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Donbass, Ejército Ucraniano, Rusia, Ucrania

Posibilidades del mañana

En parte por la arrogancia de quien ha creído ciegamente en la superioridad de las armas occidentales frente a las rusas y también la propaganda ucraniana de unidad y superioridad moral frente a un enemigo desmoralizado y sin la educación suficiente para saber lo que se juega en la contienda, la prensa y la clase política occidental continúan tratando de explicarse por qué fracasó la contraofensiva ucraniana y cómo ha sido posible que Rusia sorprenda al mando de Kiev en un ataque que sus autoridades llevaban meses presagiando. El optimismo de hace un año y especialmente el de finales de 2022 se han convertido en una sucesión de argumentos sobre cómo dar la vuelta a la guerra y recuperar una iniciativa que jamás creyeron en que iba a perderse. El exceso de confianza y la subestimación del oponente minaron en los primeros meses el esfuerzo bélico de la Federación Rusa, obligada a aceptar una guerra larga y de desgaste que no parecía contemplar y algo similar ha ocurrido en el caso de Ucrania y sus socios desde que se consolidara la línea del frente tras la catástrofe rusa en Járkov y el abandono de Jersón y los territorios de la margen derecha del río Dniéper.

Lo más representativo del momento actual no es la cantidad de kilómetros hacia el sur que haya avanzado o vaya a conseguir avanzar Rusia en la región de Járkov, ni tampoco su capacidad para obligar a Ucrania a movilizar sus reservas o transportar unidades desde otros frentes abiertos, sino el cambio que se ha producido con respecto a hace algo más de un año. En aquel momento, y solo a base de enormes pérdidas y unas bajas de personal que finalmente dieron lugar al motín de junio de las tropas de Evgeny Prigozhin, Rusia era capaz de avanzar, de forma lenta y tortuosa, en la batalla urbana de Artyomovsk. E incluso ahí, la importancia era relativa, ya que Kiev y sus socios extranjeros contaban con que el mando ruso se vería obligado a enviar a gran parte de su personal a intentar impedir la irrupción ucraniana en Zaporozhie en el momento en el que se lanzara la tan anticipada contraofensiva. Eso dejaría al descubierto tanto la retaguardia como otras zonas del frente, algo de lo que las tropas ucranianas, consideradas superiores e instruidas por Occidente, se aprovecharían para recuperar territorio perdido desde 2022 o incluso desde 2014. Ucrania no solo soñaba con avanzar hacia Melitopol o recuperar el terreno perdido en Artyomovsk (Kiev ni siquiera había admitido oficialmente la pérdida de la ciudad, posiblemente con la esperanza de recuperarla rápidamente y evitar tener que admitir una derrota local), sino también con localidades que se levantaron contra Ucrania hacía nueve años. Los más optimistas como Oleksiy Goncharenko o varios grupos de la extrema derecha con presencia en el GUR de Kirilo Budanov aspiraban a irrumpir en Gorlovka o incluso Donetsk, dos de las bases de la rebelión de Donbass en 2014.

“Hace tan sólo 18 meses, oficiales de la Casa Blanca y del Pentágono debatían si las fuerzas rusas en Ucrania podrían colapsar y ser expulsadas por completo del país”, lamenta con nostalgia un artículo publicado la semana pasada por The New York Times. Eran los tiempos en los que autoproclamados expertos dedicaban tiempo en las redes sociales a dar por muerto al ejército ruso, del que afirmaban que había pasado de ser “el segundo ejército del mundo” al “segundo ejército de Ucrania”. De esa etapa en la que el discurso estaba claro y solo pasaba por la victoria y los hechos y las promesas parecían cumplirse, el artículo recuerda, en referencia a la ciudad de Járkov, que “en una contraofensiva sorpresa ese otoño, las tropas ucranianas repelieron el avance hacia la ciudad y expulsaron a las fuerzas rusas de la región, recuperando una enorme franja de terreno”. La memoria engaña a los autores, que parecen haber olvidado que el intento de aproximación a la ciudad se detuvo en las primeras semanas y que el frente en ese sector llevaba meses detenido en el momento en el que las tropas ucranianas lanzaron su ofensiva relámpago, posible únicamente por los errores rusos y la falta de preparación de sus tropas.

“La humillación rusa, allí y en la ciudad meridional de Jersón, fue tan grande que provocó uno de los mayores temores de aquel periodo del conflicto: que los rusos hicieran uso de un arma nuclear en el campo de batalla contra las tropas ucranianas como último recurso”, continúa el artículo. La memoria selectiva de la prensa evita recordar también que, entre los ruidos de sable nucleares de aquella época, se pronunciaron, en boca del presidente ruso, los casos en los que, según la doctrina nuclear rusa, podrían utilizarse esas armas: un ataque nuclear, un ataque convencional contra sus infraestructuras nucleares o de comando y control y el riesgo existencial del Estado. Como dio a entender en aquel momento Vladimir Putin -posiblemente dirigiéndose no solo a quienes desde Occidente acusaban a Rusia de planificar un posible ataque sino también a quienes desde posturas extremas del nacionalismo ruso quisieran ponerlo sobre la mesa-, no se daba ninguna de las tres condiciones. Rusia optó por escalar la guerra de misiles, movilizar parcialmente a su población incluso al coste de perder a una parte de la juventud, que salió del país, y preparar la defensa. Con humildad, los periodistas más cercanos al Kremlin anunciaron a sus seguidores que no debían esperarse buenas noticias del frente en un futuro a corto plazo y los soldados, tanto veteranos como recién movilizados, comenzaron a cavar las trincheras que debían protegerles del siguiente ataque ucraniano, que ya había sido anunciado y cuya dirección era evidente.

El resultado no fue la derrota rusa que Ucrania había anticipado, sino el inicio de un cambio de tendencia cuyas consecuencias se observan en los cambios que se han producido en el campo de batalla.  “El modesto avance del ejército ucraniano refleja la considerable densidad de fortificaciones en la región y los recursos de que dispone. A pesar de seis meses de intensos combates, Ucrania sólo logró un avance de 7,5 kilómetros, alcanzando la aldea de Rabotino”, resumía a finales de diciembre de 2023 la agencia Reuters. Más sólida de lo esperado en defensa, Rusia ha trabajado también otros aspectos y la línea Surovikin de fortificaciones y campos minados no ha sido el único factor, quizá tampoco el más decisivo, a la hora de causar los cambios que ahora preocupan a los aliados de Ucrania.

“Tras meses de lentos avances terrestres rusos y saltos tecnológicos para contrarrestar las armas proporcionadas por Estados Unidos, la administración Biden está cada vez más preocupada por que el Presidente Vladimir V. Putin esté cobrando suficiente impulso para cambiar la trayectoria de la guerra, y tal vez invertir sus otrora sombrías perspectivas”, se lamenta The New York Times, que presenta un escenario sombrío en el que el futuro ha dejado de ser prometedor para convertirse en una incertidumbre. Es especialmente importante que se mencione como factor determinante el aspecto tecnológico, en el que se presupone a Occidente una superioridad que, a juzgar por la preocupación, no parece actualmente ser tan decisivo a su favor.

La guerra debe continuar y para ello es preciso que el plan sea factible. La decisión ucraniana y occidental de luchar hasta provocar un suficiente desgaste ruso que obligue a Moscú exige ahora mismo un discurso que justifique el aumento de armamento enviado a Kiev, ya sea a base de responsabilidad de impedir la derrota o perspectivas de victoria. En este contexto, tres son los principales argumentos para defender el statu quo, la estrategia diseñada en 2022 y que, desde la ruptura de las negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania en la primavera de ese año, ha excluido completamente a la diplomacia: armamento, tropas y futuro.

Incapaz de aceptar la posibilidad de que se hayan cometido graves errores y se haya subestimado la capacidad de aprendizaje del oponente, Occidente sigue justificando los problemas en la falta de armamento causada por los retrasos legislativos y el bloqueo Republicano. “Ahora, el presidente Vladimir Putin se prepara para una guerra larga, mientras Ucrania lucha por recuperarse de una debilitante pausa de seis meses en las entregas de armas estadounidenses”, reprocha The Washington Post sin molestarse en calcular el tiempo que Ucrania careció de armamento estadounidense. El último paquete de armamento y munición, 250 millones de dólares, se anunció el 27 de diciembre de 2022 y el 24 de abril, el primero a cargo de los nuevos fondos estaba ya preparado para comenzar su entrega. Los menos de cuatro meses, en los que Ucrania dispuso de armamento y munición enviada por la Unión Europea, se convierten rápidamente en seis meses de aparente abandono. El objetivo sigue siendo el mismo: “Estados Unidos y sus aliados deben reflexionar sobre la mejor manera de ayudar a Ucrania a contraatacar”, añade el artículo, que prefiere no comprender que Ucrania no está ahora en posición de contraatacar sino de defenderse.

Para ello, Kiev no solo precisa de armas sino de soldados para cubrir las trincheras. Y es ahí donde aparecen los reproches occidentales. “El retraso de los suministros estadounidenses se ha visto acompañado de un retraso similar por parte de Ucrania en la aprobación de una ley de movilización para incorporar más soldados, y más jóvenes, a su ejército. Ucrania sufre una grave escasez de soldados y tiene dificultades para proporcionar una formación adecuada a los que se incorporan al ejército”, escribe The New York Times, indiferente a los motivos por los que Ucrania ha sido reticente a rebajar la edad de reclutamiento. En una guerra subsidiaria, el ejército proxy ha de cumplir con sus obligaciones de suministrar un número adecuado de soldados para cumplir con el objetivo común y poder presentar unas mínimamente creíbles promesas de lo que está por venir.

A la hora de crear expectativas de futuro, no hay mejor exponente que Michael Kofman, experto en Rusia del Carnegie Endowment for International Peace y cuyo análisis del presente siempre ha demostrado ser más realista que su visión del futuro. En 2022, por ejemplo, Kofman proclamó signos de agotamiento de los arsenales de misiles rusos. “En 2024, las tropas rusas disfrutan de ventaja material y de la iniciativa estratégica, aunque puede que eso no sea decisivo”, afirma según cita The New York Times. Tras esa apreciación correcta, el experto se aferra a las posibilidades del mañana para defender la parte más optimista de ella. “Este año representa una ventana de oportunidad para Rusia. Pero si las tropas rusas no son capaces de convertir esas ventajas en ganancias en el campo de batalla y en generación de inercia, hay una buena oportunidad de que esta ventana empiece a cerrarse a medida que entremos en 2025”. El futuro aún está por venir, pero los think-tanks que han puesto en esta guerra su mayor esperanza para conseguir sus objetivos políticos están ya escribiéndolo.

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