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Hasta el último ucraniano

Un año y medio después del inicio de la invasión rusa y nueve años y medio después del inicio de la olvidada e ignorada guerra de Donbass, el conflicto ha llegado a un punto en el que analistas, lobistas, influyentes periodistas y oficiales tratan de mirar al futuro para responder a una pregunta: ¿Qué hacer?. Planteada como una guerra entre el bien y el mal, las circunstancias han favorecido hasta ahora seguir la inercia de las exigencias de Kiev en cada momento. Fue así en la fase inicial de guerra en Donbass, cuando Ucrania mantenía, con el explícito apoyo de sus socios, la postura de alargar y sabotear las negociaciones para exigir a Rusia la rendición de las Repúblicas Populares, como en la fase de defensa de los primeros meses de la guerra rusoucraniana y en la de preparación de la contraofensiva que iba a determinar el desenlace final con la completa derrota rusa.

La relativa solvencia con la que las tropas rusas están manteniendo el frente desde el inicio de la ofensiva ucraniana hace ya más de dos meses ha roto la unanimidad reinante dentro del bloque occidental. Hasta ahora, la principal discrepancia parecía limitarse a si Ucrania debía luchar hasta una derrota final que incluyera la captura de Crimea o si debía conformarse con un compromiso que dejara la península, base de la flota rusa del mar Negro, en manos de Moscú. En ambos casos se daba por hecha la victoria ucraniana en la actual contraofensiva y, en general, en la guerra, en cuya resolución ni siquiera sería un factor la opinión de la población.

La retirada rusa de Kiev y el bloqueo del frente ante la imposibilidad de avanzar sobre Nikolaev, la ciudad de Zaporozhie, Járkov o incluso alejar la línea de fuego de la ciudad de Donetsk y la incapacidad de Ucrania de sostener un avance rápido y profundo más allá de las zonas peor defendidas del frente eran ya indicios suficientes para comprender que la guerra se encaminaba a un final no concluyente. Ya en el verano de 2022 podía decirse que no iba a producirse la derrota ucraniana completa que Rusia pudiera haber esperado cuando preparaba lo que debía ser un avance rápido sobre Kiev. Tampoco era previsible entonces que el blitzkrieg de Ucrania en Járkov, un frente pésimamente defendido que sufrió imperdonables carencias logísticas, fuera a repetirse en el caso del frente sur, mucho más importante para Rusia ya que se trata del acceso a Crimea, única parte de los territorios ucranianos que para Moscú es existencial. Sin embargo, es ahora, tras constatar las dificultades ucranianas para avanzar sobre los campos de minas rusos, cuando ese optimista entorno se plantea la posibilidad de que la guerra no vaya a otorgar un resultado lo suficientemente concluyente como para que una de las partes imponga completamente su visión de la paz.

Preocupado por el actual bloqueo y las dificultades de avance ucraniano, John Bolton, Asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, despedido por su exagerada beligerancia, fundamentalmente dirigida a China, ha querido intervenir en el debate en favor de la opción de la escalada. Su argumento es doble y parte del uso de Ucrania como herramienta estratégica de Estados Unidos contra lo que denomina “la naturaleza global de la amenaza a la que todos nos enfrentamos del creciente eje China-Rusia”. Por una parte, Bolton centra su visión del mundo en la amenaza china, el único país que puede realmente rivalizar con Estados Unidos. En esa lucha, Rusia no es sino un aliado menor que, eso sí, Estados Unidos parece tener la obligación de destruir. Por otra parte, Bolton utiliza las reticencias rusas a una mayor escalada bélica hacia la guerra total en Ucrania como prueba de que Washington no debe considerar la posibilidad de una negociación sino todo lo contrario, aunque eso suponga un riesgo incluso nuclear.

“No hay pruebas de que Rusia tenga la capacidad convencional de amenazar a la OTAN o que vaya a lanzar un ataque nuclear”, insiste Bolton, que pese a “las repetidas amenazas nucleares de Moscú, la comunidad de inteligencia ha afirmado en testimonios al Congreso que las capacidades nucleares rusas no han pasado a estatus operacional en una sola ocasión. El señor Putin ha ido de farol”. Ante ese farol -que en realidad no lo es, Vladimir Putin no ha amenazado con el uso de armas nucleares-, “la solución no es un alto el fuego y una negociación, como defienden algunos en Occidente”.

En su intento de alegar que todo va según el plan, pero a la vez justificando que no hay avances que avalen ese optimismo, el asesor de la Oficina del Presidente Mijailo Podolyak escribía el lunes que “la tarea de las Fuerzas Armadas de Ucrania no es organizar batallas a gran escala por cada localidad de camino a las fronteras de 1991, sino destruir sistemáticamente las capacidades de logística del enemigo, su potencial técnico, oficiales y personal. Y entonces todo estará como Ucrania necesita”. La versión de Podolyak choca frontalmente con la realidad, teniendo en cuenta que Ucrania está luchando férreamente por capturar localidades como Rabotino, con una población de 480 habitantes según el censo de 2001, último realizado por Kiev.

Podolyak, principal portavoz del discurso del Gobierno ucraniano para los medios occidentales, comparte la lógica del razonamiento de Bolton. Su perspectiva es menos global y se centra únicamente en la destrucción de Rusia y provocar un cambio de régimen o una guerra civil en el país vecino. En ese objetivo, que ha marcado explícitamente incluyendo la caída del régimen ruso en la definición de victoria de Ucrania, el único elemento ausente es un suministro de armas occidentales adaptado a las necesidades. Sin perder la sonrisa y siempre dando por hecha la victoria completa de Ucrania contra Rusia, Podolyak no ha dejado nunca de exigir cada vez un armamento más potente. El énfasis en la necesidad de destruir la logística y la capacidad militar rusa no esconde, ni siquiera veladamente, la intención de utilizar esas armas en territorio ruso, donde se concentra ese potencial. La voluntad -quizá habría que decir exigencia- de escalada es evidente, al igual que lo es en el argumentario de Bolton. Quizá la única diferencia entre el discurso oficial ucraniano y el de Bolton sea el uso del mito wilsoniano. Con la idea de los valores europeos como base, la idea de la lucha por la democracia ha sido una de las bases de la propaganda ucraniana. Frente a ese marco, Bolton añade que “los principios wilsonianos nunca han motivado a las mayorías estadounidenses”. De ahí que alegue, como también sugiere Ucrania, que son las “dudas de Biden” sobre el suministro de armamento a Ucrania las que están minando la contraofensiva, una aproximación que “ha fracturado el apoyo del público estadounidense” un problema que, según Bolton, “el señor Biden ha mezclado con sus insistencia de que la guerra tiene algo que ver con las abstracciones wilsonianas de democracia frente a autoritarismo”. La motivación de Bolton para armar a Ucrania nada tiene que ver con esos objetivos, sino con los objetivos estratégicos de Estados Unidos contra China y sus aliados, entre los que Rusia tiene una importancia clave. En ese contexto, y disponible Ucrania para su uso como herramienta, la solución es solo más guerra.

Los principios wilsonianos, el peso de Eurasia y la alianza entre China y Rusia son también algunos de los argumentos de un artículo de Juan Luis Cebrián publicado estos días en la sección de Opinión del diario El País, uno de los buques insignia del atlantismo, que en esta ocasión se ha desmarcado, no solo del discurso oficial, sino también de la línea informativa del propio medio.

“Los presidentes Wilson y Roosevelt justificaron su participación en las guerras mundiales en nombre de la defensa de la democracia y no cabe duda de que Europa occidental contrajo una deuda de gratitud con el pueblo y el Gobierno de Estados Unidos” afirma Cebrián para posteriormente enmarcar la actual guerra dentro de la lógica de la importancia de Eurasia de la teoría de Mackinter, el expansionismo occidental promovido por Zbig Brzezinski. Sobre Ucrania específicamente, Cebrián se refiere al incumplimiento del acuerdo tácito -que en su flagrante dejación de funciones, Gorbachov no consiguió que quedara por escrito- de no inclusión de Ucrania en la OTAN, una línea roja que admite que era conocida. De repente, los orígenes de la guerra se remontan a décadas atrás y no están lejos de lo argumentado por Moscú cuando en 2021, aún en un momento de evitar la guerra, la OTAN rechazó negociar con Rusia, por ejemplo, el final de la expansión de la Alianza a las fronteras rusas.

Cebrián hace propia incluso parte del análisis ruso sobre Maidan. “En 2013, la Casa Blanca auspició el golpe de Estado y la revolución popular de Euromaidán contra el prorruso presidente ucranio”, afirma para añadir que la “invasión de Crimea” fue la respuesta rusa a ese golpe de estado/revolución que su periódico siempre enmarcó solo como representación de la voluntad del pueblo ucraniano en su lucha contra la tiranía.

El peligro de la falta de perspectivas de una victoria ucraniana clara ha provocado, incluso en Juan Luis Cebrián, como en Javier Solana, que se ha manifestado en términos similares, dudas sobre la postura europea. “La cronificación de la guerra ha tenido otros efectos como la creación de un triángulo entre Estados antiguamente enfrentados, Irán, China y Rusia, dos de los cuales son potencias nucleares”, se lamenta. Sin embargo, desde su punto de vista europeo, la solución no puede ser la misma que propone Bolton.

La guerra, nos cuenta ahora uno de los medios que más abiertamente han apoyado a Ucrania, ha supuesto un desorden que “amenaza los proyectos multilaterales y anuncia una gobernanza global en manos de un imperio en incipiente decadencia, enormemente armado, y otro emergente [China] que trabaja a marchas forzadas por armarse”. Pero Cebrián va más allá. “Somos presa de la propaganda y la mentira”, afirma. “No hay informaciones fiables sobre el número de bajas de los contendientes, pero podemos suponer que los muertos se cuentan ya por más de cien mil”, añade, enlazando a una información de su periódico en la que se habla únicamente de las bajas rusas y se acusa, solo a Rusia, de falta de transparencia en relación con las bajas. El discurso puede haber cambiado, pero no lo ha hecho por completo.

Cebrián concluye su artículo con un argumento, el de la guerra proxy, hace no tanto tiempo considerado solo una justificación prorrusa. “Esta no es una guerra entre Rusia y Ucrania, sino una guerra por correspondencia entre la OTAN y Rusia”. En esa tesitura, y desde esa isla de Eurasia, la situación no puede verse como desde la Norteamérica de Biden, que recientemente ha solicitado al Congreso 13.000 millones de dólares más para la asistencia a Ucrania, o de Bolton, que propone arriesgar a Ucrania a un cataclismo nuclear por el bien de los intereses estratégicos de Washington.

“Ninguna de las dos”, Rusia o la OTAN, “puede ser perdedora absoluta si aspiramos a una paz duradera en Europa y que el conflicto no degenere en una tercera conflagración mundial. Pero las voces en pro de un alto el fuego parecen no conturbar a los gobernantes de la Europa democrática, los nuestros incluidos, dispuestos como están a defender a Ucrania hasta que muera el último ucranio”, sentencia. Cebrián se coloca así más cerca de la opción de Lula da Silva -alto el fuego y negociación- que a la de los dirigentes nacionales de su país y adelantando por la izquierda, aun desde su atlantismo, a gran parte de las fuerzas progresistas de la Unión Europea que, como John Bolton, han optado por la guerra hasta el final.

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