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Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, Rusia

La ciudad que quiere vivir

Artículo Original: Denis Grigoriuk

En los últimos tiempos he tenido la ocasión de visitar tres importantes ciudades de la Federación Rusa, donde la vida es muy diferente a la de Donetsk. No he podido evitar la comparación, aunque me doy cuenta de que no son comparables. Aun así, la cansada población vive su vida en la ciudad, en cuyas afueras hay una guerra, donde no vienen famosas estrellas del pop, donde en los cafés se pueden escuchar canciones del pasado a las que se da una reinterpretación con componentes políticos.

Al hablar de Donetsk, suele pensarse únicamente en la batalla. Sin embargo, al mismo tiempo, la ciudad vive una vida normal, aunque esa normalidad no sea como la de otras grandes ciudades. Si no se presta atención al mundo informativo, parecería que la guerra y las luchas políticas solo existen en internet. Pero esa también es una sensación falsa. Este texto es un día en la ciudad que quiere vivir.

Suena la campana en la sección de comidas del centro comercial. Hay que recoger el pedido, un zumo fresco de frutas, como para recordar el verano que acaba. Con el pedido está el ticket, que lleva un número: pedido número 19. El reloj marca las 14:36. Este centro comercial nunca fue popular entre los residentes locales incluso antes de la guerra, cuando las cosas eran diferentes. Ahora es aún menos popular.

Me acerco a un cómodo sofá junto a la ventana. Me solía gustar pasar algún tiempo aquí en 2013. Por la ventana se ven los tranvías, las luces, los coches en el cruce. Unas cuantas personas esperan en la parada del autobús. El centro de la ciudad está a la vista desde la ventana. El interior está en silencio. Tranquilo. Como si fuera una isla desierta. Detrás del mostrador del puesto de café hay una chica de unos veinte años medio dormida, ojeando Instagram. En el puesto de comida rápida, una mujer joven con un bebé en brazos espera su pedido. Otra pareja se mira anonadada, como si en el mundo no existieran nada más que ellos dos. Para ellos no hay nada a su alrededor. Solo se ven el uno al otro. Nada más les interesa. El resto de gente se pasea como adormecida, buscando alguna otra cosa.

Miro lo que dicen las redes sociales. Batallas sobre las negociaciones del Cuarteto de Normandía, bombardeos de las localidades al sur [de la RPD], discusiones sobre las declaraciones de los políticos. Quienes hablan en persona no hacen caso a sus teléfonos, más interesados en la realidad que en el océano mediático de mentiras, fraude y manipulación.

En la calle me adelanta un grupo de jóvenes, que van con prisa a alguna parte. Un poco más tarde, otro grupo corre en el cruce. Espero pacientemente a un tranvía lleno de pasajeros. ¿Dónde van? Puede que ellos piensen lo mismo de mí.

Otro mercado cercano es diferente. Aquí el flujo de compradores no para. Extraños se adelantan unos a otros, van de tienda en tienda en busca de los productos de primera necesidad, se acumula una cola, hay que esperar para poder aparcar. Los dueños de los puestos fuman en el parking y después vuelven a sus trabajos.

De vuelta a las redes sociales, en los comentarios hay cosas como “os necesitamos más que nunca. Gracias por el coraje, la paciencia y la dignidad. Así se demuestra el verdadero carácter ruso”. En algún lugar de la enorme capital aparentemente en paz, miles de personas aún discuten protestas, acciones policiales o las elecciones.

Mientras haya acceso a internet habrá debate y, al mismo tiempo, en la realidad, las personas hablan de las cosas de la vida diaria más que de la vida en la ciudad militar que una vez fuera un lugar bastante desarrollado. Sin embargo, estalló la guerra y eso hizo que fuera necesario ajustarse a la nueva realidad.

Por la tarde, en el café hay música los fines de semana. Normalmente es alguna boda o cumpleaños. De repente, empiezan a sonar voces, un sonido conocido. Todos cantan con el cantante. Es un hombre vestido de mujer que una vez fue bastante popular, especialmente en fiestas como esta. Recuerdo haber bailado su música en la graduación junto a compañeros de clase que ya no vería más. Verk Serdiuchk sigue siendo popular en las fiestas. Incluso en Donetsk.

En Telegram continúan los ataques, es una batalla entre bravos rivales: canales anónimos que se posicionan como oposición o progubernamentales. Algunos lo critican todo, otros lo alaban todo. En paralelo, lanzan desagradables adjetivos sobre sus oponentes ideológicos.

A las diez se para la música. La gente se separa. En una hora tienen que estar en casa o buscar un lugar en el que cobijarse y, quizá, continuar la fiesta en otra parte.

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