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Propuestas de paz

Sin duda con la intención de hacerlo coincidir con la celebración de la cumbre del G7, en la que la guerra de Ucrania vuelve a ser uno de los temas centrales, y especialmente con la cumbre por la paz de Zelensky en Suiza, Vladimir Putin se refirió ayer a las condiciones rusas para la celebración de negociaciones de paz. Al plantear sus exigencias, el presidente ruso admitió, aunque de forma implícita, los objetivos que Rusia busca en esta guerra que hace mucho tiempo que dejó de ser una operación militar especial. Sorprendiendo solo a quienes no comprendieron la naturaleza de la intervención rusa y, sobre todo, la actuación de la delegación enviada a Bielorrusia y posteriormente Estambul en el invierno y la primavera de 2022, el presidente ruso insistió en que daría la orden de alto el fuego inmediato en el momento en el que Ucrania comenzara a retirar sus tropas de Donbass y Novorrusia, nombre histórico dado a las provincias del sur del Imperio Ruso colonizadas por Catalina la Grande.

Al igual que Ucrania, que exige la retirada rusa de los territorios internacionalmente reconocidos según las fronteras de 1991, Rusia plantea la cuestión territorial como punto de partida que daría lugar a una negociación en busca de la resolución del conflicto entre los dos países y también el que afecta directamente a Ucrania, pero que es más amplio. Vladimir Putin plantea esa negociación en relación con cuatro puntos principales: la neutralidad de Ucrania, desmilitarización según los parámetros del preacuerdo de Estambul, derechos de la población rusa de Ucrania y confirmación de las nuevas fronteras. La propuesta rusa remite a las conversaciones de 2022 cuando, pese a la evidente presión militar que suponía la presencia de tropas rusas tratando de sitiar Kiev y avanzando sin oposición por el sur, Rusia no fue capaz de mantener a Ucrania en el proceso de negociación. Mucho se ha especulado de los motivos por los que el principio de acuerdo que anunció Vladimir Medinsky tras la cumbre de Estambul no solo no prosperó, sino que puso punto final a toda posibilidad de negociación política. Desde entonces, las conversaciones, generalmente a través de terceros países como los Emiratos Árabes Unidos, se han limitado a cuestiones económicas, intercambios de prisioneros o entrega de los cuerpos de solados caídos en el frente.

En los dos años transcurridos desde la ruptura de la vía diplomática, a la que han renunciado tanto Ucrania como sus patrones occidentales, se han podido conocer y confirmar detalles de lo allí ocurrido, de las condiciones rusas, las repuestas ucranianas, las bases del documento del preacuerdo y los motivos por los que el proceso no llevó a la resolución del conflicto ni al alto el fuego sino a la intensificación de la guerra. Frente al discurso ucraniano, que se escudó en argumentos como Bucha o la idea de que el Kremlin no es capaz de negociar en buena fe, Rusia insistió en la existencia de un principio de acuerdo roto únicamente por la intervención occidental. El artículo publicado por Ukrainska Pravda, en el que se presentaba a un Boris Johnson que se jactaba de haber descarrilado las conversaciones, dio veracidad a la narrativa rusa, que exageraba el poder del exterior y olvidaba que, ya desde los tiempos de Minsk, Kiev rechazó negociar en posición de inferioridad, es decir, en un contexto en el que se viera obligado a realizar concesiones. En una reunión con líderes africanos que buscaban mediar entre Rusia y Ucrania y ayudar a los países europeos a finalizar la guerra en el continente, Vladimir Putin mostró por primera vez un documento en el que se detallaban los límites de efectivos y armamento de las Fuerzas Armadas de Ucrania que Moscú y Kiev negociaban en el marco de Estambul. El documento fue un rumor, una noticia falsa, una creación de Rusia hasta que fue confirmado por dos académicos estadounidenses para un artículo de Foreign Policy hace unos meses. Los autores del artículo, que habían tenido acceso a diferentes versiones de trabajo del preacuerdo de Estambul y ediciones posteriores, confirmaban que Rusia y Ucrania llegaron más lejos de lo admitido por Ucrania y planteaban unos términos de las conversaciones coherentes con lo que Moscú ha mantenido desde entonces.

Lo planteado por Foreign Policy confirmaba también las palabras de Naftali Bennet, Gerhard Schroeder, David Arajamia u Oleksandr Chaly. Todos ellos habían afirmado en el pasado que Rusia deseaba un acuerdo y que Vladimir Putin estaba dispuesto a realizar concesiones importantes para lograr la resolución del conflicto, no solo el final de la guerra, en la primavera de 2022. Como evidenció la oferta rusa a Ucrania que Vladimir Medinsky hizo pública al entender que había un acuerdo con David Arajamia, Rusia estaba dispuesta a renunciar al sur de Ucrania, Novorrusia, a cambio de la aceptación ucraniana de la pérdida de Donbass y Crimea. Esas eran las ambiciones territoriales de Rusia en aquel momento (aunque quizá no al inicio de la operación militar especial en febrero, cuando el Kremlin parecía esperar un avance más sencillo hacia Kiev o Járkov).

En su discurso de ayer, el presidente ruso se refirió a esa oferta rechazada por Ucrania, que entre dejar marchar a aquellos territorios en los que la población había escogido a Moscú en lugar de Kiev y continuar la guerra eligió la segunda opción. Es ahí donde cobra importancia la visita de Boris Johnson en representación del bloque occidental. Su discurso de luchar por la victoria no era solo la reafirmación de la idea de que Ucrania podía vencer a Rusia, ni muestra de la presión a Kiev a renunciar al acuerdo, sino la ratificación de que Zelensky podría contar con el armamento, financiación y apoyo incondicional de Occidente en la guerra común contra Moscú.

En 2022, Rusia ofrecía a Ucrania garantías de seguridad en todo su territorio a excepción de Donbass y Crimea, que pasarían oficialmente a ser parte de Rusia. Moscú exigía también respeto a los derechos de la población de habla rusa de Ucrania y la renuncia a la OTAN con un compromiso de neutralidad y desmilitarización en forma de reducción de efectivos y armamento de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Dos años y varias ofensivas fallidas (en ambas direcciones) después, las palabras de Vladimir Putin recuperan el espíritu de aquella negociación con una oferta con la que el presidente ruso ha querido contraprogramar la cumbre de Zelensky lanzando su propia propuesta. Rusia ya no está dispuesta a abandonar los territorios del sur de Ucrania bajo su control, aunque sí aparentemente los de Járkov. “Esta ha sido la esencia de la política del Kremlin en Ucrania desde 2014: seguir aumentando el coste de la intransigencia. De este modo, Ucrania siempre tiene la oportunidad de poner fin al conflicto, pero en condiciones cada vez peores”, comentaba ayer el periodista opositor ruso Leonid Ragozin. El argumento es válido solo en la cuestión territorial, ya que el resto de condiciones de Vladimir Putin son exactamente aquellas negociadas en Estambul: neutralidad y renuncia a la adhesión de bloques militares, neutralidad y estatus de potencia no nuclear y derechos para la población de habla rusa en Ucrania.

Como era de esperar, la prensa occidental ha recibido las palabras del presidente ruso con el escepticismo habitual. Los mismos medios que no vieron en los siete años de proceso de Minsk la voluntad ucraniana de dilatar y sabotear las negociaciones de paz ven en Rusia y en cada palabra de su presidente la prueba de que Moscú es incapaz de negociar. La propuesta ha sido definida como maximalista e inviable por los mismos expertos que califican de cumbre de paz la reunión de este fin de semana en la que el presidente Zelensky intentará convencer a sus aliados a continuar la guerra hasta la victoria final, es decir, hasta obligar a Crimea y Donbass a regresar a Ucrania, algo que solo puede conseguirse por la fuerza y contra la opinión de la población. Con la rapidez de quien no necesita meditar su respuesta porque su discurso es siempre el de la negación, Mijailo Podolyak calificó la propuesta rusa de “paquete del agresor”.

Con algo más de calma, Ucrania publicó una respuesta algo más elaborada y en línea con su discurso de las últimas semanas, en las que ha comprobado que su cumbre de esta semana contaría con la asistencia de sus aliados, pero no del país más importante de los aliados de Rusia, China. Para disgusto de Ucrania, la confirmación de Beijing de su rechazo a participar causó una reacción en cadena de varios países del Sur Global, que se desmarcaron también de la cumbre de Zelensky. “Putin solo tiene un objetivo: impedir la participación de líderes y países en esta cumbre”, afirmó Ucrania para insistir en que “la aparición de las declaraciones de Putin exactamente el día antes de la cumbre indica que Rusia tiene miedo a la paz real. Putin comprende perfectamente que la poderosa voz del mundo que se oirá en la cumbre se convertirá en el primer paso práctico hacia un mundo justo”.

No es un mundo más justo lo que se negocia este fin de semana en Suiza, sino el intento de Ucrania de conseguir que sean sus socios quienes realicen la presión económica, política y militar que derrote a Rusia y ofrezca a Kiev la victoria completa con la que sueña, no desde la ruptura de Estambul o febrero de 2022, sino desde que en marzo de 2014 perdiera el territorio que más le importa, Crimea. El discurso de ayer de Vladimir Putin no busca sabotear una cumbre que ha nacido muerta y para la que se ha rebajado ya considerablemente la agenda, sino cambiar la conversación. El plan de paz de Zelensky, que se resume en la exigencia de capitulación rusa, no es ya el único del que se hablará en Suiza.

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