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El camino al desastre

Artículo Original: Liva.com.ua

La destrucción de nuestra sociedad no comenzó con la retirada de símbolos soviéticos en las estaciones de metro y los edificios del Gobierno, no fue con los Maidan, los derribos de estatuas de Lenin o los Vyatrovich. Para comprender la tragedia de hoy tenemos que volver al pasado, a los tiempos en los que, incluso en tiempos soviéticos, la prensa, liberada de responsabilidades hacia la sociedad, convenció a todo el país de que era víctima de una enorme injusticia y falsificación histórica para la que el único camino era el establecimiento de la propiedad privada. Nos convencieron de que todo el mundo supuestamente vivía mejor que nosotros y que había que dar a nuestros niños lo mismo que “a los niños malnutridos de África”, como bromeaban durante la perestroika los humoristas-pinochetistas.

El camino ucraniano al desastre comenzó con el asesinato del sueño del socialismo. Con la participación y complicidad de los más altos ideólogos y la élite educada por ellos, fue reemplazado por la religión del capitalismo. Los líderes del partido, fascinados por las tramas de acumulación originaria, se repartieron los bienes privatizados y los intelectuales prepararon grandes paquetes de mitos que se convirtieron en la nueva versión oficial de la historia ucraniana. Ucrania fue destruida consistente y sistemáticamente, como lo fue el proyecto soviético que había dado al país un nombre, un territorio, una lengua y una identidad.

Tras alcanzar la independencia del espacio económico, cultural e histórico común, las nuevas élites políticas del país marcaron el curso de la construcción de un cuasi-Estado capitalista periférico, proyecto que debía aprovecharse de las contradicciones entre Occidente y Rusia. Las ansias, ambiciones y capacidades mediáticas del lobby prooccidental eran significativamente superiores y la desintegración de los partidos políticos tradicionales era imparable, por lo que es sorprendente que el golpe de estado de extrema derecha no se produjera años antes en el país, cuando las promesas antisoviéticas de la vida según los estándares suecos en la “Ucrania saqueada por los comunistas” aún estaban frescos en la memoria de la ciudadanía común.

El golpe de estado de principios del año 2014, realizado con apoyo directo de fuerzas imperialistas, empujó al país a un modelo híbrido entre la arcaica Edad Media y las pseudodemocracias latinoamericanas de nuestros tiempos, donde los escuadrones de la muerte progubernamentales limpiaban las calles y la prensa de cualquier voz incómoda para las autoridades.

El Gobierno de Petro Poroshenko tenía la tarea de lograr la destrucción final de la economía y la ciencia ucraniana, impulsando al país a la guerra civil y una abierta confrontación con Rusia de parte de Occidente y el papel de Volodymyr Zelensky es profundizar en las iniciativas políticas de su predecesor y legitimar la destrucción lograda: el país se encuentra en plena reforma de la tierra, rompe los últimos lazos con el espacio postsoviético, elimina a la prensa crítica y persigue a los políticos disidentes. Poroshenko y Zelensky son dos alas de un mismo avión cuyo propósito es volar a ninguna parte.

Con todo el respeto hacia los representantes de base de la Plataforma Opositora por la Vida perseguidos por el gobierno, veo en esta lucha un conflicto entre el ayer y el anteayer; el capital financiero internacional está luchando contra los capitalistas-productores, que tiempo atrás abrieron el actual camino hacia el abismo con la privatización y la propaganda del mercado. La experiencia histórica postsoviética nos enseña que el capitalismo de Estado siempre pierde en la lucha contra la etapa neoliberal de desarrollo del sistema capitalista y lo hace con el habitual silencio de las masas, que no participan en la política.

La élite postsoviética -desde los gobiernos paternalistas-caudillistas al estilo ruso o bielorruso hasta los neoliberales-colonialistas como el ucraniano o el lituano- tienen algo en común: florecen en la tierra quemada de la no-participación civil en la política. Todo el espacio político de nuestros países está dividido entre las estructuras oficiales de poder y la oposición. Da igual la diversidad de los nombres de los partidos políticos, que son expresiones de las diferentes versiones del mismo sistema y que están evidentemente ligados al paradigma capitalista de la historia. El problema no es la relativa bondad de unos frente a la absoluta maldad de otros -puede haber opiniones completamente diferentes al respecto-, sino su incapacidad natural a resistir a la guerra librada por el neoliberalismo contra la humanidad en los cinco continentes del planeta.

La experiencia de la Gran Guerra Patria mostró al mundo que la única fuerza capaz de resistirse al fascismo es el socialismo. Y la única forma de oponerse a la alianza global del capital financiero con todo tipo de sucedáneos de democracia solo puede construirse desde abajo y desde la izquierda. Solo la organización de los pueblos de nuestros países, sus movimientos civiles, independientes de los poderes económicos, donantes extranjeros y partidos políticos, puede revertir el actual curso de la historia.

Creo que el futuro de Ucrania nacerá, no de inexistentes biblias y proclamaciones revolucionarias de imposibles partidos de liberación popular, sino de grupos espontáneos de vecinos que luchen contra los constructores, de la iniciativa de comités que aboguen por el impago de las extorsionadoras facturas de servicios básicos, de las organizaciones de padres y madres que se opongan al asesinato de sus hijos en la masacre de Donbass, de las protestas contra la censura que ahoga a los últimos medios independientes. Es necesario organizar una verdadera Sociedad civil en el país que sustituya al conglomerado de fascistas y perceptores de becas extranjeras que han usurpado ese puesto.

El motivo de los conflictos que actualmente hacen temblar al país no es tanto la incompetencia personal al servicio del presidente ni la falta de prioridades políticas claras, como intenta convencernos la prensa progubernamental, sino el curso específico hacia el capitalismo, que supone la exclusión de la mayoría de la población de la economía, la política y la vida social del país. Así que la creación de organizaciones civiles de resistencia al actual Gobierno ucraniano, que ha elegido el curso de la destrucción del país, no solo es la obligación moral del pueblo, sino que es la única forma de sobrevivir. Sin la organización política de la ciudadanía para derrocar al régimen capitalista colonial, los próximos años podrían ser los últimos de la historia de nuestro país.

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