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Donbass, Ejército Ucraniano, Normandía, Poroshenko, Putin, Rusia, Ucrania, Zelensky

El legado de Normandía

“Francia irrita a sus aliados al invitar a Rusia a la conmemoración del Día D”, titulaba esta semana Político en un artículo que muestra, por medio de declaraciones de oficiales que guardan el anonimato, la sorpresa y el enfado del establishment atlantista por varios gestos recientes del Gobierno de Emmanuel Macron. “El mes pasado, París sorprendió a los países occidentales cuando los organizadores del Día D anunciaron la invitación a Moscú, incluso a pesar de que Rusia lanzaba una nueva ofensiva contra Ucrania. Funcionarios del Reino Unido, Estados Unidos y otros dos aliados de la Segunda Guerra Mundial expresaron su preocupación por la medida, planteando cuestiones que van desde la naturaleza simbólica de la ocasión, cuestiones de protocolo y preguntas sobre el compromiso diplomático con los representantes rusos”, añade el medio.

Las criticas más duras a una invitación que ni siquiera ha sido confirmada por la organización y que, en cualquier caso, no sería al presidente Vladimir Putin, provienen del Reino Unido, según Político “perturbado” por “no sólo la invitación al Día D, sino también recibir este mes al Presidente chino Xi Jinping y enviar un representante a la toma de posesión del Presidente ruso Vladimir Putin”. La unidad que proclama el bando occidental es relativa y está siempre subordinada a que las palabras y los actos estén perfectamente alineados con los intereses de los países más importantes. “Tenemos que centrarnos en asegurarnos de que [las naciones aliadas] no sólo dicen lo correcto, sino que hacen lo correcto en lo que respecta a Ucrania”, afirma, según cita Político, un ministro británico al que también concede el beneficio del anonimato. En ese hacer y decir lo correcto, la cuestión ucraniana, la guerra proxy contra Rusia y el enfrentamiento con China están cada vez más vinculados. Curiosamente, el Reino Unido vuelve a mostrar posturas más radicales que sus aliados al otro lado del Atlántico. Pese a la incomodidad que supondría cualquier presencia rusa en el acto, la fuente de la Casa Blanca prefiere ver una parte positiva: “puede que recuerde a los rusos que lucharon contra los nazis de verdad una vez, no contra los imaginarios en Ucrania”.

Teniendo en cuenta la importante presencia de la extrema derecha en las formaciones ucranianas que han luchado en el frente durante la última década, la afirmación ha sido siempre cuestionable. En el momento actual, como recordaba Moss Robeson, experto en el seguimiento de las organizaciones banderistas y las unidades de extrema derecha que luchan en la guerra, de las “5 superunidades ucranianas” anunciadas por United24 Media del Ministerio de Transformación Digital, tres son del movimiento Azov (Azov, la 3ª Brigada de Asalto y Kraken), a la que hay que sumar a los Lobos de da Vinci, estos últimos procedentes del Praviy Sektor, ahora bajo control de un grupo inicialmente procedente del entorno de Biletsky. No parece razonable dudar a estas alturas de los orígenes ideológicos del Praviy Sektor. En el caso de Azov, no molesta a Francia -aunque sí lo hizo, al menos temporalmente a Estados Unidos- que su símbolo principal se asemeje al de la unidad de las SS que cometió, por ejemplo, la masacre de Tula, localidad de la que fue alcalde durante años el expresidente François Hollande. La cuestionable simbología de Azov no se limita al Wolfsangel ni al Sol Negro de su escudo original de 2014, sino que continúa aumentando. Por ejemplo, la 3ª Compañía de Asalto de la Tercera Brigada de Asalto de Andriy Biletsky lucha bajo una insignia sorprendentemente similar a la de la Brigada Dirlewanger, que masacró civiles en los territorios ocupados de Polonia y Bielorrusia junto a sus colaboracionistas ucranianos.

Apelando a la memoria histórica, la organización ha insistido en que “al contrario que el Kremlin, nosotros no nos dedicamos al revisionismo histórico”, curiosa afirmación teniendo en cuenta las décadas de trabajo ideológico que se ha realizado en Occidente para elevar por encima de lo razonable la importancia del desembarco de Normandía frente a la de batallas como Kursk, la defensa de Moscú o Stalingrado en un intento de hacer olvidar que el grueso de la Wehrmacht y las SS fueron derrotadas, no por los soldados franceses, británicos o estadounidenses, sino por sus aliados del Ejército Rojo. Pese a las críticas al Kremlin, ese papel protagonista de la Unión Soviética es el motivo por el que la única fuente del artículo que lo hace sin esconder su nombre, Tobias Ellwood, diputado conservador y ministro de Defensa de Theresa May, defienda que si Rusia no fuera invitada “correríamos el riesgo de difuminar la geopolítica de hoy con la unidad de propósito en la derrota del nazismo en el pasado”.

El pasado proporciona también un precedente del uso de este tipo de cumbres en busca de recuperar la unidad y, sobre todo el diálogo. Aunque no incide sobre ello, el artículo de Político muestra una imagen de la conmemoración del desembarco de Normandía en 2014. En ella puede observarse a un sonriente Vladimir Putin junto a Angela Merkel. Difuminado en la distancia, se acerca a ellos Petro Poroshenko. El medio no se molesta en explicar ni el contexto de la conversación que estaba a punto de producirse ni el desarrollo del formato de negociación que llevó su nombre.

En aquel momento, la tensión entre Occidente y Rusia había aumentado ya, aunque el conflicto geopolítico del momento no impidió que Barack Obama y Vladimir Putin acudieran al mismo acto. Es más, tratando de rebajar las tensiones, la organización quiso llamar al diálogo ubicando durante varios segundos a los dos presidentes en una pantalla partida. Ambos siguieron el juego y giraron la cabeza en la dirección correcta para que la imagen televisiva les mostrara frente a frente. Fue el presidente de Estados Unidos el que primero apartó la mirada. Sin embargo, en términos geopolíticos, el gesto más importante de aquella conmemoración fue el de la canciller Merkel, que de forma pretendidamente espontánea acercó a Petro Poroshenko, entonces presidente electo de Ucrania, y Vladimir Putin para tratar de encauzar hacia la diplomacia lo que era ya una guerra civil en Ucrania. Antes del 6 de junio en el que se produjo la conversación de Normandía, se había cometido ya la masacre de Odessa y Kiev había enviado a su ejército y batallones voluntarios organizados por la extrema derecha a realizar su operación antiterrorista contra la población de Donbass y la aviación había bombardeado el centro de Lugansk asesinando a una docena de civiles que se desangraron agonizando en plena calle. Sin embargo, no habían comenzado aún los grandes combates y la posibilidad de detener la dinámica bélica existía, especialmente por la falsa esperanza de la llegada al poder de un presidente elegido en las urnas. Sus aliados europeos esperaban de él la capacidad de reconducir la situación y de realizar los cambios necesarios. Poroshenko no necesitaría, por ejemplo, de la presencia de Svoboda, el partido de extrema derecha cuya labor como fuerza de choque de Maidan había sido premiada con varios ministerios.

El 20 de junio, 13 días después de asumir el cargo, Poroshenko propuso una tregua temporal que erróneamente fue vista como un momento esperanzador. Nada más lejos de la realidad, el nuevo presidente buscaba simplemente reforzar sus tropas y reconducir lo que se convertiría en la ofensiva con la que Ucrania esperaba ganar la guerra “en días, no semanas”. Aunque Ucrania recuperó un terreno importante comenzando por Mariupol el 13 de junio y Slavyansk y Kramatorsk el 4 de julio, provocando un efecto dominó que llevó a las tropas a las puertas de Lugansk y Donetsk, la asistencia rusa logró en agosto revertir la tendencia. En septiembre se firmaron, con las tropas de Poroshenko en serio riesgo de colapso en Mariupol, los primeros acuerdos de Minsk, con los que debía iniciarse un proceso de paz que no comenzó realmente hasta después de la segunda derrota ucraniana en febrero de 2015 en Debaltsevo.

La negativa a negociar con Donetsk y Lugansk hacía el formato de Minsk inviable para Ucrania, que siempre prefirió lo que hasta febrero de 2022 se conocería como Formato Normandía por su origen en la conversación del 6 de junio en Francia. Con presencia francoalemana, Ucrania disponía del apoyo diplomático para exigir concesiones unilaterales a Rusia sin la incómoda presencia de la otra parte de la guerra, las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. La falta de voluntad de Francia y Alemania, que ahora lideran el esfuerzo europeo de continuar la guerra sin que haya diplomacia a la vista, hizo que las conversaciones de Normandía no dieran más resultado político que promesas incumplidas. Ucrania logró un acuerdo de tránsito de gas y un intercambio de prisioneros, pero su desinterés por resolver la cuestión de Donbass por la vía del cumplimiento de los acuerdos de Minsk, unido a la inexistente presión francoalemana en busca de pasos en esa dirección, hicieron inviable también el formato de Normandía, un fracaso de Angela Merkel en sus últimos meses al frente de la cancillería alemana.

Diez años después de esa primera conversación en Normandía, del intento alemán de progresar hacia el diálogo y la presencia de todos los grandes líderes cuyos países estuvieron implicados en la lucha europea de la Segunda Guerra Mundial, prácticamente todos los puentes han desaparecido. El diálogo se limita prácticamente a reproches y amenazas mientras los escasos gestos de cierta apertura a la recuperación de las relaciones diplomáticas en el futuro suponen categóricas críticas de los propios aliados, filtradas a la prensa, generalmente de forma anónima, utilizadas como herramienta de presión contra cualquier acto de mínima distensión.

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