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La frustración de Volodymyr Zelensky

El anuncio de China de su ausencia en la cumbre por la paz que se celebrará la próxima semana en Suiza condena a Volodymyr Zelensky a tener que reescribir el resultado de la reunión, cuyo único objetivo era precisamente mostrar a Ucrania apoyada, no solo por sus socios, sino incluso por los de Rusia. Como muestra el enfado del presidente ucraniano, que en su vista a Singapur acusó a Beijing de ayudar a Moscú a sabotear el encuentro, Zelensky no podrá ya alegar que el mundo apoya a Ucrania, objetivo principal, si no único, de la iniciativa, que de ninguna manera busca avanzar hacia la paz sino insistir en que su victoria es el único resultado aceptable. Aparentemente sin temor a insultar a la segunda economía mundial y principal socio comercial de Ucrania, el presidente ucraniano presentó a China como un juguete en manos de Moscú, que a través de la diplomacia china intenta sabotear su cumbre de paz.

El argumento contrasta con el discurso oficial de sus aliados occidentales, que desde hace dos años han utilizado la tesis contraria: es Rusia quien está en manos de China en una alianza cada vez más desigual en la que Moscú actúa prácticamente como la potencia colonizada. La realidad actual es que es Rusia quien necesita a China y no al revés, de ahí que las negociaciones para, por ejemplo, la venta de gas a través de la tubería siberiana se hayan estancado ante las exigencias chinas de precios exageradamente bajos. Esa es, al menos, la narrativa occidental, que por medio de Financial Times se jacta esta semana de las dificultades para llegar a acuerdos comerciales entre los dos aliados.

Pese a la falta de realismo del argumento de Zelensky, es evidente que la postura de China tiene un peso importante especialmente en el Sur Global, al que ahora apela el presidente ucraniano. Tanto es así que, tras ocho meses de apoyo incondicional a Israel, el líder ucraniano ha querido desmarcarse de la actuación de Tel Aviv y en su visita a Singapur, en la que esperaba lograr éxitos diplomáticos en forma de compromiso de asistencia a Suiza, ha exigido el alto el fuego. Las esperanzas de Zelensky no se han cumplido y, tras la negativa de China a participar en una cumbre a la que no ha sido invitada la otra parte de la guerra, se han acumulado las deserciones. Arabia Saudí, otro de los países a los que Ucrania había intentado convencer, confirmó también su ausencia. Beijing y Riad comparten haber participado en reuniones anteriores, también actos de relaciones públicas del Gobierno ucraniano en los que su presencia ha sido utilizada para la propaganda. Alegando que su neutralidad impide condenar a una de las partes, a Rusia, también Pakistán ha puesto en cuestión su participación, con lo que es duda la presencia del quinto país más poblado del planeta. Y aunque estarán en Suiza, no lo harán con una participación de alto nivel países como India o Brasil. Al anuncio brasileño de que su presidente no asistirá a la cumbre se sumó ayer la confirmación de que Delhi no enviará a su primer ministro ni al ministro de Asuntos Exteriores. La actual dinámica indica que serán las ausencias las que marquen la cumbre en la que Zelensky esperaba mostrar unidad a nivel mundial a favor de Ucrania. Esa era la baza que Kiev quería jugar para mostrar una fortaleza muy por encima del equilibrio de fuerzas actual.

Todas las guerras acaban y generalmente lo hacen tras un proceso de negociación en el que el bando más fuerte impone una parte relevante de sus condiciones sobre la más débil. Es ahí donde maniobran actualmente los aliados de Ucrania, algo más moderados en sus exigencias que Kiev, dispuesta a luchar por Crimea hasta el último soldado ucraniano, sea cual sea el nivel de destrucción que implique y sin tener en cuenta en ningún momento la opinión de la población de la península. Frente a una Ucrania que exige la retirada rusa y una rendición incondicional que no puede exigir seriamente teniendo en cuenta las condiciones del frente y el equilibrio de fuerzas, incluso Estados Unidos o la OTAN parecen tener objetivos algo menos ambiciosos. A juzgar por las recientes palabras de Victoria Nuland, Washington sería consciente de que Kiev no recuperará Crimea y se conformaría con su desmilitarización. Y contra los deseos de Ucrania, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, ha mencionado en varias ocasiones que el objetivo es colocar a Ucrania en una mejor posición de cara a una futura negociación.

Pero, además de ese aspecto práctico de la realidad de la guerra, en la que solo puede exigirse la rendición a un bando derrotado, el maximalismo de Kiev dejaría, en caso de cumplirse sus deseos, a la población de Donbass y Crimea a merced de quienes han pasado una década esperando el momento para castigar su deslealtad. La opinión de esa población indeseada, a la que el propio Zelensky animó mucho antes de febrero de 2022 a mudarse a Rusia, no es digna de consideración ni para Kiev ni para sus socios, que coinciden en la necesidad de presentar al pueblo ucraniano como una unidad indivisible que lucha contra Rusia y en defensa del camino euroatlántico que Petro Poroshenko introdujo en la Constitución.

Ucrania y sus socios están de acuerdo también en el objetivo final, derrotar a Rusia, aunque no necesariamente en la forma de hacerlo. Un artículo publicado por Financial Times, por ejemplo, se refería la semana pasada a la tensión que supuestamente existe entre Kiev y Washington en un momento que se considera crítico para Ucrania, aunque posiblemente no lo sea. Es la guerra la que se encuentra en el momento crítico de decidir si continuará como la actual guerra de desgaste en territorio ucraniano o si, como desea Ucrania, se extiende, gracias a una mayor participación occidental, a la parte rusa de la frontera común.

Exagerar el peligro de la ofensiva rusa en Járkov, ya completamente estancada en la lucha urbana por la localidad de Volchansk, a cinco kilómetros de la frontera rusa y a 73 de la capital regional, ha dado a las autoridades y los socios de Ucrania la oportunidad de exigir dar pasos adicionales en el camino que lleva al conflicto a convertirse en una guerra total. La prensa, filtrando las palabras de oficiales anónimos, ha calificado lo ocurrido en Járkov como algo con “devastadoras consecuencias”, una evidente falsedad teniendo en cuenta que ni la primera línea ucraniana ha colapsado, ni se ha derrumbado el frente en otros sectores. Las cifras de tropas rusas en la zona nunca ha permitido pensar que la ciudad de Járkov pudiera encontrarse en peligro, tal y como han dado a entender en diferentes momentos tanto Ucrania como sus socios y, pese a las constantes informaciones que anuncian que escasean soldados en las unidades ucranianas, tampoco en esta ocasión el comando de Kiev ha tenido problemas para lograr las cifras necesarias para reforzar el sector sin dejar al descubierto otras zonas sensibles del frente.

Aun así, solventada, al menos de momento, la dificultad ante la que Ucrania se encontró con la ofensiva rusa en Járkov, el Gobierno ucraniano no ha desaprovechado la oportunidad para presentar lo ocurrido como un fracaso de la actuación occidental y utilizar los hechos como argumento para lograr sus objetivos. “Estamos más alejados que nunca en el periodo desde que comenzó la guerra. Es muy, muy tenso”, comentó a Financial Times un alto cargo del Gobierno ucraniano que, como es habitual, lo hizo desde el anonimato que permite desvelar realidades incómodas o manipular los hechos como parte de un argumento más amplio. En el caso ucraniano, la exageración del dramatismo de la situación en el frente y de las tensiones políticas entre los aliados actúa en la misma dirección: exigir más armas y munición, a lo que recientemente se ha unido la posibilidad de extender la guerra al territorio ruso con el uso, no solo de drones y artillería propia, sino misiles y aviación occidental.

Ucrania parece ser consciente de que la victoria completa que busca no se logrará en el campo de batalla, donde Rusia cuenta con mayores recursos. Incluso en los momentos en lo que el gasto militar ucraniano (sumando recursos propios y las subvenciones de sus aliados) ha rivalizado con el ruso, como ocurrió en 2023, cuando el presupuesto ucraniano supuso alrededor del 90% del ruso, la contraofensiva no dio los resultados esperados. El avance territorial fue prácticamente nulo y los éxitos en la retaguardia, especialmente en el mar Negro, no fueron relevantes y Kiev, que siempre ha achacado el fracaso a la falta de suficiente armamento occidental, ha pasado meses explotando a su favor la posibilidad de una derrota común. Esa es la importancia de cumbres como la que se celebrará la próxima semana y en la que Kiev aspira a lograr un compromiso lo más amplio posible de apoyar militar, económica y diplomáticamente a Ucrania y amedrentar a Rusia mostrándole su aislamiento, algo que, a juzgar por las dudas en la asistencia, el presidente ucraniano no podrá cumplir.

“La frustración de Volodymyr Zelensky con Joe Biden quedó al descubierto esta semana, cuando el presidente ucraniano reprendió a su homólogo estadounidense en términos inusualmente bruscos, afirmando que el plan de Biden de asistir a un acto demócrata de recaudación de fondos en lugar de a la cumbre de paz ucraniana de los días 15 y 16 de junio «no era una decisión firme»”, escribe Financial Times para describir una supuesta tensión que tiene mucho de dramatización. El presidente ucraniano necesita contar con una presencia estadounidense de alto nivel en su cumbre de Suiza, principal apuesta de Ucrania para 2024, si quiere presentar a su público una imagen de fortaleza diplomática y política de un grupo de países a los que luego exigir más esfuerzo militar y sanciones para derrotar a Rusia en el frente militar o en el político económico. Pero Zelensky necesita mucho más que armamento y presión militar contra la Federación Rusa para conseguir sus objetivos imposibles. A ello está dedicando sus principales esfuerzos. Por una parte, Ucrania ha cumplido con su parte al aprobar una ley de movilización que permite al Estado reclutar a una enorme cantidad de soldados, muchos de ellos por la fuerza, otro argumento que Kiev está utilizando con gran agresividad para conseguir sus objetivos.

“Se nos está haciendo creer que son los temerarios desesperados ucranianos los que están dispuestos a luchar hasta la última gota de sangre, mientras que los sabios estadounidenses intentan prevenirles para que no quieran demasiado. Pero la realidad podría ser la contraria”, comentaba la semana pasada el periodista opositor ruso Leonid Ragozin sobre la tendencia mediática de las últimas semanas de presentar a Ucrania como un proxy exigente que tira de sus socios en busca de una mayor escalada. Los precedentes de esta guerra indican que, frente a esa tendencia o a la respuesta de Ragozin, la voluntad de continuar luchando ha sido común a Kiev y sus aliados. La paz de Minsk o el principio de acuerdo que era posible en Estambul no fracasaron por las presiones occidentales, sino por la inexistencia de voluntad de finalizar el conflicto por la vía diplomática por parte tanto de Ucrania como de los países occidentales. Así lo demuestran las declaraciones de los participantes y los documentos que han trascendido a lo largo de los años.

Sin diplomacia a la vista, la escalada continua -aunque progresiva para impedir una respuesta equivalente por parte de Rusia-, ha sido la norma. Ahora, Zelensky tiene cuatro exigencias: más armas y financiación para la guerra, unas sanciones contra Rusia que impidan toda relación económica con el país más grande del planeta, presión diplomática y política que se plasme en una enorme fotografía de jefes de Estado y de Gobierno en Suiza y promesas de adhesión rápida y privilegiada a la Unión Europea y la OTAN. Las dificultades para mostrar victorias en el frente, el fracaso de las sanciones, la negativa china a prestarse a ser utilizada como herramienta contra su principal aliado y la prudencia con la que Alemania y Estados Unidos impiden el acceso a la Alianza minan el esfuerzo de Zelensky, cada vez más nervioso en busca de imágenes que poder utilizar para reforzarse.

No todo son malas noticias para el presidente ucraniano, que pese a la certeza de que Ucrania recibirá otro año más el no de la OTAN a la promesa inequívoca de adhesión y no podrá contar con un elenco lo suficientemente importante en su cumbre de paz, dispondrá de un acto con el que reafirmarse en la idea de que su principal socio, Estados Unidos, seguirá ahí hasta la victoria final. La Casa Blanca ha confirmado que el presidente estadounidense no estará en Suiza, pero el 6 de junio firmará junto a Zelensky el compromiso de seguridad, uno más de los muchos acuerdos bilaterales con los que los países occidentales tratan de compensar a Kiev por la negativa a otorgarle un plan de acceso a la OTAN con una fecha firme. Aunque estos tratados no implican compromiso de envío de tropas en caso de agresión y simplemente prometen ayuda militar a largo plazo, la firma de un documento y la imagen de los dos jefes de Estado es suficiente para que el impaciente Zelensky pueda presentarse ante su público con un compromiso que promete a su pueblo mantener el statu quo. La guerra está garantizada.

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