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Akhmetov, Kolomoisky, Oligarquía, Poroshenko, Ucrania, Zelensky

Lucha sin cuartel

Artículo Original: Andrey Manchuk

El pasado fin de semana, en Ucrania se comentó activamente el conflicto entre Ihor Kolomoisky y los secuaces de Rinat Ajmetov que se produjo en la emisión del nuevo programa político de Savik Schuster en la televisión propiedad de Ajmetov. Ihor exigió que Sevelina Mijailovich devolviera los 2,3 millones de dólares que cobró como anticipo por las transmisiones en el canal 1+1, propiedad de Kolomoisky, que nunca llegaron a emitirse. A él le exigieron que devolviera las viejas deudas del PrivatBank. Millones de ucranianos tomaron partido por uno de los bandos, pero en las redes sociales también quedó claro cuánta gente decente es cada vez más cínica en lo que respecta al saqueo del país.

A primera vista, el debate entre Schuster y Kolomoisky puede parecer cómico: dos viejos amigos acusándose públicamente de haber robado millones y millones delante de una audiencia que sobrevive con míseros salarios. Sin embargo, no se puede decir que sea un buen momento para reírse. Las luchas sin cuartel entre oligarcas, que en la moribunda nación han sustituido al fútbol desde Maidan, muestran una única cosa: lo falso que era el mantra de la exitosa desoligarquización, que tan patético sonaba tras el final de Euromaidan.

El fenómeno del capitalismo oligárquico no tiene un significado especial en ucraniano. El concepto ὀλιγαρχία, que se puede definir como “el gobierno de unos pocos”, se conoce desde la antigüedad. Por ejemplo, en Política, Aristóteles planteó que “la oligarquía se preocupa por los intereses de las clases prósperas” y apuntó que “en las oligarquías abundan dos tipos de conflicto: el conflicto de los oligarcas entre ellos y, además, los desacuerdos con el pueblo”. Muchos siglos después apareció la conocida definición de Karl Marx: “la oligarquía no se perpetúa a través de la preservación permanente del poder en las mismas manos, sino por producir un poder que pasa de unos a otros”.

Estas palabras son un presagio de lo que mucho después iba a pasar en Ucrania, donde Poroshenko, Kolomoisky, Ajmetov, Pinchuk y otros representantes menores de esta capa de súper ricos intentan robarse las propiedades, el capital y todo lo asociado a las invisibles cadenas de poder a base de peleas, alianzas temporales y vuelta a la guerra sin fin.

Todo comenzó en los noventa, mucho antes de lo ocurrido en 2013-2014. Sin embargo, la victoria de Euromaidan llevó a los oligarcas a la cúspide de su poder histórico. Fueron los principales beneficiados de Maidan, de ahí el chiste con el famoso apodo de Kolomoisky (Benya), que consiguió controlar Dnipropetrovsk, Járkov y la región de Odessa. El nuevo gabinete “revolucionario” estaba controlado en la sombra por quienes habían financiado la “protesta popular” e inmediatamente comenzó a servir los intereses de sus patrones.

“Hay que destacar que, de momento, el gabinete no ha preparado ninguna iniciativa para hacer pagar a los oligarcas. Aunque así el Gobierno tendría la capacidad de aumentar los ingresos sin aumentar la carga fiscal a los ciudadanos. Por ejemplo, Ucrania tiene la menor carga fiscal por uso del subsuelo para la minería. Son mucho más bajas que en Rusia, por no hablar de Europa. Pero aumentar las tasas para el uso de recursos mineros supondría una carga fiscal para los oligarcas. Y parece que las autoridades no van a ir en esa dirección. Las propuestas reformas antisociales dan una respuesta clara a la pregunta de quién ha ganado en Ucrania como resultado de la revolución. Si el anterior Gobierno era una “familia”, el actual merece llevar con orgullo el adjetivo oligárquico”, escribió el 18 de marzo de 2014 el editor-jefe de Ekonomicheskaya Pravda, Sergey Lyamets.

Poco después, en mayo de 2014, los ucranianos fueron los primeros en elegir a un presidente oligarca, que respondió con cinco años de pesadillas.

Actualmente, pese a la creación de numerosas agencias anticorrupción controladas por financiación extranjera, en la arena política están las mismas caras y los mismos clanes. Tras la elección de Zelensky para la presidencia del país, se habló de que el nuevo Gobierno decía estar dispuesto a acabar con el poder oligárquico, que lo haría con la ayuda de Occidente y que Ajmetov y Kolomoisky pronto serían sustituidos por las estructuras multinacionales del capital, que ya habían echado el ojo a las tierras y al pueblo de Ucrania.

Sin embargo, no se está produciendo ningún movimiento tectónico. Es verdad que el capital internacional pretende entrar en el sector privado del mercado ucraniano, especialmente tras la retirada de la moratoria que impedía la venta de las tierras negras. Pero los oligarcas no tienen prisa por ceder su posición: el retornado Kolomoisky [que abandonó el país tras su enfrentamiento con Poroshenko-Ed] tiene una evidente influencia en el nuevo y honesto Gobierno, Viktor Pinchuk controla una facción en el Parlamento y Rinat Ajmetov, en una posición complicada a consecuencia de las luchas oligárquicas, claramente pretende protegerse ante su enemigos. De ahí que Savik Schuster, ahora en nómina de Ajmetov, se centre tanto en la lucha con su anterior jefe en Dnipropetrovsk.

Pese a la guerra y la crisis, Ucrania aún vive, como ha ocurrido en los últimos veinte años, en medio de feudales guerras oligárquicas. Sí, el capital occidental reforzará la posición de Zelensky, pero los oligarcas también están al acecho y, como depredadores, suelen ser quienes proporcionan agentes locales a esas mismas multinacionales occidentales.

Al final, diferentes formas de oligarquía encubierta sobreviven también en Estados Unidos, como dejan clara la historia de los influyentes clanes políticos como los Kennedy, Clinton o Bush. Y lo que es más importante: Occidente y sus “democráticas” estructuras de la sociedad civil siempre se han llevado bien con los gobernantes de las dictaduras bananeras del tercer mundo, jeques islamistas y ladrones oligarcas, con lo que han gobernado, a costa de los pobres estados dependientes, con las influyentes y ricas élites.

Todo esto deja a Ucrania sin posibilidad de buscar un futuro más próspero y menos desigual. Pasarán los años y, al encender la televisión, se seguirá viendo discutir a las mismas figuras y los mismos personajes, que probablemente continuarán hasta su muerte para que después les sustituyan sus herederos. Es el precio que hay que pagar por haber entregado el poder y el dominio del país a las manos de unos pocos, algo que, desde la época aristotélica, ha llevado a los pueblos al desastre.

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