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Economía, Pensiones, Ucrania, Unión Soviética

El futuro de Ucrania

Artículo Original: Andrey Manchuk

América Latina muestra a los ucranianos un verdadero ejemplo de dignidad. El lejano Chile sigue siendo memorable para las viejas generaciones que vivieron en lo que fue la Unión Soviética y que aprendieron en la escuela los nombres de Salvador Allende, Víctor Jara y otras víctimas de la dictadura de Pinochet. Ahora, Chile vuelve a la primera plana de las noticias internacionales por las protestas masivas que se han producido en Santiago, Valparaíso, Concepción y otras ciudades del país sudamericano, que se han convertido en un verdadero estallido popular. Quemando estaciones de metro y sucursales de los periódicos progubernamentales, los estudiantes se han enfrentado a los disparos de la policía y del ejército, que ya ha matado a más de una decena de personas. Más gente se ha ido uniendo a las marchas hasta llegar a una huelga general convocada por los mineros, un sector clave en la economía del Estado.

¿Qué ha causado esta crisis? El motivo del descontento popular fue el aumento del precio del billete del metro de Santiago, un aumento muy bajo según los estándares de la Ucrania post-Maidan. El coste del viaje en metro aumentó 30 pesos, alrededor de una grivna. Hasta ahora, el metro de Santiago era considerado uno de los más caros de América, pero ahora amenazaba con convertirse en imposible para los pobres. Entre ellos están los estudiantes, que comenzaron a saltar por encima de los tornos, lo que provocó los primeros enfrentamientos con la policía. Las autoridades respondieron sin pensarlo dos veces con el estado de excepción, lo que “echó leña al fuego” como expresó Jorge Sharp, el alcalde de Valparaíso, principal ciudad portuaria de Chile.

La idea de utilizar a los militares para pacificar el descontento puso al país patas arriba. La sociedad chilena, aún traumatizada por la era de Pinochet y su junta y, en todos estos años, el Gobierno nunca había recurrido a este tipo de medidas que obviamente recuerdan a la represión y terror de tiempos de Augusto Pinochet. “Los ciudadanos bloquearon pacíficamente las calles y llenaron la zona, tanto los barrios pobres como los ricos de Santiago. Chile está unido en su negativa a volver a los días oscuros de la dictadura. Estamos presenciando algo sin precedentes en Chile en los últimos años, un estallido social”, escribió el conocido periodista Oleg Yasinsky, nacido en Kiev y desde los años noventa residente en Santiago, onde ha podido conocer a leyendas de la resistencia contra Pinochet. Y aunque el atemorizado Gobierno retiró la subida del billete de metro, no ha podido parar la ola de protestas.

Es importante comprender que el origen de la actual crisis radica en los oscuros días de la junta, herencia que ahora continúa el actual Gobierno. Al fin y al cabo, el actual presidente, el multimillonario Sebastián Piñera, nunca ha escondido su ideología de derechas. Y su hermano fue uno de los conocidos “chicos de Chicago” que convirtieron a Chile en un laboratorio para las reformas antisociales según las recetas de las instituciones financieras internacionales. El golpe de Estado de Pinochet, que tomó el poder con la muerte de Allende y que liquidó a toda la oposición izquierdista, creó las condiciones ideales para la implementación del experimento neoliberal. Curiosamente, en el mundo postsoviético, este periodo sigue siendo considerado un ejemplo de exitosas reformas, un ejemplo que no dejan de repetir los liberales rusos y ucranianos. Sin embargo, el mito de la propaganda está lejos de la fea realidad que ha dejado a Chile como modelo de desigualdad social en el que una minoría vive entre riqueza y discrimina al resto de la sociedad.

“Bajo Allende, el país experimentó un significativo crecimiento económico acompañado de excepcionales logros sociales. En 1971, el producto interior bruto aumentó un 8,5%, incluyendo un aumento del 12% de la producción industrial y casi un 6% de la producción agrícola. Se desarrolló especialmente rápido el sector de la vivienda. El volumen de construcción se triplicó. El paro se redujo al 3% en 1972 desde el 8,3% en 1970. En 1972, el PIB aumentó un 5%. Sin embargo, tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, la economía chilena cayó. En los primeros seis meses de la junta militar, el poder adquisitivo de la población cayó un 60%, la moneda perdió la mitad de su valor y los precios de los productos básicos se multiplicaron, igual que lo hizo el paro. La semana de trabajo aumentó de 44 a 48 horas sin aumento de sueldo y el salario medio se hundió. La crisis golpeó especialmente fuerte a la agricultura cuando la junta comenzó a devolver a los terratenientes las tierras que el Gobierno de Unidad Nacional había entregado a los campesinos. Para garantizar la relativa abundancia de capital, la junta incluyó una limitación a la venta de carne en 19 de las 25 provincias, con lo que dejó sin carne al 80% de la población. En 1974, el coste de la vida en el país aumentó (según los datos oficiales, que claramente subestiman los efectos) un 375%: el precio del pan se multiplicó por 22; el del azúcar, por 29; el del jabón, por 69. El paro subió al 6% (el 18% de la población active). El peso de los salarios en los ingresos cayó al 35% (del 60% en tiempos de Allende). La divisa se devaluó 28 veces en 1974. La sanidad gratuita fue abolida”, escribió el disidentes soviético y sociólogo Alexander Tarasov.

“No puedo comprender a nuestros reformistas cuando se plantean como modelo las reformas del Chile de Pinochet. Vean por ustedes mismos. Pinochet llegó al poder en 1973. La PIB per cápita era de 4773 dólares. Tras la llegada de Pinochet, retrocedió a niveles de 1972 y no se recuperó hasta siete años después. Después, a principios de los ochenta, Chile suspendió pagos y el PIB per cápita volvió a caer. No se llegó a niveles de 1972 hasta 1986. La economía chilena, pese a las reformas, sigue dependiendo de la exportación de unas pocas mercancías. El cobre supone el 50% del total de exportaciones. Es más, el desarrollo económico de Chile no se produjo hasta que comenzó el aumento global del precio del cobre, que desde el año 2000 ha continuado en ascenso. Tampoco se han creado industrias tecnológicas. Parece un ejemplo extraño para seguir como modelo”, añade el experto Pavel Versnivsky, asesor de la Federación de Empleadores de Ucrania para asuntos económicos, al que tampoco se puede acusar de tener simpatía alguna por la ideología de izquierdas.

Sin embargo, más allá de esas estadísticas, el mayor daño que infligió la dictadura fue a nivel humano. “El país más rico de América Latina” tiene la educación más cara y la sanidad no está al acceso de muchos ciudadanos. Así que muchos tienen que ir al extranjero a tratarse y los estudiantes que ahora protestan tienen que optar a préstamos que tendrán que pagar hasta que tengan el pelo blanco, eso si tienen la suerte de conseguir un buen empleo después de los estudios. Según los residentes de Santiago, el reinado de Pinochet ha dejado su marca incluso en la vida social y la generación más mayor de chilenos ha olvidado lo que era salir por la noche, acostumbrados a las reglas del toque de queda. ¿Puede sorprender entonces que ahora, cuando las autoridades vuelven a imponer restricciones para salir de casa a partir de las seis de la tarde, la población salga a las calles para impedir que se repitan las viejas pesadillas?

Por supuesto, no es ningún accidente que el mito de Pinochet haya calado en las sociedades postsoviéticas. Se utiliza activamente para justificar reformas impopulares, de la misma forma que el mito del “milagro georgiano” de Saakashvili se utilizara para aligerar el camino a Euromaidan. Ucrania, por su parte, se está convirtiendo en el nuevo laboratorio global de reformas antisociales, el papel que una vez jugara Chile. Aquí, se ha acabado con cualquier oposición política real y se ha hecho desaparecer a la izquierda y se ha creado una nueva versión de los “Chicago boys”, que representa perfectamente el primer ministro Alexey Honcharuk, que se permite implementar cualquier “reforma”, ignorando completamente la opinión de los ucranianos.

Hoy en día, pocos recuerdan que en noviembre de 2008, en Kiev, se organizó una acción contra el aumento del precio del billete de metro. Los estudiantes saltaron por encima de los tornos, de la misma forma que ahora lo han hechos en Santiago, y cerca del ayuntamiento se prendió fuego a tokens. Las autoridades se echaron atrás rápidamente y el precio del billete volvió a sus orígenes. Sin embargo, después de Euromaidan, que la actual propaganda presenta como el triunfo de la dignidad y la libertad de Ucrania, ha acabado toda tradición de protestas y ahora los oficiales no tienen ningún problema en aumentar precios y tarifas a niveles espaciales. Desorientado y desmoralizado, el pueblo ya solo sale a las movilizaciones pagadas en busca de la continuación de la guerra sin fin.

La revuelta de Chile da una lección de dignidad genuina que, algún día, será útil contra el robo a causa de las “reformas” en Ucrania. La única pregunta es cuál será la última gota que colme el vaso de esa explosión social.

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