciar el expolio occidental de los recursos naturales africanos, un saqueo en el que él ha participado en otros países africanos como Sudán o República Centroafricana. Y ante la posibilidad de una intervención militar de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), el dueño de Wagner ha ofrecido ya a Níger los servicios de su empresa. Las dificultades logísticas y la presencia de bases militares estadounidenses dificultan esa hipotética presencia a corto plazo, aspectos irrelevantes a la hora de la creación del discurso.

Es evidente que Rusia no está detrás del golpe de estado en Níger, como no lo estuvo en Mali o Burkina Faso, pero la presencia de banderas rusas le permite proyectar la imagen de una presencia e influencia más allá de sus fronteras muy superior a la real. Algo similar ocurre con Evgeny Prigozhin, a quien el alarmismo sobre el poder y control de Wagner en países en los que tiene presencia y en los que no la tiene, le sirve como base para presentar a su ejército como una fuerza mucho más relevante y temible de lo que haya sido hasta ahora.

Al igual que en el Sahel, República Centroafricana o Sudán, Wagner es útil a la hora de generar un discurso también en Europa. El excesivo protagonismo alcanzado por las tropas el primer semestre de este año en la batalla por Artyomvosk, en la que no luchaban solos, pero sí contaban con una maquinaria mediática que hacía parecerlo, ha conseguido hacer de Wagner un ente con el que justificar todo tipo de medidas generando una alarma en la que Prigozhin sabe moverse a la perfección. “El jefe del grupo Wagner dice que EEUU podría reconocer la junta militar que dio el golpe de Estado en Níger para evitar la presencia de los mercenarios en el país”, recogía ayer la agencia EFE. La soberbia de Prigozhin choca con el único precedente en el que sus tropas se enfrentaron a las estadounidenses en Siria y fueron masacradas -con un ensañamiento que incluso fuentes occidentales consideraron excesivo e innecesario- en el primer enfrentamiento entre tropas de nacionalidad rusa y estadounidenses desde la Guerra Fría.

No es ese el único enfrentamiento imposible que Wagner y sus medios afines explotan en estos momentos. Y la amenaza africana del ejército de Prigozhin no es tampoco la única alarma de la que advierten a sus enemigos. A lo largo de las últimas semanas, los países bálticos y Polonia han explotado también la amenaza rusa, siempre para lograr objetivos claros y que poco tienen que ver con la empresa militar privada rusa. Desde el fallido motín de junio, una parte relevante de la tropa de Wagner ha llegado a Bielorrusia, tal y como se acordó en unas negociaciones con las que el Kremlin quiso cerrar la crisis. La empresa entregó al Ministerio de Defensa su equipamiento pesado y una parte de sus empleados fue enviado a casa de vacaciones hasta el 9 de agosto mientras otra parte comenzó a trasladarse a la base improvisada por las autoridades bielorrusas en las inmediaciones de Minsk. Desde entonces, ha podido verse a las tropas de Wagner instruir o realizar ejercicios en común con el ejército bielorruso, que no cuenta con la experiencia de combate de sus nuevos instructores y con los que el presidente Lukashenko aspira a mejorar la preparación militar. Frente a la falsa teoría defendida por una parte del sector mediático prorruso, que quiso ver en el traslado de Wagner a Minsk, a escasa distancia de Kiev, una futura ofensiva sobre la capital ucraniana, no es ahí donde se está explotando la amenaza de su presencia.

Al igual que en el caso de Níger, donde Evgeny Prigozhin ha querido dar pie a la creación de esa duda razonable sobre si Wagner pueda aparecer algún día protegiendo a Tiani en Niamey, también en el caso bielorruso, la amenaza está siendo utilizada por ambas partes. A excepción de Estonia, que no parece haber recibido el mensaje de la posibilidad de utilizar a Wagner para exigir más presencia militar de la OTAN en el flanco oriental, tanto Lituania como Letonia y sobre todo Polonia han utilizado activamente la situación para justificar medidas que poco tienen que ver con el ejército de Prigozhin. Varsovia, que está aprovechando la coyuntura de la guerra para aumentar el gasto militar y rearmarse para convertirse en una potencia militar dentro de la Unión Europea -una medida de presión contra Alemania que se une a las presiones económicas contra su aliado occidental- ya alertó del peligro de la presencia de Wagner en el país vecino desde el momento en el que se anunció el acuerdo, antes incluso de que los soldados comenzaran a llegar.

Ahora, cuando Wagner publica una imagen -puede incluso que falsa- de uno de sus soldados colocando una pegatina de la empresa en un poste de frontera polaco y se jacta de sus maniobras en la zona de Brest, fronteriza con Polonia y Ucrania, o en las inmediaciones del corredor de Suwalki, que une Bielorrusia con el enclave ruso de Kaliningrado, Varsovia utiliza la falsa alarma, no para alertar de una posible invasión, sino para ahondar en su agenda antiinmigración. Sin abandonar completamente el discurso de posible incursión bielorrusa o de Wagner en su país, miembro de la OTAN, un argumento que permite exigir más presencia de la Alianza, Polonia afirma que la intención de Minsk y sus nuevas tropas es infiltrar inmigración a través de la frontera. No es la primera ocasión en la que Polonia acusa a Bielorrusia de ayudar a población migrante procedente fundamentalmente de Oriente Medio y Asia Central a llegar a la Unión Europea. En esta ocasión, no hace falta justificar la construcción de un muro, algo que Varsovia ya logró utilizando la amenaza bielorrusa como argumento, sino para trasladar a un millar de efectivos de su ejército para defender la frontera exterior del jardín europeo de familias que simplemente buscan una vida mejor. Esa amenaza es común a Polonia y al resto de la Unión Europea tanto en Polonia como en el Sahel y contra ella, Rusia y Wagner son el chivo expiatorio que continuarán utilizando mientras sea necesario.

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