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Una alternativa a la escalada sin fin

A dos semanas de la celebración de la cumbre en la que el presidente Zelensky deseaba consolidar su plan de paz como única vía posible de resolución del conflicto, las dudas parecen no limitarse a los oponentes a Ucrania. La notable rebaja de la ambición de la  cumbre muestra la escasa viabilidad de la fórmula que la diplomacia ucraniana lleva un año intentando promover. A las  reticencias que existen incluso en la parte estadounidense se han unido los anuncios de importantes ausencias. Ucrania desea que la cumbre se convierta en la base de unas hipotéticas negociaciones futuras con Rusia en las que sea el único actor con capacidad de imponer sus condiciones. Para ello, Kiev necesita mostrar fortaleza en el frente y completa superioridad en el aspecto diplomático. De ahí la decepción ante la noticia de que Joe Biden no asistirá a la reunión en favor de un acto electoral y el intento de estos días de convencer al dirigente estadounidense, al igual que al presidente chino, de participar en una cumbre que no puede resolver el conflicto, pero que es imprescindible para Zelensky, que necesita consolidar el statu quo actual en el que la única línea roja existente es la diplomacia. “Creo que la Cumbre de la Paz y los demás líderes, que están pendientes de la reacción de Estados Unidos de América, necesitan al presidente Biden. Su ausencia sería aplaudida por Putin, aplaudida personalmente por Putin, y sería una ovación de pie”, ha declarado el presidente ucraniano.

La cercanía de la cumbre y la sensación de que el plan de Zelensky ha perdido cualquier fortaleza que tuviera en sus inicios, cuando la Unión Europea o Estados Unidos insistieron en presentarlo como un plan responsable de paz justa, ha hecho resurgir otras propuestas que habían quedado eclipsadas por el fervor belicista que desde la ruptura de las negociaciones de Estambul ha recorrido los países occidentales. Es el caso de Brasil y de China, dos de los países que han aspirado a mediar entre Rusia y Ucrania y que en el pasado han presentado sus propias propuestas. Ambas, como toda proposición que no ha sido completamente del agrado de Kiev, fueron rechazadas por Occidente acusándolas de ser favorables a Moscú.

La negativa de Ucrania a cualquier diálogo que pudiera implicar concesiones y el desplante de Zelensky a Lula da Silva durante la celebración de la cumbre del G7 hicieron que Brasil cediera en su intento mediador. China, por su parte, realizó varias visitas con las que tantear el terreno, aunque tampoco logró avances. La importancia del país como segunda economía mundial y primer socio comercial de Ucrania obligó a Kiev a tratar al enviado chino con una educación que no se dio con Brasil, aunque el rechazo a escuchar el plan de Beijing se evidencia en la completa ausencia de negociaciones más allá de la inicial toma de contacto.

En un comunicado conjunto, Brasil y China presentaron el viernes pasado un plan de seis puntos para avanzar hacia la paz, una hoja de ruta que ha pasado relativamente desapercibida al no contar con la aprobación explícita del líder ucraniano. En un contexto de guerra y aparentemente decidido que  el conflicto ha de tener una resolución militar y no diplomática, toda propuesta que no cumpla con las condiciones del presidente ucraniano es vilipendiada o, en este caso al tratarse de un país tan importante como China, ignorada.

Brasil y China retoman el esfuerzo de los primeros meses de presidencia de Lula da Silva en busca del inicio de un proceso diplomático que pueda dar lugar a la paz. De ahí que el primer punto se centre en lograr la desescalada militar, prerrequisito para trasladar el conflicto del plano bélico al diplomático. “Los dos países llaman a todas las partes relevantes a observar tres principios para desescalar la situación, concretamente que no haya expansión en el campo de batalla, escalada de la lucha o provocación de ninguna de las partes”. Evidentemente, este punto pretende congelar el frente en busca de que un alto el fuego dé espacio a una  posible negociación, punto dos del comunicado del ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, y Celso Amorim, asesor del presidente Lula da Silva. Con el diálogo y la negociación como únicos caminos al alto el fuego y la resolución diplomática, los dos países llaman a crear las condiciones para la celebración de una cumbre reconocida por los dos países en conflicto y en la que ambos puedan participar por igual. El contraste con la cumbre que Zelensky prepara para junio es evidente y, a partir de ahí, el plan chino-brasileño marca claramente las distancias con la fórmula de exigencia de rendición unilateral del presidente ucraniano, en realidad una receta para prolongar el conflicto en lugar de resolverlo.

La propuesta parte de las mismas bases que otras hojas de ruta para la paz, incluida la de Zelensky, y tiene en cuenta los aspectos humanitarios, la seguridad de la población civil y la cuestión nuclear, aunque no lo hace desde el punto de vista de parte, sino mencionando sutilmente aspectos que preocupan a Rusia. De esta forma, en el punto en el que se menciona la necesidad de proteger a la población civil se alude  también la seguridad de los prisioneros de guerra, quizá una referencia a la actuación de Ucrania con el derribo de un avión de carga ruso que transportaba a presos que iban a ser intercambiados. Mucho más claro es el punto relativo a la seguridad nuclear, uno de los temas que va a tratarse en la cumbre de Suiza. Además de condenar cualquier posible uso de armamento nuclear, una exigencia de Ucrania, el comunicado chino-brasileño menciona a continuación la necesidad de garantizar la seguridad de las centrales nucleares. Se trata de una alusión clara a la única central nuclear que está siendo blanco de unos ataques cuyo autor es imposible de determinar para la prensa occidental, la de Energodar, bajo control ruso y atacada periódicamente por drones y artillería de Ucrania, que posteriormente tiende a acusar a Moscú de bombardear sus propias posiciones.

El último punto ve la guerra de Ucrania en el contexto global y apunta que “debe rechazarse la división del mundo en grupos políticos o económicos aislados”. Aunque con enormes diferencias con respecto a la Guerra Fría, en la que existía un claro componente ideológico ahora ausente, la guerra de Ucrania ha supuesto un impulso a una cierta reconfiguración de bloques perjudicial para países que, como China, aspiran a hacer del comercio global su fuente de progreso. “Los dos países apelan a los esfuerzos de aumentar la cooperación en energía, divisas, finanzas, comercio, seguridad alimentaria y de infraestructuras, incluyendo oleoductos y gasoductos, cables ópticos submarinos, infraestructuras de electricidad y energía y redes de fibra óptica, así como a proteger la estabilidad industrial global y las cadenas de suministro”. En esa defensa de un mundo abierto al comercio y la cooperación sin trabas políticas ni militares llama la atención la mención a oleoductos y gasoductos, especialmente teniendo en cuenta que Ucrania sigue siendo la única sospechosa de haber hecho explotar las tuberías del Nord Stream, propiedad tanto de Rusia como de Alemania.

El comunicado chino-brasileño no es revolucionario ni presenta las exigencias de parte culpando a la otra de haber hecho estallar la guerra, sino que busca cierta ecuanimidad para lograr una solución global a una guerra en la que participan, de forma directa o indirecta, países de gran importancia a nivel internacional. La mención al comercio y a las relaciones más allá de bloques aislados muestra que la guerra de Ucrania forma parte de un cúmulo de conflictos políticos de bloques que no beneficia a la mayoría y que perjudica especialmente a China, interesada en mantener su actual relación con Rusia, de la que obtiene beneficio en forma de materias primas y energía barata, pero no a costa de perder acceso a otros mercados.

En cuanto a la situación militar y política entre Rusia y Ucrania, Brasil y China no proponen una solución concreta, aunque sí hay indicios de ella. La congelación del frente en busca de un alto el fuego y negociación posterior es un indicador de que no hay en la proposición una exigencia de devolución de territorios tal y como exige Ucrania. Enfriar el frente en su composición actual es también el punto de partida de la información aportada la semana pasada por Reuters, que afirma que Vladimir Putin estaría dispuesto a negociar el final de la guerra sobre la base de las fronteras actuales. La negociación propuesta por China y Brasil podría modificar esas fronteras, incluso de forma significativa, aunque no hasta el extremo de retirada completa exigido por Ucrania, una propuesta a todas luces inviable.

El alto el fuego y la negociación son la alternativa a la realidad militar actual, en la que no es visible a día de hoy una solución militar por medio de la victoria completa de uno de los dos bandos. Los equilibrios de fuerzas habrían de variar completamente para que pudiera darse una victoria de Ucrania izando su bandera en Donetsk, Lugansk o Sebastopol o una rusa en Odessa, Járkov o Kiev. La contrapropuesta occidental a planes que, como el presentado por Brasil y China la semana pasada, buscan la desescalada, negociación e integración económica global es mantener el statu quo. “El mundo no debe cansarse de Ucrania”, afirmó ayer Volodymyr Zelensky en referencia a la necesidad de continuar asistiendo a Kiev. Eso implica necesariamente un creciente suministro de armas con mayor capacidad de destrucción, expansión de la guerra hacia territorio ruso, una escalada general con consecuencias devastadoras para la población civil en forma de destrucción y el riesgo de pérdida de control difuminando y cruzando líneas rojas que hace dos años parecían claras.

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