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Batallón Azov, Biletsky, Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, Extrema Derecha, Fascismo, LPR, Ucrania

En clave de política nacional

La semana pasada, una carta a iniciativa del congresista Demócrata Max Rose, firmada por un amplio grupo de congresistas y dirigida al Secretario de Estado Mike Pompeo incluía al batallón Azov en la lista de grupos extranjeros que, según estos diputados, deben ser incluidos en la lista de organizaciones terroristas. Tras el escándalo de la llamada telefónica de Trump a Zelensky en busca de material comprometido sobre su rival Joe Biden hace unas semanas, la realidad ucraniana vuelve a la actualidad política estadounidense otra vez en clave doméstica.

La carta se refiere, en general, a la ausencia de ciertos grupos de extrema derecha en la lista de grupos terroristas, algo que, como explican los congresistas, tiene consecuencias prácticas. “A día de hoy, si un ciudadano americano jura lealtad al Estado Islámico (o a cualquier otra Organización Terrorista Extranjera en la lista) y distribuye su mensaje de terror, hay recursos a disposición del Gobierno Federal para contrarrestar esa amenaza”, argumenta la carta. Pero esos recursos no están disponibles si el grupo en cuestión no se encuentra en la lista.

Por ejemplo, el batallón Azov es una muy conocida milicia ultranacionalista en Ucrania que abiertamente admite a neonazis en sus filas. El grupo es bien conocido, de hecho, el 115º Congreso de Estados Unidos afirmó en la ley de techo de gasto que “ninguno de los fondos asignados por esta ley puede ser utilizada para suministrar armas, entrenamiento u otra asistencia al batallón Azov”. Naciones Unidas ha registrado abusos de los derechos humanos e incidentes de tortura en la relativamente corta historia del grupo. Pese a ello, Azov ha reclutado, radicalizado y entrenado a ciudadanos americanos durante años según el FBI.

La masacre de Christchurch, Nueva Zelanda, fue un punto de inflexión en nuestros esfuerzos contra el terrorismo. En ese manifiesto, el tirador afirmaba haber entrenado con el batallón Azov en Ucrania y habitualmente vestía un símbolo neonazi asociado con ellos. Tanto el tirador de Poway, California, como el de El Paso, Texas, afirmaron estar directamente influidos por el acto terrorista cometido en Christchurch. El vínculo entre Azov y actos terroristas en América está claro”, afirma la carta.

En el caso de la simbología, el sol negro utilizado por el asesino de Christchurch es, evidentemente, el mismo utilizado desde su formación por el batallón Azov, aunque no hay prueba alguna de que recibiera entrenamiento militar del batallón. Es más, la única referencia a Ucrania en el manifiesto habla de un viaje, nunca de ningún batallón concreto ni de haber recibido entrenamiento en el país.

La carta sí afirma correctamente que el Congreso prohibió la asignación de fondos al batallón Azov en 2018. Sin embargo, esa no fue la primera iniciativa al respecto. Mucho antes, con la guerra aún por estabilizar, pocos meses después de la finalización de las últimas grandes batallas y aún con la incertidumbre de si la fase activa de la guerra podría reanudarse, se produjo la más destacada de esas iniciativas legislativas. “Estoy agradecido a la Cámara de Representantes por aprobar por unanimidad mis enmiendas para asegurar que nuestro ejército no instruya a miembros del repulsivo batallón neonazi Azov”, escribió en junio de 2015 John Conyers, el congresista demócrata y veterano de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos que había liderado la iniciativa.

Como Slavyangrad apuntaba entonces, frente a los intentos de la prensa de no aplicar calificativos al batallón Azov, el diputado Conyers no dudaba en utilizar términos como “abiertamente neonazi”, “fascista” o “supremacista blanco” para definir al batallón. La argumentación del congresista insistía incluso en el origen del batallón Azov, una información conocida y disponible para el público pero habitualmente ignorada por quienes, por pragmatismo o por ideología, han preferido desoír la realidad mientras los objetivos del batallón fueran los mismos que los del Estado y sus socios extranjeros. “Según Reuters, el batallón Azov tiene su origen en el grupo paramilitar nacionalsocialista Patriota de Ucrania, que propagaba lemas de supremacía blanca, pureza racial, necesidad de un poder autoritario y una economía nacional centralizada. El polémico fundador de Azov, Andriy Biletsky, organizó el grupo neonazi Asamblea Social-Nacionalista en 2008”, recordaba Conyers, que citaba correctamente los orígenes e ideología del grupo y del que sigue siendo su líder, detalles que se pasan por alto en la actual iniciativa de los Demócratas del Congreso.

En aquel momento, junio de 2015, era evidente que la enmienda tendría un corto recorrido. Estados Unidos podía prohibir armar, financiar y entrenar al batallón Azov, pero esa prohibición podía evitarse en la práctica, ya que el batallón era ya parte de las estructuras oficiales del Estado ucraniano como parte de la Guardia Nacional, bajo control del poderoso ministro del Interior Arsen Avakov, cercano a Biletsky y considerado uno de los patrones del movimiento.

Pocos meses después, en noviembre de ese mismo año, el Congreso de Estados Unidos, sin oposición aparente y sin dar publicidad a la decisión, retiró la prohibición de armar, financiar y entrenar al batallón Azov. Bajo la falsa premisa de que la prohibición era redundante y armar a Azov era ilegal según otra legislación, el Pentágono presionó para eliminar la medida que impedía que el batallón neonazi fuera entrenado o armado por el Gobierno de Estados Unidos. La noticia se conoció a principios de enero de 2016 gracias a un artículo publicado por The Nation.

Tanto la prohibición como su posterior retirada se produjeron bajo una administración Demócrata, con Obama a la cabeza. Fue también bajo la administración Obama cuando miembros del batallón Azov -al que ahora congresistas demócratas quieren calificar de terrorista por suponer una amenaza a ciudadanos estadounidenses- recibió instrucción militar de Estados Unidos. Fue el propio ministro del Interior de Ucrania, Arsen Avakov el que anunció la lista de grupos que serían instruidos por Estados Unidos. Entre ellos se incluía al batallón Azov, que nunca había escondido ni su ideología ni su simbología. Preocupados por la posibilidad de que el batallón Azov pudiera instruir a ciudadanos estadounidenses, los congresistas no parecen haberse parado a pensar en la posibilidad contraria: que ciudadanos estadounidenses entrenen o hayan entrenado a miembros de este batallón al que ahora, cinco años después de que comenzara la guerra en Donbass, quieren incluir en la lista de terroristas.

Como sabe, el criterio del Departamento de Estado para la inclusión en la lista FTO [Foreign Terrorist Organization] es simple: ser una organización extranjera, realizar actos, tener capacidad o intención de participar en el terrorismo y amenazar la seguridad de ciudadanos de Estados Unidos, la defensa nacional, la política exterior o los intereses económicos de Estados Unidos”, insiste la carta enviada por Max Rose, que quiere centrarse en el riesgo para Estados Unidos y que ignora abiertamente el riesgo que el batallón Azov supone en la propia Ucrania. Como han demostrado los últimos cinco años, cuando el batallón ha contado con soldados, armamento e instrucción militar, quien se encuentra amenazado por el batallón Azov y otros grupos similares no es Estados Unidos, sino la población de Donbass y la ciudadanía ucraniana que no comparta la opción ideológica de Azov o su visión del nacionalismo. Azov, como bien conocen quienes han planificado la política estadounidense en Ucrania y su apoyo a la guerra contra Donbass, conoce perfectamente a su enemigo, que no se encuentra en Washington sino mucho más cerca de su base en Mariupol. De ahí que, durante los años en los que la guerra ha estado en fase activa o ha habido riesgo de que esa fase se reanudara, la ideología del grupo, sus métodos, sus torturas y sus asesinatos no hayan molestado al establishment estadounidense ni a gran parte de sus congresistas, ya fueran Demócratas o Republicanos.

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