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Justicia y perdón, argumentos para la guerra

Pedir perdón puede ser un acto de humildad, redención o sinceridad. En política, especialmente en la alta política, puede también suponer un ejercicio de oportunismo con el que reforzar un determinado discurso. “Pido disculpas por esas semanas sin saber qué iba a pasar en términos de financiación”, afirmó ayer Joe Biden dirigiéndose a Volodymyr Zelensky en relación a los meses de bloqueo legislativo que hizo que Ucrania careciera, por primera vez desde 2022, de fondos de asistencia militar de Estados Unidos. Los meses de apoyo incondicional a Israel o el envío de armamento militar con el que Tel Aviv ha atacado zonas civiles densamente pobladas causando masacres diarias no han requerido condenas ni disculpas. Enviar armas a la guerra, aunque sean utilizadas conscientemente contra población indefensa, no es suficiente para ofrecer un lamento público -solo reproches privados filtrados convenientemente a la prensa, como Biden ha mostrado su supuesto enfado con Benjamin Netanyahu-, pero sí lo es la ausencia temporal de la primera potencia del mundo en la guerra más intensa que ha vivido el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

“Seguimos aquí. Complemente. A fondo”, añadió Biden, dejando claro que esta guerra jamás va a quedarse sin armamento ni financiación. Las declaraciones de Biden no son solo una forma de calmar a sus aliados, sino un reproche a la parte del Partido Republicano que bloqueó durante semanas el acuerdo y una forma de diferenciarse de su oponente. Mientras Trump, de forma completamente ingenua e inviable, afirma que será capaz de terminar la guerra de forma inmediata, Biden apuesta, sin fisuras, por la guerra. “Las disculpas se produjeron mientras Biden se reunía en París con el Presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, quien pidió el apoyo bipartidista de Estados Unidos de cara al futuro «como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial»”, describía AP. Las declaraciones del presidente ucraniano reúnen dos de las líneas habituales de esta y cualquier otra guerra: retorcer los hechos y también las palabras.

De la misma forma que Biden ha utilizado el perdón para defender una postura política, Zelensky utiliza el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial para conseguir sus objetivos. Las enormes diferencias entre las dos guerras hacen el símil imposible y el hecho de que cuatro de las cinco unidades “más populares” de las Fuerzas Armadas de Ucrania sean formaciones de extrema derecha hace la comparación insultante. Aun así, ese es el discurso por el que ha optado el Gobierno ucraniano, que aúna las ansias expansionistas de la Unión Europea, una retorcida retórica de democracia contra autoritarismo y los tópicos más básicos del anticomunismo de la Guerra Fría contra Moscú, sin que sea necesario siquiera que en esta ocasión haya diferencias ideológicas entre los dos bandos opuestos.

La distorsión de la realidad en el caso ucraniano no es nueva y se remonta a los años de guerra en Donbass. El 8 de mayo de 2015, Día de la Victoria en Europa, por ejemplo, la portada del Kyiv Post se preguntaba cuándo llegaría la “victoria contra Putin”. A seis columnas, ilustraba esa portada una fotografía de Maidan en la que se equiparaba a Hitler, Stalin y un sonriente Putin, que por aquel entonces insistía en el cumplimiento de los acuerdos de Minsk para hacer regresar a Donbass a Ucrania y dar así por zanjada la guerra en Ucrania. En 2021, una valiente mujer confrontaba a los miembros del grupo fascista C14 que intentaban sabotear la pacífica conmemoración del 9 de mayo, Día de la Victoria, en Odessa. Frente a ellos, mostraba con orgullo una bandera roja. El significado era claro aunque no hubiera rastro de la hoz y el martillo y otros símbolos de la Bandera de la Victoria, eliminados para evitar ser perseguida por la justicia de Maidan. Varios años antes, Ucrania había criminalizado los símbolos de uno de los grandes causantes de la derrota del Tercer Reich y en cuyo ejército lucharon millones de ucranianos y ucranianas.

Manipular la realidad requiere tergiversar las palabras a la hora de crear un discurso acorde a los intereses del momento, algo para lo que el presidente ucraniano dispone de gran experiencia. En su discurso en la Asamblea Nacional, que se produjo el mismo día que Emmanuel Macron anunciara el envío de aeronaves Mirage 2000 francesas a Ucrania e instrucción de sus pilotos, Volodymyr Zelensky exigía más. Como es habitual, lo hacía escudándose en el discurso del bien contra el mal. “Para una paz justa, hace falta más”, afirmó el líder ucraniano ante la asamblea legislativa francesa. La justicia es un digno objetivo, aunque, en este caso, esa paz justa es un simple eufemismo de resolución de la guerra sin concesiones. La invasión rusa de 2022 y la narrativa occidental que ha calificado los hechos como “la guerra de Putin”, como ya hacía en años anteriores la prensa ucraniana, ha hecho olvidar todo aquello ocurrido antes del 24 de febrero de ese año y también lo que acontece más allá de la línea del frente. La justicia de Zelensky incluye negarse a implementar el acuerdo de paz firmado al considerar que otorgaba excesivos derechos a la población de Lugansk, discurso que Occidente ha aceptado sin fisuras culpando a Rusia del fracaso del proceso de Minsk. La justicia de Zelensky implica también otorgar amnistía a quienes lucharon del lado de Kiev y negar lo propio a quienes se defendieron con las armas de la agresión ucraniana; prohibir signos nazis y comunistas, pero aplicar las leyes tan selectivamente que solo afecte a una parte o exigir la capitulación del otro lado sin siquiera prometer el cumplimiento mínimo de los puntos más básicos del documento que Ucrania había firmado en 2015.

La exigencia de rendición, no ya de Donetsk y Lugansk sino de Rusia, se mantiene a día de hoy aunque haya de ser a costa de la opinión y los derechos básicos de la parte de la población que rechazó el ataque de 2014 y miró a Rusia en busca de protección y como forma de evitar un bloqueo bancario, comercial y de transporte que intentó doblegar a Donbass por la vía económica. También esa coacción económica, que incluyó el impago de pensiones a la población de las dos regiones separatistas, parece formar parte de la justicia de Volodymyr Zelensky que, pese a sus promesas de campaña, rechazó levantar el bloqueo. El final justo al que se refiere el presidente ucraniano implica también, como han prometido asesores cercanos a Zelensky, una purga de la población de Crimea y Donbass y quizá incluso limitación de derechos civiles y políticos a una población denostada en Kiev por su deslealtad hacia el país que les agredió por la vía militar, política o económica y busca, de una capital occidental a otra, los medios para continuar haciéndolo. Ayer mismo, un ataque con misiles ATACMS causó cuatro muertos, más de cuarenta heridos, cinco de ellos de gravedad, en una zona residencial de la ciudad de Lugansk. El ataque en la capital de la RPL no fue el único que causó víctimas. Por la tarde, un bombardeo de artillería contra una tienda en la localidad de Sadovoe, en la zona de Jersón bajo control ruso, causó, segúin las autoridades locales, 22 muertos. Al contrario que en los casos en los que son los misiles rusos los que causan daños en las infraestructuras civiles, no hubo condenas enérgicas de Volodymyr Zelensky, Joe Biden o Úrsula von der Leyen, más preocupados por reforzar su discurso para justificar la continuación de sus actos.

“Bruselas da por completadas las reformas de Ucrania y Moldavia y pide abrir negociaciones de adhesión a la UE”, titulaba ayer Europa Press, citando las declaraciones de la portavoz comunitaria de Ampliación, Ana Pisonero, que confirmaba que Ucrania ha cumplido ya con las exigencias de la Comisión Europea. La precipitación para el inicio de las negociaciones de una adhesión para la que de ninguna manera cumple las condiciones que sí se han exigido a otros países que no se han escudado en haber derramado sangre por los valores y la defensa de Europa se debe únicamente a factores geopolíticos. No hay más que recordar que la libertad de prensa fue una de las asignaturas que más rápido aprobó Ucrania, el país que había eliminado toda pluralidad informativa a base de cierres por decreto, acoso de la extrema derecha y, tras el 24 de febrero, unificando la programación informativa de todos los canales de televisión transformándolo en un “maratón” propagandística por y para el Estado. La aceleración de los tiempos no responde a la buena actuación de los dos países, una creación narrativa, sino, según Financial Times, a la necesidad de dar el paso antes de la llegada de Hungría a la presidencia de turno de la Unión Europea.

La coyuntura exige hechos concretos, que pueden fabricarse de forma artificial a base de tergiversar la realidad y crear una ilusión. El reproche político puede camuflarse de disculpa de la misma forma que la imposición de la voluntad propia puede disfrazarse de justicia y el expansionismo de ampliación.

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